Taiko (13 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Su fuerza, formada ahora por poco más de treinta hombres, se reagrupó y descendió desde la garganta del Dozuki a Koromo. Vivaquearon en las afueras del pueblo y, al día siguiente, enviaron un mensajero al castillo de la población fortificada de Okazaki. Obtuvieron permiso para cruzar la ciudad, pero como ya era tarde cuando se pusieron en camino, llegaron a Okazaki al filo de la medianoche. A lo largo de las carreteras que conducían a sus tierras había una sucesión de castillos principales y secundarios, así como fortificaciones de empalizadas. Había también puntos de control estratégicos por los que no podía pasar un grupo de hombres armados. El viaje por carretera les llevaría varios días, por lo que decidieron subir a una embarcación que les llevaría por el río Yahagi, y luego desde Ohama a Handa. Desde Tokoname volverían a viajar en barco por la costa y, subiendo por el río Kanie, llegarían a Hachisuka.

Cuando llegaron al río Yahagi era medianoche y no se veía ninguna embarcación. La corriente era rápida y el río ancho. Frustrados, Koroku y sus hombres se detuvieron bajo unos árboles. Varios hombres dieron sus opiniones:

—Si no hay ninguna barca para navegar río abajo, podríamos subir a un transbordador hasta la otra orilla.

—Es demasiado tarde. Esperemos hasta la mañana.

Lo que más molestaba a Koroku era que, para poder acampar allí, tendrían que ir al castillo de Okazaki y pedir permiso de nuevo.

—Busquemos un transbordador —ordenó Koroku—. Si encontramos uno y podemos cruzar al otro lado, al amanecer habremos cubierto la distancia que habríamos podido recorrer en barca río abajo.

—Pero, señor, no hemos visto un transbordador en ninguna parte.

—¡Idiota! En estos alrededores tiene que haber por lo menos una barca. De lo contrario, ¿cómo cruzaría la gente un río de esta anchura durante el día? Es más, debe de haber barcas de exploración ocultas entre las cañas o las altas hierbas a lo largo de la orilla, o embarcaciones utilizables si la lucha interrumpe el servicio de transbordador. ¡Abrid bien los ojos y buscad!

Los hombres se dividieron en dos grupos, uno de los cuales fue río arriba y el otro en la dirección contraria.

—¡Ah, aquí hay uno! —gritó uno de los que habían ido río arriba, deteniéndose en seco.

En un lugar de la orilla donde la tierra había sido arrastrada por una inundación, unos sauces de gran tamaño, violáceos y con las raíces al aire, se curvaban e inclinaban sus ramas sobre el agua. Ésta era tranquila y oscura, como una charca profunda. Una embarcación estaba amarrada en las sombras bajo los árboles.

—Y es utilizable.

El hombre subió a bordo y, con la intención de llevar la barca río abajo, extendió la mano para quitar la cuerda de amarre alrededor de las raíces de un sauce, pero se detuvo y se quedó mirando fijamente el interior del bote, una pequeña embarcación de escaso calado utilizada para transportar equipaje. Le faltaba poco para romperse, el suelo estaba húmedo, legamoso, y además se escoraba peligrosamente. Sin embargo, podría ser usado para cruzar al otro lado. Pero lo que había llamado la atención del soldado era un hombre profundamente dormido y roncando bajo una putrefacta esterilla de juncos. Sus ropas eran extrañas. Ambas mangas y el dobladillo eran cortos, y bajo la sucia tela blanca llevaba polainas y protecciones para los dorsos de las manos. Calzaba unas simples sandalias de paja. Su edad estaría en algún punto entre la infancia y la juventud. Yacía boca arriba bajo el cielo, con el rocío de la noche en cejas y pestañas. Parecía estar absolutamente en paz con el mundo.

—¡Eh, tú!

El soldado trató de despertarle, pero como el hombre no reaccionaba en absoluto, volvió a llamarle y le golpeó ligeramente en el pecho con el extremo de la lanza.

