Sirenas (16 page)

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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Sirenas
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—¿Qué pasa? —preguntó Harper.

—No sé cómo explicarlo —dijo finalmente—. Pero… Me están pasando cosas muy extrañas.

—Tiene que ver con la otra noche, ¿verdad? —preguntó Harper—. ¿Cuándo estuviste con Penn y las otras chicas?

—Sí, digamos que sí. —Gemma frunció el entrecejo.

—Es totalmente normal hacer ese tipo de cosas —dijo Harper tratando de mantener un tono tranquilizador—. Me refiero a no es que esté bien No deberías andar por ahí bebiendo, no es nada del otro mundo. Y sé que a veces puedo ser muy

—No, Harper. No hablo de eso —dijo Gemma, con un suspiro de frustración—. Me está pasando algo realmente extraño. Algo a nivel celular

Harper se inclinó hacia atrás y volvió a mirarla.

—¿Estás enferma? No tienes aspecto de estar enferma.

—No, me siento bien, en realidad.

—Entonces no lo entiendo.

—Sé que no podrás entenderlo. —Gemma sacudió la cabeza y bajó la vista—. Pero hay algo que no es normal.

De pronto se oyó que alguien llamaba a la puerta de la calle, con golpes más insistentes de lo habitual. Harper miró hacia la puerta de su dormitorio, dudando si interrumpir la conversación con Gemma o no. Pero Brian trabajaba hasta tarde y los golpes eran cada vez más insistentes.

—Lo siento —dijo Harper mientras se levantaba—. Vuelvo en seguida. A quienquiera que sea, le voy a decir que estoy ocupada, así podremos seguir hablando.

—De acuerdo.

En cuanto Harper salió del cuarto, bajó a toda prisa la escalera y se puso a gritar a quien fuera que estaba en la puerta que esperara un segundo. Gemma se tiró en la cama. Se puso a mirar el techo, tratando de pensar en cómo decirle a su hermana que le parecía que se estaba transformando en una especie de monstruo.

—¡¿Qué hacen aquí?! —gritó Harper en la planta baja, y Gemma se puso a escuchar con más atención.

—Venimos a hablar con tu hermana —se oyó como respuesta; la voz de gatita sensual era inconfundible. Penn estaba en la puerta.

Gemma se sentó muy recta, con el corazón a punto de estallar. Una parte

de ella estaba asustada, sintiendo el miedo que siempre le había hecho sentir Penn. Pero el resto de su ser se sentía extrañamente excitado. La voz de Penn la cautivaba como nunca la había atraído antes, casi como si la estuviese llamando.

—No puedes verla —dijo Harper.

—Sólo queremos hablar con ella —dijo Penn con dulzura.

—Un minuto —agregó melodiosamente Lexi, con su voz cantarina.

—No —dijo Harper, pero sus palabras tenían menos convicción que antes—. Ustedes no son sus amigas, y les prohíbo que vuelvan a hablar con ella.

Gemma se levantó de la cama y corrió hacia la planta baja, pero se detuvo a mitad de camino. Desde el ángulo en que estaba podía verlas en la puerta de la calle. Sólo estaban Penn y Lexi, con Harper bloqueándoles firmemente la entrada.

Al verlas ahí de pie, Gemma se dio cuenta de que empezaba a parecérseles. No a parecérseles exactamente en la fisionomía, ya que Penn y Lexi eran claramente distintas. Sino en una cierta cualidad, en un resplandor sobrenatural. Su inmaculada piel bronceada parecía brillar, como si estuviesen iluminadas por su propia belleza.

—Hola, Gemma —dijo Penn. Sus ojos oscuros se posaron en ella como para atraerla, de una forma que ella no podía rehusar.

—¡Gemma, vuelve arriba! —le gritó Harper, mirando hacia ella—. Les estoy diciendo que se vayan.

—No, no lo hagas —respondió inmediatamente Gemma, pero en un tono tan suave que le sorprendió que alguien pudiera oírla.

