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—Rhysati y Nawara no parecen estar teniendo ningún problema con ello.

—Ya lo sé, y creo que esa relación está resultando beneficiosa para ambos.

Erisi se llevó la mano derecha del corelliano a la boca y depositó un beso sobre su palma.

—Creo que quizá tengas razón, Corran, pero he de preguntarte una cosa. Has dicho que entre tú y tu compañera había chispas a un cierto nivel básico, y que eso acabó haciendo que te sintieras atraído por ella. ¿Nosotros también producimos esas chispas?

—Tal vez. No lo sé. —Corran, que estaba empezando a sentirse incómodamente acalorado, tiró del cuello de su traje de vuelo—. Durante los últimos años, y tanto antes como después de que dejara la Fuerza de Seguridad de Corellia, mi vida emocional ha sido un poquito inestable.

—¿Hay alguien más? ¿Todavía sigues pensando en tu antigua compañera?

—No, no hay nadie más. Ni Iella, ni nadie…

Erisi frunció los labios durante un momento y luego acabó asintiendo.

—Acepto lo que me estás diciendo. —Se puso en pie y se desperezó lánguidamente—. Aunque no sabes lo que te estás perdiendo, naturalmente.

Corran dejó escapar un prolongado suspiro, y después se levantó de la cama.

—Ojalá no lo supiera, créeme… Pero ahora me encuentro tan cansado que no sería capaz de hacer absolutamente nada por ninguno de los dos.

Erisi se rió y le besó en la boca.

—Te agradezco muchísimo el que te preocupes tanto por mis sentimientos, Corran. —Después dio un paso hacia atrás, vendo hacia la compuerta abierta—. Que tengas dulces sueños.

Cuando llegó al umbral del camarote, Erisi giró sobre sus talones y se encontró con Mirax Terrik. La hija del contrabandista sonrió afablemente.

—Oh, perdona. No pretendía molestar.

—En absoluto, señorita Terrik. —Todo el calor anterior desapareció de la voz de Erisi—. Me disponía a irme para que el teniente Horn pudiera descansar un poco. No puede salir de aquí, y además no creo que la naturaleza de la orden de confinamiento le permita recibir visitas de civiles.

Mirax señaló el cuaderno de datos guardado en la pequeña funda adherida a su antebrazo izquierdo.

—Su oficial superior me ha dado permiso para visitarle. Si lo desea, Emetrés puede confirmárselo.

Erisi volvió la cabeza hacia Corran, y el corelliano pensó que volver a encontrarse ante los cañones de la
Devastadora
hubiese sido preferible a tener que soportar esa mirada.

—No te preocupes, Erisi —dijo después—. Estoy seguro de que la señorita Terrik no se quedará mucho rato y…, bueno, gracias por la conversación.

—De nada, teniente. —Erisi se volvió hacia Mirax y le dirigió una seca inclinación de cabeza—. Señorita Terrik…

—Hasta luego. —Mirax siguió con la mirada a Erisi mientras se iba, y luego añadió un «Hasta dentro de mucho rato» casi inaudible. Después giró sobre sus talones y vio que Corran también tenía los ojos clavados en la compuerta—. Ah, los pilotos… Sólo piensan en el sexo.

—¿Qué?

Mirax le alargó el estuche de plástico, hundiéndolo en su estómago sin excesiva suavidad, y luego pasó junto a él.

—El compartimiento de contrabando más diminuto del
Patinaje
es más grande que este sitio.

—El
Aplazamiento
no fue construido pensando en el contrabando o en los cruceros de placer. Ardo en deseos de llegar a la nueva base, te lo aseguro… —Corran se apartó de la compuerta y permitió que se cerrara detrás de él—. ¿Qué es esto? —preguntó, sopesando el recipiente.

Mirax se dejó caer sobre la cama de Ooryl.

