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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Tarzán el terrible (27 page)

BOOK: Tarzán el terrible
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Jane conocía las hierbas que daban las fibras más largas y duras, las buscó y se las llevó a su árbol con lo que sería el mango de la lanza. Trepó a su horcadura y se puso a trabajar, tarareando suavemente una cancioncilla. Se dio cuenta de ello y sonrió: era la primera vez en todos aquellos amargos meses que brotaba de sus labios una canción o una sonrisa.

—Me siento —suspiró— casi como si John estuviera cerca de mí; mi John… ¡mi Tarzán!

Cortó el mango de la lanza a la longitud adecuada y arrancó los tallos, ramitas y corteza, rascando los nudos hasta que la superficie fue lista y recta. Luego partió un extremo e insertó una punta de lanza, dando forma a la madera hasta que encajó a la perfección. Hecho esto, dejó el mango a un lado y se puso a partir los tallos de hierba gruesos y a golpearlos y retorcerlos hasta que consiguió separar y limpiar parcialmente las fibras. Se las llevó al arroyo, las lavó y las ató fuertemente alrededor del extremo hendido del mango de la lanza (en el que había hecho unas muescas para acogerlas), y añadió la cabeza de la lanza, en la que también había hecho unas pequeñas muescas con un trozo de piedra. Era una lanza tosca, pero lo mejor que pudo conseguir en tan poco tiempo. Se prometió a sí misma que más adelante tendría muchas, otras muchas, y que serían lanzas de las que incluso el mejor de los lanceros waziri pudiera estar orgulloso.

Lady Greystoke, se deslizó en silencio por la popa de la canoa.

CAPÍTULO XVIII

EL FOSO DEL LEÓN DE TU-LUR

A
UNQUE Tarzán registró las afueras de la ciudad hasta casi el amanecer, no descubrió en sitio alguno el rastro de su compañera. La brisa que venía de las montañas llevaba a su olfato una diversidad de olores, pero ninguno entre ellos sugería lo más mínimo a la que él buscaba. La deducción natural era, por tanto, que se la habían llevado en alguna otra dirección. En su búsqueda había cruzado muchas veces las huellas frescas de muchos hombres que iban hacia el lago y sacó la conclusión de que debían de pertenecer a los secuestradores de Jane Clayton. Sólo para reducir al mínimo las probabilidades de error por el proceso de eliminación había reconocido atentamente todas las vías que iban de A-lur hacia el sudoeste, donde se encontraba la ciudad de Mo-sar, Tu-lur, y ahora siguió el rastro hasta las orillas de Jad-ben-lul donde el grupo había embarcado en las tranquilas aguas en sus resistentes canoas.

Encontró otras muchas embarcaciones amarradas en la costa y cogió una de ellas con el fin de iniciar la persecución. Era de día cuando atravesó el lago situado bajo el Jad-ben-lul y remando con fuerza pasó por delante del árbol en que su compañera perdida dormía.

Si el suave viento que acariciaba el lago hubiera soplado de una dirección del sur el gigantesco hombre-mono y Jane Clayton se habrían reunido, pero un malvado destino había decidido otra cosa y la oportunidad pasó de largo con la canoa que después sus fuertes golpes de remo alejaron de la vista en un extremo más bajo del lago.

Siguiendo el sinuoso río que recorría una considerable distancia hacia el norte, antes de girar para desembocar en el Jad-in-lul, al hombre-mono se le pasó por alto un atajo por tierra que le habría ahorrado horas de remo.

En el extremo superior de este atajo fue donde Mo-sar y sus guerreros habían desembarcado y el jefe descubrió la ausencia de su cautiva. Como Mo-sar había estado dormido desde poco después de partir de A-lur, y como ninguno de los guerreros recordaba cuándo la había visto por última vez, era imposible conjeturar con un mínimo de exactitud el lugar donde había escapado. La opinión mayoritaria era, sin embargo, que había sido en el río estrecho que conectaba el Jad-ben-lul con el lago que le seguía, que se llama Jad-bal-lul, que traducido libremente significa «el lago de oro». Mo-sar se puso muy nervioso y, como la culpa era sólo suya, buscó con gran diligencia alguien a quien echársela.

Habría regresado en busca de ella de no temer encontrarse con una compañía de persecución enviada por Ja-don o por el sumo sacerdote, los cuales sabía que tenían motivos de queja contra él. Tampoco emplearía una barca llena de guerreros de su propia protección para regresar en busca de la fugitiva, sino que se apresuró a avanzar con el mínimo retraso posible por el atajo y en las aguas del Jad-in-lul.

El sol de la mañana empezaba a rozar las blancas cúpulas de Tu-lur cuando los remeros de Mo-sar acercaron sus canoas a la costa de la ciudad. A salvo una vez más tras sus muros y protegido por sus muchos guerreros, el valor del jefe volvió a él, lo suficiente al menos para permitirle enviar tres canoas en busca de Jane Clayton y también para ir hasta A-lur para enterarse de qué era lo que había retrasado a Bu-lot, cuya ausencia en el momento de la huida de la ciudad del norte en modo alguno había retrasado la partida de Mo-sar, pues su propia seguridad era mucho más importante que la de su hijo.

