Capuchino y
croissant
, lo más tranquilo que hay en Vanni.
—¡Step! No me lo puedo creer.
Pallina corre a mi encuentro. No me da tiempo a volverme cuando casi me lo tira todo encima. Me abraza. Algunos nos miran. Cruzo la mirada con la de una señora reflejada en el espejo que hay frente a mí. Come un
croissant
y suspira. Ojos ligeramente brillantes. Fan nostálgica de «¡Caramba, qué sorpresa!» y de otros programas de televisión parecidos. ¿O tal vez está impresionada por el capuchino demasiado caliente? Bah.
—Pallina, cálmate. —Sonrío abrazándola—. Sólo falta que nos propongan participar en algún
reality show
.
Ella se aparta y me mira. Tiene el brazo en mi cintura y ladea ligeramente la cabeza.
—¿
Reality show
?, ¿de qué hablas? ¡Step, estás muy cambiado! Mi padre diría que has entrado en el embudo.
—¿Qué quieres decir? ¿En qué embudo?
—Mírate… —Me hace dar una vuelta sobre mí mismo y vuelve a detenerme delante de ella con una carcajada—. Vas vestido casi a la moda.
—Sí, aunque…
—Bueno, sea como sea, has abandonado la cazadora hortera de delincuente chuloputas.
—Pero por qué… —Me miro el chaquetón azul marino que llevo sobre un par de vaqueros y un jersey de cuello alto. ¿Qué pasa, que así no estoy bien?
—No, no me lo puedo creer. ¡Step busca aprobación! ¡Ay, qué mal estamos…!
—Uno cambia. Uno se transforma, nos volvemos más flexibles, escuchamos…
—Entonces estamos realmente mal. ¡Has entrado totalmente en el embudo!
—¿Otra vez? Pero ¿qué quiere decir eso del embudo?
—Mi padre compara la vida social con un embudo. Al principio nos movemos libremente por la parte ancha, sin pensar, sin demasiadas obligaciones, sin tener que reflexionar. Pero después, cuando nos adentramos en el embudo, entramos en la parte más estrecha y entonces hay que seguir hacia adelante, las paredes se estrechan, no se puede volver atrás, no se puede andar, los demás te empujan, ¡hay que ir en fila, en orden!
—Madre mía, ¡qué pesadilla! ¿Y todo eso porque he cambiado de chaqueta? ¿Qué pasaría entonces si me vieras mañana?
—¿Por qué?
—Tenemos programa en directo y tengo que vestirme de ordenanza: ¡americana y corbata!
—No, no me lo puedo creer. Iré mañana. ¿Cómo iba a perdérmelo? ¡Step con americana y corbata! ¡Increíble! ¡Ni que vinieran a hacer un concierto a mi casa Boy George y George Michael y decidieran acostarse conmigo!
—Si tú lo dices, Pallina. ¿Puedes explicarme la comparación? Dos célebres gays del mundo de la música, ¿qué relación tienen con que yo me ponga americana y corbata? Si hubieras dicho algo como «meterse» en camisa de once varas…
—Pues no lo sé. Es verdad. Como comparación es extraña, tendré que pensarlo. Pero en ese sentido, por lo que a ti respecta… no ha cambiado nada, ¿verdad? Porque dicen que en televisión, después del mundo de la moda, es donde está el porcentaje más alto de…
Por un instante pienso en el encuentro que tuvimos en la terraza la otra noche. Pero es sólo un instante. Me río. Y pasó. Me río de verdad.
—No, no, estate tranquila. ¡Y tranquiliza sobre todo a tus amigas!
—¡Presuntuoso!
Me da un ligero empujón. Quién sabe si también ella ha pensado en la otra noche.
—Por cierto, ¿tú qué haces en ese programa?
—Lo que he estudiado en Estados Unidos. Logos, diseño por ordenador, emitir los títulos de cabecera, subtítulos con los resultados o el dinero que se puede ganar. Ya sabes, los textos que ves debajo de la cara de los presentadores… Yo me ocupo de eso.