—Wedge dijo que quizá no te encontraras muy bien…, pero no había pensado en que la reina del bacta estaría aquí. Pensé que tal vez te gustaría poder disfrutar de algunas cosas de casa, así que preparé este paquetito. —Se encogió de hombros—. Supongo que en realidad mi auténtica intención era presentártelo como una especie de ofrenda de paz.

Corran se sentó en el borde de la cama y desbloqueó los dos cierres del recipiente. Después lo abrió y sonrió. El recipiente contenía media docena de tarjetas de datos en las que había registradas revistas corellianas, así como dos latas de nerf ahumado y aderezado con especias una botella de whisky Reserva de Whyren.

—Uf. Vaya, vaya… Llevaba más de dos años sin ver juntas tantas cosas de Corellia.

Mirax se acostó sobre el costado derecho y apoyó la cabeza en la mano derecha.

—Debajo del whisky hay un ryshcate —dijo—. He tenido que sustituir algunos de los ingredientes, pero creo que me ha salido bastante bueno.

Corran sacó la botella de whisky del recipiente y la dejó junto a él. Debajo de ella, y envuelto en un plástico transparente, estaba el bizcocho de color marrón oscuro tradicionalmente reservado para los cumpleaños, aniversarios y demás celebraciones de todo aquello que merecía ser conmemorado.

—La última vez que tomé ryshcate fue cuando murió mi padre, después del funeral. ¿Dónde has encontrado las nueces vweliu?

—Por ahí.

—¿Por ahí?

—Sí, por ahí. Allí fuera hay todo un floreciente mercado negro de artículos procedentes de Corellia. Hay muchos corellianos fuera del planeta, y gracias al Diktat los imperiales siguen controlando nuestro espacio. Eso significa que tenemos una gran demanda y una oferta bastante restringida, por lo que hacer circular las mercancías de un lado a otro siempre proporciona muchos beneficios. —Volvió la mirada hacia la compuerta y torció el gesto—. Ese condenado androide de protocolo vuestro tiene…, eh…, tenía dos cajas de whisky corelliano, y me lo ha estado suministrando de botella en botella. Hubiera podido conseguir una vieja nave del servicio de aduanas para sustituir a la que se quedó en el lago del sistema de Hensara a cambio de toda la remesa, pero vuestro androide me está haciendo sudar. Sacarle dos botellas me costó un hiperimpulsor horizontal y una caja de mezclas de l'lashsh que llegó de Alderaan antes de que el Imperio lo destruyera.

Corran enarcó una ceja.

—¿Emetrés tenía el whisky?

—Obtuve dos botellas de él. Una está junto a ti, y la otra ha servido para el ryshcate. —Mirax se sentó, y sus rodillas y las de Corran casi se tocaron—. ¿Vas a arrestar al androide por dedicarse al contrabando?

—No, no… Supongo que por esta vez me limitaré a hacerle una pequeña advertencia. —El piloto de caza sonrió—. ¿Te apetece un poco de ryshcate? Después de todo tú lo hiciste, así que creo que deberías tomar un poco.

Mirax pareció dudar, y luego acabó asintiendo.

—Un trocito, pero sólo si se nos ocurre alguna razón para disfrutar de una pequeña celebración.

—¿Qué te parecería la de seguir con vida?

—Me parece lo suficientemente buena.

Corran agujereó la envoltura de plástico con el pulgar y arrancó una esquina del bizcocho. Después la partió en dos trozos y le ofreció el más grande a Mirax.

—Compartimos este ryshcate de la misma manera en que compartimos nuestra conmemoración de la vida —dijo, tal como prescribía la tradición.

—Por la conmemoración de la vida.

Le dieron un mordisco al bizcocho y Corran recogió torpemente unas cuantas migajas con la mano izquierda. El bizcocho estaba delicioso. La dulzura suavizaba el potente regusto a madera del whisky, y las nueces vweliu se le derretían en la boca. Corran tragó el bocado y sonrió.

—¡Está realmente magnífico!

