En la sala volvió a entrar Clayton, que había salido en pos de Canler.
—Perdonen —dijo—, creo que lo mejor que podemos hacer es llegarnos a la ciudad antes de que oscurezca y coger el primer tren que nos lleve fuera de este bosque. Un vecino que acaba de llegar del norte informa que el incendio avanza en esta dirección.
El anunció puso coto a todas las conversaciones y el grupo salió y se encaminó a los automóviles.
Clayton, Jane, el profesor y Esmeralda ocuparon el vehículo del primero, mientras Tarzán acomodó en el suyo al señor Philander.
—¡Dios bendito! —exclamó el hombre cuando el coche arrancó detrás del de Clayton.
—¿A quién se le hubiera ocurrido pensar que esto fuese posible? La última vez que le vi era usted un auténtico salvaje, que se desplazaba entre las ramas de un bosque del África tropical y ahora conduce un automóvil francés por una carretera de Wisconsin. ¡Santo Dios! Esto es de lo más extraordinario.
—Sí —convino Tarzán, para inquirir, tras una pausa—: Señor Philander, ¿recuerda usted las circunstancias del hallazgo y entierro de los tres esqueletos que había en mi cabaña de la selva africana?
—Con todo detalle, señor, y con toda claridad —respondió el señor Philander.
—¿Notó algo peculiar en alguno de aquellos esqueletos?
El señor Philander, entornando los ojos, escudriñó el rostro de Tarzán.
—¿Por qué lo pregunta?
—Saberlo representa mucho para mí —dijo Tarzán—. Su respuesta puede aclararme un misterio. Y lo peor que puede hacer esa contestación es dejar el misterio como está. Desde hace dos meses tengo una teoría acerca de esos esqueletos y me gustaría que respondiese usted a mi pregunta lo mejor que pueda: los esqueletos que enterraron, ¿correspondían los tres a seres humanos?
—No —repuso el señor Philander—, el más pequeño, el que encontramos en la cuna, era el esqueleto de un mono antropoide.
—Gracias —expresó Tarzán.
En el coche que iba delante, Jane se esforzaba en pensar con la máxima rapidez. Se daba perfecta cuenta del motivo que impulsó a Tarzán a pedirle que charlase con él unos instantes y no ignoraba que debía estar preparada para darle una contestación en seguida.
Tarzán no era la clase de persona dispuesta a aceptar excusas ni a que diesen largas y, de cualquier modo, eso era algo que le hacía preguntarse si realmente aquel hombre no la asustaba.
¿Podría amar a una persona a la que temía?
Comprendía el sortilegio que la hechizó en las profundidades de aquella jungla remota, pero no existía encantamiento alguno ahora en la prosaica Wisconsin.
Ni tampoco el atractivo e inmaculado joven francés influía sobre la mujer primitiva que se albergaba en el fondo de ella como influyó el robusto dios áureo de la selva.
¿Le amaba? En aquel momento no lo sabía.
Lanzó a Clayton una mirada de reojo. ¿No respondía a sus aspiraciones aquel hombre educado en la misma escuela y ambiente que ella, un hombre culto y de buena posición social, es decir, un hombre que poseía los elementos principales que le había enseñado a considerar como básicos de toda relación idónea?
¿No apuntaba su buen juicio hacia aquel aristócrata inglés, cuyo amor era precisamente el que anhelaría cualquier dama civilizada, señalándole como el lógico mejor compañero para una muchacha de su condición?
¿Podría amar a Clayton? No se le ocurría razón alguna que se lo impidiera. Jane no era mujer fría y calculadora por naturaleza, pero su educación, el ambiente en que había alternado y sus antecedentes genéticos se combinaron para enseñarle a razonar incluso en cuestiones del corazón.
Que en aquella remota selva africana la fortaleza de aquel gigantesco joven la hubiera llevado en volandas, cogida en brazos, y que, de nuevo lo hubiese repetido aquel mismo día en un bosque de Wisconsin, que todo eso la hubiera seducido sólo le parecía atribuible a una momentánea reversión mental: a la atracción psicológica que el hombre primitivo ejercía sobre la mujer primitiva que anidaba en su naturaleza.
Si no volviera a tocarla nunca más, se dijo, no volvería a sentirse atraída hacia él. Así pues, no lo había querido. Lo que sintió no fue más que una alucinación pasajera, superinducida por la excitación y el contacto personal.
Pero, de casarse con él, la excitación no presidiría siempre sus relaciones futuras y, con el paso del tiempo, la familiaridad debilitaría el vigor del contacto personal.
Miró de nuevo a Clayton. Era un hombre guapo, apuesto y un caballero de pies a cabeza. Se sentiría orgullosa de un marido así.
