Read Tras el incierto Horizonte Online
Authors: Frederik Pohl
Pero ella no parecía tener la menor intención de hacerlo. La número cincuenta y siete —que en sus ratos de coherencia prefería que la llamaran Henrietta— estaba farfullando acerca de ciertos graves desplazamientos de las líneas espectrales y de las infidelidades de Arnold con Doris, quienesquiera que éstos fueran.
—Hubiéramos podido ser héroes —dijo sollozando—, y conseguir una bonificación de diez millones de dólares, o más. ¿Quién sabe lo que nos hubieran pagado por la misión? Pero no señor, tuvieron que seguir viéndose a escondidas en el módulo, y... ¿Y tú quién eres?
—Soy Wan —dijo éste animosamente, aunque no creía que pudiese verle. Parecía que ella volvía a uno de su períodos de lucidez. Habitualmente, ni se enteraba de que le estaba hablando—. Por favor, sigue.
Hubo un largo silencio; luego:
—NGC 1199 Sagitario A. West —dijo ella.
Wan esperó cortésmente. Otra larga pausa y luego dijo ella:
—A él le traían sin cuidado los ascensos. Todo lo hacía por Doris. ¡Dios! Podía haber sido su hija, y además tenía el cerebro de un mosquito. Para empezar, nunca hubiera debido estar en la misión...
Wan movió la cabeza como uno de los Primitivos boca de rana.
—¡Qué aburrida eres! —dijo con severidad, y la desconectó. Vaciló un instante para luego marcar el catorce, el número del profesor.
—...aunque Eliot no se había graduado aún en Harvard, poseía la imaginación de un hombre maduro. Y en eso era un genio. «Yo hubiera tenido que ser un par de pinzas andrajosas». El autodesprecio del hombre de la masa llevado al límite. ¿Cómo se ve a sí mismo? No sólo como a un crustáceo, ni siquiera como a un crustáceo; sólo la abstracción de un crustáceo: las pinzas. Y además, andrajosas. En la siguiente línea vemos...
Wan volvió a escupir al desconectar; el rostro quedó enteramente manchado con las muestras de su disgusto. Le gustaba el profesor cuando recitaba poesía, no cuando hablaba de poesía. Con los más excéntricos de los Difuntos, como eran cincuenta y siete y catorce, nunca se sabía lo que iba a pasar. Rara vez contestaban, y casi nunca de un modo que pareciera digno de tenerse en cuenta, y o bien escuchabas lo que estaban diciendo, o los desconectabas.
Era ya casi hora de irse, pero volvió a probar otra vez: el único número de tres guarismos, Tiny Jim, su especialísimo amigo.
—Hola, Wan.—La voz era triste y dulce. Le produjo un ligero estremecimiento mental, como el súbito escalofrío de temor que había sentido cerca de los Primitivos—. Porque eres tú, ¿verdad?
—Qué pregunta más tonta. ¿Quién iba a ser, sino?
—Bueno, uno no pierde nunca la esperanza, Wan—. Hubo una pausa, y a continuación Tiny Jim se echó a reír como una gallina—. ¿Te he contado el del cura, el rabino y el derviche que se quedaron sin comida en un planeta todo de tocino?
—Sí, creo que sí, y además no me apetece oír chistes ahora, Tiny Jim.
El micrófono invisible crepitó y zumbó un momento, y entonces el Difunto dijo:
—Lo de siempre, ¿no, Wan? ¿Quieres hablar de sexo otra vez?
El muchacho mantuvo el semblante impasible, pero el familiar estremecimiento de su vientre habló por él.
—¿Y por qué no, Tiny Jim?
—Para ser tan joven, eres un erotómano —sentenció el Difunto; y a continuación—: ¿Te conté lo de una vez que casi me sacuden por molestar a una señorita? Hacía un calor de mil demonios. Yo iba a casa en el último tren a Reselle Park cuando llegó la chica, se sentó al otro lado del pasillo, puso los pies en alto y empezó a jugar con la falda. Bueno, ¿tú qué hubieras hecho? Yo, mirar, claro. Y como ella siguió jugando, pues yo seguí mirando, y al final, cerca de Highlands, se quejó al revisor de que la estaba molestando, y éste me tiró del tren. ¿Pero sabes lo bueno del caso?