—Gemma, estás castigada —le recordó Harper—. Aunque quisieras verlas, no podrías. De todas maneras, no quieres verlas.

—Deja de decirle lo que quiere y lo que no —dijo Penn con apenas un dejo de veneno en su voz—. No tienes ni idea de lo que quiere.

—En este preciso momento, no me importa qué quiere. Ya pueden irse de mi casa.

—Harper, basta —dijo Gemma, y bajó la escalera—. Necesito hablar con

ellas.

—¡No! —gritó Harper, totalmente perpleja por sus pala—. No vas a hablar con ellas.

—Lo necesito —insistió Gemma. Tragó saliva y miró a Pen y a Lexi.

Le habían hecho algo. Estaba totalmente segura de que fuera lo que fuese, ellas eran las responsables de lo que le estaba ocurriendo. Eso significaba que ellas también debían de saber cómo arreglarlo, o al menos cómo manejarlo. Tenía que hablar con ellas y averiguarlo.

Harper trató de cerrar la puerta, pero el brazo de Penn se movió a la velocidad del rayo y la empujó hacia atrás. Penn le sonrió, con esa sonrisa amenazadora de dientes de tiburón.

—Lo siento —dijo Gemma con sinceridad—. Pero tengo que salir. —Se escabulló por la brecha que había abierto Penn y salió de su casa.

—¡Gemma! —gritó Harper—. ¡No puedes ir! ¡Te lo prohíbo!

—Prohíbeme todo lo que quieras, voy a ir igualmente —dijo Gemma, mientras Lexi le pasaba el brazo por los hombros en un gesto de camaradería.

Penn estaba entre Harper y Gemma, y Gemma podía ver por la expresión de su rostro que Harper estaba contemplando la idea de forcejear con Penn. Entonces Harper miró a su hermana y Gemma le imploró con los ojos que la dejara ir. La mirada de Harper pasó de la furia a un dolor desgarrador.

—Gemma —volvió a decirle Harper, esta vez más indefensa—. Por favor, entra.

—Lo siento. —Gemma sacudió la cabeza y caminó junto con Lexi hacia un coche que aguardaba frente a la casa—. Volveré más tarde —dijo, y tras una pausa agregó—: No te preocupes.

—Cuidaremos bien de Gemma —le aseguró Penn a Harper, todavía con su inquietante sonrisa en el rostro.

—¡Gemma! —gritó Harper, mientras su hermana se sentaba en el asiento de atrás junto con Lexi, y Penn les cerraba la puerta.

Thea estaba sentada en el asiento del conductor, como esperando para salir huyendo tras el robo de un banco, y unos segundos más tarde Penn se sentó a su lado.

Gemma miró por la ventanilla mientras el coche arrancaba, y observó a su hermana en el umbral de la puerta. Miró hacia la casa de al lado y vio que la ventana del dormitorio de Álex resplandecía con una luz amarilla bajo el azul oscuro del cielo crepuscular

Apartó la vista y sus ojos se encontraron con los de Penn en el espejo retrovisor.

—¿Qué eres tú? —preguntó Gemma.

—Todavía no —dijo Penn sonriendo—. Espera a que lleguemos a la bahía. Entonces te mostraremos claramente lo que somos.

* * *

Gemma siempre se había preguntado qué hacían Penn, Lexi y Thea para llegar a la caleta, y estaba realmente ansiosa por averiguarlo. Thea rodeó la bahía y se dirigió hacia el otro lado. En cuanto estacionó en un estacionamiento de grava, detrás de un grupo de apreses, todas bajaron.

Gemma notó que ellas se habían descalzado en el coche y ella habría hecho lo mismo si para empezar se hubiera acordado de calzarse antes de salir de su casa.