—¡Eh, tú! ¡Despierta!

Hiyoshi abrió los ojos, aferró el asta de la lanza al tiempo que daba un grito y se quedó mirando fijamente al soldado.

El agua que se arremolinaba alrededor del bote casi podría haber sido un reflejo del estado de la vida de Hiyoshi. Aquella noche gélida del primer mes del año anterior, cuando se despidió de su madre y su hermana, les dijo que regresaría cuando se hubiera convertido en un gran hombre. No tenía el menor deseo de probar un trabajo tras otro, haciendo de aprendiz de mercaderes y artesanos, como hasta entonces. Lo que más deseaba era servir a un samurai. Pero tenía en contra su aspecto, y además carecía de toda prueba de su linaje.

Kiyosu, Nagoya, Sumpu, Odawara... Había recorrido todas esas ciudades. A veces hacía acopio de valor y se detenía ante la puerta de la residencia de un samurai, pero siempre respondían a sus súplicas riéndose y ridiculizándole. En una ocasión le echaron a escobazos. El dinero que le había dado su madre se agotaba rápidamente, y se daba cuenta de que el mundo era tal como le había dicho su tía en Yabuyama. No obstante, se negaba a renunciar a su sueño, creyendo que sus aspiraciones eran razonables. No le avergonzaba contar a nadie sus ambiciones, aun cuando tuviera que dormir a la intemperie, sobre la hierba o, como aquella noche, con el agua por lecho. Lo que le impulsaba a seguir adelante era el deseo de hacer que su madre, a quien imaginaba como la persona más desdichada del mundo, fuese la más feliz. ¿Cómo lo lograría? ¿Y cómo podría hacer algo por su hermana, quien creía que jamás podría casarse?

También él tenía sus propios deseos. Nunca notaba el estómago lleno, por mucho que comiera. Al ver grandes mansiones, quería vivir en tales lugares, y la visión de elegantes samurais le hacía reflexionar en su aspecto. Cuando miraba a las mujeres hermosas, el perfume que despedían le abrumaba. No se trataba de que hubieran cambiado sus prioridades. Lo primero era la felicidad de su madre, y de sus propias necesidades podría ocuparse más adelante. De momento se complacía en errar de un lugar a otro, haciendo caso omiso del hambre y aprendiendo cosas nuevas, sobre el funcionamiento del mundo, las pasiones humanas y las costumbres de regiones diferentes. Trataba de comprender los acontecimientos actuales, comparaba la fuerza militar de las distintas provincias y estudiaba los estilos de vida de campesinos y ciudadanos.

Desde el comienzo de las guerras civiles a finales del siglo anterior, muchos hombres se habían adiestrado en las artes marciales. Ello significaba una vida llena de penalidades, y durante año y medio Hiyoshi había seguido el Camino del Guerrero. Pero no había ido por ahí con una espada larga al cinto, proponiéndose perfeccionar sus habilidades marciales. De hecho, con su escaso dinero, había comprado agujas a un mayorista y se había convertido en buhonero itinerante. Había caminado hasta lugares tan alejados como Kai y Hokuetsu, con su plática de propaganda siempre en la punta de la lengua: «¿Quién necesita agujas? Aquí tenemos agujas de coser de Kyoto. ¿No vais a comprarlas? Agujas para algodón, agujas para seda. Agujas de coser de Kyoto». Sus ganancias eran escasas, apenas suficientes para mantenerse. Sin embargo, no se volvió mezquino, como tienden a serlo los mercaderes, los cuales sólo ven el mundo desde el punto de vista de sus mercancías.