Wan estaba absorto.
—No, Tiny Jim —suspiró.
—Pues resulta que yo había perdido el tren que acostumbraba a tomar, y como tenía que matar el rato en la ciudad como fuera, me metí en un cine porno. ¡Dios mío! Dos horas a base de todas las variantes que puedas imaginarte. La única manera de ver más hubiese sido con un proctoscopio, así que ¿para qué estar asomado adelante, con la cabeza estirada, para ver sus medias blancas a hurtadillas? ¿Y sabes otra cosa?
—No, Tiny Jim.
—¡Pues que tenía razón! Estaba mirando, de acuerdo. Me había pasado dos horas viendo tetas y entrepiernas pero no podía quitarle la vista de encima. Aunque eso no fue lo mejor de todo. ¿Quieres que te cuente lo mejor?
—Sí, por favor, explícamelo.
—¡Pues nada, que ella se bajó del tren conmigo! Se me llevó a casa y nos pasamos toda la noche dale que te pego, sin parar. Jamás supe su nombre. ¿Qué dices a eso, Wan?
—¿Es eso verdad, Tiny Jim?
Pausa.
—Eh, no. Le quitas la gracia a todo.
Wan le dijo severamente:
—No quiero que te inventes historias, Tiny Jim. Lo que yo quiero es aprender hechos. —Estaba furioso y pensó en apagar para castigarle, pero no estaba seguro de castigar a nadie de esa manera—. Me gustaría que fueses buen chico, Tiny Jim —le rogó.
La cabeza sin cuerpo murmuró algo para sí misma, mientras seleccionaba sus recursos conversacionales. Dijo entonces:
—¿Te interesa saber por qué los patos salvajes violan a sus hembras?
—¡No!
—Pues yo creo que sí, Wan, a pesar de lo que digas. Es interesante. No puedes comprender el comportamiento de los primates sin conocer todo el espectro de estrategias sexuales. Incluso las más raras. Incluso la de los gusanos Acantocéfalos. También ellos practican la violación. ¿Y sabes lo que hace el «
Moniliformis
Dubius
»? Éstos no solo violan a sus hembras, sino también a los machos que compiten con ellos. ¡Con una especie de yeso blanco! Y el infeliz del otro no se lo puede quitar de encima!
—No me interesa nada de todo esto, Tiny Jim.
—¡Pero si es tan divertido, Wan! ¡Debe de ser por eso que le llaman «Dubius»! —El Difunto se reía mecánicamente, a carcajadas—: ¡Ja, ja, jo, jo!
—¡Basta ya, Tiny Jim!
Pero Wan ya no estaba enfadado. Estaba entusiasmado. Era su tema preferido, y la predisposición que Tiny Jim mostraba a hablar de ello, por lo prolijo y variado, era lo que le hacía ser el favorito de Wan entre los demás Difuntos. Wan desenvolvió un paquete de comida y dijo mientras masticaba:
—Lo que yo quiero saber es cómo se hace, por favor, Tinj Jim.
Si el Difunto hubiese tenido un rostro de verdad, éste hubiera mostrado las arrugas producidas por el esfuerzo de contener la risa, pero dijo amablemente:
—Vale, chaval, sé que no pierdes la esperanza. Veamos, ¿tí dije que debes mirarles a los ojos?
—Sí, Jim. Me dijiste que si tienen las pupilas dilatadas significa que están sexualmente a punto.
—Exacto. ¿Y te mencioné la existencia de estructuras cerebrales sexualmente dimórficas?
—Sí, pero no estoy seguro de haberlo entendido del todo
—Bueno, yo tampoco, pero anatómicamente es como funciona. Ellas son distintas, Wan, por dentro y por fuera.