Y entonces Clayton tomó la palabra. Un momento antes o después habría representado una diferencia tremenda para las vidas de tres personas. Pero el azar intervino para indicarle a Clayton el instante oportuno.
—Ahora es usted libre, Jane —señaló—. ¿Por qué no me da el sí? Dedicaría la vida a hacerla feliz, muy feliz.
—Sí —susurró la muchacha.
Aquella misma tarde en la pequeña sala de espera de la estación, Tarzán abordó a Jane en un momento en que la encontró sola.
—Ahora eres libre, Jane —dijo—, y yo he venido a través de los siglos, desde un pasado nebuloso y remoto, desde la caverna del hombre primitivo, con objeto de reclamarte para mí. Por ti me he convertido en hombre civilizado. Por ti he cruzado océanos y continentes. Por ti llegaré a ser lo que quieras que sea. Puedo hacerte feliz, Jane, en el mundo y en la vida que mejor conoces y más quieres. ¿Te casarás conmigo?
Por primera vez, Jane comprendió la intensidad y la profundidad del amor de aquel hombre… La enorme cantidad de cosas que, en tan corto espacio de tiempo, había hecho impulsado por el amor que sentía hacia ella. Jane volvió la cabeza y hundió el rostro entre los brazos.
¿Qué había hecho? Por miedo a sucumbir a las súplicas de aquel gigante había destruido los puentes situados a su espalda… Por culpa de sus temores ante la posibilidad de cometer un terrible error, había cometido una equivocación más grave.
Y entonces se lo confesó todo. Le contó toda la verdad, palabra por palabra, sin buscar excusas ni pedir perdón por su error.
—¿Qué podemos hacer? —Preguntó Tarzán—. Reconoces que me quieres. Sabes que yo te quiero. Pero desconozco las normas éticas que rigen tu sociedad. Dejaré que seas tú quien tome la decisión, ya que eres tú quien mejor sabrá lo que conviene a tu bienestar futuro.
—No puedo decirle una cosa así, Tarzán —se lamentó Jane—. Él también me quiere y es un buen hombre.
Si no cumpliese la promesa que he dado a Clayton, nunca podría mirarte a la cara, ni a ti ni a ninguna persona decente… Tendré que cumplirla y tú debes ayudarme a llevar esta pesada carga, aunque es muy posible que después de esta noche tú y yo no volvamos a vernos.
Los demás empezaron a entrar en la sala y Tarzán se puso a mirar por la ventana.
Pero no veía nada hacia fuera. Hacia dentro, en su imaginación, se le ofrecía el cuadro formado por una pequeña pradera de verde césped, rodeada por una masa compacta de maravillosas plantas y flores tropicales, sobre las que ondulaba el follaje de unos árboles gigantescos y, dominándolo todo, en las alturas, la preciosa cúpula azul de un cielo tropical.
El hilo de sus pensamientos se vio interrumpido por la entrada de un empleado ferroviario, que preguntó si entre aquellas personas había alguien que se llamara Tarzán.
—Yo soy
Monsieur
Tarzán —dijo el hombre-mono.
—Le traigo un mensaje, reexpedido desde Baltimore.
Se trata de un cablegrama llegado de París.
Tarzán tomó el sobre y lo abrió. El cablegrama era de D'Arnot.
Decía:
Huellas demuestran es usted Greystoke. Enhorabuena. D'Arnot.
En el momento en que acababa de leer el mensaje, Clayton entró en la sala de espera y se dirigió a él con la mano extendida.
Allí estaba el hombre que usufructuaba el título que le correspondía a Tarzán, que disfrutaba de los bienes de Tarzán y que iba a casarse con la mujer a la que amaba Tarzán… con la mujer que amaba a Tarzán. Una sola palabra de Tarzán representaría un giro de ciento ochenta grados para la vida de aquel hombre.
Le despojaría del título, de las tierras, de los castillos… y le arrebatarla también a Jane Porter.
—¡Vaya, amigo! —Exclamó Clayton—. Hasta ahora no he tenido la oportunidad de darle las gracias por cuanto ha hecho por nosotros. Parece que ha nacido usted con el exclusivo objeto de salvarnos la vida tanto en África como en los Estados Unidos.
»Me alegro una barbaridad de que esté usted aquí. Tenemos que conocernos mejor. He pensado mucho en usted, ¿sabe?, y en las extraordinarias circunstancias del entorno en que usted vivía.
»Ya sé que no es asunto mío, ¿pero cómo diablos fue usted a parar a aquella puñetera selva?
—Nací allí —manifestó Tarzán calmosamente—. Mi madre fue una mona y, como es lógico, no pudo contarme gran cosa acerca del asunto. Nunca llegué a saber quién fue mi padre.
