En 1984, el Instituto de Investigación del Ejército, temiendo que los soviéticos llevaran décadas de adelanto sobre Estados Unidos en investigación paranormal, financió una investigación de la Academia Nacional de Ciencias. Se puso al psicólogo Ray Hyman al frente de una subcomisión encargada de informar sobre la situación de la parapsicología. El estudio llegó a la conclusión de que no hay ninguna evidencia sólida de la existencia de fenómenos psíquicos. La Academia consideró que algunas de las investigaciones psíquicas realizadas por funcionarios de la CIA resultan difíciles de creer. La CIA había intentado entrenar a psíquicos para que miraran fotografías de vehículos soviéticos y dijeran qué ocurría en su interior. ¡Los funcionarios consideraron en serio la técnica de pinchar neumáticos clavando alfileres en las fotografías! La National Academy Press publicó en 1987 un informe completo, titulado
Enhancing Human Performance
(«Aumentando el rendimiento humano»). Ni que decir tiene que el informe fue rotundamente condenado por los parapsicólogos y por Pell, que lo consideraron una malversación de fondos públicos.
En un artículo del
U.S. News & World Report
(5 de diciembre de 1988) titulado «The Twilight Zone in Washington» («La zona crepuscular en Washington»), se calculaba que «una cuarta parte de los miembros del Congreso están activamente interesados en los fenómenos psíquicos, ya se trate de sanaciones, profecías, visión remota o manifestaciones físicas de poderes psíquicos». El demócrata de Texas Jim Wright, que fue portavoz de la Cámara, dice que cree poseer potentes habilidades psíquicas para ver acontecimientos futuros. Todos recordamos que los antiguos inquilinos de la Casa Blanca Ronald y Nancy Reagan eran devotos creyentes en la astrología. Las fechas de las citas importantes del presidente las fijaba Joan Quigley, su astróloga de San Francisco. No obstante, en mi opinión, nadie en Washington puede competir con el senador Pell en la combinación de ignorancia con enormes tragaderas en lo referente a actividades psíquicas.
Pell, nacido en Nueva York en 1918, y licenciado por la Universidad de Princeton, tiene reputación de ser uno de los demócratas más liberales del Senado. Aunque es episcopaliano, es ferviente partidario del derecho a elegir en cuestión de aborto; una postura valiente, dado que en Rhode Island abunda la población católica.
Su actitud a favor de los trabajadores ha sido constante. Se le han concedido casi cuarenta títulos honorarios. Tiene, entre otros galardones, la Gran Cruz de la Orden del Mérito italiana y la Legión de Honor francesa. Fue uno de los fundadores de la Dotación Nacional para las Artes.
Los esfuerzos de Pell en la lucha contra la contaminación ambiental le llevaron en 1988 a presentar un proyecto de ley para que el gobierno financiara una organización Nueva Era llamada Comité Nacional de Recursos Humanos. Los senadores Albert Gore y Nancy Kassebaum le acompañaban en la moción. La comisión debería incluir dos miembros «con formación y experiencia en actuaciones con resultados extraordinarios», un eufemismo para describir a los parapsicólogos. El proyecto, ridiculizado por otros senadores como «la ley de doblar cucharas», no tardó en morir. Tal como dijo un congresista, «esta vez, el factor risas reventó el contador».
Pell se traga casi cualquier cosa dentro del campo de lo paranormal. Los estantes de su despacho están abarrotados de libros sobre cuestiones paranormales, incluyendo las numerosas autobiografías de Shirley MacLaine.
Pell forma parte del consejo asesor de la Asociación Internacional de Estudios sobre la Casi-Muerte, estudios que se proponen demostrar que muchas personas que han estado al borde de la muerte han llegado a vislumbrar algo de la otra vida. También forma parte del consejo de dirección del Instituto de Ciencias Noéticas, una organización dedicada a la investigación psíquica.
En 1987, Pell invitó al Capitolio a Uri Geller, el psíquico por proclamación propia, para que hiciera una demostración de sus supuestos poderes en una habitación protegida electrónicamente.
En las paredes de su despacho, Pell tiene colgadas una cuchara doblada por Geller, una fotografía enmarcada de Geller y una cara sonriente («Smiley») dibujada por Pell, junto a un duplicado dibujado por Geller, que supuestamente utilizó percepción extrasensorial.
Pell admite que en alguna ocasión Geller puede usar trucos de magia. «Geller fue mago cuando era más joven —le dijo Pell a un periodista—. Es posible que cuando fallan sus procesos intuitivos, los ayude con juegos de manos». Ésta es una frase que dicen con mucha frecuencia los investigadores de lo psíquico cuando se pilla a un médium o a un psíquico haciendo trampas.