—¡Por favor, Tiny Jim, sigue explicándome las diferencias
El Difunto así lo hizo, y Wan escuchaba absorto. De ir a la nave siempre había tiempo, y además Tiny Jim era por lo general poco coherente. Todos los Difuntos tenían su propio tema preferido al que solían referirse al hablar como si los hubieran puesto en conserva con una sola idea en la cabeza Pero incluso cuando se referían a ese tema favorito, no podía esperarse que lo que decían tuviera sentido. Wan hizo a un lado el vehículo con el que solían capturarle —cuando funcionaba— y se tumbó en el suelo, con la barbilla apoyada en las manos mientras el Difunto le explicaba cómo ser cortés, obsequioso y cómo preparar la jugada.
Era fascinante, aun cuando ya lo había escuchado antes Le prestó atención hasta que el Difunto vaciló y se calló. Entonces el muchacho dijo, pues quería confirmar una teoría
—Explícame una cosa, Tiny Jim. Leí un libro en el que un macho y una hembra copulaban. Él le golpeó en la cabeza y copuló con ella estando inconsciente. Me pareció una manera bastante eficaz de «amar», pero en otras historias la cosa lleva mucho más tiempo. ¿Por qué, Tiny Jim?
—Eso no es amar, chaval. Es de lo que te he hablado antes, Violación. La violación no acaba de funcionar con las personas aun cuando funcione en el caso de los patos salvajes.
Wan asintió y volvió a presionarle.
—¿Y por qué, Tiny Jim?
Pausa.
—Te lo demostraré matemáticamente, Wan —dijo por fin el Difunto—. Los objetos de atracción sexual pueden definirse como de sexo femenino y comprendidos entre edades superiores en quince años a la tuya e inferiores en cinco. Estas cifras se adecúan a tu edad en cada momento de tu vida y son sólo aproximativas. Los objetos sexualmente atractivos pueden además caracterizarse por determinados rasgos visuales, olfativos, táctiles y auditivos, que pueden estimularte en orden inversamente proporcional a la posibilidad de accesibilidad. ¿Me sigues?
—Creo que no.
Pausa.
—Bueno, es suficiente de momento. Ahora presta atención. En base a estas cuatro características, algunas hembras te atraerán. Pero hasta el momento del contacto no percibirás otros rasgos que pueden repelerte, herirte o decepcionarte. Cinco de cada veintiocho sujetos estarán en plena menstruación; tres de cada veintisiete tendrán gonorrea; dos de cada noventa y cinco, sífilis; uno de cada diecisiete tendrá excesivo vello corporal o defectos de la piel u otras deformidades físicas ocultas por las ropas. Finalmente, dos de cada diecisiete se resistirán durante el coito, una de cada dieciséis desprenderá un olor desagradable, y tres de cada siete se defenderán de tal modo que disminuirá tu goce. Ésas son apreciaciones subjetivas cuantificadas en relación a tu perfil psicológico conocido. Acumuladas todas las fracciones, hay un riesgo de seis contra uno de que no obtengas de la violación el máximo de placer.
—Entonces, no debo copular sin hacer antes la corte, ¿no es eso?
—Exacto, muchacho. Sin contar con que, además, es contrario a la ley.
Wan calló pensativo durante un instante, y luego se acordó de preguntar:
—¿Es todo eso cierto, Tiny Jim?
Carcajada de regocijo.
—¡De veras que sí, chico! Cada palabra.
Wan puso la misma cara que los cara de rana.
—Pues no es demasiado excitante todo eso, Tiny Jim. La verdad, me has decepcionado.
—¿Y qué esperabas, chico? —dijo Tiny Jim de mal humor—. Me dijiste que no inventara historias. ¿Por qué tiene! que ser siempre tan desagradable?
—Voy a prepararme para partir. No tengo mucho tiempo
—¡Pues es lo único que tienes! —se rió Tiny Jim.
—Y tú, nada que decirme que yo quiera escuchar —dijo rudamente.
