—No he podido evitar oíros. Es posible que nosotros pudiésemos arreglaros eso.
Hasheth lanzó miradas sigilosas a derecha e izquierda y luego se inclinó hacia adelante.
—¿Desde Espolón de Zazes? Estaría muy agradecido si pudiese arreglarse, y rápido.
—Oh, bueno, desde Espolón de Zazes... —intervino el otro hombre con patente acento de sarcasmo—. Eso es la mitad de fácil. ¿Estáis seguro de que no deseáis salir desde Siempre Unidos, puestos a pedir?
—Tengo asuntos que atender en mi ciudad natal —repuso Hasheth, secamente—. Habré concluido en unos diez días y, una vez haya acabado, tendré que salir rápidamente. ¿Podría hacerse?
—Quizá sí, pero os costará. ¿Qué pensáis pagar?
—Os pagaré con información —repuso en voz baja y sigilosa—. Decidme qué cargamento os interesa, y os nombraré qué navío lo lleva, cuál es su ruta y con qué tripulación cuenta. El barco mercante estará escoltado por un navío, pero puedo encontrar el nombre del navío armado que se encargará y ayudaros a colocar en él a vuestros propios hombres. Si os apoderáis del barco escolta, la carabela y su carga serán también vuestros.
El primer pirata se hurgó los dientes con una uña sucia mientras meditaba sobre aquella posibilidad.
—¿Y cómo sabéis tantas cosas? ¿Cómo podemos estar seguros de que esa información que queréis suministrar vale más que monedas contantes y sonantes?
Hasheth cogió un pedazo de pergamino y un trozo de lápiz de carboncillo de la bolsa que llevaba atada a su abultado vientre y, tras garabatear un nombre y un título en la hoja, se lo pasó a los hombres. Los dos lo miraron y prorrumpieron en estridentes carcajadas.
—¿Por quién nos tomáis, por un par de clérigos? ¿Quién aprende a leer sino los clérigos ataviados con sandalias y los oficinistas de gordas posaderas? —intervino el pirata barbudo, pero aun así cogió el pergamino y se lo metió en el bolsillo, como había esperado Hasheth que hiciese.
—Me llamo Achnib —se presentó Hasheth con tanta dignidad como supuso que haría el hombre cuya identidad estaba suplantando—, y soy el escriba mayor de lord Hhune de Espolón de Zazes.
—Mmm. —La información pareció impresionar al pirata—. Pero ¿por qué diez días, exactamente?
—Mi señor está fuera por negocios. Me conviene desaparecer de la ciudad antes de su regreso.
El hombre chasqueó la lengua.
—Habéis sacado un pico, ¿no? Bien. Lantan es un buen lugar al que llevar dinero. Se puede conseguir un buen puñado en el tráfico de armas. Si os introducís pronto en el negocio, os haréis rico.
—Necesito pasaje, no consejo para hacer inversiones —replicó Hasheth en tono arrogante mientras empezaba a levantarse de la silla. ¿Queréis hacer negocios o tengo que acudir a otro lugar?
—Replegad un poco las velas, hombre —repuso el pirata barbudo con sequedad—. Deseáis ir a Lantan. Decidnos lo que sabéis y si nos interesa, quizá podamos llevaros allí.
Aquello era precisamente lo que Hasheth deseaba oír. Cuantas más preguntas sobre Achnib formulasen, mejor.
Cuando se hubo ultimado el acuerdo, un regocijado Hasheth hizo el camino de vuelta a la posada para deshacerse de la identidad que había tomado prestada. Sin embargo, no estaba tan abstraído con su éxito para no darse cuenta de los dos hombres que había agazapados en un muro lateral de una tienda. Ambos se pusieron en marcha tras él, considerando sin duda que aquel hombre bien vestido y obeso era un blanco cargado y fácil.
Hasheth torció el labio en mohín de desdén. Aquellos tipos no sabían ni siquiera cómo seguir a la presa de forma sigilosa..., la primera lección que se enseñaba a un aspirante a asesino. No aminoró el paso ni reaccionó hasta que empezó su ataque súbito y zarrapastroso; en ese momento, dio media vuelta y soltó con un rápido movimiento bajo su cuchillo de asesino. La hoja giró una sola vez antes de hundirse en el estómago de uno de los tipos con un ruido sordo, húmedo y carnoso.
El otro hombre carecía de la inteligencia o la rapidez de reflejos necesaria para detener su acometida, así que Hasheth lo dejó acercarse y, en el último momento, se hizo a un lado y extendió el antebrazo, con el codo flexionado hacia la cintura. El movimiento pilló al segundo tipo en mitad del cuerpo, y lo hizo precipitarse de bruces sobre el muelle de madera.
Antes de que el atónito tipo pudiese llegar a moverse, Hasheth se inclinó sobre él y extrajo un cuchillo herrumbroso y mísero de su cinturón. Luego, agarró un puñado del pelo grasiento del rufián y, echándole la cabeza hacia atrás, presionó el filo contra su garganta, y dudó.