El clan Hojo de Odawara, el Takeda de Kai, el Imagawa de Suruga... Al visitar las ciudades fortificadas del norte, había tenido la sensación de que el mundo se agitaba y estaba sometido a un gran cambio. Llegó a la conclusión de que los próximos acontecimientos serían diferentes de las pequeñas batallas que, hasta entonces, habían sido sintomáticas de discordias internas. Habría una gran guerra que curaría todos los males del país. Y si ocurría tal cosa, se decía mientras proseguía su camino errante vendiendo su género, entonces incluso él... El mundo se estaba cansado del decrépito régimen Ashikaga. El caos reinaba por doquier y el mundo esperaba a los jóvenes como él.

***

Tras viajar por las provincias de Kyoto y Omi, al norte de la suya, había aprendido algo de la vida. Luego entró en Owari y llegó a Okazaki, donde se enteró de que un pariente de su padre vivía en aquella ciudad fortificada. No tenía intención de visitar a familiares o conocidos para pedirles alimento y ropa, pero a principios del verano había enfermado a causa de una intoxicación alimentaria y estaba débil. Además, quería oír alguna noticia de su pueblo.

Había caminado durante dos días bajo el brillante y ardiente sol, pero no consiguió localizar al hombre que buscaba. Tras comer un pepino crudo y beber agua de un pozo, sintió fuerte dolores intestinales. Por la noche recorrió la orilla del río Yahagi hasta que encontró un bote. El estómago le dolía y hacía ruidos. Tal vez debido a una ligera fiebre, tenía la boca seca y como si estuviera llena de espinas. Incluso entonces pensó en su madre, y ella acudió en sueños. Más tarde se durmió profundamente y todo, su madre, el dolor de estómago, el cielo y la tierra, dejó de existir..., hasta que el soldado empezó a golpearle en el pecho con el asta de su lanza.

El grito que lanzó Hiyoshi al despertar no guardaba proporción con el volumen de su cuerpo. Aferró la lanza instintivamente. En aquellos tiempos se creía que el pecho era donde estaba localizada el alma, como un santuario dentro del cuerpo.

—¡Arriba, enano!

El soldado intentó retirar la lanza. Hiyoshi, sin soltarla, se incorporó.

—¿Arriba? Ya estoy arriba.

El hombre notó la fuerza con que Hiyoshi agarraba el asta y frunció el ceño.

—¡Sal del bote! —le gritó.

—¿Que salga?

—¡Sí, ahora mismo! Necesitamos el bote, así que largo de aquí. ¡Piérdete!

Hiyoshi volvió a sentarse, encolerizado.

—¿Y si no quiero?

—¿Qué?

—Que si no quiero.

—¿Qué quieres decir?

—No quiero salir del bote.

—¡Pequeño bastardo!

—¿Quién es el bastardo? ¿Yo o quien le despierta a uno de su profundo sueño golpeándole con una lanza y entonces le dice que salga y se pierda?

—¡Mierda! Será mejor que midas tus palabras. ¿Quién crees que soy?

—Un hombre.

—Eso es evidente.

—Eres tú quien lo ha preguntado.

—Hablas la mar de bien para ser un pequeño enano, ¿no es cierto? Pero de un momento a otro puedes quedarte sin habla y con la boca partida. Somos miembros del clan Hachisuka. Nuestro jefe se llama Hachisuka Koroku. Estamos aquí en medio de la noche y necesitamos un bote para cruzar el río.

—Puedes ver el bote pero no al hombre. ¡De todos modos, yo lo estoy usando!

—Te he visto y te he despertado. Ahora lárgate de aquí y piérdete.

—Eres irritante, ¿no crees?

—Repite eso.

—Tantas veces como gustes. No quiero salir de aquí. No voy a ceder este bote.

El hombre tiró del asta de la lanza, esforzándose por sacar a Hiyoshi a la orilla. Hiyoshi lo soltó en el momento que consideró oportuno. La lanza cortó las hojas de los sauces y el soldado cayó hacia atrás. Invirtió la lanza y embistió a Hiyoshi con la punta adelante. Tablas putrefactas, un cubo de achicar y la esterilla de juncos salieron volando del bote.

—¡Idiota! —exclamó burlonamente Hiyoshi.

