Sol naciente (20 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Thriller

BOOK: Sol naciente
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—De todos modos, probablemente, sea mejor que no le hayas disparado.

—Probablemente. —Aplastó el cigarrillo.

Los bomberos habían apagado el fuego. El «Ferrari» era una carcasa humeante aplastada contra el hormigón. Se respiraba un olor acre.

—Bien —dijo Graham—. Aquí no hacemos nada. Yo me vuelvo a la casa. A ver si las chicas siguen allí.

—¿Me necesitas?

—No. Vete a casa. Mañana será otro día. Mierda, vamos a estar de papeleo hasta caernos a pedazos. —Me miró vacilando—. ¿Vamos al unísono en esto? ¿En todo lo ocurrido?

—Desde luego.

—No se puede llevar de otro modo —dijo él—. Que yo sepa.

—No —dije—. Son cosas que pasan.

—De acuerdo, colega. Hasta mañana.

—Buenas noches, Tom.

Subimos a los coches.

Yo me fui a casa.

Mrs. Ascanio roncaba ruidosamente en el sofá. Eran las cuatro menos cuarto de la mañana. Crucé de puntillas y me asomé a la habitación de Michelle. Mi hija estaba boca arriba, destapada, con los brazos por encima de la cabeza y los pies asomando por entre los barrotes de la cuna. La tapé y me fui a mi habitación.

El televisor seguía encendido. Lo apagué. Me quité la corbata y me senté en la cama para descalzarme. De pronto, me di cuenta de lo cansado que estaba. Tiré la americana y el pantalón encima del televisor. Me tumbé de espaldas, pensando en quitarme la camisa. La sentía húmeda y mugrienta. Cerré los ojos un momento y apoyé la cabeza en la almohada. Entonces sentí pellizcos y tirones en los párpados. Oí un gorjeo y durante un momento de horror, pensé que los pájaros me picoteaban los ojos.

Entonces oí una voz que decía:

—Abre los ojos, papá. Abre los ojos. —Y comprendí que era mi hija que trataba de abrirme los ojos con sus deditos.

—Uuuuh —hice. Vislumbré luz de día, di media vuelta y hundí la cara en la almohada.

—¿Papá? Abre los ojos. Abre los ojos, papá.

—Papá ha vuelto muy tarde —dije—. Papá está cansado.

Ella no me hizo caso.


Papá
, abre los ojos. ¿Abres los ojos, papá? Papá, abre los ojos.

Yo sabía que ella seguiría repitiendo lo mismo una vez y otra hasta que yo me volviera loco o abriera los ojos. Me puse boca arriba y tosí.

—Papá aún está cansado, Shelly. Ves a ver qué hace Mrs. Ascenio.

—Papá, abre los ojos.

—¿Por qué no dejas dormir un poco más a papá? Esta mañana, papá quiere dormir un poco más.

—Es de día, papá. Abre los ojos. Abre los ojos.

Abrí los ojos. Tenía
razón
la niña.

Era de día.

Qué diantre.

Segundo día

—Come los buñuelos.

—No quiero más.

—Otro bocadito, Shelly. —Por la ventana de la cocina entraba el sol. Bostecé. Eran las siete de la mañana.

—¿Hoy viene mamá?

—No cambies de conversación. Anda, Shel, otro bocadito, por favor.

Estábamos sentados a su mesita, en el rincón de la cocina. Hay días en que no quiere comer en la mesa grande y, en la pequeña, consigo que coma. Pero aquel día no tenía suerte. Michelle me miraba sin pestañear.

—¿Hoy viene mamá?

—Creo que sí, pero no estoy seguro. —No quería desilusionarla—. Estamos esperando que nos llame.

—¿Se va otra vez fuera de la ciudad?

—Quizá. —Me hubiera gustado saber qué significaba para una criatura de dos años «irse fuera de la ciudad», qué imagen le sugería.

—¿Se va con el tío Rick?

¿Y quién es el tío Rick?
Yo sostenía el tenedor delante de su cara.

—No lo sé, Shel. Anda, abre la boca. Otro bocado.

—El tío Rick tiene coche nuevo —dijo Michelle moviendo la cabeza con el gesto solemne que ponía cuando me daba una noticia importante.

—¿De verdad?

—Aja. Un coche negro.

—Pues qué bien. ¿Y qué coche es?

—Sedes.

—¿Un Sedes?

—No.
Sedes.

—¿Mercedes?

—Aja. Negro.

—Qué bien.

—¿Cuándo viene mamá?

—Otro bocadito, Shel.

Abrió la boca y yo le acerqué el tenedor. En el último instante, volvió la cara con los labios fruncidos.

—No, papá.

—Está bien. Dejémoslo.

—Es que no tengo hambre, papá.

—Ya lo veo.

Mrs. Ascenio estaba recogiendo la cocina antes de volver a su apartamento. Faltaban quince minutos para que llegara Elaine, la asistenta, que llevaría a Michelle a la guardería. Todavía tenía que vestirla. Acababa de dejar los buñuelos en el fregadero cuando sonó el teléfono. Era Ellen Farley, la encargada de Prensa del alcalde.

