Read Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén Online
Authors: Jan Guillou
Pero en las cocinas sólo había dos horas silenciosas en todo el día, después de la misa de medianoche, cuando los fuegos quedaban en cenizas y todo estaba en silencio y brillantemente limpio. Pero mucho antes del alba empezaba el trabajo de nuevo, primero con la gran preparación del pan del día. Y luego se iban llenando las cocinas con más hermanos y aprendices. Las horas antes de la gran comida eran las más intensas y entonces trabajaban diez hermanos y aprendices a la vez y con mucha prisa. Todos los días había que alimentar entre cincuenta y sesenta bocas, dependiendo de cuántos hermanos estuviesen viajando en el momento o cuántos invitados tuviesen. En las cocinas reinaba el hermano Rugiero de Nímes con poder absoluto, y bajo su mando, sus propios hermanos Catalan y Luis, que todavía no eran miembros de la orden, posiblemente porque nunca tenían tiempo suficiente para sus estudios.
La mañana en que Arn se presentó para su servicio había cordero para comer. Así que Arn empezó por bajar a los pastores y buscar a dos animales jóvenes y llevarlos al matadero, que estaba al lado de las cocinas. No eran precisamente estos dos animales los que iban a ser cocinados. Pero ya que los dos animales que habían sido sacrificados diez días antes habían colgado y madurado lo suficiente para ser servidos, había que restituirlos en las cámaras frías, cerca de la gran cocina, con dos animales recién sacrificados, los que a su vez serían servidos al cabo de diez días. Sólo los bárbaros comían carne sin colgar.
A Arn no le gustaba llevar a los dos corderos inocentes hacia las cocinas. Había colocado una cinta de cuero alrededor de sus cuellos y tiraba de ellos con mano suave, mientras los llamaba cuando se paraban a comer un poco de hierba que les apetecía especialmente. Se le ocurría pensar en todas las parábolas de la relación entre el buen pastor y su rebaño; en este momento no se sentía precisamente como un buen pastor.
Al llegar al matadero con los dos animales, un hermano aprendiz se encargó de ellos en seguida y sin más ni más los colgó por una pata trasera en unos grandes ganchos y les cortó el cuello. Mientras se les iba la vida y los ojos de los animales se volvían blancos de terror, el hermano aprendiz cogía una escoba de junco y abría una trampa en el suelo, que llevaba a un canal de agua por donde la sangre del suelo de teja se iba con el agua a un desagüe subterráneo. Cuando hubo acabado, otro hermano aprendiz entró y con sendos cuchillos convirtieron rápidamente los animales en algo más parecido a carne y comida.
A Arn lo mandaron inmediatamente con las pieles todavía calientes a la curtiduría, y con las tripas a la tripería, y luego a las grandes hacinas de hielo para cavar y sacar nuevos bloques de hielo y llevarlos en un carro a las cámaras frías, donde los nuevos cuerpos ya colgaban enumerados al final de la línea de terneros, cerdos, patos y gansos. Los bloques de hielo debían ser colocados al lado de un canal en medio de la habitación para que el agua derretida pudiese caer y salir por el sistema de desagüe. Estaba tan oscuro y frío allí dentro que tiritaba mientras salpicaba las paredes porosas de agua fría con algo que parecía un hisopo. La habitación tenía el techo alto y arriba de todo había pequeñas ventanillas que dejaban entrar la luz y salir todos los vapores impuros de los cuerpos de los animales.
Cuando entró en la cocina grande ya habían cortado los cuerpos de los corderos colgados y los habían colocado en adobo con aceite de oliva, ajo, menta y diferentes hierbas fuertes de los pueblos de origen de los provenzales, y se estaban calentando los grandes hornos. Los asados y los lomos se cocerían al horno después del adobo en hierbas, pero mientras tanto cortaban las espaldillas y las piernas y el resto del animal en trozos más pequeños y los colocaban en grandes cazuelas de hierro. Para cenar habría sopa de cordero con hortalizas y col y luego unas cerezas con miel y avellanas tostadas. Con los asados de cordero se serviría pan blanco, aceite de oliva y queso fresco de cabra.
En Vitae Schola no se podía beber vino todos los días, pero eso no tenía nada que ver con las reglas del monasterio, sino con las dificultades de transportar el vino en cantidades suficientes desde Borgoña hasta el Norte. Por eso el hermano Rugiero decidía a su propio albedrío cuándo se bebía vino y cuándo se bebía agua con las comidas. Para la carne de cordero asada opinaba que convenía más el vino y mandaron a Arn a las bodegas a buscar medio tonelete, advirtiéndole que era muy importante que cogiese el vino que se encontraba en la parte más apartada de la bodega, donde estaba el vino más añejo, siempre se bebía en este orden, y le instruyeron minuciosamente cómo estaría marcado el tonelete. Aun así, Arn volvió con el tonelete equivocado en el carro, y le reprocharon diciendo que aquel vino podría servir de vino de comunión pero no para una comida cristiana, una broma ruda que le chocó. Y tuvo que volver a ir.