—¡Caray, televisión! O sea, bailarinas, azafatas, tías buenas de todo tipo y mujeres que se entregan a cambio de trabajo. Y cuando cambies de idea, me imagino que eso es un paraíso de consumaciones…
—Bueno, no. Digamos que ése es el lado más agradable del trabajo.
Precisamente en ese momento pasa por nuestro lado una de las bailarinas. Una…, la que está más buena.
—Hola, Stefano.
—Hola.
—Nos vemos dentro.
—Claro.
Se marcha sonriendo, guapa y segura, con paso decidido, tranquilo, consciente de las atenciones más o menos delicadas, de los pensamientos, los más distintos, que acompañan su alejarse de espaldas.
—Ya lo has entendido todo, ¿no?
Pallina está en una forma excelente, no se le escapa una.
—Y además…, ¿Stefano? Es la primera vez que oigo que te llaman así. Dios mío, si hasta vas de incógnito.
—Step es demasiado íntimo, ¿sabes?
Precisamente en ese momento oigo que me llaman.
—¡Step!
Me vuelvo. Es Gin. Avanza sonriente y espléndida, guapa en su transparencia salvaje. Pallina levanta una ceja.
—Sí, es verdad. ¡Step es demasiado íntimo!
Gin llega y me besa de prisa en los labios. Después se hace a un lado como diciendo: estoy lista para conocer a tu amiga… Porque es una amiga, ¿verdad? Mujeres…
—Ah, sí, perdona, te presento a mi amiga Pallina. Pallina, ésta es Ginevra.
—Hola. —Gin le da en seguida la mano—. Si quieres llámame Gin.
—Pues yo soy siempre Pallina para los amigos y los no amigos.
Se escrutan por un instante de arriba abajo, veloces. Después, no se sabe cómo ni por qué, pero por suerte, deciden caerse bien. Se echan a reír.
—Step —dice Gin—, yo me marcho. No llegues tarde, que te buscaban dentro.
—De acuerdo, gracias, voy en seguida.
—Adiós, Pallina —la saluda sonriente y se aleja—. Encantada de haberte conocido.
Nos quedamos un momento en silencio mirando cómo se marcha. Después Pallina, curiosa, pregunta:
—¿Es actriz?
—No, tiene un papel muy sencillo, hace de azafata.
—¿Es decir…?
—Lleva los sobres.
—Lástima, es un talento desperdiciado.
—¿A qué te refieres?
Pallina pone voz de falsete:
—«Encantada de haberte conocido…»
—A lo mejor a Gin le has caído bien de verdad.
—¡¿Ves?, sería una actriz perfecta! Te ha engañado incluso a ti.
—Eres demasiado recelosa.
—Vosotros, los hombres, sois muy poco recelosos. Ya verás como tengo razón. ¿Cuándo volverás a verla?
—Dentro de poco.
—Pues entonces, o se quedará callada y pondrá mala cara o te bombardeará a preguntas: «¿Quién era esa Pallina? ¿Qué hace? ¿Desde cuándo la conoces?» Y preocúpate sobre todo si te pregunta: «¿Tuviste una historia con ella?»
—¿Por qué?
—Porque entonces no sólo es curiosa…, sino que está enamorada.
Y Pallina se aleja así, como ella hace, como siempre ha hecho, brincando.
Se reúne con una amiga suya que no conozco y desaparece. Y a mí me deja, una vez más, simplemente preocupado.
Poco después estoy dentro del Teatro delle Vittorie. Saludo a Tony, el guardia jurado de la entrada, y miro a mi alrededor buscándola.
—Toma —le arrojo el paquete. Tony lo coge al vuelo como el mejor
quarterback
de un equipo americano. Todo bien si no fuera por el físico y que, por lo general, son de color.
—Oh, gracias, Step. Te has acordado.
Mira contento su paquete de MS.
—¿Cuánto te debo?
—No importa. Si se me acaban los míos, me ofreces alguno.
