Sólo tú (15 page)

Read Sólo tú Online

Authors: Jordi Sierra i Fabra

BOOK: Sólo tú
12.09Mb size Format: txt, pdf, ePub

Brainglobalnoise era de estos últimos.

Los camerinos estaban llenos, a rebosar. Tres de ellos y un enjambre de chicas, todas altas, todas guapas, todas excitantes, con ropas llamativas y escasas, salidas de Dios sabía dónde. Siempre había chicas donde hubiera músicos. Formaban parte del decorado. Los tiempos de las
groupies
habían pasado, pero los de la carne femenina disponible como
atrezzo
no. Mario tenía a dos, sujetas por sus desnudas cinturas de avispa. Rocky dejaba que su mano cabalgara por encima del hombro de otra, rozando casi el pecho de la chica, mientras hablaba con la seguridad de quien ya está de vuelta de todo, pese a tener únicamente veinte años. Eliseo se estaba besando con una casi un palmo más alta que él, con otras tres riendo la gracia y, quizá, esperando turno. Faltaba David M., probablemente con su novia, quizá haciéndolo para «descargar tensiones».

Y Faltaba ZQ.

Fue a la puerta cerrada y ni siquiera llamó. La abrió de golpe.

El batería estaba iniciando el esnifado de una raya de coca, perfectamente alineada sobre un espejito.

La mayoría de los que tomaban coca así lo hacían sobre un espejo. Tal vez para verse la cara de idiotas que ponían mientras se colocaban.

ZQ levantó la cabeza, primero inquieto, después molesto por la interrupción al reconocerlo. Iba a proseguir con su acción, pero no supo ver el rictus de malestar del aparecido. Cuando se lo encontró encima ya era demasiado tarde.

El espejo con la coca salió disparado contra la pared.

—¡Pero qué coño...! —Se levantó asustado—. ¿Sabes la pasta que...?

No pudo ni acabar la frase. Rogelio lo sujetó por la camisa y lo empujó contra la misma pared a la que habían ido a parar la coca y su soporte, así como el canutillo para el esnifado. El choque fue demoledor. Tanto que una bocanada de aire se le escapó al músico por entre los labios.

—¡Maldito imbécil! —Le escupió las dos palabras a la cara.

—¡Eh, eh, para! ¿De qué vas? ¡Suéltame, coño!

—Óyeme bien, mamón soplapollas. —Rogelio pegó su cara a la del batería, de forma que la sensación ciclópea se agigantó para ambos, pero más aún para el músico por la violencia y el gesto de la cara y la voz de su agresor—. Aún no sois nadie, sois una mierda, estáis empezando... ¿Y ya así, tomando drogas? ¿Tan fácil?

—¡Era para dar el callo esta noche! ¡Tú mismo dijiste que era importante!

—¡Todas lo son! ¡No hay ni una sola noche en la vida de un músico que sea menor! ¡Hay un público, y han pagado por veros, hoy, mañana, siempre! —Jadeaba más por su ira que por cansancio—. ¿Y mañana? ¿Y pasado? ¿Es que no ves que si tomas una noche, lo harás otra y otra y otra más? ¿Quieres ser uno de los ilustres muertos del Club de los 27?

—¡Suéltame!

—¡Eres un mamón, ZQ! ¡Lo sois todos, aquí con chicas, creyendo que ya lo tenéis todo hecho! ¡Unos mamones niñatos de mierda!

—¡A mí no me...! —ZQ intentó apartarlo de una vez.

No pudo.

Rogelio lo zarandeó, le dio dos tortas y lo empujó hacia un lado. El batería cayó sobre una mesa repleta de bebidas y algunos canapés para después del concierto. La mesa se hundió y el estruendo fue tal que a los tres segundos se abrió la puerta. Mario, Eliseo y Rocky, con su cohorte de admiradoras detrás, se asomaron al caos.

Rogelio ya no esperó más.

Pasó entre ellos, empujándolos, con la misma furia con la que acababa de golpear y derribar a ZQ, dominado por la rabia que llevaba días poseyéndolo, y los dejó atrás en silencio.

—¡Salís en cinco minutos! —gritó—. ¡Puntuales!

 

 

La salida de Brainglobalnoise a escena fue saludada con un griterío ensordecedor. Griterío y entrega de fans, salutación y éxtasis, inicio de ritual y comunión. No hubo presentaciones. Ninguna palabra. Atacaron
Kontaminación
, directamente, para dejar bien alto y bien claro que sería un concierto sin concesiones, culminante desde la entrada, sin un segundo de respiro. Los fans aullaron, todo Razzmatazz se puso a brincar. Los gritos desaforados de David M., punteados por su guitarra y las de Mario y Eliseo, crearon un farragoso estruendo metálico apoyado por ZQ a la batería y Rocky al bajo. Era un sonido aplastante, decibelios al máximo. El infierno en la Tierra.