Cuando las tres canoas llegaron al atajo, al regresar de su viaje, los guerreros que las sacaban a rastras del agua se vieron de pronto sorprendidos por la aparición de dos sacerdotes que llevaban una canoa ligera en la dirección del Jad-in-lul. Al principio creyeron que se trataba de la guardia avanzada de una fuerza mayor de los seguidores de Lu-don, aunque esta teoría no podía ser correcta pues sabían que los sacerdotes nunca aceptaban los riesgos o peligros de la vocación de un guerrero, ni peleaban hasta que eran acorralados y se veían obligados a hacerlo. En secreto, los guerreros de Palul-don despreciaban a los sacerdotes y por tanto en lugar de hacer frente a la ofensiva de inmediato, como habría hecho si los dos hombres hubiesen sido guerreros de A-lur en lugar de sacerdotes, esperaron para interrogarles.

Al ver a los guerreros, los sacerdotes hicieron la señal de la paz, y al ser preguntados si iban solos respondieron afirmativamente.

El cabecilla de los guerreros de Mo-sar les permitió acercarse.

—¿Qué hacéis aquí —preguntó—, en la región de Mo-sar, tan lejos de vuestra ciudad?

—Traemos un mensaje de Lu-don, el sumo sacerdote, para Mo-sar —explicó uno.

—¿Es un mensaje de paz o de guerra? —preguntó el guerrero.

—Es un ofrecimiento de paz —respondió el sacerdote.

—¿Y Lu-don no envía guerreros detrás de vosotros? —preguntó el luchador.

—Estamos solos —le aseguró el sacerdote—. Nadie en A-lur salvo Lu-don sabe que hemos venido con este recado.

—Entonces marchaos —dijo el guerrero.

—¿Quién es? —preguntó uno de los sacerdotes de pronto, señalando hacia el extremo superior del lago, en el punto donde el río procedente del Jad-bal-lul penetraba en él.

Todos los ojos se volvieron en la dirección que indicaba y vieron a un guerrero solitario remando rápidamente en el Jad-in-lul, con la proa de su canoa apuntando hacia Tu-lur. Los guerreros y los sacerdotes se ocultaron entre los arbustos a ambos lados del camino.

—Es el hombre terrible que se hace llamar el Dor-ul-Otho —susurró uno de los sacerdotes—. Reconocería esa figura entre una gran multitud.

—Tienes razón, sacerdote —exclamó uno de los guerreros que había visto a Tarzán el día en que entró por primera vez en el palacio de Ko-tan.

—Daos prisa, sacerdotes —ordenó el cabecilla del grupo—. Vosotros sois dos remando en una canoa ligera. Os será fácil llegar a Tu-lur antes que él y advertir a Mo-sar, pues él acaba de entrar en el lago.

Por un momento los sacerdotes vacilaron pues no tenían estómago para un encuentro con este hombre terrible, pero el guerrero insistió e incluso llegó a amenazarles. Les quitaron la canoa y la empujaron en el lago, y ellos fueron levantados en vilo y colocados a bordo. Pese a sus protestas fueron empujados en el agua donde de inmediato se encontraron a plena vista del remero solitario. Ahora no les quedaba alternativa. La ciudad de Tu-lur ofrecía la única seguridad disponible y los dos sacerdotes hundieron sus remos en el agua y pusieron su embarcación rápidamente rumbo a la ciudad.

Los guerreros se retiraron de nuevo para ocultarse tras el follaje. Si Tarzán les había visto y se acercaba a investigar eran treinta hombres contra uno y, como es natural, no temían el resultado, pero no consideraron necesario ir al lago a reunirse con él ya que les habían enviado a buscar a la prisionera huida y no a interceptar al guerrero extranjero, cuyas historias de ferocidad y fortaleza sin duda les ayudaron a tomar la decisión de no provocar ninguna disputa con él.

Si les había visto no daba muestras de ello, sino que siguió remando fuerte y regularmente hacia la ciudad; tampoco aumentó su velocidad mientras los dos sacerdotes se encontraban en plena vista. En el momento en que la canoa de los sacerdotes tocó la orilla junto a la ciudad, sus ocupantes bajaron de un salto y se apresuraron hacia la puerta de palacio, echando miradas temerosas hacia atrás. Pidieron audiencia inmediata con Mo-sar, tras advertir a los guerreros de guardia que Tarzán se acercaba.

Fueron llevados enseguida a presencia del jefe, cuya sala de audiencia era una réplica más pequeña de la del rey de A-lur.