El joven estaba encantado de que la destreza que había aprendido durante su entrenamiento le sirviera en las calles, pero era todavía joven y no había probado a matar a un hombre. Echó una ojeada a su primera víctima; notó las burbujas rojizas que se estaban formando en las comisuras de su boca abierta y supo que no podría resistir mucho más. No obstante, aquel segundo hombre estaba tumbado y fuera de combate. ¿Era realmente necesario matar dos veces?
Hasheth necesitó un solo instante para reflexionar. Iba vestido como Achnib, imitaba a un personaje demasiado obeso y lento para hacer lo que acababa de hacer, y si su hazaña se divulgaba, echaría por tierra todos los planes que con tanto cuidado había trazado aquella noche. La posibilidad era remota, pero existía, y eso era suficiente.
El joven hundió la daga profundamente y con rapidez, trazando un sesgo hacia atrás y en curva como le habían enseñado a hacer. La sangre salió a borbotones como si fuera un geiser, pero apenas una gota llegó a ensuciar las manos de Hasheth.
El joven se quedó de pie contemplando su obra. La temporada que había pasado en la Cofradía de Asesinos le había sido de utilidad, ni un asesino del rango del Fajín de Sombra habría podido hacerlo con mayor suavidad. Era lo que siempre habían dicho sus tutores reales, el conocimiento no era nunca en balde.
Hasheth se acercó los pasos que lo separaban del primer muerto y, tras recuperar la daga, la limpió con la ropa que llevaba el cadáver, aunque poco tenía de limpia aquella tela inmunda, y se la guardó en el cinto.
Más tarde, cuando estuvo de nuevo en la soledad de su habitación alquilada, hizo dos muescas sobre ella, la dos primeras de una lista que Hasheth esperaba que fuese numerosa.
Durante toda aquella noche y el día siguiente, Arilyn no pudo pensar en nada más que en su extraña conversación con la entidad mágica de su hoja de luna. Si los elfos tenían que luchar, y no estaban dispuestos a seguir a los líderes que tenían, ¿qué otra opción le quedaba que proporcionarles un líder a quien seguir? Por más que lo intentaba, no conseguía encontrar otra solución.
Sin embargo, algo en el ambiente de Árboles Altos actuaba como un bálsamo para sus atribulados pensamientos. Cada día era más prolongado que el anterior porque se aproximada el momento que marcaba el solsticio de verano. La mitad del verano era una fecha marcada por la celebración de todos los elfos, pero Arilyn nunca había presenciado tan alborozada expectación como en la aldea elfa.
El crepúsculo de la víspera del solsticio transcurrió suavemente, envolviendo el ambiente con una profunda luz verde dorada, y con él llegaron muchas criaturas del bosque para celebrarlo con la tribu elfa. Había faunos, diminutas criaturas sobrenaturales de cabellos pajizos, cuerpos peludos y patas delicadas acabadas en pezuñas con hendidura en medio; sátiros, parientes más irreverentes y de mayor tamaño que los faunos, cargados de aguamiel y licores; unos cuantos centauros, de temple severo y digno incluso en su temporada de mayor alborozo, trajeron regalos y fruta y flores para sus anfitriones elfos. Había también duendes y hadas y otras criaturas sobrenaturales de las cuales Arilyn no conocía ni el nombre. Y había otros que parecían estar allí un momento, y desaparecían al instante siguiente, y supuso que en mitad del verano los muros entre los distintos mundos eran tan difusos que incluso una semielfa era capaz de captar retazos de lo que sucedía al otro lado del velo.
Todos se unían para los festejos y para compartir el aguamiel del verano, un maravilloso vino de miel destilado de flores y de frutas. Ningún elfo verde mantenía colmenas de abejas, pero se dedicaban a recolectar el néctar que encontraban en los huecos de los árboles, y añadían después esencia de frambuesa silvestre y magia elfa. El resultado era un vino muy elaborado, que Arilyn se habría atrevido a catalogar entre los mejores vinos elfos que había probado nunca.
Como momento álgido de las celebraciones, a medida que los elfos se iban poniendo más y más alegres y antes de que los sátiros se rindieran a sus impulsos, se pronunciaron y se entonaron oraciones no sólo al Seldarine, dios del bosque venerado por los elfos, sino también a los dioses de sus visitantes.
Al final empezó la música: una tonadilla alegre de flauta que era la invitación tradicional al baile. A medida que se iban uniendo a la melodía los festejantes, se añadían otros instrumentos: flautines, campanillas y tambores.
Durante un buen rato Arilyn se dedicó a observar. En los días previos a la muerte de su madre, había asistido a festivales del solsticio de verano en Siempre Unidos, pero era demasiado joven para participar en ellos, y además no siempre era bien recibida en las celebraciones. Entre los elfos había en aquellas ocasiones armónicos sutiles y sagrados que ninguna otra raza podía compartir y, no obstante, era precisamente la música lo que hacía acercarse a ella a los bailarines.
