—Digamos que mi preocupación residía en… ¡si llegaríamos vivos!
—¡Ja, ja! ¿No te ha gustado el trayecto? Y con tu moto… ¿No te he transmitido emoción y tranquilidad al mismo tiempo? Aceleraba, cogía una curva muy cerrada… Cuando pasaba entre dos coches y te notaba apretar mi chaqueta soltaba el gas, frenaba un poquito y sentía que abandonabas la presa. Ha sido precioso conducir así. Tú y tus emociones. Era como si estuvieras pendiente de un hilo, el del gas.
Camino en silencio mientras nos dirigimos a la taquilla.
—Oye, Step, ¿la has entendido o no?
—¿El qué?
—La historia del hilo del gas.
—Bueno, tampoco hace falta tanto rollo, ¿no?
—¡Y yo qué sé! Te has quedado callado, como si hubieras perdido el control de la situación. ¡Vamos, compra las entradas, que yo voy a por palomitas!
—Sí, pero ¿para qué sala?
—¡Y yo qué sé!
—¿Qué tipo de película te apetece ver? ¿Una comedia, una romántica, una de terror…?
—Elige tú… Yo te he traído hasta aquí, y ¿encima tengo que elegir también la película? ¡Esto es demasiado! Podrás hacer algo tú, ¿no? Sólo ten en cuenta que la película de terror me parece que ya la has visto.
—Creo que te equivocas, Gin, no la he visto.
Miro el cartel y la encuentro:
La verdad oculta
. No, no la he visto. Además, ¿ella cómo sabe qué he visto y qué no?
—¿Cómo que no? Si incluso has hecho de protagonista:
¡Sobre el asfalto detrás de Gin!
, una película terrorífica. Uuuh… Aún estás temblando, te veo. Mejor una romántica, venga…, ¡que si te caes, te caes bien y no te hace daño!
Delante de mí dos chicas se ríen. Gin se aleja sacudiendo la cabeza.
—De locos…
Me meto las manos en los bolsillos. Las chicas de delante me miran aún un rato y sonríen otra vez. Después, por suerte, una de las dos empieza una conversación que las lleva a otro sitio. Por primera vez entiendo qué significa sentirse como un «hombre objeto». Y además convertido en hombre objeto por una chica, por Gin, la Gin que ha conducido mi moto, que la ha llevado bien, tranquila, segura, veloz, que sabía el camino, que ha llegado hasta aquí… A lo largo de todo el trayecto, de noche, con falda, con el tráfico rodando de prisa. Gin…, la primera chica que ha conducido mi moto. ¡Y la primera que me ha convertido en objeto! Me dan ganas de reírme. Ya me toca. Me pongo serio y compro las entradas, sin dudas sobre la elección.
Gin está frente a la entrada de la sala con dos grandes recipientes de palomitas entre los brazos y una Coca-Cola con dos cañas dentro.
—O sea, que lo has conseguido…
Cojo la Coca-Cola, doy un sorbo y me adelanto.
—Venga, vamos.
Gin sacude la cabeza y me sigue, intentando que no se le caigan las palomitas.
—¿Se puede saber qué película has elegido?
—¿Por qué? Te reirás de todos modos.
—¿Yo? Eso no es cierto. Yo me adapto a todo, no soy una tocapelotas. Además, no he visto ninguna de ésas. La comedia, la romántica e incluso la de terror, todas me servían.
—Pues eso…, las he elegido todas.
Saco seis entradas del bolsillo.
—Primero la de terror, después la comedia para que te recuperes y luego la romántica, para que así a lo mejor me recupere yo.
—¿Con la romántica?… ¿De qué?
—Te recupere a ti, en sentido físico, quiero decir. Me explico: quedamos, tú conduces mi moto, vamos a ver tres películas en vez de una; entre la segunda y la tercera hay un intervalo de veinte minutos y quizá podamos tomar algo… ¿Y yo qué gano con todo esto? ¿Nada? No es justo, así que al final espero que mi recompensa sea «una cosa», es decir, «esa cosa», ¿no?
