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Sin embargo, aquí es donde la teoría de la negligencia comienza a hacer agua. Ya hemos visto que todo el círculo de personas relacionadas con los hermanos Almallah y
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estaban siendo vigiladas por la Policía antes del 11-M y que se conocían tanto sus vínculos con Al Qaeda como sus nombres, sus fotografías, sus vehículos, sus empresas y sus domicilios.
Entonces, si el 13-M se tenía claro que era Al Qaeda y si se tenían desde antes del 11-M todos esos datos sobre esa supuesta célula de Al Qaeda,¿por qué no se procedió inmediatamente a la detención de las personas vinculadas a esa célula y al registro de sus domicilios el mismo 13-M?
Tratemos de encontrar una explicación. Vamos a suponer que la Policía tiene, el 13-M, el convencimiento moral de que esa célula de Al Qaeda es la responsable de los atentados, pero que al carecer de pruebas no puede proceder a efectuar detenciones ni registros (es una hipótesis un tanto peregrina, pero aceptémosla).
El 20 de marzo de 2004, una semana después del 13-M, la Policía tomaba declaración al sirio Abdul Khalek Al Jondi, como consta en el sumario. La Policía había llegado a Al Jondi analizando las llamadas de los números de teléfono relacionados con el que se encontró en la mochila de Vallecas. En su declaración, Al Jondi admite conocer a los hermanos Almallah y a
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y declara también haberles vendido tarjetas telefónicas.
¿Qué más necesitaba la Policía para proceder de inmediato a la detención de los miembros de esa presunta célula de Al Qaeda? El teléfono de la mochila de Vallecas había terminado llevando a personas pertenecientes al círculo de los hermanos Almallah y ya se sabía desde antes del 11-M todo lo que había que saber sobre esa célula de Al Qaeda; entonces, ¿por qué no se procedió inmediatamente a la detención de las personas vinculadas a esa célula y al registro de sus domicilios el mismo día 20 de marzo?
Teniendo en cuenta lo que se sabía antes del 11-M de esa célula de Al Qaeda, lo sucedido a partir de esa fecha del 20 de marzo resulta incomprensible:
A Mouhannad Almallah sólo se le detiene el 24 de marzo, cuatro días después de la declaración de Al Jondi, a pesar de que se supone que la Policía trabajaba contrarreloj para localizar a los autores de la masacre.
Esa detención de Mouhannad Almallah no se produce como resultado de la declaración de Al Jondi, sino a raíz de que una testigo que viajaba en los trenes reconociera (en la tarde del 23 de marzo) a uno de los miembros de la célula de los Almallah como una de las personas que pudo haber depositado una mochila-bomba.
En la declaración de Mouhannad Almallah ante la Policía, nadie le pregunta por la infinidad de indicios que se habían recabado contra él durante dos años de investigaciones a través de dos juzgados distintos. En esa declaración, Almallah se limita, básicamente, a decir que conoce a
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y que éste es un radical de cuidado.
Al juez Del Olmo nadie le informa, antes de que Almallah declare en el juzgado, de los resultados de esos dos años de investigaciones, con lo cual Almallah se ratifica ante el juez en sus declaraciones sobre lo radical que era ese sujeto llamado
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.
¡Y con eso se pone en libertad a Mouhannad Almallah el día 30 de marzo, seis días después de su detención!
Así que el panorama que tenemos es:
1) Esa célula de Al Qaeda articulada en torno a los hermanos Almallah había estado sometido a vigilancia durante dos años por varios cuerpos policiales y por al menos dos jueces de la Audiencia Nacional.
2) El día 11-M se produce un atentado de Al Qaeda.
3) A Mouhannad Almallah no se le detiene inmediatamente.
4) Cuando se le llega a detener, porque una testigo de un tren identifica a uno de los miembros de la célula, se le suelta casi de inmediato sin que nadie le pregunte nada de interés.
¿Puede alguien explicarnos cómo encaja este comportamiento en la teoría de la negligencia?
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De todos modos, sigamos creyendo en la versión oficial y tratemos de encontrar una explicación. Vamos a suponer que la declaración de Mouhannad Almallah fuera tan convincente que la Policía se olvidara de los dos años previos de investigaciones y quedara plenamente segura de que el único malo de esa película era
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.
El panorama que tendríamos entonces es: el 13 de marzo la Policía ya estaba segura de que la responsable de los atentados era Al Qaeda, el 20 de marzo la Policía ya tenía constancia de que el teléfono de la mochila de Vallecas llevaba a
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y el 24 de marzo era detenido Mouhannad Almallah, quien en sus declaraciones corroboraría que
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era un radical peligroso.
