Sombras de Plata (29 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

BOOK: Sombras de Plata
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Hurón se inclinó hacia adelante.

—¿Conoces al Arpista? ¿Dónde está?

—Más allá de tu alcance —repuso Arilyn con frialdad.

La mujer elfa contempló a Arilyn con expresión meditabunda durante varios segundos; luego, una sonrisa lenta y burlona le transformó la expresión.

—Bueno, bueno, la
semihumana
no es un pez tan frío como aparenta. Ese Arpista, ese humano, ¿qué significa para ti?

—No entiendo que eso pueda interesarte.

—Pues sí, resulta que el Pueblo tiene una misión apropiada para un sabueso como ese Arpista. Incluso aunque pudiésemos acosar a los humanos hasta expulsarlos del bosque, ¿qué les impediría regresar? No, hay que hacer un trabajo más profundo. La tribu necesita a alguien que pueda olfatear su rastro y seguirlo hasta su origen.

—¿Y eso es lo que tú esperabas hacer en Espolón de Zazes? ¿Asesinando a hombres de negocios rivales o a cortesanas infieles de todo aquel hombre que pudiese pagar tus servicios?

La mirada de Hurón siguió impertérrita.

—Ésos, y otros de mi elección —repuso con sinceridad—. Trabajé por mi cuenta y en nombre de mi Pueblo. Maté a aquellos que pensaba que eran enemigos.

Las dos mujeres se contemplaron durante largo rato.

—He de admitir que hay algo convincente en lo que dices —confesó Arilyn—. Aquí hay muchas cosas en juego que deben comprenderse. Si Danilo no se hubiese visto forzado a abandonar Espolón de Zazes, él y yo habríamos podido trabajar juntos..., él entre los humanos, yo con el Pueblo. Encontraré una ruta que me lleve al origen de los conflictos de Tethir, pero parte de la respuesta debe encontrarse en el bosque.

—Así que tú también eres Arpista —comentó Hurón, pensativa—. Eso explicaría muchas cosas. ¿Crees que lo que se rumorea del Pueblo es cierto? —inquirió tras cambiar súbitamente de tono.

—Lo averiguaré —repuso Arilyn con calma—. Puede que tu gente haya recibido provocaciones de sobra para esto y para todo lo demás que haya hecho, pero también tienes que admitir que esos ataques, sean verdaderos o fingidos, sólo pueden aportar más conflictos al bosque de los elfos.

La hembra levantó una mano para silenciar la enojada réplica que Hurón tenía preparada.

—Has hablado de expulsar a los invasores humanos del bosque. También tengo que informarme sobre eso. Sería un primer paso: detenerlos y luego seguir su rastro hasta donde nos lleve. Si hay una conspiración contra los elfos, los implicados deberán rendir cuentas.

Hurón meditó sus palabras.

—Si eres Arpista, ¿por qué te has presentado como embajadora de Siempre Unidos?

Arilyn cogió la copia de la proclama de la reina de su bolsa y la desplegó en el suelo frente a la elfa verde. Hurón levantó el pergamino y lo leyó con lentitud.

—¿La reina de Siempre Unidos cree que aceptaremos la Retirada? —preguntó, desdeñosa.

—Y los Arpistas creen que deberíais alcanzar un compromiso con los humanos de Tethyr —añadió Arilyn con el mismo sentimiento—. Sé que ninguna de las dos opciones es adecuada para los elfos del bosque, pero me veo en la obligación de actuar tanto en nombre de Amlaruil como de los Arpistas. Si me das una oportunidad, creo que puedo hacerlo mejor. Ya os he dicho cómo.

Hurón apartó a un lado el pronunciamiento real.

—Dime una cosa más —preguntó en tono despreocupado—. ¿Tienes idea de cómo reaccionarían los demás si se me ocurriera hablar de tu verdadera naturaleza?

—Ya he nombrado heredero para mi espada —repuso Arilyn con calma.

