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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga, Policíaco

Sé lo que estás pensando (52 page)

BOOK: Sé lo que estás pensando
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—¿Tiene otros hijos?

Gurney vaciló.

—No con la madre de Danny.

Entonces cerró los ojos y ninguno de los hombres dijo nada durante un buen rato. Finalmente, Nardo rompió el silencio.

—¿Así que no queda duda de que Dermott es el hombre que mató a su amigo?

—No hay duda —dijo Gurney. Le sorprendió el agotamiento en ambas voces.

—¿Y a los otros también?

—Eso parece.

—¿Por qué ahora?

—¿Eh?

—¿Por qué esperar tanto?

—Oportunidad. Inspiración. Casualidad. Mi hipótesis es que se encontró diseñando un sistema de seguridad para una gran base de datos de seguros médicos. Tal vez se dio cuenta de que podía escribir un programa para extraer todos los nombres de hombres que habían sido tratados por alcoholismo. Ése sería el punto de partida. Sospecho que se obsesionó con las posibilidades. Al final se le ocurrió su ingeniosa idea para encontrar en las listas a hombres lo bastante asustados y vulnerables para enviar esos cheques. Hombres a los que podía torturar con sus pequeños poemas. En algún momento del proceso, sacó a su madre de la residencia donde la había internado el estado después de quedar discapacitada.

—¿Dónde estuvo todos estos años, antes de aparecer?

—De niño, o bien en una institución del estado, o bien en una casa de acogida. Probablemente era un niño muy introvertido, sin amigos, pero muy listo. Debió de interesarse por la tecnología informática en algún momento, le fue bien, posiblemente fue a la universidad.

—¿Y cuando tuvo la mayoría de edad se cambió el apellido?

—Quizá no soportaba llevar el apellido del padre. No me sorprendería descubrir que Dermott sea el nombre de soltera de Felicity Spinks.

—¿Por qué volvió a Wycherly, el hijo de perra?

—¿Porque fue el escenario de la agresión a su madre hace veinticuatro años? Quizá porque la idea delirante de reescribir el pasado le estaba dominando. Tal vez se enteró de que la vieja casa estaba en venta y no pudo resistirse. Quizá le ofreció una oportunidad para saldar cuentas no sólo con borrachos, sino también con el Departamento de Policía de Wycherly… A menos que elija explicarnos toda la historia, nunca lo sabremos a ciencia cierta. No creo que Felicity pueda ser de mucha ayuda.

—No mucho —coincidió Nardo, pero tenía otra cosa
in mente
. Parecía inquieto.

—¿Qué pasa? —preguntó Gurney.

—¿Qué? Nada. Nada, en realidad. Sólo me preguntaba…, ¿cuánto le molestaba realmente que alguien estuviera matando borrachos?

Gurney no supo qué decir. La respuesta adecuada habría tenido algo que ver con no juzgar el valor de la víctima. La respuesta cínica podría ser que le preocupaba más el reto del juego que la ecuación moral, más el juego que la gente. En cualquier caso, no tenía ganas de discutirlo con Nardo. Pero sentía que debía decir algo.

—Si lo que está preguntando es si estaba disfrutando de los placeres de una venganza indirecta sobre el conductor borracho que mató a mi hijo, la respuesta es no.

—¿Está seguro de eso?

—Estoy seguro.

Nardo lo miró con escepticismo, luego se encogió de hombros. La respuesta no parecía convencerle, pero tampoco parecía querer seguir con el asunto.

El teniente explosivo al parecer había sido desactivado. El resto de la tarde estuvo ocupado con el proceso de selección de las prioridades inmediatas y los detalles de rutina para concluir una gran investigación de homicidio.

* * *

Gurney fue trasladado al hospital general de Wycherly junto con Felicity Spinks (nacida Dermott) y Gregory Dermott (nacido Spinks). Mientras la madre, con los chapines de rubí todavía en los pies, era examinada por un auxiliar médico, Dermott fue trasladado, todavía inconsciente, a Radiología.

Entre tanto, una enfermera, cuyas maneras parecían inusualmente íntimas (impresión potenciada en parte por una voz casi jadeante y por lo cerca de él que había estado mientras se ocupaba con esmero de la cabeza de Gurney), había limpiado, cosido y vendado la herida de Gurney. Le dio una impresión de disponibilidad inmediata que le resultó incongruentemente excitante dadas las circunstancias. Aunque era sin duda un camino peligroso, por no decir descabellado, por no decir patético, decidió aprovecharse de la simpatía de la enfermera de otro modo. Le dio su número de móvil y le pidió que lo llamara directamente si se producía algún cambio significativo en el estado de salud de Dermott. No quería estar desinformado y no se fiaba de que Nardo le dijera nada al respecto. La enfermera accedió con una sonrisa, después de lo cual un joven y taciturno policía de Wycherly lo llevó de nuevo a la casa de Dermott.