Nadie dijo gran cosa mientras caminaron por el sendero de tierra a través de los árboles. Una parte de ella sabía que se encontraba en una situación peligrosa, en especial después de lo que había ocurrido la última vez que había estado con ellas. Pero tenía la sensación de que si realmente hubiesen querido matarla, ya estaría muerta. Eran las únicas que sabían qué le estaba ocurriendo, y por eso tenía que arriesgarse a ir con ellas, para descubrirlo.

Cuando llegaron a una pendiente de roca bastante inclinada, le llevó varios segundos darse cuenta de que estaban al otro lado de la caleta. Esperaba que las chicas le mostraran alguna entrada oculta que les permitiera llegar hasta la cueva sin mojarse, pero en cambio empezaron a escalar la pared

de piedra.

—¿Esperan que suba eso? —preguntó Gemma, mirando la empinada pendiente de roca lisa. No podía ver ningún saliente al que aferrarse y de todas formas nunca había sido muy buena escalando.

—Puedes hacerlo —le aseguró Lexi, mientras Penn iniciaba el ascenso hacia la cima de la cueva.

—No creo que pueda —dijo Gemma sacudiendo la cabeza.

—Te sorprendería saber todas las cosas que puedes hacer ahora —le respondió Lexi sonriendo. Después, sin mirar si Gemma la seguía, comenzó a trepar.

Penn, Lexi y Thea ascendían con agilidad por la pared de piedra. Gemma sólo se debatió unos segundos, pero después empezó a escalar detrás de ellas. Le resultó sorprendentemente fácil. No era exactamente que se hubiese convertido en una escaladora mejor, sino que era más rápida, más fuerte, más diestra en todo. A ratos resbalaba, pero se recuperaba fácilmente.

Cuando alcanzó la cima, Penn estaba en el borde, de cara a la bahía, de modo que la boca de la cueva quedaba justo debajo de ella. A esa altura el viento soplaba con más fuerza, azotando el cabello de las chicas.

—¿Qué estamos haciendo aquí arriba? —preguntó Gemma, acercándose a ella.

—Quería mostrarte qué somos —dijo Penn.

—¿Qué son?

—Lo mismo que tú. —Penn la miró de frente, sonriendo. Gemma tragó saliva.

—¿Y qué es lo que soy?

—Ya lo verás —dijo Penn, y al decirlo estiró la mano y la empujó al vacío.

Gemma cayó, gritando y moviendo los brazos. Una caída desde esa altura, incluso al agua, era peligrosa, y eso suponiendo que no cayera sobre las rocas. Y así fue.

Cuando golpeó la superficie del agua, sintió como si se diera contra el suelo. Le dio de lleno en la espalda, dejándola de inmediato sin aire. Se hundió en el agua y sus brazos golpearon con fuerza contra una roca. Empezó a sangrar y la sal hizo que le ardiera la herida.

Comenzó a nadar agitadamente hacia la superficie, tratando de superar el espantoso dolor que sentía en todo el cuerpo. Pero la caída la había desorientado, y le costaba saber realmente lo que era dentro y lo que era fuera del agua. No sabía hacia dónde nadar y sus pulmones estaban a punto de estallar por falta de oxígeno.

Pero mientras luchaba por salvarse, sintió un cambio. El mismo que había sentido en la ducha y en la piscina, sólo que más intenso esta vez. Un fuerte cosquilleo por debajo de la piel empezó a recorrerle la totalidad de las piernas.

El dolor del brazo empezó a menguar, dando lugar a una extraña comezón no muy diferente de la que experimentaba en sus extremidades inferiores.

Físicamente se sentía bien, mejor de lo que jamás se había sentido, y lo habría disfrutado de no haberse estado ahogando. Las extrañas transformaciones que experimentaba la habían distraído y ahora jadeaba tratando de respirar como si estuviera en la superficie. Su cuerpo lo hacía involuntariamente, y suponía que sus pulmones se llenarían de agua… pero, en cambio, cuando aspiró, inhaló oxígeno.

Podía respirar debajo del agua.

Gemma parpadeó desorientada. Hasta podía ver debajo del agua, y no de esa manera borrosa como cuando una luz brillante la iluminaba. Su visión era aún más clara que en tierra.