—¿Aunque haya tenido que ser confeccionado con ingredientes de contrabando?

—Más razón para comerse todas las pruebas y no dejar ningún rastro de ellas. —Corran meneó la cabeza—. Como ofrenda de paz, no se me ocurre nada mejor.

—Estupendo. —Mirax se levantó y se alisó los cabellos con una mano—. Cuando esta Alianza decida de una maldita vez que ya ha llegado el momento de conquistar Coruscant, prepararé otro ryshcate y podrás llevárselo a quienquiera que crea estar al mando. Eso ayudará a acortar la guerra.

—Este ryshcate hubiera podido volver a convertir a Darth Vader en un Jedi, pero no sé si surtiría efecto con Corazón de Hielo. —Corran dejó el recipiente sobre la cama—. ¿Estás segura de que no quieres más?

—Gracias, pero he de volver al
Patinaje
. —Mirax bajó la mirada hacia el cuaderno de datos—. Dispongo de unas seis horas antes de tener que despegar con rumbo hacia el Núcleo.

—¿Vamos a proporcionarte cobertura?

—Oh, no. Conseguiré salir adelante utilizando mi ingenio y mis agallas.

Corran frunció el ceño.

—No es que pretenda ofenderte, pero… ¿no crees que es un poco peligroso?

Mirax meneó la cabeza.

—Me han tendido una emboscada, y a vosotros os han tendido dos. Tal como están las cosas ahora, sospecho que viajar sin vosotros podría resultar un poco menos peligroso que viajar con vosotros, pero de todas maneras no espero tener complicaciones. —Le besó en la mejilla mientras la compuerta se abría—. Gracias por tu interés. Te veré cuando vuelva.

La compuerta ocultó su figura al cerrarse. Corran cayó en la cuenta de que la marcha de Erisi había supuesto un alivio para él, pero en cambio hubiese preferido que Mirax se quedara más rato. Sabía que no la deseaba, aunque su hermosura no tenía nada que envidiar a la de Erisi. La diferencia con Mirax, y eso era debido a que compartían el mismo mundo de origen, estaba en que Corran se sentía unido a ella por una conexión que él y Erisi nunca llegarían a establecer. De alguna manera inexplicable, incluso el hecho de que sus padres hubieran sido enemigos reforzaba el vínculo existente entre ambos.

—Basta ya, Horn —dijo, sacudiendo la cabeza—. Estás empezando a establecer la misma fijación sobre ella que Erisi ha establecido sobre ti. La hija de Toberas Terrik y el hijo de Hal Horn quizá podrían llegar a ser enemigos que se respetan el uno al otro, y quizá incluso podrían llegar a ser amigos…, pero nada más. Recuerda que en primer, último y eterno lugar, ella es una contrabandista. Llegará un momento en el que te convertirás en una carga financiera, y entonces Mirax Terrik decidirá reducir sus pérdidas.

Corran oyó sus palabras, y de repente supo que había una gran parte de verdad en ellas. También oyó mucho de su padre en ellas, y eso le sorprendió un poco. Se metió la otra mitad de su trozo de ryshcate en la boca. «Mi boca tiene cosas mucho mejores que hacer que articular especulaciones que deshonran el regalo que me ha hecho Mirax. Podemos ser amigos, y seremos amigos… Ahí fuera, con el Imperio impidiéndonos volver a nuestro hogar, lo que tenemos en común es más importante que cualquier clase de diferencia que pueda tratar de enfrentarnos».

24

Wedge había acudido a la reunión en el
Hogar Uno
con un mal presentimiento, y éste no había tardado en empeorar. El que no hubiera dispuesto de tiempo para hablar en privado con el almirante Ackbar y el general Salm y llegar a alguna clase de compromiso sobre el caso de Corran le había puesto todavía más nervioso. «Dejarlo atrapado en esa situación durante quién sabe cuánto tiempo es todavía peor que imponerle un auténtico castigo disciplinario…». Pero el almirante parecía tener concentrada toda su atención en la reunión, por lo que Wedge supuso que no dispondría de ninguna ocasión para tratar de defender a Corran.