Todo menos algo celestial.

Lo primero que se preguntó Beatriz fue si aquellos cinco aspirantes a estrellas habían escuchado alguna vez a Led Zeppelin, Aerosmith, AC/DC...

Bueno, lo suyo tampoco era rock duro. ¿Cómo lo llamaban? ¿Trash-rap-hop-metal-hardcore?

Posiblemente, David M. fuera lo mejor del quinteto. El tuerto en el país de los ciegos. Su voz tenía matices, más cuando cantaba que cuando rapeaba, y más cuando rapeaba que cuando gritaba. Como guitarra era efectivo, sin alardes, por eso necesitaba a los otros dos. Mucho truco. Ninguna digitación. Perfecto candidato a darles la patada a los restantes cuatro miembros de la banda en cuanto las cosas fueran mal dadas, triunfaran hasta el punto de asentarse y estancarse o recibiera una oferta suculenta para iniciarse en solitario.

Beatriz intentó aguantar la paliza sónica con la mejor cara.

A su lado, Elisabet saltaba hecha una loca.

—¡No me digas que no son geniales! —le bramó al oído.

—¡Alucino! —le respondió igualmente a gritos.

—¿A que sí? —entendió mal su amiga.

No había escapatoria. Aunque regresara al
backstage
, las dimensiones del local hacían que la música fuera omnipresente en todas partes. Quizá fuera una vieja prematura. Todos los que estaban allí participaban de la orgía auditiva menos ella. Saltos, emoción, empatía... Para muchas y muchos, Brainglobalnoise eran lo esperado, lo que necesitaban. Para otras y otros, una válvula de escape. Ellos ponían letra a su malestar constante, a su rebeldía y su rabia. El grupo adecuado en el momento oportuno. Quizá ése fuera su mérito.

Y a pesar de todo, seguía sin creérselos.

Ni por Rogelio.

Lo buscó sin verlo, y no quiso parecer ansiosa escudriñando la sala de conciertos, algo difícil además por los constantes cambios de luz en el escenario. Elisabet vivía su noche, no paraba. Al otro lado, Gonzalo seguía el ritmo con los pies, sólo eso. Nada en él se movía más allá de esas concesiones. Tampoco era su música, pero al menos, la excusa había servido para sacarlo de su casa y de su depresión. Las canciones que componía y cantaba, así como las letras, eran preciosas. Nada que ver con los protagonistas del concierto.

De vez en cuando, Gonzalo sí miraba arriba y abajo, a derecha e izquierda.

Extrañamente, Beatriz sintió envidia.

Los gays ligaban más y mejor. Les bastaba una mirada, reconocerse, porque ésa era la clave, que se reconocían entre sí, y a partir de este punto, todo dependía de lo rápido que quisieran ir. En cambio, un hetero, chico o chica, debía seguir el ritual. Si una chica se acostaba con un chico a la primera, era una puta. Si un chico lograba seducir a una chica a la primera, era un ligón.

A lo peor, ya estaba cargada de prejuicios.

Se estremeció.

Necesitaba ser y sentirse como lo que era, alguien en la etapa final de la adolescencia, alguien a las puertas de la primera juventud, si no es que ya las había cruzado.

Hacía tiempo.

¿No decían que era «muy madura» para su edad?

—¡Hola!

Volvió la cabeza. Rogelio estaba allí, justo detrás de ella, inclinado para hablarle o quizá esperar una respuesta suya.

—¡Hola!

—¿Qué tal?

—¡Bien!

—¡No lo parece!

Beatriz le dirigió una sonrisa amable, mitad comprensiva mitad resignada. La proximidad hizo que casi se viera reflejada en las pupilas de él. Y comprendió que, en este caso, el efecto era doble, un puro
feedback
, porque él también la miró con intensidad. Era como si una extraña química se desatara estando juntos.

¿Química o... feromonas?

—¡No suenan mal, pero me siguen pareciendo unos pardillos!

—¡Son pardillos! —le dio la razón Rogelio—. ¡Pero en eso andamos, tratando de pulirles los defectos!

—¡Habrá que ir a Lourdes!

—¡Muy graciosa!

Dejaron de gritarse el uno al otro para prestar atención a la música, aunque lo cierto es que hablar era difícil si no se hacía alzando la voz junto al oído.

Beatriz siguió muy quieta.

Rogelio, detrás de ella.

 

 

Rogelio, más que respirar, aspiraba.