Otros soldados llegaron corriendo.

—¡Basta! —dijo uno de ellos—. ¿Qué ocurre aquí?

—¿Quién es éste? —preguntó otro.

Se apiñaron allí haciendo mucho ruido, y poco después llegaron Koroku y los demás hombres.

—¿Habéis encontrado un bote? —inquirió Koroku.

—Sí, aquí hay un bote, pero...

Koroku se puso en silencio al frente del grupo. Hiyoshi, suponiendo que aquél debía de ser el jefe del grupo, se irguió un poco más y miró a Koroku directamente a la cara. Los ojos de Koroku estaban clavados en los de Hiyoshi y ninguno de los dos hablaba. Koroku no reparó en el extraño aspecto de Hiyoshi, demasiado sorprendido por la manera de mirarle del muchacho. Se dijo que éste era más audaz de lo que aparentaba. Cuanto más se miraban mutuamente, tanto más los ojos de Hiyoshi parecían los de un animal nocturno, brillantes en la oscuridad. Finalmente, Koroku desvió la mirada.

—Un chiquillo —dijo calmosamente.

Hiyoshi no respondió. Sus ojos, como las flechas de un arquero, seguían apuntando al rostro de Koroku.

—Es un chiquillo —repitió Koroku.

—¿Te refieres a mí? —le preguntó hoscamente Hiyoshi.

—Claro. ¿Es que hay ahí alguien más aparte de ti?

Hiyoshi cuadró un poco los hombros.

—No soy ningún niño. He tenido mi ceremonia de mayoría de edad.

—¿De veras? —Koroku se echó a reír—. Si eres un adulto, te trataré como tal.

—Ahora que me tienes en tu poder..., un solo hombre rodeado por un grupo numeroso, ¿qué vas a hacer conmigo? Supongo que sois
ronin
.

—Eres muy divertido.

—Nada de eso. Estaba profundamente dormido. Además, me duele el estómago. En cualquier caso, me tiene sin cuidado quiénes seáis. No quiero moverme de aquí.

—Hummm, ¿te duele el estómago?

—Sí.

—¿Cuál parece ser el motivo?

—Comida en mal estado, tal vez, o un golpe de calor.

—¿De dónde eres?

—De Nakamura, en Owari.

—¿Nakamura? Bien, bien. ¿Cuál es tu apellido?

—No voy a decirte mi apellido, pero mi nombre es Hiyoshi. Espera un momento, ¿qué significa esto? ¿Despertar a una persona de su sueño para preguntarle por su familia? ¿De dónde eres y cuál es tu linaje?

—Soy de Owari, como tú, del pueblo de Hachisuka en el distrito de Kaito, y me llamo Hachisuka Koroku. No sabía que hubiera gente como tú tan cerca de mi pueblo. ¿A qué te dedicas?

En vez de responder a su pregunta, Hiyoshi le dijo:

—Ah, ¿eres del distrito de Kaito? No está lejos de mi pueblo. —De repente se mostró más amigable. Aquélla era la oportunidad para pedir noticias de Nakamura—. Bueno, ya que somos del mismo distrito, voy a cambiar de idea. Puedes quedarte con el bote.

Cogió el fardo de mercancía que había utilizado como almohada, se lo echó al hombro y saltó a la orilla. Koroku observaba en silencio sus movimientos. Reparó entonces en su aire de vendedor callejero y en que sus réplicas informales eran las de un adolescente que ha viajado a solas de un lado a otro. Hiyoshi se resignó, exhaló un suspiro de pesadumbre y empezó a marcharse.

—Espera, Hiyoshi. ¿Adonde vas a ir desde aquí?

—Me he quedado sin bote, así que no tengo un sitio para dormir. Si duermo en la hierba, me empaparé de rocío y el estómago me dolerá más. No puedo hacer otra cosa. Caminaré hasta el alba.

—Si quieres, vente conmigo.

—¿Adonde?

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