Lo que cabría esperar, en esas circunstancias, es que la Policía procediera inmediatamente a solicitar la detención de
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y a registrar su domicilio en la calle Francisco Remiro, que era conocido desde el 3 de marzo de 2003 (un año antes de los atentados). Pues bien: la solicitud de registro del domicilio de
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en la calle Francisco Remiro no se produce hasta… el 5 de abril, ¡cuando ya
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había muerto en Leganés!
De verdad que hago todo lo posible por seguir considerando aceptable la versión oficial, pero ¡es que nos lo ponen tan difícil!
A la vista de lo sucedido antes del 11-M, ¿cómo evitar pensar que es imposible tal cúmulo de negligencias? A la vista de lo sucedido después del 11-M, ¿cómo evitar preguntarse si alguien estaba tratando de ganar tiempo para que
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muriera, junto con otros seis presuntos terroristas, en Leganés?
Los intocables
Avanzábamos en el artículo anterior una pregunta que demuestra hasta qué punto se ha pretendido engañar a la opinión pública en relación con el 11-M. Nos dicen, por un lado, que el día 13 de marzo estaba claro que era Al Qaeda.
Por otro lado, leyendo el sumario nos enteramos de que esa supuesta célula de Al Qaeda articulada en torno a los hermanos Almallah era conocida desde dos años antes del atentado. Entonces, ¿por qué no se detuvo inmediatamente, el propio 13 de marzo, a los miembros de esa célula? Se sabía quiénes eran, dónde vivían, en qué lugar trabajaban y qué coches usaban. ¿Por qué no se fue a por ellos el mismo 13 de marzo?
Pero, en realidad, la verdadera pregunta que habría que hacerse es todavía más inquietante: ¿por qué el 13 de marzo no se detiene a los miembros del comando de los hermanos Almallah y, en lugar de ello, se manda detener a cinco cabezas de turco, en plena jornada de reflexión?
En el capítulo dedicado a analizar las detenciones del 13-M pudimos ver cuál fue la línea de investigación seguida:
A partir del móvil de la mochila de Vallecas se llegó a un bazar hindú y se detuvo a sus dos dueños.
A partir de la tarjeta telefónica de la mochila de Vallecas se llegó al locutorio regentado por Jamal Zougham, a quien se detiene junto con su hermano y un empleado.
Decíamos en aquel artículo que, aún aceptando que las investigaciones realizadas fueran correctas, esas detenciones no estaban justificadas, porque ni la venta de móviles ni la de tarjetas telefónicas constituyen un delito.
Pero además mencionábamos que existían muchos puntos oscuros en aquellas investigaciones que condujeron al locutorio de Zougham.
Ahora es el momento de exponer esos puntos oscuros y de mostrar, a la luz de los datos contenidos en el sumario, que aquellas detenciones fueron, con toda probabilidad, un auténtico fraude cuyo único propósito era dar la vuelta a un resultado electoral.
Veremos, además, que todos los indicios apuntan a que ese fraude no fue improvisado, sino que estaba perfectamente previsto desde al menos un mes antes de aquella espantosa masacre.
La historia que contaron al juez
La versión oficial nos dice que en la mochila de Vallecas se encontró una tarjeta telefónica de Amena. Preguntando a Amena, la Policía determinó el 12 de marzo que esa tarjeta había sido vendida a un bazar denominado Sindhu Enterprise. Al interrogar en la mañana del 13 de marzo a los dueños de ese bazar, éstos dijeron que habían vendido 100 tarjetas Amena al locutorio de Jamal Zougham, con lo cual el mismo día 13, en plena jornada de reflexión, se detuvo a Zougham, a su hermano y a un empleado.
Esa versión policial está perfectamente explicada en el sumario y parece bastante coherente y sencilla, pero hay un pequeño problema: como de costumbre en lo relativo al 11-M, el resto de los hechos recogidos en el sumario no confirman, precisamente, esa versión oficial.
En concreto, el sumario recoge los datos contables relativos a las empresas que intervinieron en la comercialización de las tarjetas telefónicas relacionadas con los atentados. Y esos datos permiten poner en duda esa versión oficial tan cristalina.
Analizando esos datos contables, demostraremos tres cosas a lo largo del artículo:
1) Que no es verdad que existan pruebas de que la tarjeta telefónica de la mochila de Vallecas fuera vendida a través del locutorio de Jamal Zougham.
