Treinta noches con Olivia (20 page)

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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

BOOK: Treinta noches con Olivia
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—Si quieres que lo hagamos con violencia, dímelo, querida, estoy abierto a sugerencias.

Ella entrecerró los ojos, sólo Thomas era capaz de llevarla a ese estado de enfado y excitación simultáneo que la confundía a no poder más.

—Si te apartas un poco, estoy segura de que encontraré una vara con la que atizarte y hacerte mejor persona —dijo ella.

Él arqueó la ceja, divertido, pero no se apartó. Ni loco. La tenía casi como quería.

Se inclinó un poco más, porque ya llevaba demasiadas horas sin estar cerca y porque, si retrocedía un solo milímetro, ella aprovecharía para dedicarle alguna que otra lindeza.

Cuando consiguió tumbarla, la contempló un instante y se quitó las gafas de sol. A falta de un sitio más adecuado las dejó a un lado.

—Supongo que el listón está muy alto.

Ella tardó unos segundos en entender ese comentario, estaba demasiado obnubilada con el numerito de las gafas.

Como no respondía, él insistió.

—No hace falta que respondas. Los de mi edad tenemos recursos más que suficientes —dijo mientras se deslizaba hacia abajo y se paraba a la altura de su ombligo—. Y me voy a ocupar… —Dio una pasada con la lengua sobre la piel del estómago para caldear, innecesariamente, el ambiente—…. Concienzudamente de que te olvides de todos los… —Ella se tensó cuando oyó el sonido de la cremallera bajando—… Tipos con los que has follado aquí.

Eso será muy fácil, pensó ella, relajándose, estirando los brazos, sacándolos fuera de la esterilla. Después cerró los ojos y sencillamente se dedicó a no hacer nada, a dejar que ocurriese lo que iba a ocurrir, con los débiles sonidos del campo como fondo.

Cuando notó que su pantalón corto ya no estaba sobre su cuerpo separó las piernas.

—Esto sí que son facilidades —murmuró con media sonrisa en el rostro—. Hoy no he tenido que comerme el coco pensando de qué color llevabas el tanga.

—¿Y eso? —preguntó aguantando la risa. Cuando se lo proponía, aquel hombre era incluso gracioso.

—Teniendo en cuenta la parte superior de tu horrible biquini, deduzco que la parte inferior ha de ser semejante —dicho lo cual tiró de los lazos que lo sujetaban en el costado dejándola completamente desnuda.

—¡Por favor! —se quejó sin mucha convicción—. Pero es que, cuando alguien critica el estilo de vestir de otra persona al mismo tiempo que empieza a jugar entre sus piernas, lo más normal es ignorar esas críticas.

Él levantó un instante la vista para observar una panorámica… increíble, hermosa, excitante. Tres en uno, allí, expuesta ante su mirada y bajo sus manos, Olivia permanecía a la espera, sin presionarlo y sin falsos ataques de pudor, sencilla y natural.

No podía demorarlo más.

Saber lo que le esperaba no le restaba ni un ápice de emoción. Por eso, cuando sintió el primer toque, su cuerpo se tensó inmediatamente, presa de esa típica sensación de anticipación.

La había penetrado con tan sólo un dedo y sin embargo su reacción se asemejaba más a la tensión cercana al orgasmo.

Quería más, por supuesto que quería más, pero si conseguía hablar estaba segura de que él aprovecharía para retrasar lo inevitable o jugar con ella, torturándola, cosa que en aquel momento no deseaba.

26

¿Cómo algo tan simple, tan aparentemente inocente, podía causar tanto placer?

Era una penetración suave, lenta, pero segura.

Su cuerpo se arqueó, una respuesta natural a aquel placer. Todas sus terminaciones nerviosas se pusieron completamente alerta, esperando el siguiente paso, la siguiente sensación.

No tuvo que esperar mucho. Un segundo dedo se unió al primero, para, una vez curvados, pulsar todas las teclas necesarias y acrecentar la excitación.

—Estás húmeda.

«Dime algo que no sepa», pensó ella.

Ella cerró los ojos y se los tapó con el brazo, no porque le molestara la luz del sol, sino porque hay cosas que son más intensas si cierras los ojos.

Si se paraba a analizar la situación… estaba en medio del campo, abierta de piernas, dejando que un hombre, prácticamente un desconocido, lamiera su coño, como la mayor de las desvergonzadas.

Y qué bien sonaba eso. Desvergonzada, por fin lo era por méritos propios y no por las habladurías.

Incluso aunque alguien pasara en aquel momento por el camino que llevaba a la chopera y observara aquella estampa, ella ya no podría dar marcha atrás. De hecho, era probable que la posibilidad de ser descubierta, y por tanto de que el chisme llegara a oídos del pueblo, confirmando así su hasta ahora inmerecida fama, aumentara el placer.

—Pero no lo suficiente —murmuró siguiendo a lo suyo, ajeno a los ocurrentes y desvergonzados pensamientos femeninos.