Falsos los dos. Yo no fumaría nunca un MS ni siquiera si me acabo el mío. ¿Y te parece que él no sabe lo que vale un paquete si, por lo que veo, se fuma casi dos al día? Bueno, de todos modos me apetece invitarle. En el fondo me cae simpático. Miro a mi alrededor. Quizá esté en la máquina de Coca-Cola o en la del café. No me da tiempo a comprobarlo.
—Si buscas a Gin, ha ido a cambiarse.
Tony sonríe guiñándome el ojo. Oh, no hay nada que hacer, a nadie se le escapa nada. Claro que a un guardia de seguridad…, sería un contrasentido.
—Gracias.
Es inútil decir: «No, en realidad estaba buscando a Marcantonio.»
No haría más que empeorar la cosa.
—Hola, Step, te he visto en Vanni hablando con una morena bajita.
Es Simona, una de las azafatas del programa.
—Era Pallina, una amiga mía.
—Sí, sí, claro…, ¡cómo no! Mira que se lo digo a Gin.
Ya ves… Simona se aleja. Y precisamente en ese momento llega Marcantonio.
—Oye, precisamente te estaba buscando, ven a nuestro sitio, que los autores quieren hablar con nosotros.
—Está bien, voy dentro de cinco minutos.
—Dos.
—Tres.
—De acuerdo, ¡pero ni uno más!
Marcantonio lanza al vuelo el cigarrillo justo delante de sus pasos, lo apaga en cuanto toca el suelo y desaparece por uno de los pasillos. No me da ni tiempo a doblar la esquina cuando choco con alguien. Pum, como una furia. Casi se cae hacia atrás, pero la cojo en seguida.
—¡Gin!… Pero ¿adónde vas?
—Nada, corro para hacer un poco de ejercicio. No he podido ir al gimnasio. Es más, para ser sincera… —Se acerca y me susurra al oído, después de haber mirado alrededor para comprobar que no hay nadie—. Hoy me han echado del Urbani.
—¡No!
—Sí. Ha venido un tipo con una hoja y me ha dicho: «Usted ya vino a hacer clases de prueba en febrero y en junio, ¿no?»
—¡No!
—¡Pues sí! ¿Qué pasa, es que tengo que jurártelo?
—No, ¿qué tiene eso que ver? Es que no puedes…
—¿Por qué?
—Porque tú no pasas inadvertida…
—¡Hum, qué simpático! Yo creo que lo has estropeado todo tú.
—¿Yo? Pero ¿por qué? ¡Tú estás loca!
—No, el loco eres tú, que me contestas.
—Eh, oye…
Ahora empezará con las preguntas. Lo sabía, Pallina tiene razón. Pallina siempre tiene razón.
—¿Has visto a Marcantonio? ¡Te buscaba, ha dicho que tenéis una reunión importante!
—Sí, gracias, lo he visto antes.
La miro y sonrío. Gin hace ademán de marcharse y la detengo.
—¿No tienes que decirme nada más?
—No, ¿por qué? Ah, sí… —Lo sabía. Pallina no puede no tener razón. Gin me mira de reojo como dándose por aludida. Ahora, lo sabía…—. Esta noche viene mi tío a cenar, así que, por desgracia, luego no podremos hacer nuestro «ensayo general»
—¡Ah!
Me quedo decepcionado. No tanto por el ensayo como por su falta de interés.
—¿Qué pasa? —me mira con curiosidad.
—No, nada…
—Step, acuérdate de los ojos…
—¿Qué?
—No tienes que mentir, y estás mintiendo.
—No, es decir, sí. Es que me preguntaba…
—Sí, lo sé… «Pero, cómo puede ser que Gin no me pregunte: "¿Quién era ésa? ¿De qué la conoces?…"» ¿Qué pasa? Tuviste una historia con ella, ¿verdad?
—Sí…, exacto.