—¿Una sola cosa? Tú vales mucho más. ¡Toma, te las mereces todas!
Gin me lanza el recipiente de las palomitas. Yo lo cojo como puedo, teniendo en cuenta que tengo en la mano la Coca-Cola. El resultado no es el mejor. Me quedo con algunas palomitas pegadas al pullóver, una incluso en el hombro, y muchas, demasiadas, a mis pies. Gin se aleja encogiéndose de hombros.
—¡No te preocupes, invita la casa!
Precisamente en ese momento pasan las dos chicas que estaban delante de mí en la cola y se echan a reír otra vez. Me sacudo alguna que otra palomita de encima y después sonrío yo también.
—Tenéis que entenderla, ¡no lo quiere admitir, pero está enamorada!
Asiento. Bueno, me parece que han dado por buena mi explicación… Y un poco más satisfecho, entro en la primera sala. Está a oscuras.
—Gin…, Gin, ¿dónde estás?
La llamo en voz baja, pero de todos modos siempre hay algún quisquilloso.
—Sh.
—Pero si ni siquiera han empezado los títulos de cabecera… ¡¿Qué pasa?! —levanto la voz—. ¡Gin, hazme una señal!
De la derecha me llega una palomita que me da en la mejilla.
—Estoy aquí…
Me siento a su lado y en seguida me ofrece su recipiente.
—Si ya te has comido todas las palomitas, coge las mías. Soy generosa, ya lo sabes.
—¡Sí, más que ofrecerlas, las tiras directamente!
Meto una mano entre sus palomitas y cojo unas cuantas antes de que acaben igual que las demás.
—Step, dime una cosa: ¿esta idea de ver tres películas la has copiado de Antonello Venditti?
—¿Antonello Venditti? ¿Qué dices? ¿Y ése quién es?
—¡Un cantautor! Ya sabes, esa canción que habla también de Milan Kundera, que habla del colegio, de Julio César…
—No la he oído nunca.
—¿No?
—¡No, nunca!
—Pero ¿en qué mundo vives? No prestas atención a las palabras…
—No, no presto atención a un cantautor romano…
Delante de nosotros, un tipo se vuelve decidido.
—En cambio, nosotros sí prestamos atención a vuestras palabras, sólo que nos gustaría oír qué dicen en la película. ¿O es que, en vuestra opinión, ahora también salen los títulos?
Preciso, pedante y vengativo. Ha esperado a que habláramos precisamente para soltar su broma sobre los títulos. Podría haber vuelto a hacer simplemente «sh». Nos habríamos callado y punto. Pero se ha pasado, y mucho. Hago ademán de levantarme.
—Perdona, pero…
No me da tiempo a acabar la frase cuando Gin me tira de la chaqueta y hace que vuelva a caer sobre el asiento.
—Step…, hazme algunos mimos, anda.
Me atrae hacia sí sonriendo y yo no me hago de rogar.
Después de la primera película,
La verdad oculta
, vamos a tomar una cerveza al pub del Warner antes de que empiece la comedia.
—Dime la verdad, Gin…, ¿has tenido miedo?
—¿Yo? No conozco esa palabra.
—¿Entonces por qué te apretabas tanto contra mí y después, cuando no daba miedo, apartabas la mano?
—Tenía miedo.
—Ah, ¿has visto? Te lo he dicho…
—Tenía miedo de que el de detrás nos denunciara…, por pelearnos o, peor aún, por actos obscenos en un lugar público.
—Mejor la segunda opción.
—Pues claro, así hubiera salido mejor parada yo también.
—No, no lo digo por eso. Es que colecciono denuncias, ¡y la de actos obscenos me falta!
—Bueno, si es por eso, conmigo no acabarás nunca la colección.
—¿Estás segura? Aún faltan dos películas.