Después vio el estallido de agua que produjo Lexi al zambullirse en la bahía delante de ella. Por unos segundos su cuerpo quedó rodeado de burbujas blancas. Cuando se disiparon, Lexi nadaba ante ella, con su cabello rubio flotando alrededor como un halo.

Le sonrió, y Gemma vio que Lexi ya no tenía piernas. Tenía una larga cola,

como de un pez. Su torso todavía era humano, con el pecho cubierto con un colorido biquini.

Gemma bajó la vista para mirarse y se dio cuenta de que ella también tenía la misma cola de pez, cubierta de escamas de color verde iridiscente. Su biquini se había rasgado y abierto por la mitad donde antes se unían las piernas y ahora la tela rodeaba su cintura como un cinturón.

Entonces Gemma lanzó un grito, y Lexi se limitó a reír.

15. Las revelaciones

—¿SOY una sirena? —preguntó Gemma una vez que subieron a la superficie.

Era probable que pudiese hablar bajo el agua, pero pensó que el aire nocturno le despejaría las ideas en caso de que se tratase de una alucinación provocada por alguna droga. Después de todo, no habría sido la primera vez que Penn le hacía ingerir algo extraño.

—Te lo explicaré todo más tarde —dijo Penn—. Por ahora, ¿por qué no haces que tu nuevo cuerpo nade un poco? Tendremos mucho tiempo para hablar después del paseo.

—Yo… —Gemma quería saber qué era, lo necesitaba.

Pero podía sentir su cola, agitándose involuntariamente en el agua. La sentía poderosa y ligera, y se moría de ganas de nadar.

Al menos ahora sabía una parte de la verdad. Sabía qué eran y que no iban a desaparecer. Sin decir nada, Gemma se sumergió en el agua.

Era mejor que cualquier cosa que hubiese podido imaginar. Jamás habría creído que era posible desplazarse a semejante velocidad. Recorría como un torpedo el suelo del océano y perseguía a los peces, sencillamente para comprobar si podía hacerlo. Sobrepasar a un tiburón sería pan comido y deseaba casi encontrarse con uno para demostrarlo.

Era la sensación más sorprendente y excitante que había experimentado en toda su vida. Sentía su piel viva de una manera que jamás habría imaginado. Cada movimiento, cada oscilación, cada cambio en la corriente atravesaba su cuerpo como una ligera onda electromagnética.

Nadó lo más cerca del fondo que pudo, y después subió a toda velocidad hacia la superficie, saltando por el aire como un delfín.

—Tranquila —dijo Penn—. Mejor no llamar la atención de la gente.

Penn se sentó sobre el borde rocoso de la caleta. Sacó la cola fuera del agua y la apoyó sobre el suelo. Justo delante de los ojos de Gemma, las escamas comenzaron a vibrar, pasando del verde iridiscente al tono oro cobrizo de la piel bronceada de Penn. Luego se dividió en dos piernas, y Penn se incorporó. Estaba completamente desnuda de la cintura para abajo y Gemma apartó de inmediato la vista.

—No seas tímida —dijo Penn riendo.

Se alejó y hurgó en un bolso situado junto a una de las paredes de la cueva. Con el rabillo del ojo, Gemma vio a Penn poniéndose la ropa interior y un vestido.

—También tenemos ropa para ti —le dijo Lexi, mientras salía del agua—. No tienes de qué preocuparte.

Thea salió después de Lexi, y Gemma esperó hasta que las tres se hubieron vestido para salir ella también. Subió tan de prisa a las rocas que algunas le rasparon las aletas. Sacó la cola fuera del agua y ésta se sacudió durante unos segundos hasta que empezó a sentir el cosquilleo acostumbrado.

Cuando la cola comenzó a transformarse en piernas humanas, las acarició con las manos. Podía sentir cómo las escamas se transformaban bajo las yemas de sus dedos.

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