—Venimos de parte de Lu-don, el sumo sacerdote —explicó el portavoz—. Él desea la amistad de Mo-sar, quien siempre ha sido su amigo. Ja-don está reuniendo guerreros para proclamarse rey. En todas las aldeas de los ho-don hay miles que obedecerán las órdenes de Lu-don, el sumo sacerdote. Sólo con la ayuda de Lu-don podrá Mo-sar ser rey, y el mensaje de Lu-don es que si Mo-sar quiere conservar la amistad de Lu-don debe devolver inmediatamente a la mujer que se llevó de los alojamientos de la princesa O-lo-a.

En ese momento entró un guerrero. Su excitación era evidente.

—El Dor-ul-Otho ha venido a Tu-lur y exige ver a Mo-sar enseguida —dijo.

—¡El Dor-ul-Otho! —exclamó Mo-sar.

—Éste es el mensaje que me ha dado —respondió el guerrero—, y en verdad no es como los de Pal-ul-don. Él es, creemos, el mismo a quien los guerreros que han regresado hoy de A-lur nos han dicho, y al que algunos llaman Tarzán-jad-guru y algunos Dor-ul-Otho. Pero en verdad sólo el hijo de dios se atrevería a venir solo a una ciudad extraña, así que debe de ser verdad lo que dice.

Mo-sar, con el corazón lleno de terror e indecisión, se volvió con aire interrogador a sus sacerdotes.

—Recíbele de buen grado, Mo-sar —aconsejó el que había hablado antes, aconsejado por la escasa inteligencia de su cerebro defectuoso, el cual, bajo la influencia añadida de Lu-don, se inclinaba siempre hacia la duplicidad—. Recíbele de buen grado y cuando esté convencido de tu amistad bajará la guardia; entonces puedes hacer con él lo que te plazca. Pero si es posible, Mo-sar, y te ganarías con ello la gratitud eterna de Lu-don, el sumo sacerdote, guárdalo vivo para mi señor.

Mo-sar hizo un gesto de asentimiento y se volvió al guerrero al que ordenó que condujera el visitante a su presencia.

—La criatura no debe vernos —dijo uno de los sacerdotes—. Danos tu respuesta para Lu-don, Mo-sar, y nos marcharemos.

—Decidle a Lu-don —respondió el jefe— que habría perdido a la mujer de no ser por mí. Yo la traje a Tu-lur para salvarla para él de las garras de Ja-don, pero durante la noche se ha escapado. Decidle a Lu-don que he enviado treinta guerreros en su busca. Es extraño que no les hayáis visto al venir.

—Les hemos visto —respondieron los sacerdotes—, pero no nos han dicho nada del propósito de su viaje.

—Es como os he dicho —dijo Mo-sar—, y si la encuentran, asegurad a vuestro amo que permanecerá a salvo en Tu-lur para él. Decidle también que enviaré a mis guerreros para que se unan a él contra Ja-don cuando me envíe recado de que los quiere. Ahora marchad, pues Tarzán-jad-guru pronto estará aquí.

Señaló a un esclavo.

—Acompaña a los sacerdotes al templo —ordenó— y pide al sumo sacerdote de Tu-lur que les dé de comer y les permita regresar a A-lur cuando quieran.

Los dos sacerdotes fueron conducidos fuera del aposento por el esclavo a través de una puerta distinta a aquella por la que habían entrado, y un momento más tarde Tarzán-jad-guru llegaba con grandes pasos ante Mo-sar, seguido de los guerreros cuya misión era acompañarle y anunciarle. El hombre-mono no hizo ninguna señal de saludo o de paz, sino que se dirigió directamente hacia el jefe quien, sólo ejerciendo sus máximos poderes de voluntad, ocultó el terror que llenó su corazón al ver la figura gigantesca y el rostro ceñudo.

—Soy el Dor-ul-Otho —dijo el hombre-mono con una voz sin inflexión que llevó a la mente de Mo-sar la impresión del frío acero—. Soy Dor-ul-Otho y he venido a Tu-lur por la mujer que robaste de los aposentos de O-lo-a, la princesa.

La osadía de la entrada de Tarzán en esta ciudad hostil había producido el efecto de darle una gran ventaja moral sobre Mo-sar y los guerreros salvajes situados a ambos lados del jefe. Verdaderamente, a ellos les parecía que sólo el hijo de Jad-ben-Otho se atrevería a realizar un acto tan heroico. ¿Algún guerrero mortal actuaría con tanto atrevimiento, y entraría solo a la presencia de un poderoso jefe y, en medio de una veintena de guerreros, exigiría arrogantemente una explicación? No, escapaba a toda razón. A Mo-sar empezaba a fallarle su decisión de traicionar al extranjero aparentando amistosidad. Incluso palideció ante un repentino pensamiento: Jad-ben-Otho lo sabía todo, incluso nuestros pensamientos más íntimos. ¿No era, por tanto, posible que esta criatura, si después de todo resultaba cierto que era el Dor-ul-Otho, pudiera incluso en ese mismo momento estar leyendo el perverso plan que los sacerdotes habían implantado en el cerebro de Mo-sar y que él acariciaba favorablemente? El jefe se removió en el banco de roca que era su trono.

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