Siempre Unidos - La Isla de los Elfos (33 page)

BOOK: Siempre Unidos - La Isla de los Elfos
3.83Mb size Format: txt, pdf, ePub

En los años transcurridos desde que Arnazee se impu­siera voluntariamente su exilio marino, Darthoridan se había convertido en un diplomático tan hábil como dies­tro era en el manejo de la espada. Con él como patriarca, el clan Craulnober había adquirido poderes y honores, y ahora ocupaba asientos en el Consejo de Ancianos. De he­cho, el nombre de Darthoridan era uno de los que sona­ban como posibles sucesores del Alto Consejero Tammson Amarilis. Así pues, Darthoridan cada vez pasaba más tiem­po en Leuthilspar atendiendo cuestiones de gobierno.

Allí estaba ahora, tal como su hija —la segunda y úl­tima que había tenido con Darthoridan —le había infor­mado en tono cortante. La elfa marina no se quedó más tiempo del imprescindible en el alcázar Craulnober, y em­prendió inmediatamente viaje al sur. Y no sólo por la ur­gencia del mensaje que llevaba.

El recuerdo del encuentro con su hija le provocaba en el corazón un dolor más agudo que el del aguijón de una raya. Arnazee había dado a luz a su hija dos años después de su transformación en elfa marina. Pero los hijos nacidos de elfos de razas distintas no heredan características de am­bos. Por esa razón, la hija de Darthoridan y Arnazee no fue una mezcla de elfo de la luna y elfa marina, sino que era una genuina elfa plateada. Arnazee tuvo que entregarla a una ni­ñera para que le diera amor y la criara.

Tener que abandonar a otro hijo casi le partió el cora­zón, por lo que insistió en que su matrimonio con Dar­thoridan se disolviera. No hubiera podido soportar perder otro hijo.

A Darthoridan lo veía cada vez menos, aunque su amor por él no había sufrido ninguna alteración por su cambio de forma. Ni el transcurso del tiempo ni la pena por vivir apartada de sus hijos pudieron apagar ese amor. Sólo de vez en cuando hacían el amor, aunque ya hacía tiempo que no sucedía. Pese a todo, Darthoridan siempre sería su amor. Arnazee confiaba en que él sabría qué hacer con lo que ella había averiguado sobre Vhoori Durothil, del mismo modo que confiaba en él en todas las cosas.

El sol salió y se puso varias veces durante el viaje de Ar­nazee del alcázar Craulnober a la ciudad meridional, aun­que ella apenas se detenía para comer o descansar. Cuando, por fin, la cansada elfa dejó atrás la isla de Sumbrar y salió a la superficie, vio un puerto completamente iluminado. Pese a que era casi medianoche, los muelles y las calles de Leut­hilspar brillaban con la luz de faroles de fiesta, globos de luz mágica y los revoloteantes parpadeos que revelaban la pre­sencia de diminutas criaturas mágicas, seguramente duen-decillos y quizás uno o dos dragones en miniatura.

Ninguna de esas luces era más bella que las que adorna­ban un barco amarrado justo enfrente de los muelles. En su velas, flameantes por la brisa, aparecía un motivo siem­pre cambiante de luces de colores, y su casco de cristal re­lucía como el tesoro de un dragón bajo la luz.

Una nostálgica sonrisa se pintó en los labios de la elfa marina al contemplar tan espléndido espectáculo. Enton­ces cayó en la cuenta de que debía de ser el solsticio de ve­rano, la época en la que los elfos se divertían y celebraban alianzas de todo tipo, por ejemplo, matrimonios. Era pro­bable que ese barco estuviera engalanado para transportar a una pareja de recién casados al que sería su hogar. Así ha­bía sido cuando Darthoridan se la llevó de Leuthilspar a su alcázar situado en la escarpada costa septentrional.

La sonrisa de Arnazee desapareció al evocar otro re­cuerdo, menos feliz. Había algo inquietantemente fami­liar en ese barco. La elfa marina penetró en el puerto y nadó alrededor de la embarcación para leer el nombre gra­bado en el cristal de proa. Su corazón latió dolorosamente cuando sus ojos se posaron en las marcadas runas.