EDGAR RICE BURROUGHS (Chicago, 1 de septiembre de 1875 — Encino, California, 19 de marzo de 1950)
Cuando Edgar Rice Burroughs murió en 1950 dejó tras de sí una colección de algunas de las aventuras de ficción más notables de todos los tiempos. Su obra incluye novelas históricas junto a algunas de las experiencias más imaginativas jamás concebidas por la mente del hombre; desde la prehistoria hasta el futuro lejano; del núcleo de la Tierra a las estrellas más distantes en el universo.
El primero de los libros de Burroughs,
Tarzán de los Monos
, sorprendió como uno de los más vendidos del año. Desde entonces publicó un enorme cúmulo de historias de aventuras que su público esperaba con impaciencia. En el momento de su muerte en 1950, se habían publicado un total de cincuenta y nueve libros, la última,
Llana de Gathol
, en marzo de 1948. La lista podría haber sido más amplia si no hubiera sido por la escasez de papel durante la Segunda Guerra Mundial. Al morir tenía quince relatos inéditos sin finalizar.
La biografía de Edgar Rice Burroughs es la típica historia americana de éxito desde la pobreza a la riqueza. Hijo de una familia adinerada venida a menos, dejó la universidad y finalmente estuvo cinco años en la Academia Militar de Michigan donde se quedó como asistente instructor. Este iba a ser el primero de una larga lista de puestos de trabajo en el oeste (incluidos soldado en el 7.º de Caballería, arriero de ganado en Idaho, agente de policía del ferrocarril, etc.) que probó sin éxito hasta que finalmente descubrió su talento para la escritura.
Su suerte empezó a cambiar en 1911. Estaba trabajando revisando los anuncios que aparecían en las revistas
pulp
(muy populares en su época, dedicadas a la publicación de relatos por entregas) y pensó que por qué no probar y enviar sus propias historias. Su primer cuento se tituló
Dejah Thoris, Princesa de Marte
, lo publicó la revista
All-Story
y recibió $ 400 por ella. Como no quería que sus amigos supieran de su autoría, se publicó con el pseudónimo Norman Bean. Apareció en febrero con el titulo
Bajo las lunas de Marte
. El éxito que obtuvo le hizo ver que él era lo suficientemente bueno para usar su propio nombre y abandonó el pseudónimo.
Para su siguiente relato pasó mucho tiempo investigando sobre la historia de Inglaterra, a la que se acercó con una historia sobre la época de la Guerra de las Rosas, (
The Outlaw of Torne
), que fue rechazada de inmediato por su editor. Burroughs volvió a las historias de acción y se dedicó a una historia sobre la lucha entre la herencia y el medio ambiente a la que llamó
Tarzán de los Monos
. La historia inició su publicación en el número de octubre del
pulp All-Story
. Edgar recibió $700 por ella y entonces supo que estaba en el camino correcto. Renunció a su puesto de trabajo y dedicó todo su tiempo en la escritura. Comenzó a hacer tanto dinero que podía darse el lujo de llevar a su esposa y sus tres hijos a pasar el invierno en California.
Tarzán se convertiría en un gran éxito en los Estados Unidos y en todo el mundo, pero en esa época no resultó fácil de aceptar. El cuento era popular entre el público de las revistas
pulp
, pero ninguna de editorial estaba dispuesta a publicar el libro completo, ya que no lo encontraban de buen gusto y pensaban que a su público no le gustaría. Después de tratar de vender la idea a barios editores sin éxito, su éxito como folletín creó una demanda para su edición en forma de libro. En 1914 apostó por su publicación la editorial AC McClurg & Company, que la había rechazado previamente, y resultó ser uno de los libros más exitosos del año. A partir de ese momento fue seguido por varios libros más en rápida sucesión:
El regreso de Tarzán
en 1915,
Las fieras de Tarzán
en 1916;
Una princesa de Marte
, (la primera historia que había escrito) en 1917,
El hijo de Tarzán
en 1918., etc. Edgar Rice Borroughs se convirtió en el escritor más rico de su época. En el año 1931, decide crear su propia editorial e incrementar así sus ganancias, comenzando con
Tarzán el Invencible
.
Em 1941, Burroughs estaba de vacaciones en Hawai y fue testigo del bombardeo japonés de Pearl Harbor el 7 de diciembre. Durante los siguientes cuatro años realizaría una gira por las zonas de guerra del Pacífico con las Fuerzas Armadas como corresponsal de prensa para la Associated Press. En el último año de la guerra sufrió un par de ataques al corazón y tuvo que abandonar el frente, lo que le dejó el suficiente tiempo libre para volver a escribir durante este período volvió a su personaje favorito y escribió
Tarzán y la Legión extranjera
.