A finales de los años ochenta, el mago James Randi acudió a Washington para recibir un premio por sus excelentes alocuciones públicas. El premio le fue entregado por su colega de hechicerías Harry Blackstone, Jr. Sentado entre el público, flaco y debilitado, estaba Pell. Cuando vio a Randi doblar una cuchara hasta romperla, Pell se agitó visiblemente. Uno de sus ayudantes le llevó a Pell los dos trozos de cuchara, y él los envolvió cuidadosamente en un pañuelo. Después de la ceremonia Pell visitó a Randi en su camerino. Estaba indignado porque Randi había presentado el acto de doblar cucharas como un truco de prestidigitación. Pell había visto a Geller realizar esa proeza, y creo que estaba absolutamente convencido de que sólo se podía hacer por medios psíquicos.
Pell retó a Randi a copiar un dibujo tal como había hecho Geller, y sacó un cuaderno y una pluma. Mientras dibujaba una figura en el cuaderno, Pell explicó que sabía perfectamente que se puede «leer» un lápiz, y sostuvo el cuaderno de manera que Randi no pudiera ver los movimientos de la pluma. También dijo que sabía que el dibujo podía dejar una marca en la segunda hoja del cuaderno. Así que arrancó la primera hoja, la dobló dos veces y se la metió en el bolsillo sin pasarle a Randi el cuaderno.
Randi buscó un papel y dibujó en él. Dobló la hoja y la colocó bajo el pie de Pell. «Si he reproducido lo que usted dibujó —dijo Randi—, ¿admitirá usted que lo he hecho con truco?». Pell se agachó para coger el papel de Randi y lo abrió. Se puso pálido y se echó a temblar visiblemente al ver que Randi había reproducido exactamente su dibujo de un triángulo equilátero.
Randi me ha dado permiso para explicar cómo lo hizo. ¡Al arrancar la hoja del cuaderno, Pell había dejado que Randi viera un instante su dibujo invertido! Blackstone también había visto el triángulo, y estaba haciendo todo que podía por aguantarse la risa.
Ya ven lo capacitado que está Pell para poner a prueba a un psíquico. ¿Acaso se convenció de que Randi había hecho un truco de magia? Ni lo sueñen. Su irreductible comentario posterior fue «Creo que es posible que Randi sea un psíquico y no se dé cuenta». Varios parapsicólogos ingenuos han llegado a conclusiones similares acerca de Randi, creyéndose sin duda demasiado listos para que los engañen.
Durante siete años, Pell tuvo entre su personal, con un sueldo declarado de 50.000 dólares al año, a uno de los principales promotores de lo paranormal en este país, Cecil B. Scott Jones. Jones, un hombre atractivo de pelo blanco, fue durante cuarenta años piloto de la Armada y oficial de Inteligencia. Todavía tiene acreditación de seguridad de alto secreto. Durante varios años, dio clases de ciencia política en dos instituciones de Wyoming: el Casper College y la Universidad de Wyoming en Laramie.
Jones dice que cuando era agregado de la Armada en India tuvo una experiencia paranormal tan estremecedora que, según le dijo a un periodista, no podía describirla por miedo a poner en ridículo al gobierno. Añadió que aquel suceso «me permitió cumplir mi misión de información con mucha más rapidez de lo que se habría esperado normalmente». [Ver el artículo de C. Eugene Emery, Jr., «Fear of Ridicule the Main Roadblock: Pell Aide Likens Government to Ostrich When It Comes to Psychic Phenomens» («El miedo al ridículo es el principal obstáculo: Un colaborador de Pell compara al gobierno con un avestruz en lo referente a fenómenos psíquicos»), en el
Providence Sunday Journal
, 17 de julio de 1988].
Después de dejar la Armada y obtener un doctorado en estudios internacionales por la Universidad Americana en 1975, la aparente obsesión de Jones por lo paranormal aumentó sin cesar.
Intentó sin éxito convencer a varias empresas de que comercializaran una técnica de comunicación telepática. Tal como le dijo a Emery, «el asunto fracasó porque las empresas y los potenciales clientes del gobierno tenían miedo al ridículo».
Jones ha creído en los ovnis desde que vio un disco plateado en los cielos cuando era piloto de combate en la guerra de Corea.
Su único libro,
Phoenix in the Labyrinth
, fue editado por su Fundación para el Potencial Humano en 1995. Consta de seis conferencias que pronunció en congresos de ufología entre 1988 y 1994.
Jones dice que está seguro de que la Tierra ha sido visitada durante décadas por extraterrestres. Pero no le gusta llamarlos extraterrestres y prefiere la expresión visitantes. No tiene ni idea de quiénes son, ni de si vienen de regiones lejanas de nuestro universo, de mundos paralelos en dimensiones superiores o del futuro. Dice que está convencido de que la rama ejecutiva de nuestro gobierno, y también los altos funcionarios rusos, poseen información sobre los visitantes y se la ocultan al Congreso y al pueblo.
«Si yo supiera lo que pasa —añade— no estoy seguro de si lo contaría». Durante años ha apremiado al Ejecutivo para que ponga fin a su campaña de secreto, desinformación y ocultación. En un discurso, Jones dijo que si el presidente llegara a revelar lo que sabe, el Congreso pediría su destitución.