El barco se llamaba
Mar-en-medio
.

Arnazee se sumergió bajo el agua y buceó hacia los mue­lles de la ciudad. La cabeza le daba vueltas. ¡Sin duda era una coincidencia que ese barco llevara el mismo nombre que el sable de Darthoridan! Sin embargo, era innegable que la embarcación era muy parecida a la primera nave que construyeron juntos para luchar contra los trolls marinos; el barco en el que Arnazee navegó en su último día de existencia como elfa de la luna. El barco que casi había sido su tumba había renacido y estaba engalanado para una boda.

Tal vez Seanchai había elegido esposa. Ya casi estaba en edad de hacerlo, se dijo Arnazee mientras subía por la esca­lerilla que conducía a los muelles. Mientras lo pensaba, percibió el débil y lejano sonido de una música, aunque no tan débil que no se diera cuenta de la insólita belleza de la canción. Todo encajaba. Su hijo ya era un bardo reputado, y su boda había atraído a los mejores músicos de Siempre Unidos, que querían rendirle tributo.

Pero ¿por qué no se lo habían dicho a ella? Su hija la rehuía, pero con Seanchai la unía un profundo cariño. ¡Él no se casaría sin avisar a su madre!

Desde su posición privilegiada en la escalerilla, Arnazee escrutó los muelles, buscando una cara desconocida. No quería enterarse de la boda de su hijo por boca de alguien que la hubiera conocido como elfa de la luna. Había so­portado muchas cosas pero, para una orgullosa elfa, la compasión era una carga demasiado pesada.

Su inquisitiva mirada se posó en un joven elfo dorado. Parecía una buena elección, pues su sencillo atuendo in­dicaba su condición plebeya. Iba descalzo y desnudo hasta la cintura, dejando al descubierto el torso magro y fuerte de alguien que se gana la vida con el sudor de su frente. Su cabeza rapada y los grandes aros de oro que lle­vaba en una de sus puntiagudas orejas le daban una apa­riencia de pillo, casi de pirata. Pero ni ese aspecto ni el co­pón que sostenía en las manos podían disimular el hecho de que era muy joven, casi un adolescente. Ese elfo aún no había nacido cuando ella era Arnazee Flor de Luna, hija del Alto Consejero Rolim Durothil y esposa de Dar­thoridan Craulnober. Tampoco era probable que frecuen­taran el mismo círculo. Es posible que el joven conociera la historia de su transformación, pero no tenía ninguna razón para establecer una conexión entre la heroica sacer­dotisa, a la que se ensalzaba en canciones y narraciones, y la cansada elfa marina de mediana edad.

Arnazee subió al muelle y llamó suavemente al joven. Los ojos de éste se iluminaron al verla, y se acercó con paso inseguro. Para sorpresa de Arnazee, el joven estibador la rodeó con un apasionado abrazo.

—Bienvenida, bella doncella —la saludó con gran en­tusiasmo y dicción extremadamente confusa—. Has sa­lido del mar para celebrar el solsticio de verano conmigo, ¿verdad? Pues echa el ancla y no me vayas a aguar la fiesta —improvisó con una sonrisa de oreja a oreja, orgulloso del juego de palabras, que se le antojó muy inteligente. Estaba bastante achispado.

Arnazee arrugó la nariz, molesta por el aliento alcohó­lico que le echaba el joven.

—Si me tomas por una doncella, es que has bebido mu­cho más que el contenido de ese copón —replicó ella seca­mente, al tiempo que trataba de desasirse.

—No eres joven —admitió el joven, después de apar­tarse un poco de ella y clavar sus ojos empañados en el ros­tro de la elfa—. Pero eres muy bonita. Y tienes el pelo azul —añadió maravillado, y la soltó ligeramente para acariciar con uno de sus dedos los húmedos rizos azules.

La elfa marina ágilmente esquivó al joven, que trataba de atraparla de nuevo. Con una mano, cogió la muñeca del mozo y, con la otra, sacó una ristra de perlas rosadas de su bolsa y la hizo oscilar ante los ojos del elfo.

