—¿Qué pasa, tío?
La fiesta tiene lugar alrededor de la piscina y hay farolillos de papel colgados de lado a lado en el patio y suenan canciones de los ochenta y toda la gente me resulta familiar aunque tenga dieciocho años y estoy esperando que Rain aparezca por sorpresa aunque sé que no lo hará. Está Cade, el entrenador de Equinox —no me acordaba de que lo llamé—, y ahora que entiendo su relación con Julián me da vergüenza que se crea que no sé nada, y estoy de pie al lado de uno de los ayudantes de Jason bebiendo vodka de un vaso de plástico, y el chico que hace el papel del hijo de Kevin Spacey no para de formularme preguntas sobre su personaje que respondo con voz monótona, y él reacciona señalando una lechuza que ha anidado en la palmera, y luego veo a la actriz —la chica, en realidad— que conocí en la sala de primera clase del JFK antes de Navidad, hará un mes, y Amanda Flew es mucho más joven de como la recordaba y cuando me mira sonríe nerviosa al chico con quien está hablando y el chico de vez en cuando le susurra algo al oído y otro chico le enciende los cigarrillos y de pronto me doy cuenta de que he bebido demasiado.
—¿Conoces a esa chica? —pregunto al ayudante—. ¿Amanda Flew?
—Sí. ¿Y tú?
—Me la tiré.
Sigue un silencio, pero cuando lo miro dice:
—Genial. —Se encoge de hombros, pero está horrorizado—. Tiene un polvazo. Está buenísima. Supongo que le van los tipos mayores, ¿eh?
—Supongo. —Yo también me encojo de hombros, y luego pregunto—: ¿Por qué has dicho eso?
—Creía que era una de las chicas de Rip Millar.
Me fijo en que Amanda recibe un mensaje de texto, lo mira y hace una llamada. Apenas dice nada, solo escucha y cuelga.
—¿Sus chicas? —pregunto.
—Sí —dice el ayudante, y al ver mi reacción, añade—: Quiero decir que no es ningún secreto. Forma parte de su partida de chicas. —Hace una pausa—, Pero he oído decir que está pirada. Realmente hecha polvo.
No digo nada.
—Claro que quizá es como te gustan —añade.
Cuando Amanda me ve acercarme se da la vuelta, como si yo no existiera. Busca con la mirada, parpadea y no dice nada, pero cuando me meto en su círculo le resulta incómodo seguir haciéndome el vacío, y entonces digo «Hola», y su sonrisa aparece y desaparece. Parece molestarle que me haya acercado siquiera a ella y me doy cuenta de que después de haber coqueteado tan abiertamente en la sala del JFK ya no quiere hablar conmigo, pero me quedo allí, esperando que diga algo, y detrás de ella una chica está bailando sola una canción antigua de Altered Image con un número de móvil tatuado en el brazo.
—¿Sí? —dice Amanda—, Hola. —Y se vuelve hacia los dos chicos.
—Nos conocimos en Nueva York. En el JFK. Creo que me has enviado un par de mensajes de texto desde que estás aquí en Los Ángeles, pero no hemos hablado en unas cuatro semanas. ¿Cómo estás?
—Bien.
Sigue un silencio violento y los dos tíos se presentan y uno de ellos me reconoce y se concentra en mí. Pero yo estoy interesado en Amanda.
—Sí, ha pasado un mes. ¿Qué tal te ha ido?
—Ya te he dicho que bien. Pero creo que te confundes.
—¿No estarás interesada en un papel en
The Listeners
?
Un fotógrafo saca una foto de los dos y eso o la pregunta que acabo de hacerle le da pie para largarse.
—Tengo que irme.
Empiezo a seguirla.
—Espera.
—No puedo hablar ahora.
—Eh, un momento…
Se ha apoyado contra una pared que conduce a la salida. La conversación está a punto de convertirse en una discusión.
—Estás siendo grosero.
—Yo no he hecho nada. ¿Por qué te hago sentir tan incómoda?
Por un instante se le extravía la mirada, luego se calma.
—Por favor, no hables conmigo, ¿vale? —Trata de sonreír—. Ni siquiera te conozco. Ni siquiera sé quién eres.
Llovizna cuando me voy de la fiesta y no recuerdo dónde está el BMW y por fin lo encuentro aparcado en Washington Boulevard, a solo unas manzanas, y cuando estoy a punto de arrancar e incorporarme al tráfico un jeep azul pasa zumbado por mi lado y aminora la velocidad hasta detenerse en el semáforo de la esquina que hay detrás de mí. Doy una vuelta de ciento ochenta grados y me coloco detrás de él y tengo el pelo mojado y las manos temblorosas y no veo quién va dentro y empieza a llover con fuerza mientras lo sigo por Robertson hacia West Hollywood y a través de los limpiaparabrisas las calles se ven más vacías debido a la lluvia y está sonando «What’s a Girl to Do?» del cedé de Bat for Lashes que Meghan Reynolds me grabó el verano pasado y un relámpago ilumina un mural turquesa en un paso subterráneo y entonces el jeep tuerce a la derecha en Beverly y no paro de mirar el retrovisor para ver si me siguen, pero no puedo saberlo, y me obligo a contener las lágrimas y a apagar el estéreo y a concentrarme solo en el jeep azul que tuerce a la izquierda y se mete en Fairfax, y me he calmado del todo cuando el jeep tuerce a la derecha en Fountain y luego hace un brusco giro a la derecha en Orange Grove y otro a la izquierda a media manzana desde Santa Mónica Boulevard para adentrarse en el camino de entrada que hay junto al apartamento de Rain. Y del jeep azul baja Amanda Flew.