—¿Estás mirando?

—¿Mirando qué?

—Las noticias. Canal Siete. Están dando el accidente.

—¿Lo están dando?

—Llámame luego —dijo ella.

Entré en el dormitorio y conecté el televisor. Una voz decía:

«… informan de una persecución a gran velocidad por la autopista de Hollywood en dirección al Sur, que acabó cuando el sospechoso estrelló su “Ferrari” contra el viaducto de Vine Street, cerca de Hollywood Bowl. Testigos presenciales dicen que el coche chocó contra la pared de hormigón a más de ciento sesenta kilómetros por hora y que se incendió en el acto. Los coches de bomberos acudieron inmediatamente al lugar del siniestro, pero no hubo supervivientes. El cuerpo del conductor estaba calcinado y hasta los lentes se fundieron. El detective Thomas Graham, que había ordenado la persecución, dijo que el conductor, Mr. Edward Sakamura, estaba reclamado en relación con el supuesto asesinato de una mujer ocurrido en un edificio del centro. Pero hoy amistades de Mr. Sakamura expresaron incredulidad ante esta acusación y aseguraron que las tácticas intimidatorias de la Policía infundieron pánico en el sospechoso induciéndole a huir. Se han formulado quejas de que el incidente tuvo motivación racial. No está claro si la Policía tenía el propósito de acusar del asesinato a Mr. Sakamura y ciertos observadores apuntan que ésta es la tercera persecución a gran velocidad que se ha hecho por la autopista 101 en las dos últimas semanas. La prudencia de tales persecuciones se puso en tela de juicio cuando una mujer de Compton resultó muerta en el curso de una de ellas en enero último. No hemos podido ponernos en contacto con el detective Graham ni con su ayudante, el teniente Peter Smith, y esperamos información acerca de si van a ser sancionados o suspendidos por el Departamento».

Hostia.

—Papá…

—Un momento, Shel.

La pantalla mostraba cómo los restos retorcidos y humeantes del coche eran cargados en el camión parado en el arcén. La pared de hormigón había quedado tiznada.

La imagen volvió al estudio, donde la presentadora dijo mirando a la cámara:

—La «KNBC» ha sabido que dos oficiales de Policía se entrevistaron con Mr. Sakamura unas horas antes, en relación con este caso, pero no lo arrestaron. El capitán John Connor y el teniente Smith pueden ser sometidos a expediente disciplinario por el Departamento, puesto que existen dudas acerca de posibles violaciones del procedimiento. Ahora bien, la buena noticia es que en la 101 se han terminado los atascos en dirección Sur. Te paso conexión, Bob.

Yo miraba al televisor, helado.
¿Expediente disciplinario?

Sonó el teléfono. Era otra vez Ellen Farley.

—¿Te has enterado de todo?

—Sí. Y no puedo creerlo. ¿De qué va la cosa, Ellen?

—Nada de eso ha salido de la oficina del alcalde, si es lo que preguntas. Pero la comunidad japonesa ya estaba descontenta de Graham antes. Opinan que es racista. Parece que ahora les ha dado la razón.

—Yo estaba allí y Graham actuó correctamente.

—Sí, ya sé que estabas allí, Pete. Francamente, es lamentable. No quiero que te midan a ti con el mismo rasero.

—Graham actuó correctamente.

—¿Me has oído, Pete?

—¿Qué es eso de la suspensión y del expediente disciplinario?

—Primera noticia —dijo Ellen—. Pero eso tiene que haber salido de tu propio departamento. A propósito, ¿es verdad? ¿Hablasteis tú y Connor con Sakamura anoche?

—Sí.

—¿Y no lo arrestasteis?

—No; cuando hablarnos con él no teníamos pruebas. No las tuvimos hasta después.

—¿Crees realmente que él pudo cometer el asesinato?

—Me consta que lo cometió. Lo tenemos grabado en cinta.

—¿Grabado en cinta? ¿Lo dices en serio?

—Sí. Tenemos el asesinato grabado en vídeo por una de las cámaras de seguridad de la «Nakamoto».

Ella no decía nada.

—¿Ellen?

—Escucha lo que voy a decirte. Extraoficialmente, ¿de acuerdo?

—Desde luego.

—No sé lo que está pasando, Pete. Hay cosas que no entiendo.

—¿Por qué anoche no me dijiste quién era la chica?

—Lo siento. Pero había en juego muchas cosas.

—Ellen…

Silencio y luego:

—Pete, esa muchacha salía mucho, conocía a mucha gente.

—¿Conocía al alcalde?

Silencio.

—¿Le conocía bien?

—Mira, digamos que era una muchacha muy bonita y que se relacionaba con mucha gente de esta ciudad. Personalmente, yo la consideraba desequilibrada, pero era atractiva y tenía un gancho impresionante. Hubieras tenido que verlo. Ahora hay mucha carne en el asador. ¿Y has visto el
Times
?

—No.

—Echa un vistazo. Si quieres que te diga lo que pienso, vas a tener que ir con muchísimo tiento durante un par de días. Con pies de plomo. Siempre con el libro en la mano. Y vigila a tu espalda, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Gracias, Ellen.