Arilyn no había comprendido nunca en su totalidad la fascinación mística que sentía el pueblo elfo por la danza, ni tampoco ella poseía demasiada destreza, aunque por insistencia de Ala de Halcón, su protegida convertida en mentor, se había puesto un vestido de transparencias verdoso apto para bailar toda una noche cálida de verano. Era con diferencia el atuendo más maravilloso que había llevado nunca Arilyn. Suave como una gasa, lo suficientemente ligero para flotar a su alrededor cuando se movía, era capaz de captar el tono verde y nítido de un día perfecto de verano. Era también el vestido más escaso que nunca se había puesto: la falda era corta, y los brazos y las piernas quedaban al desnudo para poder bailar. A insistencia de Ala de Halcón, Arilyn se había puesto una diadema de diminutas flores blancas en el pelo y llevaba los pies descalzos. Por extraño que pareciese, todos los elfos iban vestidos de forma similar; no existían las pieles de ciervo aquella noche, ni los ornamentos de huesos o de plumas. Parecía que los habitantes de Tethir hubiesen dado un salto por una noche a un tiempo mucho más ancestral.
Ala de Halcón se había unido ya a la danza, luciendo con orgullo la esmeralda que Arilyn le había regalado como obsequio del solsticio de verano. La mayoría de los regalos que se intercambiaban eran simples frutas o flores, pero el recuerdo del regocijo que había brillado en los ojos de la muchacha al ver el obsequio todavía reconfortaba a Arilyn. Le preocupaba aquella niña; Ala de Halcón era demasiado joven para odiar con tanta pasión y matar con semejante facilidad. Era bueno ver cómo la muchacha revoloteaba en brazos de Tamsin, riendo con tanta alegría como si en verdad fuera la muchacha despreocupada que habría tenido que ser. Aquella visión bien valía la esmeralda..., otro de los costosos recuerdos de Danilo, y al ver el alborozo de Ala de Halcón, dudaba que Danilo hubiese desaprobado el uso que había hecho ella de su regalo.
La niña captó la mirada de Arilyn y su diminuto rostro se iluminó con una sonrisa. Con las manos extendidas, se acercó corriendo a la elfa de la luna y la introdujo en la danza. Empezaba el círculo, la danza final que iba a significar la celebración del solsticio. Arilyn se dejó llevar por los demás, sin preocuparse de que sus pasos no fueran tan ligeros o sabios como los de aquellas criaturas sobrenaturales. Algo en aquel tipo de festividades hacía que ciertas cosas carecieran de importancia.
Arilyn permitió que la arrastraran la paz y el gozo que la danza del círculo tejía alrededor de todos ellos, consciente de que aquélla iba a ser la última parte de los festejos en los que iba a tomar parte.
Entre los elfos era costumbre que en mitad del verano se celebrasen las bodas y se reunieran los amantes. Los niños nacidos en esa fecha eran considerados una bendición especial de los dioses e incluso aquellos elfos que no tenían un compañero especial buscaban a un amigo con quien compartir la magia del solsticio de verano.
Era casi imposible no hacerlo. Así como los ciclos de la luna controlan las mareas, la inexorable rueda del año los arrastraba a todos a un ambiente de celebración. Los faunos se perdían entre las sombras, de dos en dos. Duendes y hadas revoloteaban juntos como luciérnagas gemelas, en aquel tiempo sagrado, cada una a lo suyo.
Arilyn se fue apartando lentamente del círculo, reticente a abandonar aquella extraña y maravillosa comunión que había experimentado aquella noche. Un ligero tacto en su hombro desnudo le hizo darse la vuelta sobresaltada, con la mano en la empuñadura de la espada que estaba comprometida a llevar incluso en una noche como aquélla.
Se encontró en brazos de Foxfire, quien no dijo nada, aunque sus ojos eran oscuros y lucían un tono de indiscutible invitación.
El instinto y el hábito la hicieron reaccionar; se puso rígida y dio un paso atrás.
Foxfire apoyó una mano en su espalda, obstaculizándole la retirada.
—La noche es breve —musitó en voz baja, la frase tradicional que se intercambiaban amantes y compañeros que compartían la magia del solsticio de verano.
A Arilyn se le hizo un nudo en la garganta mientras hacía mella en ella el impacto completo de la invitación del elfo. A los ojos de Foxfire, ella era merecedora de la mayor de las celebraciones elfas, que no se cumplía sólo para satisfacer el deseo sino como una unión sagrada con la tierra. Nunca había podido soñar con encontrar en el mundo elfo una aceptación semejante..., nunca la había creído posible. La tentación de ser lo que él creía que era fue demasiado grande para que pudiera soportarla una semielfa solitaria como ella.
Por primera vez en toda su vida, se dejó llevar.
—La noche es breve —accedió.
Korrigash y Hurón contemplaron cómo sus líderes de guerra se fundían entre las sombras, juntos.
—No es justo —musitó el varón, con expresión turbada—. ¿No estabais prometidos, tú y Foxfire?
—Por muchos años —convino Hurón, con una mirada indescifrable en sus ojos negros—, pero ¿qué importa? Mientras ese par ganen batallas, no me importa lo que hagan.