La respuesta consiguió arrancar una fugaz sonrisa del rostro de la elfa verde.

—Muy bien. Por ahora mantendré tu secreto. Haz lo que puedas, Arpista y semielfa, y piensa que, siempre que sea por el bien del Pueblo, lucharé a tu espalda.

Arilyn hizo un gesto de asentimiento para aceptar las palabras de Hurón... y la amenaza que había implícita en ellas. En cualquier momento, la asesina elfa podría traicionarla o, más probablemente, matarla.

Un ligero golpe de nudillos en la puerta abierta interrumpió cualquier respuesta que Arilyn pudiese haber dado. Las dos hembras se volvieron hacia el sonido. Una joven verde de reluciente pelo negro y ojos oscuros de expresión frenética se asomó.

—Te necesitan, Hurón —comentó con rapidez—. Traigo anuncio de batalla; es una calamidad. Los humanos han traído magia al bosque. Han capturado a muchos de los nuestros y nuestros guerreros están combatiendo cuerpo a cuerpo. La presión es asombrosa.

Hurón se puso de pie de un brinco y descolgó una aljaba de flechas negras de uno de los ganchos de la pared. Luego, cogió un puñado de flechas de uno de los tarros y se lo tendió a Arilyn, que también se había levantado del suelo.

—Tienes ocasión de demostrar tu valía al Pueblo, antes de lo que habías supuesto. Ten en cuenta que, para mí, un humano de más o de menos no tiene importancia — advirtió con frialdad.

—Comprendido —convino Arilyn mientras recogía las flechas y seguía a las ágiles elfas hasta el suelo del bosque.

Tal vez una cuarentena de elfos se habían congregado ya allí; el resto del poblado, los más jóvenes y los ancianos, se habían esfumado entre los árboles. Arilyn paseó la mirada por el grupo de guerreros, tomó buena nota de sus armas y de los ídolos que llevaban tatuados en los hombros. Esos tótems y guías espirituales decían mucho de la habilidad y el carácter elfo.

—Tengo varias espadas cortas forjadas al fuego y dagas en mis bolsas —ofreció—. Tú eres un cazador resistente, y tú, y esas dos hembras que hay allí —fue contando, mientras sacaba las armas y las lanzaba al suelo.

Los elfos que había mencionado lanzaron miradas interesadas a las armas, pero todos acabaron buscando con la mirada el beneplácito de Rhothomir.

—¿Qué sabéis de magia humana? —preguntó éste a Arilyn.

—Nada bueno.

La respuesta le había estallado en los labios antes de que pudiese considerar su impacto, pero consiguió arrancar una sonrisa divertida del rostro del dirigente elfo.

—¿Pero la habéis probado en
muchas
batallas?

—Sí, en muchas.

Rhothomir se volvió hacia los guerreros reunidos.

—Hurón ha tomado una decisión, y yo me uno a ella; la elfa de la luna dirigirá esta batalla. Coged vuestras armas.

Arilyn aceptó el mando con un escueto gesto de asentimiento, y luego se volvió hacia la mujer elfa de cabellos negros como el cuervo que había traído el anuncio de la batalla.

—¿A qué distancia?

—A dos horas de carrera, tal vez menos.

Y acto seguido se esfumó como un conejo en mitad de la espesura. Los demás echaron a correr tras ella sin echar siquiera una ojeada a su nuevo líder guerrero. No esperaba menos Arilyn. Había trabajado en solitario durante la mayor parte de su vida, pero había aprendido mucho observando a algunos de los mejores cabecillas que había conocido en el Norland, y podía concluir que en ocasiones lo mejor era cerrar la boca y seguir a los demás.

Y eso hizo ella. Echó a correr con tanta ligereza como cualquier otro elfo verde, hacia la que sospechaba que sería la primera de una larga lista de combates.