Ella, en respuesta, arqueó aún más su ya de por sí tenso cuerpo. Él no se limitaba a explorar y ella no tenía, menos mal, que darle instrucciones. La cosa se estaba poniendo cada vez más interesante.

No contento con penetrarla buscó con su boca su necesitado clítoris, succionándolo y creando la combinación perfecta entre manos y boca.

Olivia se mordió el labio, no porque quisiera contenerse, sino porque el placer que estaba sintiendo era tan, tan bueno que no podía evitar morderse. Casi perfecto, y ella no estaba haciendo nada.

Quizá eso era el componente fundamental, no preocuparse por nada. Al fin y al cabo, él no era más que un entretenimiento, un rollo de verano, alguien que se largará y así se evitarán situaciones incómodas cuando todo eso deje ser bueno, porque el tiempo todo lo desgasta y nada es para siempre.

—Más… —jadeó perdiendo completamente la compostura.

—Joder, esto se pone cada vez mejor —dijo él, levantándose un instante para admirar la vista.

Él volvió a su trabajo, a lamerla, a degustarla. En definitiva, a volverla loca.

Y Olivia, a experimentar lo que tantas veces soñaba, a sentirse libre para gozar, para disfrutar sin presiones.

Estaba claro que Thomas sabía manejar la lengua con maestría, buscando, indagando, recorriendo cada milímetro de piel, estimulando cada terminación nerviosa y sin indicaciones, ni rozaduras de barba, todo sincronizado para conducirla a…

Pero no todo es perfecto.

—¡¿Qué?! —exclamó ella al sentir de golpe y porrazo cómo el aire era lo único que acariciaba la unión de sus muslos.

—Date la vuelta.

¿Una orden? ¿Había sonado como una orden?

¿Y si así fuera?

Él no esperó, maniobró para colocarla boca abajo, con el culo en pompa, a su entera disposición.

Olivia, por su parte, asumió la orden como una parte más del juego.

Otro día podía replicarle, pero hoy acataría el mandato. Si hasta ahora todo había ido bien…

—Buena chica. —Acarició su trasero con admiración, como si fuera el primero que veía en la vida. Después, consumido por la impaciencia, sacó del bolsillo trasero de su pantalón seis condones que dejó caer junto a su rostro—. Es, simplemente, una muestra de cariño.

Ella puso los ojos en blanco, aquel hombre no tenía remedio.

Thomas agarró uno y rápidamente maniobró para, y por este orden, quitarse los pantalones, los bóxers, enfundarse un condón y agarrarla de las caderas.

Tres segundos más tarde entraba en ella.

Consiguiendo que ella, de nuevo, volviera a aquel estado de tensión, de excitación y de desesperación.

—Joder, esto de follar en el campo tiene un no sé qué… —acertó a decir Thomas entre arremetida y arremetida.

Ella quería responder, pero se limitó a inspirar profundamente, como si todo el oxígeno disponible no fuera suficiente.

Con cada empujón, su cuerpo se movía al compás. Sus rodillas, no sabía cómo, soportaban su peso al tiempo que cada fibra de la áspera esterilla dejaba marcas en la piel.

Del mismo modo, estaba casi segura de que él, por la forma en que la agarraba de las caderas, marcaría su piel.

Thomas no podía creer que aquello estuviera sucediendo, que fuera él el cabrón afortunado que se lo montaba con Olivia. Y de esa forma… joder, era como hacer realidad una fantasía, y, lo mejor de todo, sin haberlo planeado, todo de forma espontánea.

Quizá debería replantearse sus férreas ideas, en lo que al sexo se refiere. Hay ciertos parámetros que no se pueden delimitar, o, como dirían en esos lares: no se pueden poner puertas al campo.

Sentía cómo sus testículos, cada vez más tensos y pesados, se preparaban para la gran final; cómo ella, con sus músculos internos, creaba la presión idónea para correrse de un minuto a otro.

Por cómo gemía y se movía ella también estaba cerca de llegar al clímax, pero no quería comportarse de manera egoísta ni correr riesgos, así que deslizó su mano desde la cadera hasta su coño, buscando entre sus labios vaginales y encontrando un hinchado clítoris, que a buen seguro, con un poco de estimulación, haría que ella lo acompañase en el orgasmo.

Al mismo tiempo pensó en lo tentador que resultaba su trasero, tan expuesto y tan provocativo en aquella posición.

¿Qué pasaría si la tocaba ahí?

Un leve tanteo, una simple aproximación, ver cómo reacciona, obtener información para saber si en un futuro, a ser posible no muy lejano, ella accedería al coito anal.

Sólo de pensarlo, su pulso se disparó aún más, embistió con más fuerza, casi desestabilizándola, temiendo ser excesivamente brusco, aunque, al parecer, a ella no parecía disgustarla. No pudo comprobar su teoría, ella lo estaba exprimiendo.

—¡Oh, Diosssssssss! —Ella, a punto de correrse, llevó una de sus manos junto a la de él, para indicarle que necesitaba un poquito más de presión, sólo un poquito más y se correría.