Paso por delante del apartamento y me meto en un camino de entrada que hay más abajo y aparco ilegalmente, dejando el motor encendido, y no sé qué hacer, todo el pensamiento lógico se ha eclipsado, pero logro bajarme del BMW y cruzar el césped delantero hasta el edificio, y sigue lloviendo pero no me importa, y el apartamento de Rain está en la planta baja del edificio de dos pisos y todas las luces están encendidas, y ella da vueltas por la sala de estar hablando por teléfono y fumando un cigarrillo, y me aparto de la ventana y la veo con albornoz y la cara hinchada y sin maquillar, y su belleza se desvanece por un momento, y a pesar del pánico que se respira en el apartamento han encendido igualmente velas y no oigo nada aparte de un portazo y entonces Rain cierra el móvil y entra Amanda, y no oigo lo que se dicen ni siquiera cuando Rain empieza a gritarle. Amanda dice algo que hace que Rain deje de gritar y la escuche, y luego las dos se ponen histéricas y cuando Amanda alarga una mano hacia ella, Rain le da una bofetada en la cara. Amanda trata de devolvérsela pero cae en los brazos de ella, y las dos se abrazan largo rato hasta que Amanda se arrodilla. Rain la deja allí y se apresura a preparar una bolsa de deporte que hay en el sofá, y Amanda, frenética, se arrastra hasta ella y trata de detenerla. Rain le tira la bolsa y ella la coge llorando. Y cuando caigo en la cuenta de que Amanda Flew es la compañera de piso de Rain, tengo que desviar la vista.
Dos destellos silenciosos a mis espaldas iluminan brevemente el lateral del edificio, y cuando me vuelvo me fijo en que hay un Mercedes negro aparcado en doble fila en Orange Grove, y que los destellos salen de la ventanilla abierta del lado del pasajero, y entonces la ventanilla se sube. Soy vagamente consciente de que alguien me ha hecho fotos a la puerta del apartamento de Rain y Amanda. Temblando, hago caso omiso del coche y me alejo despacio del apartamento hacia donde he dejado el BMW con el motor encendido. Me subo a él. Salgo del camino. Recorro Orange Grove pasando por delante del Mercedes, que empieza a seguirme cuando freno en Fountain y tuerzo a la izquierda. El también tuerce. Meto caña al BMW, pero veo en el retrovisor que me sigue de cerca, cambiando de carriles. Piso a fondo el acelerador para saltarme el semáforo y giro bruscamente en La Cienega. El Mercedes se salta también el semáforo, haciendo chirriar los neumáticos sobre el asfalto mojado. Me paro en el semáforo de Holloway, con los altos faros del coche negro enfocando mi BMW, luego tuerzo a la derecha en Santa Mónica, tratando de actuar con naturalidad, como si de pronto no lo viera. Pero me sigue hasta el Doheny Plaza, y cuando le dejo el coche al encargado del aparcamiento finjo no ver que el Mercedes dobla la esquina de Norman Place, y entro en el vestíbulo y lo oigo alejarse a toda velocidad.
De nuevo en el piso, tembloroso, empapado y sosteniendo un vaso de vodka con las dos manos en la oscuridad del balcón mientras la tormenta arrasa la ciudad, veo cómo el Mercedes negro pasa una y otra vez por Elevado, luego recibo un mensaje de texto de un número oculto —«Eh, gringo, no puedes esconderte»— seguido de una cara sonriente haciendo un guiño, y esa noche sueño con el chico, el mismo sueño que tuvo Rain pero esta vez el chico, guapo y sin camisa, se ha desplazado de la cocina al salón, y no paro de preguntarle «¿Quién eres?», y por alguna razón él está haciendo gestos, con los músculos de los brazos y del pecho tensos, y cuando se acerca más veo en su brazo el tatuaje de un dragón, y tiene sangre en el pelo, y cuando entro tambaleándome en el cuarto de baño de invitados en plena noche, esparciendo unas cuantas cosas de Rain que hay en el borde del lavabo, enciendo las luces, y en el espejo, escritas con algo rojo, hay dos palabras: «desaparezca aquí».