13

El fragor y los gritos de batalla se extendieron con rapidez por el bosque y aceleraron las zancadas de los elfos verdes que corrían hacia el combate. Fiel a su palabra, Hurón avanzaba detrás de Arilyn, sigilosa como una sombra. La Arpista intentaba no pensar en la amenaza que suponía la presencia de la elfa para concentrarse en la batalla que tenía ante ella. Los sonidos que llegaban procedentes del valle que tenían delante —chirridos de espadas, gruñidos y gritos de dolor, y exclamaciones horribles, preñadas de odio, de los guerreros humanos— prometían que la lucha sería difícil, y de mal cariz.

Arilyn ordenó el alto a un centenar de pasos del campo de batalla, en el preciso instante en que uno de los guerreros de Árboles Altos lanzaba una saeta en dirección a la refriega. Antes de que el proyectil alcanzara su objetivo, el arquero elfo disparó otra flecha, pero ambas se convirtieron en un estallido de luz blanca antes de que alcanzaran el blanco.

—¡Esperad! —gritó Arilyn, al tiempo que levantaba una mano hacia los demás arqueros que estaban ya preparados, porque al menos seis elfos más habían tensado los arcos y tenían las saetas a punto. Algo en su tono de voz y en su rostro los inmovilizó.

Ante la mirada horrorizada de los elfos, dos rayos de luz arcana relampaguearon de regreso hacia el primer arquero y las líneas de fuego gemelas engulleron al elfo. Una brillante aureola brilló un fugaz instante a su alrededor y luego el elfo desapareció y en su lugar quedó una polvareda de ceniza.

—Tienen un brujo de Halruaa —informó a Rhothomir, y a la cautelosa Hurón, en tono de gravedad—. Y eso es muy malo.

La Arpista echó un vistazo al campo de batalla para hacerse una idea de la situación. Había una pequeña zona abierta, envuelta en sombras por el círculo de árboles gigantes que la envolvían, y que se veía poblada de hombres y elfos enfrascados cuerpo a cuerpo. Habían pasado más de dos horas desde que en Árboles Altos se había recibido el anuncio de guerra y según todos los indicios el combate se había desarrollado sin tregua durante todo aquel rato. El suelo se veía pisoteado y cubierto de sangre; pocos contrincantes habían salido ilesos hasta el momento. En el centro del campo de batalla, cinco o seis elfos se hallaban apiñados y esposados con trampas de pie, lo cual dedujo Arilyn que había sido el cebo que había atraído al resto de los elfos a la batalla. Cinco hombres, tres de ellos armados con espadas y uno con arco, custodiaban a los prisioneros. El otro, la única persona desarmada del campo de batalla, tenía que ser el brujo. La armadura que llevaba puesta servía más de adorno que de protección; el extraño conjunto de metal con incrustaciones de cuero, planchas de metal sobre los hombros, protección torácica y del cuello, sólo podía proceder de la imaginación de un brujo de Halruaa. Alrededor de aquel reducido grupo, formando un círculo de espaldas a los cautivos, uno expertos espadachines mantenían ocupados a los elfos, quienes intentaban con gran valentía llegar a sus compañeros. El único arquero humano que había en el centro del círculo podía alcanzar sin dificultades a todo aquel elfo que conseguía traspasar el círculo.

Arilyn contempló el suelo en el centro del campo de batalla pero no vio ninguna flecha elfa, ni tampoco vio ningún humano con heridas provocadas por el impacto de ninguna saeta. Era evidente que el arquero elfo que acababa de perecer bajo el fuego mágico no era el primero en haber sufrido aquel destino. No existía límite en las veces que un hechicero podía invocar un hechizo semejante; éste probablemente tenía algún tipo de artilugio que podía almacenar hechizos sobre flechas, o construir algún tipo de esfera protectora a su alrededor. Ese tipo de cosas no eran habituales, ni siquiera en un lugar habituado a la magia como Halruaa, pero tampoco eran especialmente raras.