Wedge era todo un comandante, pero también era el oficial más joven presente en la reunión. Reconoció a varias personas aparte de al almirante Ackbar y al general Salm, pero no conocía a todo el mundo. Vio a un grupo formado por cuatro bothanos —un general, dos coroneles y un comandante— en la parte delantera de la sala, pero no pudo ponerle nombre a ninguna de las caras. Aun así, resultaba evidente que iban a estar al frente de la reunión, y esa convicción inicial de Wedge enseguida quedó claramente confirmada cuando los oficiales de menos rango empezaron a ir y venir por la sala para transmitir la información contenida en sus cuadernos de datos a los de los otros oficiales.

El general bothano ocupó el estrado situado en el fondo de la sala y las luces suspendidas sobre su audiencia se debilitaron. El pelaje blanco del bothano se volvió casi deslumbrante, y sus ojos dorados adquirieron el aspecto de estar hechos de metal fundido. Con un uniforme del ejército de la Alianza y un puntero telescópico plateado sostenido en las manos unidas a la espalda, el general empezó a hablar en un tono cuya calma y suavidad no lograban ocultar su apasionada concentración.

—Soy el general Larin Kre'fey, y voy a ponerles al corriente de la naturaleza de la misión que abrirá el camino de Coruscant a nuestras valerosas fuerzas. Si tienen la bondad de conectar sus cuadernos de datos, verán cuáles son las características básicas de la instalación que vamos a atacar. Por el momento no necesitan saber dónde se encuentra, y bastará con decir que la posesión de esta base es vital para el Núcleo Imperial.

Wedge hizo cuanto pudo para seguir el curso de su exposición. El mundo —conocido con el nombre de código de Luna Negra— era normal y habitable, y bastante parecido a Endor salvo por el hecho de que carecía de formas de vida nativas similares a los ewoks. Los equipos de exploración enviados por la Antigua República lo habían calificado de pobre en minerales u otras riquezas explotables. Se creó una pequeña base porque el sistema demostró ser útil como punto de trazado y cartografía para establecer rutas hacia el Sector Corporativo y más allá, pero el mero hecho de que fuese una encrucijada espacial no bastaba para suscitar un gran nivel de comercio o crecimiento económico. Aparte de algunos intentos experimentales de estimular el desarrollo —todos los cuales fracasaron cuando la aparición del Imperio hizo que las investigaciones exóticas dejaran de disfrutar de las generosas inversiones crediticias que había permitido la anterior política impositiva—, el planeta acabó siendo prácticamente olvidado.

—El Imperio expandió la base y le proporcionó proyectores de campos de fuerza, pero únicamente para que la Rebelión no la considerase como un objetivo excesivamente invitador con vistas a establecer un santuario tan cerca del Núcleo. —El general Kre'fey extendió una mano—. La base también dispone de cuatro cañones iónicos de gran calibre, y cuenta con dos escuadrones de cazas TIE.

Wedge frunció el ceño. Ese nivel de defensas le parecía un poco extraño: resultaban demasiado poderosas para un mundo remoto y carente de importancia, pero al mismo tiempo eran demasiado débiles para un mundo susceptible de colocar a la Rebelión tan peligrosamente cerca de Coruscant. Vladet, un cuartel general de sector, sólo disponía de cuatro cazas TIE, dos cañones iónicos y un conjunto de escudos, pero no contaba con unos generadores de energía lo bastante poderosos para poder utilizar los cañones y los escudos de manera simultánea. Wedge no tenía la sensación de que Luna Negra fuese alguna clase de trampa imperial, pero sí le parecía un objetivo lo suficientemente protegido como para que los imperiales destacados en ella pudieran pedir ayuda a otros mundos cercanos y resistir hasta el momento en que ésta hubiese llegado.

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