—¡Ya basta de tonterías! Son tuyas a cambio de infor­mación. Un bonito regalo de solsticio para una hermosa elfa —sugirió, con la esperanza de borrar la alicaída expre­sión del joven—. ¡Créeme, vas a necesitar una baratija así! La noche todavía es joven.

—Pregunta lo que quieras y te responderé lo mejor que sepa —dijo el joven, ya más animado.

—¿En honor de quién es este desfile nupcial? —pre­guntó, alzando la voz para hacerse oír por encima de los músicos, que se aproximaban.

—Para un señor del norte. Del clan Craulnober. ¡Brin­do a su salud! —Dicho esto, el joven elfo levantó la co­pa para beber un sorbo. Pero se quedó momentáneamente perplejo al darse cuenta, de nuevo, que la copa estaba vacía.

—De modo que Seanchai se casa —murmuró Arnazee tristemente.

—No, el bardo no —la corrigió el mozo—. El conse­jero Darthoridan. ¿No has oído hablar de él? Es un afa­mado guerrero. ¡Arrojó a los pellejudos al mar, sí señor, y dio razones a los sahuagin para que temieran a los elfos de Siempre Unidos! Algunos dicen que será el próximo Alto Consejero —añadió dándose importancia, satisfecho de estar en posesión de esta información.

Pero Arnazee ya no lo escuchaba. Tenía la impresión de que le oprimían el corazón con unas tenazas. En simpatía, sus dedos se cerraron agónicamente en torno al collar que sostenían. El delicado hilo se rompió, derramando perlas como pétalos que cayeran de una flor.

—¡Eh, cuidado! —protestó el joven al ver que su re­compensa se diseminaba. Se tiró al suelo y empezó a reco­ger las perlas.

Arnazee dio media vuelta y corrió hacia el extremo más alejado del muelle. La jubilosa muchedumbre casi había llegado al puerto, y ella no quería ver el rostro de la mujer que la había suplantado en el corazón de Darthoridan.

La elfa marina se zambulló en las aguas del puerto y se sumergió hasta el fondo. Entonces nadó con desespero, como si no quisiera darse cuenta de todo lo que había per­dido.

Cuando estuvo segura de que el corazón le iba a estallar por el dolor y la fatiga, se detuvo y se sujetó a un tupido macizo de plantas marinas para recuperar el aliento. Tan pronto como fue capaz, silbó y chasqueó la lengua para lla­mar a cualquier delfín que nadara cerca.

A los pocos minutos, apareció una rauda y elegante forma gris. Los delfines eran amigos de los elfos marinos y, ése en particular, era un viejo conocido. El animal jugueteó alrededor de la elfa, dándole suaves topetazos e imitando el comportamiento de los gatos cuando buscan compañía y mimos. Pero, por una vez, el inveterado gesto picaro del delfín no logró arrancar ninguna sonrisa a Arnazee.

El animal pareció percibir el estado de ánimo de la elfa, pues inclinó la cabeza y después la ladeó en un extraño gesto inquisitivo.

«Llévame lejos de aquí», le suplicó la elfa en su lenguaje.

En respuesta, el delfín giró ligeramente para ofrecerle la aleta dorsal. Arnazee la cogió y se mantuvo agarrada mien­tras el cetáceo salía disparado hacia el mar abierto.

La perpleja y acongojada elfa marina no se daba cuenta del transcurso del tiempo ni de la distancia recorrida, pero le pareció que no había pasado mucho tiempo cuando el delfín se detuvo. El animal levantó la mirada hacia el le­jano cielo y parloteó, sorprendido y alarmado.

Arnazee siguió su mirada. Pese a la gruesa capa de agua que los cubría, veía claramente la luna llena. Pero, de pronto, una enorme forma circular pasó sobre ellos, eclip­sando la luz tan rápidamente que pareció que se hubiera tragado la luna. Luego, tan súbitamente como había desa­parecido, la luz regresó rielando a las agitadas aguas. A la asustada Arnazee le recordó la imagen de un niño que temblara.

La aparición había pasado por encima de ellos a una in­creíble rapidez, pero la elfa tuvo una fugaz visión de las cuatro enormes patas que se agitaban y de la cola, seme­jante a un látigo, que propulsaba a la criatura a tal veloci­dad.