Por el camino llamó a la línea de emergencia nocturna de Sheridan Kline y saltó una grabación. Dejó un sucinto mensaje en el que relataba los puntos esenciales. Luego llamó a casa, le salió su propio contestador, y dejó un mensaje para Madeleine para contarle todo lo sucedido, salvo lo de la bala, la botella, la sangre y los puntos de sutura. Se preguntó si ella habría salido o estaba allí de pie, escuchando mientras él dejaba el mensaje sin querer hablar con su marido. Gurney carecía del asombroso instinto de su esposa en tales cuestiones y no tenía idea de cuál era la respuesta correcta.

Cuando volvieron a la casa de Dermott, había transcurrido casi una hora y la calle estaba llena de vehículos de la Policía de Wycherly, del condado y del estado.
Big
Tommy y Pat estaban de guardia en el porche. Gurney fue dirigido a la pequeña sala que daba al pasillo central, donde había tenido su primera conversación con Nardo. Éste volvía a estar allí, sentado a la misma mesa. Dos especialistas dedicados a registrar la escena del crimen con su mono blanco, botines y guantes de látex acababan de abandonar la sala para dirigirse a las escaleras del sótano.

Nardo pasó a Gurney un bloc amarillo y un bolígrafo barato por encima de la mesa. Si quedaba alguna emoción peligrosa en el hombre, estaba bien oculta bajo una gruesa capa de embrollo burocrático.

—Siéntese, necesitamos una declaración. Empiece por el momento de su llegada aquí esta tarde, la razón de su presencia. Incluya todas sus acciones relevantes y las observaciones directas de acciones de otros. Incluya un cronograma, en el que indique en qué puntos se basa en información específica y en qué puntos es estimada. Puede concluir la declaración en el momento en que lo escoltaron hasta el hospital, a no ser que durante su tratamiento en el hospital haya salido a la luz nueva información relevante. ¿Alguna pregunta?

Gurney pasó los siguientes cuarenta y cinco minutos siguiendo estas directrices. Nardo se mantuvo fuera de la sala casi todo el tiempo. Llenó cuatro páginas rayadas con caligrafía pequeña y precisa. Gurney usó la fotocopiadora que estaba sobre la mesa apoyada en el otro lado de la habitación para hacerse dos copias de la declaración firmada y fechada antes de entregarle el original a Nardo.

Lo único que dijo el teniente fue:

—Estaremos en contacto. —Su voz era profesional, neutra. No le ofreció la mano.

53

Final, principio

Cuando Gurney cruzó el puente de Tappan Zee y enfiló su trayecto por la Ruta 17, la nieve estaba cayendo con más intensidad, y parecía encoger en la práctica el mundo visible. Cada pocos minutos abría la ventanilla para que una ráfaga de aire helado mantuviera su mente en el presente.

A pocos kilómetros de Goshen casi se salió de la carretera. Sólo la fuerte vibración de los neumáticos en la banda sónica impidió que se estrellara en la cuneta.

Trató de no pensar en nada más que el coche, el volante y la carretera, pero era imposible. Empezó a imaginar el interés de los medios por el caso. Habría una conferencia de prensa en la cual Sheridan Kline, sin lugar a dudas, se felicitaría por el papel de su equipo de investigación, por hacer del país un lugar más seguro y por terminar con la carrera sanguinaria de un criminal demoniaco. Los medios ponían a Gurney de los nervios. Su estúpida cobertura de un crimen era un crimen a su vez. Lo convertían en un juego. Por supuesto, a su propia manera, él también lo hacía. Por lo general, veía un homicidio como un enigma por resolver, a un asesino como a un oponente al que vencer. Estudiaba los hechos, imaginaba los ángulos, salvaba las trampas y entregaba su presa a las fauces de la maquinaria judicial. Luego pasaba a la siguiente muerte por causas no naturales que exigiera una mente inteligente que la aclarara. Sin embargo, en ocasiones veía las cosas de un modo muy diferente, cuando le superaba el cansancio de la caza, cuando la oscuridad hacía que todas las piezas del rompecabezas se volvieran similares o que ni siquiera parecieran piezas, cuando su cerebro atribulado vagaba desde su cuadrícula geométrica y seguía sendas más primitivas, que le daban atisbos del verdadero horror de la tragedia que le ocupaba y en la cual había decidido zambullirse.

En un lado, estaba la lógica de la ley, la ciencia de la criminología, las sentencias. En el otro, estaban Jason Strunk, Peter Possum Piggert, Gregory Dermott, dolor, rabia homicida, muerte. Y entre estos dos mundos surgía la cuestión peliaguda, inquietante, ¿qué tenían que ver uno y otro?