Hace un movimiento veloz. Le inmovilizo la cerveza antes de que me la eche por encima.
—Tranquilo. Sólo iba a acabármela porque está a punto de empezar la otra película. Si pierdes tiempo, ¿qué harás con tu colección?
Sonríe y se acaba la cerveza de un trago. Después se levanta secándose adrede la boca con la manga de la chaqueta.
—Vamos…, ¿no te apetece?
Ofendida, entra en la sala.
Scary movie
. Primero una de terror; ahora una comedia sobre las películas de terror. ¿Quién sabe qué le parece mi elección? Pero no se lo pregunto, demasiadas preguntas. Gin se mueve en la silla. De vez en cuando se ríe durante alguna escena algo delirante. Bueno, el hecho de que se ría ya anima. ¿Se ríe de mí? Demasiadas preguntas, Step. ¿Qué te pasa? ¿A qué viene tanta inseguridad?
Gin se levanta.
—Oye, voy al baño.
—De acuerdo.
—¿Has entendido?
—Sí, me has dicho que vas al baño.
Gin sacude la cabeza y sonríe saliendo de la fila, agachándose para no molestar a los de detrás. ¿O para no llamar demasiado la atención? Me vuelvo. Detrás está vacío, no hay nadie. Vuelvo a mirar la película. Un tipo con una máscara corre tropezando por todos lados. Pero no me da risa. Quizá porque estoy pensando en Gin. Y en el baño. O quizá porque no da risa. De todos modos, yo también tengo que ir al baño. Bueno, «tengo» es algo exagerado. Me apetece, es mejor, cuando menos para saber si lo he entendido o no.
En todo caso, si Gin me dice «Pero ¿qué has entendido?», le diré: «¿Qué has entendido tú? Simplemente tenía que ir al baño. ¿Qué pasa? ¿Es que yo no puedo mear?» Hum…, no se lo creerá nunca. Cruzo la fila sin hacer demasiado ruido. Las risas de alguien de más adelante tapan el hecho de que he chocado con una butaca medio bajada. Me froto el músculo anterior del muslo y me meto en el baño. No la veo. ¿Se habrá encerrado en el baño en serio?
—Eh, menos mal.
Asoma de repente por detrás de la pesada cortina granate.
—Por un momento he pensado que no lo habías pillado. —Se ríe. No le digo que por un momento realmente no lo había pillado—. ¡Me has asustado!
Gin se me acerca y me besa. Está caliente, suave, guapa, perfumada, deseable…, ¡y lista para acabar la colección!
—¿Qué, no dices nada?
—Sí. ¿Qué hacemos, nos encerramos en el baño?
Ella sonríe.
—No, nos quedamos aquí.
Apoya las manos atrás, se da impulso con los antebrazos y se aúpa hasta el lavabo, sentándose encima. Después estira las piernas y me rodea con ellas. Cuando estoy a punto de besarla veo sobresalir sus bragas del bolsillo de su chaqueta. Se las ha quitado ya y eso me excita aún más. Una carcajada de la sala llega imprevista mientras me desabrocho los pantalones. También esto me excita aún más. Despues estoy dentro de ella. Ella. Todo. Nos reímos juntos mientras la penetro. Después ella, de repente, gime y suspira mientras al otro lado estallan en una nueva carcajada. Apoyo las manos en sus nalgas, casi me agarro a ella, y empujo hacia adentro para que sea aún más mía. Del otro lado se ríen otra vez. Ella también. Es más, no, no se ríe, sonríe. Y después suspira. Apoya la cabeza en mi cuello y me muerde con suavidad.