No era el mejor de los lugares para hacerlo, para llenarse del aroma de una mujer, por cerca que estuviese de ella. Los saltos de la concurrencia habían llenado ya el espacio de polvo y sus efluvios sudorosos se expandían con generosa profusión. Aun así, seleccionó el olor captado el día del parque, y también a la entrada de Razzmatazz, en el momento de darle los dos besos. Rozó el cabello de Beatriz con la punta de su nariz y retrocedió, temeroso de que la chica volviera la cabeza o lo notara. Pero su invitada no hizo nada, continuó inmóvil.

La música de Brainglobalnoise no era el mejor de los afrodisíacos, pero era la primera vez que podía desnudar su alma y preguntarse qué demonios le estaba sucediendo con aquella chica.

¿Por qué aquella sensación, la turbación de...?

Era algo físico, pero también anímico. Algo que procedía de su erotismo turbador y que al mismo tiempo se canalizaba a través de su dulzura. Había magia, magnetismo, intensidad, calor, emociones... un rosario de pequeñas cosas altamente seductoras, sobre todo para alguien súbitamente vulnerable como él. La descarnada violencia sexual que le motivaba contemplarla se aquilataba con la sensación de paz que le producía el efecto siguiente.

¿Era el náufrago buscando una tabla de salvación y ella lo primero real y tangible que tocaba?

¿Un espejismo?

¿Cuántas veces se había colgado de alguien y luego...?

Intentó concentrarse en el grupo. Eran su lanzamiento, y hasta el momento de escuchar a Marcelo Novoa hablando de vender la compañía a una multinacional, creía que también eran su tabla de salvación, con cuyas ventas, la discográfica volvería a estar arriba, al menos un año, dos, quizá más, algo imposible de saber en el volátil mundo del disco. Sabiendo ahora que el final era el mismo, inevitable, no tenía por qué engañarse más a sí mismo.

Tampoco sentía nada.

Brainglobalnoise era exactamente lo que había dicho Beatriz en su blog: un producto, ni más ni menos. Un artificio para vender. Una excusa como otra cualquiera, mucho ruido y pocas nueces. Justo lo que en muchas ocasiones pedía el público.

Para cosas serias ya estaban los dinosaurios como Dylan, o Cohen, o Waits.

Buscó algo más que decirle.

Pero optó por seguir callado.

 

 

Beatriz sabía que él estaba detrás, mirándola, absorbiéndola. Un par de veces había percibido un cosquilleo en el pelo, como si él se acercara tanto que la rozara, aposta o sin pretenderlo, oliéndola o acariciando su pelo con una mano. No se atrevía a cambiar de posición. No se atrevía a moverse. No quería ver ni saber. Únicamente esperaba. De hecho, lo que sucedía en el escenario ya no era cosa suya. Pasaba. Lo importante era lo que acontecía a su espalda.

Se estremeció imperceptiblemente.

¿Qué le sucedía?

Se había fijado alguna vez en algún chico, antes de descubrir que era estúpido o ya sin acercarse a él para no hacer el ridículo. Más o menos a los dieciséis había comprendido que los de su edad se le quedaban pequeños; de entrada, en el aspecto intelectual, y luego físicamente. Que tuvieran cinco años más tampoco le sirvió de mucho. Siguieron pareciéndole vacíos. Ahora era la primera vez que alguien mayor, tan mayor, le despertaba los sentidos, la zarandeaba, la obligaba a hacerse preguntas para las que no tenía ninguna respuesta porque no estaba preparada para ellas.

Y ya no era un espejismo.

En el parque tal vez sí. Por la sorpresa, por acabar de conocerse. Por la situación, el momento...

Allí no.

Allí, la electricidad era superior a la del conjunto, que se desgañitaba en el escenario intentando gustar por la vía más directa, la del apabullamiento sónico.

El roce se hizo más intenso al aproximarse Rogelio a su oído.

—¡Ha llegado el director de mi compañía, tengo que dejaros!

—¡De acuerdo!

—¡Diles a tus amigos que lo de presentarles al grupo será otro día, que lo siento! ¡Ha habido un problema con ZQ, el batería, y luego no va a estar la cosa...!

—¡Lo entiendo, tranquilo!

—¡Hasta luego!

—¡Sí!

Quiso decirle «no te vayas», pero prefirió callar. ZQ montaría la pelotera con Marcelo Novoa. Tendrían unas palabras, todos, y no estaba muy seguro de parte de quién se pondría el dueño de Discos Karma. Para bien o para mal, estaba trabajando.

Other books

The Burning by Jonas Saul
Reckless by Winter Renshaw
The Weird Sisters by Eleanor Brown
The Politician by Young, Andrew
Ellen in Pieces by Caroline Adderson
Woman Who Could Not Forget by Richard Rhodes