Los desconectó a todos y se fue a la nave enfadado. No se le ocurrió que había sido grosero con los únicos amigos que tenía en el universo. No se le había ocurrido jamás que lo sentimientos de los Difuntos importaran algo.
Después de mil doscientos ochenta y cuatro días de viaje en nuestro crucero con todos los gastos pagados hacia la nube de Oort, el correo constituía el gran acontecimiento. Vera llamó gozosa y todos fuimos a recogerlo. Había seis cartas para huesuda de mi medio cuñada, de parte de famosos actores de cine; bueno, no todos eran famosos actores. Eran muchacho famosos y basta, a los que ella escribe porque tiene catorce años y necesita algún tipo de hombre en quien soñar, y ellos contestaban, me temo, porque sus agentes de prensa les decía que ésa es una buena publicidad. Había una carta de la madre patria para Payter, mi suegro. Una larga carta en alemán. Que rían que volviese a Dortmund y que se presentara a alcalde
Bürgermeister
o algo por el estilo. Dando por sentado, claro que siga vivo cuando vuelva, suposición que reza para el resto de nosotros cuatro. Pero no renuncian. Hay dos cartas persona les para mi mujer, Lurvy, creo que de antiguos novios. Y un carta para todos nosotros del viudo —o el marido, según un crea que esté muerta o siga viva— de Trish Bover:
¿Habéis encontrado algún rastro de la nave de Trish?
Hanson Bover
Concisa y tierna, que es todo lo más que puede me temo. Le dije a Vera que le enviara la respuesta de costumbre: Desgraciadamente, no. Tenía tiempo de sobras para ocuparme de la correspondencia, ya que no había nada para Paul C. Hall, que soy yo.
Habitualmente hay poca cosa para mí, razón por la que juego tanto al ajedrez. Payter me dice que tendría que estar contento con el mero hecho de haber sido incluido en la misión, y supongo que no me habría incluido si él no hubiera puesto en juego su dinero, financiándonos a todos el viaje. También puso en juego todas sus habilidades, pero eso es algo que todos hicimos. Payter es un químico alimentario, y yo, un ingeniero de estructuras. Mi mujer, Dorenia, —es mejor no llamarla así, por lo que generalmente la llamamos «Lurvy»— es piloto. Condenadamente buena, por cierto. Es más joven que yo, pero estuvo en Pórtico seis años. Jamás tuvo éxito alguno, estuvo incluso al borde de la bancarrota, pero aprendió un montón. No solo pilotaje. A veces observo sus brazos, que lucen los cinco brazaletes, uno por cada salida en misiones de Pórtico; y miro sus manos, tiernas y decididas a los mandos de la nave, cálidas y reconfortantes cuando nos tocamos... no sé gran cosa dé lo que sucedió en Pórtico. Quizás no deba saber más.
La otra persona a bordo es su joven medio hermana, Janine, carne de presidio. ¡Ah, Janine! A veces parecía tener catorce, a veces Cuarenta años. A los catorce escribía cartas a sus ídolos de carne y jugaba con sus muñecos, un harapiento armadillo de peluche, un molinete de oraciones Heechee (real), y una perla de fuego (falsa) que le había comprado su padre para tentarla a que viniera. A los cuarenta, con lo que jugaba era conmigo. Y allí estábamos. Pegaditos unos a otros durante tres años y medio. Intentando no tener que recurrir al homicidio.
No estábamos solos en el espacio. Muy de vez en cuando nos llegaba un mensaje de nuestro vecino más cercano, la base Tritón o la nave de exploración que se había extraviado. Pero Tritón, junto con Neptuno, estaban en sus respectivas órbitas, muy lejos de nosotros; el tiempo de tránsito de un mensaje era de tres semanas, ida y vuelta. Y la nave de exploración no tenía demasiada energía como para perderla con nosotros, aunque en esos momentos estuviera a sólo cincuenta horas luz de distancia. Lo cierto es que no era amistosa charla de lado a lado de la verja del jardín. Así es que lo que hacía era jugar al ajedrez a base de bien con la computadora de la nave.