La sensación de los dedos entrelazados acariciando sus sensibles labios vaginales hizo el resto.

—Lo… mismo… digo —gruñó él, sintiendo la presión sobre su polla, síntoma inequívoco de que ya no podría dar marcha atrás. Esperaba que ella lo acompañara, porque, sin poder ni querer evitarlo, eyaculó con fuerza.

Como si se le hubiera escapado toda la fuerza al correrse cayó sobre ella, sin pararse a pensar si ésta necesitaba oxígeno, la aplastó con su cuerpo y, representando un hecho insólito de ternura en él, la besó en la nuca de forma suave, sincera, nada de juegos, de provocaciones, un beso tierno, extraño, sí, pero sin rastro del cinismo tan habitual en él.

Por desgracia, ese momento no podía perpetuarse indefinidamente, como hubiese querido. Se apartó de ella de mala gana y se deshizo del preservativo, junto con su carga líquida.

Después se subió los pantalones, y al tiempo que se abrochaba el cinturón recuperó su sarcasmo característico.

—Debo decirte que nunca pensé que algo tan primitivo a la par que rústico fuera tan agradable.

Ella estaba más pendiente de buscar la braguita del biquini con la mirada que de hacerle caso, pues corría el riesgo de irritarse y estropear la satisfacción poscoital.

—Ya sabes… vida sana —contestó ella indiferente subiéndose los pantalones cortos.

—Espero que te hayas esmerado en preparar algo decente para comer —murmuró distraídamente. Ella le pasó unas toallitas y después abrió la nevera portátil. Sacó dos tápers y quitó las tapas.

—No me vengas con exigencias —le advirtió mientras iba metiendo en una bolsa las «pruebas del delito». De ningún modo iba a ensuciar el entorno, odiaba a quienes iban al campo y lo dejaban todo hecho una mierda.

—¿Sobras? —preguntó él, ceñudo, señalando el primer envase.

—¿Qué esperabas? —replicó ella poniendo los ojos en blanco—. Trae para acá, al hambre no hay pan duro.

—Ya veo —murmuró resignado. Sacó uno de los filetes empanados y empezó a comérselo.

Ella, por su parte, primero necesitaba calmar su sed, así que destapó un botellín de agua y casi se lo bebió de un trago. Tanto ejercicio deshidrata.

¿Había sido sólo ejercicio?

Mientras comían, ella no dejaba de darle vueltas al asunto. ¿De verdad pretendía que aquello fuera únicamente un rollo sin más? ¿Cómo afrontaría su siguiente relación? Porque, después de un sexo tan estupendo, quizá él, sin proponérselo, había puesto el listón demasiado alto para que otros pudieran competir, y, la verdad, en el pueblo y sus alrededores no vivían demasiados aspirantes.

Pero, dejando a un lado las bromas, ¿qué clase de extraña conexión se establecía con Thomas para llegar a tal punto?

¿Se estaba colgando de él?

¿Tanta estupidez y gilipollez era sólo una fachada?

—Un poco secos —aseveró él y buscó una cerveza—. La próxima vez deja que me encargue yo de las provisiones. Está claro que ir de picnic no es lo tuyo.

Duda resuelta, no finge, es gilipollas.

27

Olivia pasó por alto su último comentario, igual que el resto, ya que no le apetecía enfadarse ni estropear el día. Bien podía dedicarse a reposar la comida, tranquilamente, apoyada en uno de los viejos chopos o, simplemente, tumbarse, aunque ello implicara compartir esterilla.

Resultaba cuando menos curioso el estar allí acompañada y no hablar.

Él no quería comunicarse, perfecto; lástima que con las prisas olvidara su libro, así podía entretenerse mejor.

Escondida detrás de sus enormes gafas de sol, que para casos como ése resultaban una bendición, no sólo observaba el entorno (se lo conocía de memoria) sino a Thomas. No hacía falta disimular.

Indiferente a todo, sentado tan pancho, dándole la espalda, como si no existiera, como si fuera un ser superior.

¿En qué estaría pensando?

Claro que ni muerta iba a preguntar.

—No entiendo cómo alguien quiere ser peluquera. Por lo que he visto, te pagan una mierda.

—Vaya… estabas tardando en decir alguna de tus rimbombantes frases —arguyó molesta.

—Lo digo en serio. —Se giró y la miró—. Cuando uno elige una profesión es para vivir cómodamente, no para matarse trabajando por el salario mínimo.

—Gracias por decírmelo, hasta ahora no me había dado cuenta. —Hizo una mueca. Ella lo sabía mejor que nadie.

—Entonces, ¿por qué?

—No todos tenemos la oportunidad de estudiar una carrera. Además, me gusta mi trabajo. Y algún día montaré mi propio centro de belleza —aseveró con convicción.

Thomas reflexionó unos instantes antes de hablar.

—Sigo sin entenderlo. Lavar cabezas y hacer tintes no es lo que se dice muy gratificante.

—Y ¿dar discursitos sí lo es?

—Tampoco, pero te aseguro que se gana bastante más.

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