—No me des las gracias. No te he llamado. —Su voz se suavizó—. Ten mucho cuidado, Peter.

Oí la señal de marcar.

—¿Papá?

—Un momento, Shel.

—¿Puedo ver los dibujos?

—Pues claro, cariño.

Le busqué una cadena de dibujos animados y salí a la sala de estar. Abrí la puerta y recogí el
Times
del felpudo. Me llevó un rato encontrar la noticia. Estaba en la última página de la sección local.

ACUSACIONES DE RACISMO POLICIAL EMPAÑAN FIESTA JAPONESA

Leí por encima el primer párrafo. Directivos japoneses de la «Nakamoto Corporation» se quejaban de la «ruda y desconsiderada» conducta de la Policía que, según ellos, puso una nota negativa en la fiesta de inauguración de su nuevo rascacielos de Figueroa, a la que asistieron relevantes personalidades y grandes estrellas del mundo del espectáculo. Por lo menos uno de los directivos de «Nakamoto» expresó la opinión de que la actuación de la Policía estuvo «determinada por motivos raciales». Un portavoz de la empresa dijo: «No creemos que el Departamento de Policía de Los Ángeles hubiera procedido de este modo, de no tratarse de una empresa japonesa. Nos duele que la actuación de la Policía ponga de manifiesto la aplicación por las autoridades de un patrón de conducta diferente para los japoneses». Mr. Hiroshi Ogura, presidente del Consejo de la «Nakamoto», asistió a la fiesta en la que también estaban presentes personajes como Madonna y Tom Cruise, pero no hizo comentarios sobre el incidente. Un portavoz manifestó: «Mr. Ogura deplora que la hostilidad de las autoridades haya empañado este acto. Lamenta profundamente el desagradable hecho acaecido».

Según observadores, el alcalde Thomas envió a un miembro de su oficina a hablar con la Policía, pero infructuosamente. La Policía no modificó su conducta, a pesar de la presencia del teniente Peter Smith, oficial de enlace para asuntos relacionados con ciudadanos japoneses, cuya tarea consiste en limar asperezas en las situaciones delicadas…

Etcétera.

Tenías que leer cuatro párrafos para enterarte de que se había cometido un asesinato. Este detalle parecía insignificante.

Miré el titular. La noticia era de la agencia local, es decir, no estaba firmada.

Me indigné tanto como para llamar a Kenny Shubik, mi antiguo contacto en el
Times
. Ken era el principal reportero de Local. Trabajaba en el periódico desde siempre y estaba enterado de todo lo que ocurría. Como no eran más que las ocho, lo llamé a su casa.

—Ken. Pete Smith.

—Hola. Me alegro de que te dieran mi recado.

En el fondo se oía una voz que parecía de una adolescente.


Vamos ya
, papá. ¿Se puede saber por qué no puedo ir?

—Jennifer, déjame hablar por teléfono un momento.

—¿Qué recado? —dije.

—Te llamé anoche, porque me pareció que tenías que saberlo inmediatamente. Está claro que él actúa basándose en un soplo. ¿Tienes idea de lo que hay detrás?

—¿Detrás de qué? —No sabía de qué me hablaba—. Lo siento, Ken, pero no me dieron tu recado.

—¿No? Te llamé a eso de las once y media de la noche. La telefonista dijo que habías salido para un asunto del servicio, pero que tenías teléfono en el coche. Le dije que era importante y que podías llamarme a casa. Porque estaba seguro de que te interesaría saberlo.

La niña decía:

—Vamos,
papá…
Tengo que decidir qué me
pongo
.

—Puñeta, Jennifer. ¿Quieres callarte? —Y a mí—: Tienes una hija, ¿verdad?

—Sí, pero sólo tiene dos años.

—Pues espera y verás —dijo Ken—. Oye, Pete. ¿De verdad no te dieron mi recado?

—Yo te llamo por otra cosa. La noticia que publicáis en el periódico de esta mañana.

—¿Qué noticia?

—La de «Nakamoto», página ocho. La de la actuación «ruda y desconsiderada» de la Policía en la fiesta de inauguración.

—Jo, no creí que en la edición de hoy se hablara de la «Nakamoto». Jodie fue a cubrir la fiesta, pero no saldrá hasta mañana. Y es que ya sabes lo que ocurre, el Japón atrae a los
glitterati
y ayer Jeff no tenía espacio en Local.

Jeff era el redactor-jefe de Local.

—En la edición de esta mañana viene la noticia del asesinato.

—¿Qué asesinato? —Su voz tenía un tono extraño.

—Anoche en la «Nakamoto» se cometió un asesinato. A eso de las ocho y media. Una de las invitadas fue asesinada.

Ken, al otro extremo del hilo, guardaba silencio, mientras se hacía una composición de lugar. Finalmente, preguntó.

—¿Tú interviniste?

—Homicidios me llamó. Soy oficial de enlace con los japoneses.

—Hum —exclamó Ken—. Mira, deja que llegue a mi mesa, a ver qué puedo averiguar. Llámame dentro de una hora. Y dame tus números, para que pueda llamarte directamente.

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