Otra fiesta de entrega de premios, esta vez en Spago, y aunque siempre existe el riesgo de encontrarte a alguien que no quieres ver, todo me trae sin cuidado, y como no espero a Rain hasta mañana me sorprendo en el comedor principal enzarzado sin querer en una conversación con Muriel y Kim, que no me preguntan por qué no fui a la fiesta que dio Blair en honor de Alana, y después de que un fotógrafo haga una foto de los tres se van, y no me importa que Trent y Blair estén en el patio porque ninguno de los dos me dirigirá la palabra, ya que esta noche hay demasiada gente en la fiesta. Daniel Cárter sigue sonriéndome con impaciencia, y aunque no quiero que se me acerque, no parece que Meghan Reynolds ande cerca, y no puedo hacer otra cosa que quedarme quieto, y Daniel y yo llevamos camisetas de James Perse y americanas caras de un botón, y él me pregunta por
The Listeners
, y yo le digo que fui al estreno de su película en diciembre y que me gustó, luego nos ponemos a hablar de cómo ha arrasado en taquilla la última
Viernes 13
desde su estreno y charlamos sobre sus efectos especiales mientras Daniel no para de estirar el cuello y arquear las cejas sonriendo a alguien al otro lado de la habitación.
—Parece que te ha dado demasiado sol allí —dice Daniel, señalando mi cara acalorada.
—Sí. Ya me conoces. Me quemo con facilidad.
—Has estado en Nueva York, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? Me han dicho que has vuelto al Doheny.
—No sé cuánto voy a quedarme. Nueva York parece… acabado.
—Y esto está… —pregunta Daniel, esperando que complete la frase.
—Sucediendo. —Me encojo de hombros—. Soy otra persona —digo con una sonrisa forzada.
—No me digas que estás pensando en mudarte aquí otra vez. Joder, si yo pudiera largarme de aquí…
Y entonces Meghan se acerca y se apoya ligeramente en Daniel mientras dice:
—Hola, Clay.
Y si no hubiera estado bebido no habría podido quedarme allí de pie y habría olvidado el aspecto que tiene Meghan en primer plano y, como siempre, me sorprendo y tengo que fingir que no pasa nada. Meghan me mira con indiferencia y mi sonrisa forzada es un reproche para hacerle saber que me alegro de que haya asumido todo lo que me hizo. Cerca del final yo le supliqué que nos fuéramos de aquí y estábamos sentados en un bar de sushi en Ventura Boulevard de Studio City y era verano y recuerdo que en un rincón del bar había un niño actor que fue famoso en el pasado y ahora se le consideraba viejo a los treinta y tres años mientras ella seguía insinuando que todo se había acabado entre nosotros. Ahora, en Spago, no tengo ni idea de qué le ha contado a Daniel sobre mí aunque va a trabajar en la próxima película de él. Ella comenta que me vio en una proyección a la que no fui, y de pronto me recuerdo caminando de un lado a otro a la puerta de la sala de urgencias del Cedars-Sinaí disculpándome con ella el Cuatro de Julio.
—Eh, me gustaría comentarte una idea.
Daniel menciona un guión que escribí, titulado
Adrenaline
, del que el estudio no quiso saber nada.
—Cuando quieras.
En el vaso que tengo en la mano solo hay limón y hielo, los restos de un margarita.
—Estás muy delgado —murmura Daniel antes de alejarse con Meghan.
Rain me ha llamado dos veces y me ha dejado un mensaje de texto, y no he hecho caso, pero al ver a Daniel susurrar algo al oído de Meghan mientras se van de Spago le devuelvo la llamada y ella no contesta.
El doctor Woolf deja un mensaje en mi fijo para anular la sesión de mañana y decirme que ya no puede tratarme pero que me recomendará a alguien y al día siguiente conduzco hasta el edificio de Sawtelle y aparco en la cuarta planta del parking y espero a que acabe con el paciente de la una, porque es cuando sale a comer, y estoy escuchando una canción cuyo estribillo, «so leave everything you know and carry only what you fear…»,
[3]
se repite una y otra vez, y asiento mientras fumo y hago una lista de todo lo que no voy a preguntar a Rain y decido que aceptaré todas las explicaciones falsas que me dé y que ese es el único plan a seguir, y entonces recuerdo a la persona que me advirtió que el mundo tenía que ser un lugar donde a nadie le interesan tus preguntas y que si estás solo no puede pasarte nada malo.
En el silencio del parking, el doctor Woolf abre la puerta de su Porsche plateado. Bajo del coche y me acerco a él llamándolo por su nombre. Al principio finge no oírme y cuando se vuelve se queda sorprendido. Al ver quién soy se enfada, luego su cara casi se relaja, como si me hubiera esperado.
—¿Por qué no puede verme más?
—Mire, no puedo ayudarle…
—Pero ¿por qué? —Sigo acercándome a él—. No lo entiendo.
—¿Ha estado bebiendo? —pregunta, sacando el móvil del bolsillo como si fuera alguna clase de amenaza.
—No, no he estado bebiendo —murmuro.
—Conozco un especialista muy bueno en West Hollywood al que puedo recomendarle.
—Me importa un bledo. No quiero una puta recomendación.
—Clay, cálmese…
—¿Por qué coño no me quiere como paciente?
—Clay, entre nosotros… —Se interrumpe, hace un gesto de dolor y su tono se suaviza—. Denise Tazzarek. —Deja el nombre suspendido en las sombras del parking—. No soy capaz de ayudarle con… eso.
Me quedo un segundo allí de pie, temblando.
—Espere, ¿quién es Denise Tazzarek?
—La persona con la que ha estado saliendo. Me habló de ella en la última sesión.