«Es posible que el gobierno […] se haya quedado atrapado en una esquina al pintar el suelo —dijo en un discurso en 1988— y que después de cuarenta y tantos años la pintura todavía esté húmeda. […] Por el bien de la nación y del mundo, lo mejor es asumir que si todavía no han tenido lugar encuentros directos con extraterrestres, no deberíamos perder tiempo en anticipar dichos encuentros y hacer preparativos sensatos».
La conferencia más disparatada de Jones, pronunciada en Denver en 1992 en un simposio sobre ovnis, tenía como tema la gran explosión ocurrida el 30 de junio de 1908 en Tunguska (Siberia). Los astrónomos están de acuerdo en que se debió a la caída de un cometa o un meteorito de gran tamaño. Jones no. Él dice que cree que allí se estrelló un ovni de forma cilíndrica.
Muchas páginas de su libro están dedicadas a los esfuerzos de cinco psíquicos empleados por Psi Tech, una empresa comercial que asegura haber perfeccionado sofisticadas técnicas para la visión remota, no sólo de lugares lejanos, sino también de sucesos pasados. Jones publicó los resultados de la investigación de estos psíquicos sobre Tunguska, junto con sus toscos bocetos del aspecto del objeto estrellado. Las imágenes presentan enormes contradicciones. Algunos de los psíquicos vieron el objeto no tripulado y dijeron que tenía «conciencia propia». Otros lo describieron tripulado por humanoides. No obstante, los cinco coincidían en que venía de un mundo muy lejano poblado por seres inteligentes, tal vez de otra dimensión, y que entró en nuestro espacio-tiempo por un agujero. Uno de los psíquicos, que vio el objeto con forma de huevo, dijo que procedía del futuro.
En 1984, Jones invitó a Pell a un seminario organizado por parapsicólogos. Pell, que declara haber creído en los fenómenos psíquicos desde sus tiempos de estudiante, dice que el seminario le convenció de que era imprescindible que en el Senado hubiera alguien en condiciones de persuadir al gobierno de que se tomara en serio los fenómenos psíquicos. En 1985, Pell contrató a Jones como ayudante.
En cierta ocasión, Jones y un psíquico visitaron un acuario de Texas y trataron de comunicarse por telepatía con un delfín. Los resultados no fueron concluyentes. Desde entonces, Jones ha sugerido que se podrían utilizar delfines para localizar los restos de platillos volantes estrellados en el mar. En otra ocasión, Jones patrocinó un intento en el que varios médiums psíquicos trataron de contactar con dirigentes soviéticos fallecidos para exhortarlos a que proyectaran ideas de paz a los líderes soviéticos vivos. En 1986, Jones invitó a su casa a varios oficiales del Pentágono para que escucharan grabaciones de voces de espíritus, uno de los cuales era supuestamente William Randolph Hearst.
Los incansables esfuerzos de Jones para persuadir al gobierno de que subvencione investigaciones paranormales alcanzaron su nivel más ridículo en octubre de 1990. Jones escribió al entonces secretario de Defensa, Richard Cheney, diciéndole que un grupo de parapsicólogos había hecho un descubrimiento verdaderamente asombroso. Al escuchar los discursos sobre la guerra del Golfo Pérsico pronunciados por el presidente George Bush, el secretario de Estado James Baker III y el propio Cheney, y hacer girar las cintas al revés, había aparecido una misteriosa palabra: la palabra «simone».
«Menciono esto —escribió Jones— por si se tratara de una palabra en clave que no conviene que se conozca, por interés nacional». La especulación era que las mentes subconscientes de los oradores habían introducido inadvertidamente la palabra secreta en su discurso invertido. El jefe de Jones, Pell, reconoció que «aunque parezca estrafalario, podría tener algún fundamento», porque respetaba «la actitud responsable de Scott [Jones]». [Ver la crónica de John Diamond, de la
Associated Press
, del 20 de octubre de 1990; el artículo de C. Eugene Emery, Jr., «Pell Aide Hears Code in Backwards Speeches» («Un ayudante de Pell oye un código en discursos pasados al revés»), en
Skeptical Inquirer
, verano de 1991; y un reportaje aparecido en Harper's Magaúne en enero de 1991, p. 25.] Resultó que la fuente de información de Jones era David Oates, un australiano apasionado de la electrónica que por entonces vivía en Dallas. En 1987, Oates había coescrito en Australia un libro sobre la terapia del discurso invertido, que vaya usted a saber qué es. Oates le dijo a Emery que al pasar al revés los discursos sobre la guerra del Golfo pronunciados por los tres líderes políticos había oído la palabra «simone» cinco veces. Jones consideró que la repetición de la palabra «simone» era lo bastante importante como para advertir a Cheney sobre la posibilidad de estar revelando sin querer un código de alto secreto.
Emery escribió lo siguiente: