Sol naciente (16 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Thriller

BOOK: Sol naciente
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Entramos en el ascensor. Allí había silencio.

—Un homicidio cada veinte minutos —dijo Connor. Una violación cada siete minutos. Un niño asesinado cada cuatro horas. Ningún otro país tolera semejante nivel de violencia.

Se abrieron las puertas. En comparación con la sala de Urgencias, los pasillos del sótano estaban tranquilos. Olía a formol. Nos acercamos al mostrador, en el que Harry Landon, el flaco y anguloso encargado de planta, comía un bocadillo de jamón.

—Hola, chicos —dijo sin levantar la mirada.

—Hola, Harry.

—¿Qué hacéis aquí? ¿Venís por el caso Austin?

—Sí.

—Empezaron hacia media hora. Al parecer hay muchas prisas.

—¿Y eso?

—El jefe sacó de la cama al doctor Tim y le dijo que lo hiciera de prisa. Le cabreó bastante. Ya sabéis lo especial que es el doctor Tim. —El encargado sonrió—. Y también hicieron venir a mucha gente del laboratorio. ¿Dónde se ha visto que se organice semejante fregado en plena noche? ¿Tenéis idea de lo que va a costar en horas extra?

—¿Y Graham? —pregunté.

—Por ahí andará. Tenía a un japonés pegado a él como su sombra. Y, a cada media hora, el japonés venía y me decía si podía llamar por teléfono, llamaba y hablaba en japonés. Luego, volvía a incordiar a Graham. Decía que quería ver la autopsia, ¿qué os parece? Y venga a insistir y a insistir. Hasta que, hará unos diez minutos, llamó por última vez. De pronto, vi que mudaba de expresión. Yo estaba aquí y vi que se ponía
mojo mojo
como si no pudiera dar crédito a sus oídos. Y entonces va y sale
corriendo
. Lo que oís:
corriendo.

—¿Dónde es la autopsia?

—Sala dos.

—Gracias, Harry.

—Cierren esa
puerta
.

—Hola, Tim —dije al entrar en la sala de autopsias. Inclinado sobre la mesa de acero inoxidable estaba Tim Haller, conocido por todos como doctor Tim. Aunque eran las dos menos veinte de la madrugada, él estaba impecable, como siempre, bien peinado y con el nudo de la corbata perfecto. En el bolsillo de su almidonada bata se alineaban varios bolígrafos.

—¿Me han
oído
?

—Ya la cierro, Tim. —La puerta tenía un dispositivo de cierre neumático, pero al parecer no era suficiente para el doctor Tim.

—Es que no quiero que se me cuele el japonés.

—Se ha marchado, Tim.

—Oh, ¿sí? Pero puede volver. Es de una pesadez increíble y muy irritante. —Miró por encima del hombro—. ¿Y quién está contigo? No será John Connor. Hace siglos que no te veo, John.

—Hola, Tim. —Connor y yo nos acercamos a la mesa. La autopsia estaba muy avanzada, ya se había hecho la incisión en Y y se habían extraído y colocado en bandejas de acero los primeros órganos.

—Ahora quizás
alguien
pueda explicarme por qué diablos se ha armado tanto jaleo por este caso —dijo Tim—. Graham está tan furioso que no suelta prenda. Se ha ido aquí al lado, al laboratorio, a ver los primeros resultados. Pero yo quiero que alguien me diga por qué he tenido que levantarme de la cama para hacer esta autopsia. Mark está de guardia, pero al parecer no está lo bastante cualificado para este caso. Y, naturalmente, el forense está fuera, en un congreso en San Francisco. Desde que tiene su nueva amiguita, siempre está fuera de la ciudad. De modo que me han llamado a mí. No recuerdo la última vez que me sacaron de la cama.

—¿No lo recuerdas? —El doctor Tim era preciso en todo, incluso en la memoria.

—La última vez fue en enero de hace tres años. Pero entonces fue para una suplencia. La mayoría del personal estaba con la gripe y los casos se acumulaban. Hasta que una noche nos quedamos sin armarios y los cadáveres estaban en el suelo, metidos en bolsas y estibados. Había que hacer algo. El olor era terrible. Pero no recuerdo que se me llamara para un caso políticamente delicado. Como éste.

—Tampoco nosotros sabemos por qué es delicado.

—Pues vale más que os espabiléis en descubrirlo, porque hay mucha presión. Me ha llamado el forense desde San Francisco y me ha dicho: «Hazlo ahora, hazlo esta noche, y déjalo listo». Y yo digo: «De acuerdo, Bill». Y él me dice entonces: «Escucha, Tim. Hazlo a conciencia. Ves despacio, toma montones de fotos y de notas. Documéntalo hasta la saciedad. Usa dos cámaras. Porque tengo la impresión de que todo el que tenga algo que ver con este caso puede encontrarse con la mierda hasta el cuello». Por lo tanto, es natural que uno quiera saber de qué va la cosa.

—¿A qué hora fue esa llamada? —preguntó Connor.

—Entre diez y media y once.

—¿Y te dijo el forense quién le había llamado a él?

—No. Pero generalmente, este tipo de llamadas solo las hacen o el jefe de Policía o el alcalde.

Tim examinó el hígado, separando los lóbulos, y lo depositó en una bandeja de acero. El ayudante fotografiaba cada órgano y luego lo dejaba a un lado.

—¿Y qué has encontrado?

—Francamente, hasta el momento, los hallazgos más importantes son externos —dijo el doctor Tim—. Llevaba mucho maquillaje en el cuello, para disimular contusiones múltiples. De diferente antigüedad. Aun sin disponer de una curva espectroscópica de los productos de descomposición de la hemoglobina en los puntos afectados, yo diría que las contusiones tienen una antigüedad diferente abarcando hasta dos semanas. Quizá más. Concuerdan con un cuadro de traumatismo cervical crónico y repetido. No creo que pueda existir duda: se trata de un caso de asfixia sexual.

—¿Sólo podía gozar si le impedían respirar?

—Sí.

Ya lo había dicho Eddie. Por una vez, Eddie estaba en lo cierto.

—Es más frecuente en hombres, pero también se da en mujeres, desde luego. El síndrome consiste en que el individuo sólo puede excitarse sexualmente por la hipoxia que produce la casi estrangulación. Estos individuos piden a su pareja que les apriete la garganta o que les ponga una bolsa de plástico en la cabeza. Cuando están solos, se atan un cordón al cuello y se cuelgan al tiempo que se masturban. Dado que para conseguir el efecto es necesario que la asfixia sea acentuada, es fácil pasarse y no contarlo. Ocurre con frecuencia.

—¿Y en este caso?

Tim se encogió de hombros.

—Verás, se observan señales físicas que apuntan a un síndrome de asfixia sexual ya antiguo. Y tiene eyaculación en la vagina y abrasiones en los labios vaginales externos que señalan un episodio sexual forzado en la misma noche de su muerte.

—¿Estás seguro de que las abrasiones vaginales son anteriores a la muerte?

—Oh, sí, no existe la menor duda de que se trata de lesiones ante mortem. Está claro que antes de la muerte hizo una cópula forzada.

—¿Es decir, que fue violada?

—Yo no diría tanto. Como veis, las abrasiones no son fuertes, y no hay lesiones que puedan asociarse a ellas en otras partes del cuerpo. En realidad, no se aprecian signos de lucha. Por lo tanto, yo atribuiría las señales a una penetración vaginal prematura con lubricación insuficiente de los labios externos.

—O sea, que no estaba húmeda.

Tim pareció molesto.

—En crudo lenguaje profano.

—¿Cuánto tiempo puede haber transcurrido desde el momento en que se produjeron esas abrasiones y la hora de la muerte?

—Una hora o dos. No fue cerca del momento de la muerte. Eso se ve por la extravasación y la hinchazón de las zonas afectadas. Si la muerte se produce poco después de la lesión, el flujo de sangre se detiene y, por lo tanto, la hinchazón es escasa o nula. En este caso, como podéis ver, es bastante pronunciada.

—¿Y el esperma?

—Se han enviado muestras al laboratorio. Con las de los restantes fluidos. —Se encogió de hombros—. Hay que esperar. Y ahora, ¿vosotros vais a ponerme en antecedentes? Porque yo tengo la impresión de que esta muchachita, antes o después, iba a tener problemas. Es decir, es mona pero retorcida. Entonces…, ¿a qué tanto jaleo? ¿Por qué he tenido que levantarme de la cama para hacer una autopsia cuidadosa y documentada a una pobre muchacha que no podía follar como todo el mundo?

—Ni idea —dije.

—Venga ya. Yo os he dicho lo que sé. Ahora os toca a vosotros.

—Tim, no tenemos nada.

—No te jode… —dijo Tim—. Ésta me la debes. Venga.

—Lo único que sabemos es que el asesinato tuvo lugar durante una recepción ofrecida por los japoneses y que ellos desean que la cosa se resuelva cuanto antes.

—Es natural —dijo Tim—. La última vez que aquí hubo un zafarrancho fue cuando el caso del Consulado japonés, ¿os acordáis? ¿El secuestro de Takashima? Puede que no os acordéis porque no llegó a los periódicos. Los japoneses consiguieron taparlo. De todos modos, un guardia jurado murió en circunstancias extrañas y durante dos días presionaron a nuestra oficina. Me asombró lo que podían conseguir. Hasta el senador Rowe en persona nos llamó para decirnos lo que había que hacer. Nos llamó el gobernador. Todo el mundo llamaba. Ni que se tratara del hijo del Presidente. Vaya, que esa gente tiene
influencia
.

—Vaya si tienen influencia. Y bien cara que les cuesta —dijo Graham entrando en la sala.


La puerta
—dijo Tim.

—Pero esta vez su jodida influencia no les servirá de nada —dijo Graham—. Porque esta vez los tenemos bien agarrados. Se trata de un asesinato; y, según los resultados del laboratorio, podemos afirmar sin lugar a dudas que el asesino es japonés.

El contiguo laboratorio de Patología era una sala grande, iluminada por simétricas baterías de tubos fluorescentes. Había pulcras hileras de microscopios. Pero, a aquella hora de la noche, sólo dos técnicos trabajaban en la gran sala. Y Graham estaba a su lado, con una expresión de malsana alegría.

—Vosotros mismos podéis daros cuenta. En un peinado del vello púbico se ha recogido vello masculino de rizo medio, sección ovalada y, casi con toda seguridad, origen asiático. El primer análisis de semen da tipo sanguíneo AB, relativamente raro entre caucásicos y mucho más frecuente entre asiáticos. El primer análisis de proteínas en el fluido seminal da negativo en el apartado de…, ¿cómo se llama?

—Etanol deshidrogenasa —dijo el técnico.

—Eso es. Etanol deshidrogenasa. Es una enzima. Que los japoneses no tienen. Y que en este líquido seminal no está. Y el factor Diego, que es una proteína del grupo sanguíneo. Eso. Y aún faltan pruebas, pero parece claro que esta muchacha tuvo relaciones sexuales forzadas con un japonés antes de que él la matara.

—Está claro que se le ha encontrado semen japonés en la vagina —dijo Connor—. Eso es todo.

—Joder —dijo Graham—. Semen japonés, vello púbico japonés, factores sanguíneos japoneses. Aquí ha habido un asesino japonés.

Había extendido las fotografías de la escena del crimen, en las que se veía a Cheryl en la mesa de la sala de juntas. Graham empezó a pasear por delante de ellas.

—Sé dónde habéis estado, chicos, y sé que habéis perdido el tiempo. Fuisteis en busca de las cintas de vídeo, pero habían desaparecido, ¿no? Luego fuisteis al apartamento de la muchacha, y alguien lo había limpiado antes de que llegarais. Que es exactamente lo que cabría esperar de un asesino japonés. Está bien claro.

Graham señaló las fotografías.

—Ahí tenemos a nuestra chica. Cheryl Austin, de Texas. Guapa. Fresca. Buena figura. Una especie de actriz. Hace varios anuncios. Quizá de «Nissan». Lo que sea. Conoce a gente. Se relaciona. Está en algunas listas. ¿Me seguís?

—Sí —dije a Graham. Connor miraba fijamente las fotografías.

—En fin, que a nuestra Cheryl las cosas le van lo bastante bien como asistir, con un vestido negro de Yamamoto, a la solemne inauguración de la torre «Nakamoto». Llega con un individuo, quizás un amigo o un peluquero. Con barba. Quizá conoce a otros asistentes o quizá no. Pero, durante la velada, un personaje importante le propone desaparecer un ratito. Ella accede a ir al piso de arriba. ¿Por qué no? A la chica le va la aventura. Le gusta el peligro. Busca guerra. Y sube… quizá con el hombre, quizá cada uno por separado. Pero arriba se encuentran y buscan un sitio para hacerlo. Un sitio que tenga morbo. Y deciden…, probablemente él, lo decide
él…
, hacerlo en la jodida mesa de la sala de juntas. Y empiezan, empieza el ñaca ñaca, pero la cosa se va de la mano. El caballero se calienta demasiado, o quizás es un desviado y… le aprieta la garganta. Y la mata. ¿Me seguís?

—Sí…

—Y ahora el caballero tiene un problema. Él había subido a follar y resulta que ha matado a la chica. ¿Qué hace? Vuelve a la fiesta y, como es un jefazo samurái, dice a uno de sus subalternos que tiene un problemilla. Lamentablemente, se ha cargado a una puta del país. Lo cual no deja de ser un inconveniente, con una agenda tan apretada como la suya. Y entonces los subalternos cargan con la papeleta del jefe. Se llevan del piso de arriba todas las pruebas incriminatorias. Hacen desaparecer las cintas de vídeo. Van al apartamento de la muchacha y borran todos los indicios. Pero lo malo es que, para estas cosas, se necesita tiempo. Alguien tiene que entretener a la Policía. Y ahí es donde entra el abogadillo avispado y lameculos de Ishigura. Nos retrasa una hora y media. Eso es. ¿Qué tal?

Cuando Graham acabó de hablar, se hizo el silencio. Yo esperaba que hablara Connor.

—Muy bien —dijo Connor—. Chapó, Tom. La secuencia parece correcta en muchos aspectos.

—Puedes estar seguro —resopló Graham—. Es la puta verdad.

Sonó el teléfono. El técnico del laboratorio dijo:

—¿Alguno de ustedes es el capitán Connor?

Connor fue al teléfono. Graham me dijo:

—Te digo que a esa chica la mató un japonés, y nosotros lo encontraremos y lo
desollaremos
. Lo desollaremos.

—¿Por qué la tienes tomada con ellos? —pregunté.

Graham me miró hoscamente.

—¿De qué estás hablando?

—Estoy hablando de tu odio por los japoneses.

—Eh, oye —dijo Graham—, vamos a poner los puntos sobre las íes, Petey-san. Yo no odio a nadie. Yo hago mi trabajo. Negro, blanco o japonés, a mí me da lo mismo.

—Está bien, Tom. —Era muy tarde y no tenía ganas de discutir.

—No, mierda. Tú crees que tengo prejuicios.

—Déjalo, Tom.

—Mierda, no. No lo dejo. Ahora, no. Voy a decirte algo, Petey-san. Tú solicitaste ese jodido trabajo de enlace, ¿verdad?

—Verdad, Tom.

—Y, ¿por qué lo solicitaste? ¿Por tu gran amor a la cultura japonesa?

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