Arilyn reflexionó un instante, y luego se volvió hacia el grupo de elfos que se apiñaba tras ella.

—¿Quién es el mejor arquero entre vosotros? —preguntó a Rhothomir. El Portavoz señaló con su arco a uno de los guerreros..., un varón, más alto que la mayoría de los elfos verdes y singular por su cabellera del color del otoño.

—Foxfire, nuestro líder de guerra. Nada puede equipararse a su puntería.

—Llámalo —ordenó ella con voz tensa.

Rhothomir se llevó una mano a la boca y emitió un sonido estridente y agudo, parecido al producido por un águila de presa. El elfo de cabellos rojizos se puso rígido, titubeó y luego se separó de la batalla, antes de volverse y correr hacia los elfos que esperaban. Sus ojos negros se abrieron de par en par al divisar a la hembra elfa de la luna.

—¿Cuántas flechas eres capaz de lanzar en un suspiro? —preguntó—. ¿Tres, cuatro?

—Seis —respondió, tras meditar un instante.

Arilyn esbozó una mueca.

—Es arriesgado. Creo que cuatro es el límite. Te diré lo que deseo que hagas: dispara cuatro saetas directas al brujo y luego apártate para dejarme campo libre. Yo le devolveré las flechas que él retorne, cosa que lo mantendrá ocupado y acabará con varios de los hombres que custodian a vuestra gente.

—¿Cómo...?

Antes de que el elfo pudiese formular la pregunta, Arilyn se la respondió. La hoja de luna salió disparada de su funda y embistió contra el rostro del varón, que instintivamente se echó hacia atrás y alzó la daga para contrarrestar el ataque. Pero no con la suficiente rapidez. Arilyn completó el movimiento, cambió la dirección de la hoja y con un solo giro neutralizó el avance de su daga. Tras completar la pirueta, se acercó al elfo y le mostró directamente a la altura de los ojos un objeto diminuto. Era una pluma, una que pendía un instante antes de su cinta.

—Espada rápida —concluyó Arilyn, a modo de explicación.

—Cuatro disparos —corroboró Foxfire, con los ojos brillantes de perpleja admiración y renovada esperanza.

—Éste es el plan —explicó Arilyn con rapidez, volviéndose a los demás—. Foxfire y yo mantendremos entretenido al hechicero. Podéis estar seguro de que estará ocupado, pero sólo un instante. Yo embestiré contra él. En cuanto empiece a moverme, tenéis que hacer dos cosas: abridme paso entre ese círculo y eliminad al arquero del centro, así como cualquier otro hombre armado que os salga al paso. ¿Entendido?

Foxfire señaló a cuatro guerreros:

—Preparad los arcos. Apuntad a los humanos que están luchando contra Xanotter y Ala de Halcón, luego disparad. Señalad vuestro primer y segundo objetivo.

Los elfos emitieron con rapidez descripciones de los blancos que habían elegido, y luego se volvieron hacia la elfa de la luna. La excitación que embargaba a su líder de guerra parecía contagiosa: en apariencia, si Foxfire estaba dispuesto a seguir las instrucciones de la elfa de la luna, también lo harían ellos.

—Varios guerreros tendrán que entrar conmigo en el círculo —prosiguió Arilyn—. Hay que conseguir que los hagáis luchar desde el centro del círculo.

—¿Harás que nos rodeen? —intervino Hurón, recelosa.

—Dejará que nuestros arqueros tengan como blanco las anchas espaldas de los humanos —la corrigió Foxfire con una sonrisa. Sin dejar de sonreír, se volvió hacia Arilyn y le mostró cuatro flechas—. Estoy listo.

La Arpista hizo un gesto de asentimiento y alzó la hoja de luna hasta colocarse en posición de guardia. Foxfire hincó una rodilla en tierra y tensó el arco para preparar el primer disparo.

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