—Bueno. Primero, sea quien sea, ¿qué importa? ¿Quieres estar conmigo? Pues eso es lo importante. Segundo, podrías decírmelo…, o no decírmelo, sea la historia que sea. Así que ¿por qué correr el riesgo con tus ojos? Una cosa es segura: tú le gustas.
—¿Yo? Pero si es la novia de un amigo.
Me sale casi natural usar el presente para mi amigo Pollo, y eso me hace sentirme mejor.
—¡Tú le gustas, Step, fíate de mí! Quizá hasta te ha tirado los tejos. Recuerda, una mujer ve a otra. Fíate de mí, Step. A mí, y a veces a pesar de mí, no se me escapa nada.
Se aleja así, intentando compensar con una carrera veloz su falta de gimnasio. Es verdad, Gin, a ti no se te escapa nada. Bueno, vayamos a esa reunión de autores. Ah, y otra cosa: Pallina no siempre tiene razón.
Entro en la sala apenas a tiempo para ver la escena. Renzo Micheli,
el Serpiente
, está de pie delante de Marcantonio. Tiene unos folios en la mano y los agita en perfecta sintonía con su voz. Agitada. Sesto y Toscani, el Gato & el Gato, están allí detrás, encogidos, riéndose en silencio y lanzándose de vez en cuando miradas divertidas por no se sabe qué.
—¿Entiendes? No vuelvas a cagarla. No puedes permitirte equivocarte. No puedes permitírtelo. Si te digo una cosa, haz caso. Los resultados se dan en orden de izquierda a derecha, no en columnas.
—Pero es que como no habíamos hablado con Romani de cómo hacer que se vieran, he pensado…
Micheli,
el Serpiente
, lo interrumpe de inmediato:
—Ése es el error. ¡He pensado! Sabía que te habías pasado de la raya, pero no entendía dónde. Tú debes obedecer y punto. ¡No te atrevas a pensar! —Y diciendo esto, Micheli,
el Serpiente
, le tira los folios aún calientes de la impresora a la cara—. ¡Toma, rehazlos y déjamelos ver entonces!
Marcantonio consigue parar los primeros folios, pero los demás le llegan a la cara y, como una violenta lluvia de papel, se abren en abanico. Toscani, con su habitual palillo en la boca, finge un extraño asombro divertido.
—Oh.
Después, no satisfecho con eso, lame el palillo como si fuera un Chupa-Chups. Sesto, apoyado en una mesa cercana, se levanta curioso por ver cómo reaccionará Marcantonio. Pero nada, no pasa nada. Micheli espera aún un momento. Después:
—Anda, vamos…
Parece casi disgustado por no obtener respuesta a su provocación. Esos simples folios de papel, como guantes de seda de un espadachín que pertenece al pasado, no han obtenido respuesta en su abofetear. Marcantonio recoge algunas hojas esparcidas sobre la mesa. Renzo Micheli, seguido por el Gato & el Gato, está a punto de salir de la habitación cuando me encuentra a mí en medio. Es un instante, un titubeo. Me mira levantando una ceja y aprieta un poco los ojos, como diciendo: ¿por casualidad quieres contestar tú? Pero es sólo un instante. Me hago a un lado dejándolos pasar. Esos extraños padrinos de un duelo que ha salido mal salen divertidos de la habitación. Inmediatamente después me inclino para recoger las hojas esparcidas alrededor, para romper ese molesto silencio, para echar una mano, allí donde puedo, a Marcantonio. Habría sido absurdo decidir en su lugar reaccionar ante ese inútil desafío. Y es Marcantonio el que me ayuda a salir.
—Y así es, querido Step, como hoy has aprendido otra lección. A veces, en el trabajo, tu fuerza y tus razones deben dejarse de lado cuando chocas con el poder… Pelearse con Micheli sería como borrarse del mapa, tirar al río una hipoteca para el futuro. Él será el sustituto de Romani.
Sus palabras empiezan a enturbiarse.
—Y yo, ¿sabes?, acabo de comprar un piso, tengo una hipoteca y… ya no soy el noble de otros tiempos… En resumen, entonces era distinto.