2) Que existen, por el contrario, suficientes indicios, más allá de toda duda razonable, de que esa tarjeta telefónica NO fue vendida a través del locutorio de Jamal Zougham.
3) Que existen suficientes indicios para sostener, además, que la trampa tendida a Jamal Zougham se planificó cuidadosamente con anterioridad a la masacre.
Como en algún artículo anterior de la serie, tengo que pedir disculpas al lector por lo prolijo de las explicaciones que siguen, pero le recomiendo que lea esas explicaciones atentamente, porque podrá ver en qué consistió el engaño masivo que condujo a las detenciones del 13-M.
La ruta de comercialización
En el sumario aparecen tres grupos diferentes de tarjetas que pasaron por las manos de ese bazar denominado Sindhu Enterprise:
1) Un primer grupo está formado por la propia tarjeta de la mochila de Vallecas y otras seis tarjetas más, todas las cuales fueron introducidas por primera y única vez en un teléfono el día 10 de marzo en las inmediaciones de la casa de Morata de Tajuña. Estas tarjetas no llegaron nunca a ser utilizadas para hacer llamadas (recuerde el lector este detalle, porque luego veremos que es importante), y la versión oficial nos dice que se emplearon para montar las bombas de los atentados.
2) Un segundo grupo de tarjetas está constituido por aquéllas que fueron utilizadas por distintos miembros de la trama terrorista para hacer llamadas.
3) Finalmente, el tercer grupo está integrado por las tarjetas que fueron encontradas en el registro del locutorio de Jamal Zougham.
Esos tres grupos de tarjetas tienen en común que todas pasaron (supuestamente) por Sindhu Enterprise, pero ¿cómo se comercializaron todas esas tarjetas? La figura siguiente muestra el flujo seguido por todas las tarjetas vendidas a través de Sindhu Enterprise en el periodo aproximado comprendido entre mediados de enero y principios de marzo de 2004.
Como vemos, el proveedor principal de Sindhu Enterprise era otra empresa denominada Interdist Móvil, que a su vez realizaba sus compras a cuatro grandes mayoristas del sector: Ingram Micro, Dominion Logística, Acom y Uritel 2000.
Lo que hacía Interdist Móvil no era comprar tarjetas telefónicas, sino
packs
de Amena (compuestos por una tarjeta y un móvil). A continuación, Interdist vendía esos
packs
(entre otros clientes) a Sindhu Enterprise, que liberaba los teléfonos y vendía por separado el móvil y la tarjeta. Entre los clientes a los que Sindhu Enterprise vendía las tarjetas Amena (ya separadas del móvil) está el locutorio de Jamal Zougham.
En cuanto a las dos líneas punteadas que aparecen en la figura, representan dos compras puntuales que Sindhu Enterprise realizó a proveedores distintos del habitual: una compra directa de
packs
Amena a uno de los mayoristas (Uritel 2000) y otra compra directa de 100 tarjetas Amena (sin
pack
) que realizó a una persona particular. Por tanto, las 325 tarjetas Amena que llegaron a Sindhu Enterprise en aquellas fechas siguieron 6 rutas de comercialización distintas, que hemos marcado con las letras A a F.
Hay dos detalles de gran importancia que conviene resaltar.
En primer lugar, las cuatro empresas mayoristas mencionadas son compañías que venden a gran escala, y que tienen un sistema contable muy elaborado, de modo que todas las facturas emitidas por esos mayoristas a Interdist Móvil y a Sindhu Enterprise especifican uno a uno los números de teléfono de las tarjetas y
packs
vendidos.
Por el contrario, Interdist Móvil (que es una empresa mucho más pequeña y con un sistema contable menos sofisticado) no especificaba en sus facturas los números de teléfono de las tarjetas y
packs
vendidos. En cuanto a Sindhu Enterprise, su contabilidad se reducía a un libro de caja bastante chapucero, que está incluido en el sumario; por supuesto, tampoco anotaban a quién vendían cada número telefónico, sino tan sólo el número total de tarjetas vendidas.
Dicho de otro modo: se puede saber, por ejemplo, si una determinada tarjeta fue vendida por Ingram Micro a Interdist Móvil sin más que consultar las facturas, pero es imposible saber si un determinado número fue vendido por Interdist Móvil a Sindhu Enterprise o a otro cliente, y lo mismo cabe decir de las ventas de Sindhu Enterprise al locutorio de Jamal Zougham.