—Venga, Step, sigue, no te pares…
Yo sigo lentamente y ella se mueve sobre la pila. Veo sus piernas. La falda cae hacia un lado. Su piel sobre la porcelana blanca y fría del lavabo. Gin se estremece. Mueve las manos hacia atrás y apoya la cabeza en el espejo. Yo le levanto los muslos y entro aún más. Suspira cada vez más fuerte. Suspira mientras noto que está a punto de correrse. Después, una gran carcajada llega procedente de la sala. El ruido de la puerta de al lado. Cierro los ojos, consigo a duras penas salir y me corro también yo. Pero Gin pierde el equilibrio y está a punto de caer de lado al suelo. Para no caerse se agarra a un grifo y lo abre, mojándose toda la falda por detrás.
—¡Ah, está helada!
Nos reímos. Cierro al vuelo el grifo. Inmediatamente después me abrocho los pantalones y me adecento lo mejor que puedo. Gin se mira al espejo. Por detrás tiene la falda completamente mojada. Cruzo mi mirada con la suya.
—¿Te ha gustado, eh?
Una carcajada llega de la sala en el momento oportuno.
—¡Qué gracioso!
—Bueno, a ellos les ha hecho reír.
La pesada cortina granate se mueve y después, ¡plop!, como sacada de la chistera de un prestidigitador algo torpe, aparece una señora.
—Oh, no podía salir; esta cortina pesa demasiado… El baño es aquí, ¿verdad?
—Sí, el de señoras es la puerta de la derecha.
Le dice Gin sin cruzar demasiado rato su mirada. Después ella también desaparece tras la cortina.
—¡Gracias! —responde la señora, y pasa frente a mí sin darse cuenta. Yo, que sí me he dado cuenta, me agacho al vuelo y sigo a Gin en dirección a la sala.
—Eh, has perdido esto.
Me las quita de la mano al vuelo.
—Dámelas en seguida.
Sentada en su sitio, Gin se pone las braguitas empujando hacia atrás en la butaca con los hombros.
—¡Madre mía, qué vergüenza si llega a encontrarlas esa señora!
—¡Sí, ¿y si hubiera conseguido abrir antes la cortina?! ¿Sabes qué habría ocurrido entonces?
—¡Sí, que hubieras completado tu colección!
Y también esta vez la sala se ríe.
Algo más tarde, tras la segunda película. En un restaurante del Warner estilo californiano o algo parecido. Pechuga de pollo a la plancha con parmesano y espinacas frescas. Una ensalada césar para compartir.
—¡Eh, que esa hoja era mía!
Gin me da un golpe con el tenedor.
—¿Y cómo iba a saberlo, eh?
—¿Y ésta?
Pincho una al vuelo precisamente de su lado.
—Ésa también.
Pero no le da tiempo a detenerme cuando ya me la he metido en la boca. Me río masticándola con la boca abierta como un extraño perro herbívoro pero divertidamente voraz.
—¡Qué asco…!
—¡Buh! —respondo a su acusación dando un salto hacia delante para asustarla. Y precisamente en ese momento…
—Veo que lo pasáis muy bien juntos… ¡Así deberían ser todas las parejas! El amor no es bonito si no es peleón…
Nos quedamos con la boca abierta. O mejor dicho, yo la cierro casi en seguida, ya que la tengo llena de espinacas. No tengo demasiada confianza con esa señora; es más, para ser sincero, no tengo ninguna. Sólo la he visto una vez, y… en el baño. Es la misma de antes, la que ha estado a punto de descubrirnos… en erótica actitud. Gin la reconoce y baja la mirada sonrojándose. Qué ridicula. Ha sido ella quien lo ha querido y ahora se avergüenza.
—Perdonad que os moleste, pero ¿sabéis dónde hay un baño por aquí?
Gin parece haber encontrado en el plato una espinaca interesante pero la abandona inmediatamente y señala con el tenedor al fondo de la sala. Yo hago lo mismo pero sin tenedor.
—¡Por allí! —decimos a la vez, y después, justo después, nos echamos a reír.
—¿Por qué os reís?, ¿tenéis que ir vosotros también?
Miro a Gin irónico.
—¿Tenemos que ir también nosotros?
Ella niega con la cabeza, hace una extraña mueca y consigue no sonrojarse.