«¿Tortuga dragón?», preguntó al delfín. El cetáceo asin­tió con nerviosismo. Tras un momento de vacilación, in­dicó con chasqueos y gritos agudos que tenía que salir a la superficie a respirar.

Aunque Arnazee podía respirar bajo el agua, acompañó al delfín. Él no se lo pidió, pero la elfa notó que temía acer­carse al lugar por el que la tortuga dragón había pasado. Los delfines las temían, y con razón. Eran seres muy poco comunes, pero todos los habitantes del mar conocían su poder. Las tortugas dragones eran astutas e inteligentes, aunque la suya era una inteligencia insondable. No era nada agradable pensar qué habría atraído a ese ejemplar tan cerca de las costas de Siempre Unidos. De hecho, pare­cía que se dirigía a la isla.

Poco antes de emerger, Arnazee notó una extraña tur­bulencia que barría la superficie del mar, y que era dema­siado intensa para deberse al paso de la tortuga dragón. Al salir a la superficie, una ráfaga de frío aire del norte la gol­peó en el rostro, y las agitadas y altas olas la zarandearon. No obstante, el cielo se veía claro y sin nubes, y las estrellas brillaban casi con tanta intensidad como las luces festivas de Leuthilspar. Fuera lo que fuese lo que alborotaba las aguas, no era una tormenta natural.

Una enorme ola arremetió contra Arnazee y la lanzó ha­cia arriba. Justo antes de caer de nuevo al mar, divisó en la distancia un barco muy iluminado que navegaba hacia el norte por un mar en calma.

La elfa marina se quedó sin respiración al reconocer la embarcación de Darthoridan. Pero el dolor fue sustituido al punto por una sensación de profundo alivio: la mismí­sima Aerdrie Faenya protegía de las tormentas las aguas que rodeaban Siempre Unidos. Su amado estaba seguro en las manos de la poderosa diosa elfa. La tormenta no podría hundir su barco, a no ser que, deliberadamente, se aventu­rara en las agitadas aguas.

O a menos que lo obligaran.

De pronto, la elfa sospechó cuál era el plan de la tortuga dragón. Se sumergió y llamó frenéticamente al delfín para que regresara a su lado.

«Tengo que ver ese barco. ¡Debemos saltar sobre las olas!», le urgió.

No fue nada fácil persuadir al delfín. Durante largos momentos discutieron con vehementes chasquidos y par­loteos, que convirtieron las aguas que los rodeaban en una vertiginosa espiral de sonidos. Finalmente, el delfín acce­dió y permitió que Arnazee se agarrara de su aleta dorsal. Ambos, elfa y delfín, nadaron hacia la superficie con todas sus fuerzas y, entonces, se lanzaron hacia arriba en un úl­timo esfuerzo.

Agarrada a la aleta del delfín, Arnazee vio cómo el barco de su amado daba de pronto un bandazo hacia el este. Era lo que se había temido: la tortuga dragón conducía a la fuerza a Darthoridan a mar abierto.

Sin pararse a pensar, Arnazee dejó atrás al delfín y nadó velozmente hacia el barco.

La noche casi tocaba a su fin cuando el esquife de Vhoo­ri Durothil atracó en los muelles de Sumbrar. En la isla principal, el festival para celebrar el solsticio de verano se­guía en su apogeo. Todos los habitantes de Siempre Uni­dos, no sólo los elfos de todas las razas sino también otras criaturas mágicas que poblaban la isla, festejaban el día más largo de verano con música, danzas, fiestas y jolgo­rio. Vhoori Durothil no se oponía a la alegría, pero estaba deseoso de regresar a su isla, a su torre y a su absorbente tra­bajo.

Other books

Secrets of Selkie Bay by Shelley Moore Thomas
The Phantom of Nantucket by Carolyn Keene
Pretty Dark Sacrifice by Heather L. Reid
Lost Lake House by Elisabeth Grace Foley
Presagios y grietas by Benjamín Van Ammers Velázquez
Recipe for Kisses by Michelle Major
Zero at the Bone by Jane Seville
Path of Bones by Steven Montano