Cuando sirvieron la comida y todos comieron, Arn volvió a entrar en la cocina y cogió un cucharón del agua pura potable que entraba directamente a las cocinas y no se podía confundir con el chorro del desagüe que salía del
lavatorium
. Bebió de su agua fría y disfrutó de ella como de una dádiva de Dios. Luego rezó una oración especialmente larga antes de comer del pan blanco.
No sentía hambre ni envidia hacia sus hermanos. Sólo estaban comiendo una comida normal, más o menos lo que siempre se comía en Vitae Schola. Cuando hubo acabado, empezó a limpiar, vigilando las ollas que contenían la próxima gran comida.
Después de la misa de medianoche había que limpiar minuciosamente las cocinas con agua y quitar todos los desperdicios: bien echarlos en la corriente del desagüe para transportarlos al arroyo y luego al fiordo, o bien llevarlos al gran montón de abono que había detrás de las cocinas entre todas las artigas. El hermano Lucien era muy exigente con respecto al cuidado del abono, ya que significaba mucho para su trabajo hacer la tierra más fértil.
Cuando hubo acabado le quedaban dos horas para dormir antes de empezar a hacer el pan. Pero había trabajado tan intensamente dentro de las cocinas calientes que no se podía quedar quieto, todavía tenía el fuego en el cuerpo.
Era una noche templada de verano en que se podía sentir el primer olor a otoño en el aire. La noche era estrellada y quieta con una media luna.
Primero estuvo sentado en la escalera de piedra de la gran cocina, mirando las estrellas, sin pensar en nada. Sus pensamientos iban y venían entre el trabajo intenso del día, todos los olores fuertes en las cocinas y la conversación matinal con el padre Henri. Estaba seguro de que todavía quedaba algo acerca del amor que no entendía.
Luego bajó a ver a
Chamsiin
y lo llamó hacia él. El caballo vigoroso resolló poderosamente en señal de reconocimiento y en seguida acudió trotando con los suaves movimientos de sus largas piernas y la cola erguida.
Chamsiin
todavía era un caballo joven, pero completamente crecido, y su color había cambiado del blanco ligeramente infantil a un resplandor gris y blanco. A la luz de la luna parecía estar pintado de plata.
Sin saber por qué, Arn rodeó el vigoroso cuello del caballo con sus brazos, lo abrazó y lo acarició y empezó a llorar. Su pecho se sacudía de sentimientos que no podía comprender.
—Te quiero,
Chamsiin
, a ti te quiero de verdad —susurró mientras sus lágrimas corrían por su cara como un arroyo. En su interior sintió que había tenido un pensamiento pecaminoso y prohibido que no podía explicar.
Por primera vez en su vida decidió que había ciertas cosas que no podía confesar.
M
onasterio Beatoe Mariae de Varnhemio había sido finalmente el nombre elegido para el monasterio de Varnhem. El padre Henri, que volvía a estar en su viejo
scriptorium
, se estremecía de alegría al caligrafiar el nombre con gran esmero. Con todo merecimiento, se le dedicaría a la Santa Virgen, ya que Ella, por mediación de una visión a la señora Sigrid en plena inauguración de la catedral de Skara, tenía más parte en el nacimiento de este monasterio. Por fin las cosas se harían mejor por aquí.
El padre Henri realmente tenía muchas cosas de las que alegrarse, lo cual estaba intentando expresar ahora en su larga carta. Los cistercienses habían vencido en un partido tan complicado como peligroso contra el mismo emperador de Alemania, Federico Barbarroja. El mismo padre Henri había tenido algo que ver, al igual que sus dos buenos amigos el arzobispo Eskil de Lund y el padre Stéphan de Alvastra. ¿Quién podría haber imaginado que las cosas saldrían así aquella vez, hace veinte años, cuando él mismo y Stéphan hicieron a pie el largo y lúgubre camino hasta el Norte?
El emperador Federico Barbarroja había apartado al papa Alejandro III y nombrado un propio papa contrario y más dúctil. Luego, el mundo cristiano tuvo que elegir bando, estar con el verdadero papa Alejandro o con el usurpador de Roma. El desenlace de esta lucha no estaba en absoluto claro.
Muchos reyes temían al emperador alemán y querían llevarse bien con él. Desgraciadamente, entre ellos se hallaba el rey Valdemar de Dinamarca y, en consecuencia, varios de sus más asustadizos obispos. Pero el arzobispo Eskil de Lund, el amigo de los cistercienses, había tomado partido en contra de su rey y a favor del verdadero papa Alejandro III. En consecuencia, se había visto obligado al exilio.
De lo que realmente trataba la lucha era, como siempre, de si los reyes y los emperadores debían tener poder sobre la Iglesia o si la Iglesia debía ser libre del poder mundano.
El contraataque de los cistercienses había sido Svealand y Götaland. Habían logrado convencer al rey Karl Sverkersson, quien no sabía lo suficiente sobre el emperador Federico Barbarroja como para temerlo, a instituir un nuevo arzobispado sobre Svealand y las dos Götaland. Tal como estaba la situación en este momento, no importaba mucho en qué ciudad se colocaba la sede del arzobispado, siempre y cuando se hiciese. El rey Sverker había renunciado sabiamente a su propia ciudad de Linköping a favor de la ciudad de los svear de Aros Occidental. Pues muy bien, opinaron los cistercienses, lo más importante era actuar en caliente.
Así fue como el padre Henri estuvo presente en la catedral de Sens cuando Eskil, en presencia del mismo papa, ungió arzobispo a Stéphan sobre la nueva diócesis de Svealand y las dos Götaland. Puesto que la diócesis noruega también era fiel al verdadero papa, la lucha pesaba ahora en contra de Federico Barbarroja y desfavoreciendo al papa contrario. Eskil había vuelto recientemente de forma triunfal a Dinamarca, y Stéphan ya estaba instalado en Aros Oriental. Habían ganado la lucha.
Un hermano cisterciense en la tercera silla arzobispal del Norte no era poca cosa. Cierto era que Varnhem ya había sido perdonado por el rey Erik Jevardsson, pero ahora su sucesor Karl Sverkersson había prometido nuevos territorios y nuevos privilegios para el monasterio, incluso había donado parte de su propia tierra para instituir un convento cisterciense de monjas en Vreta, en Götaland Oriental.
Que ahora ni tan siquiera se plantease la posibilidad de que un monasterio entrase en el mismo tipo de conflicto como el que una vez tuvo lugar en Varnhem era en parte resultado de lo que acababa de suceder en Svealand.
Una mujer consagrada a Dios, llamada Doter, había donado su gran propiedad, la finca de Viby a las afueras de Sigtuna, a los cistercienses, de la misma manera que la madre de Arn un día donó Varnhem. Y como había ocurrido en Varnhem, ahora llegaron los familiares pidiendo que se anulase la donación. Esta vez se trataba de un hijo llamado Gere.
Pero Gere no podía esperar mucho apoyo del nuevo arzobispo Stéphan. Por el contrario, Stéphan logró convencer al rey Karl Sverkersson de aprobar la donación y redactar un escrito sobre ello con sello real. De todos modos, el hijo Gere no se quedó con las manos vacías, heredó todo lo demás de su madre. Pero, naturalmente, lo importante era el principio de que las donaciones hechas a los cistercienses ya no serían cuestionadas.
Con ello, finalmente el monasterio de Varnhem estaba seguro y ya era hora de renovar fuerzas y restablecer lo que una vez hubo, pues Varnhem había llevado una existencia lánguida con sólo doce hermanos, cuyo principal cometido había sido reparar y mantener, y evitar con su presencia que el monasterio se devastase completamente.
Durante los años transcurridos, la Vitae Schola de allí debajo de Dinamarca había pasado a Varnhem. Pero por ello también era comprensible que, ahora que el padre Henri se ocupaba de llevar los trabajos de restauración, se buscasen las primeras nuevas fuerzas precisamente en Vitae Schola. Sobre eso era lo que ahora estaba escribiendo instrucciones detalladas, una vez acabada su alabanza de cómo los más fieles de la viña del Señor habían vencido justamente sobre el Barbarroja del poder mundano.
Entre los que ahora fueron llamados a Varnhem se encontraban el hermano Guilbert y Arn. Durante los más de diez años que había trabajado en Vitae Schola, el hermano Guilbert había logrado que todos los trabajos de la herrería funcionasen bien con varios hermanos legos a los que había enseñado. En Varnhem la situación era la contraria, aquí las herrerías estaban abandonadas. Por eso era lógico que el hermano Guilbert fuese llamado de vuelta a Varnhem.
En cuanto al joven hermano lego Arn, la cuestión era más complicada. Los conocimientos prácticos los había recibido del hermano Guilbert, así que si éste era llamado a Varnhem, parecería más lógico que Arn se quedase en Vitae Schola.
Pero el padre Henri tenía un plan para Arn que aún no quería revelar, y menos en una carta que sería guardada en el archivo cisterciense.
Por eso ocultó en parte sus propósitos, instruyendo que una pequeña selección de los caballos de Vitae Schola deberían ser llevados a Varnhem para ver si las ideas del hermano Guilbert entraban mejor en los bárbaros godo—occidentales que en los bárbaros daneses. Escribió que no quería entrometerse en los detalles al respecto, sino que le dejaba todas las decisiones prácticas al mismo hermano Guilbert. Cuando hubo acabado el pasaje difícil de su carta, difícil porque no podía escribir claramente cuál era su intención a la vez que debía escribir evitando a toda costa la mentira, pasó a la cuestión del cultivo de jardines. El mejor hermano lego del hermano Lucien iría a Varnhem para, poco después de la llegada, ser ordenado un verdadero hermano de la orden. El hermano Lucien debía responsabilizarse de que las especias correctas y en la cantidad correcta, al igual que los injertos, las semillas y otras cosas, llegasen como era debido en el transporte desde Dinamarca.