Abrió de nuevo la ventanilla y dejó que la nieve le golpeara en la cara de perfil.

Preguntas profundas y sin sentido, diálogos internos que no conducían a ninguna parte: era algo tan familiar en su paisaje interior como para otro hombre podía serlo calcular las posibilidades de victoria de los Red Sox de Boston. Esta forma de pensar era una mala costumbre y no auguraba nada bueno. En las ocasiones en que había insistido tozudamente en exponérsela a Madeleine, se había topado con aburrimiento o impaciencia.

¿En qué estás pensando de verdad? decía ella, dejando su labor de punto y mirándolo a los ojos.

¿Qué quieres decir? preguntaba él en respuesta, de un modo poco sincero, pues sabía exactamente qué quería decir.

No puede preocuparte de verdad ese sinsentido. Averigua lo que te preocupa de verdad.

«Averigua lo que te preocupa de verdad.»

Era más fácil decirlo que hacerlo.

¿Qué le preocupaba? ¿La inmensa incompetencia de la razón ante las pasiones salvajes? ¿El hecho de que el sistema de justicia era una jaula que no podía mantener al demonio cautivo más que una veleta podía detener el viento? Lo único que sabía era que había algo allí, en la parte de atrás de su mente, mordiendo sus otras ideas y sentimientos como una rata.

Cuando trataba de identificar el problema más corrosivo en medio del caos, se encontraba perdido en un mar de imágenes desbocadas.

Cuando trataba de vaciar su mente, de relajarse y de no pensar en nada, había dos imágenes que no desaparecían.

Una era el cruel placer en los ojos de Dermott cuando recitó su horrible rima sobre la muerte de Danny. La otra era el eco de la furia acusatoria en sí mismo, con la que había difamado a su propio padre cuando había contado cómo, supuestamente, había agredido a su madre. No era sólo una actuación. Una ira terrible se elevaba desde algún lugar interior y lo saturaba. ¿Esa autenticidad significaba que de verdad odiaba a su padre? ¿Era la rabia que había explotado al contar esa horrible historia, la rabia reprimida del abandono: el feroz resentimiento de un niño hacia un padre que no hacía otra cosa que trabajar, dormir y beber, un padre que siempre estaba alejándose, siempre inalcanzable? Gurney estaba asombrado de lo mucho y lo poco que tenía en común con Dermott.

¿O era al revés, una pantalla de humo que cubría la culpa que sentía por haber abandonado a ese hombre frío y cerrado en su edad anciana, por haber tenido la mínima relación posible con él?

¿O era un autodesprecio desplazado que surgía de su propio doble fracaso como padre: su fatal falta de atención hacia un hijo y cómo evitaba al otro?

Madeleine probablemente habría dicho que la respuesta podía ser cualquiera de las mencionadas o ninguna de las mencionadas, pero que, fuera cual fuese, no era importante. Lo que era trascendente tenía que ver con lo que uno creía en su interior que era lo correcto, aquí y ahora. Y a menos que la idea le resultara desalentadora, ella le sugeriría que empezara por devolver la llamada a Kyle. No es que Madeleine tuviera un especial aprecio por él de hecho, no parecía que le cayera bien en absoluto: su Porsche le resultaba estúpido; su mujer, pretenciosa, pero para ella la química personal era algo secundario respecto a hacer lo correcto. Gurney se maravillaba de que una persona tan espontánea pudiera también llevar una vida tan regida por los principios. Era lo que la hacía ser como era. Era lo que la convertía en un faro en el cenagal de su propia existencia.

Lo correcto, ahora mismo.

Inspirado, se detuvo en la amplia entrada abandonada de una vieja granja y sacó su cartera para buscar el número de Kyle. (Nunca se había molestado en introducir el nombre de su hijo en el sistema de reconocimiento de voz, una omisión que le dio una punzada en su conciencia.) Llamarlo a las tres de la mañana parecía una locura, pero la alternativa era peor. Lo pospondría, lo pospondría otra vez y luego encontraría una explicación racional para no llamarlo.

—¿Papá?

—¿Te he despertado?

—La verdad es que no. Estaba levantado. ¿Estás bien?

—Estoy bien. Yo, eh…, sólo quería hablar contigo, devolverte la llamada. No lo he hecho muy bien, parece que llevas tiempo tratando de localizarme.

—¿Seguro que estás bien?

—Sé que es una hora extraña para llamar, pero no te preocupes, estoy bien.

—Vale.

—He tenido un día difícil, pero ha terminado bien. La razón de que no respondiera a tus llamadas antes… He estado metido en un lío complicado, pero no es excusa. ¿Necesitabas algo?

—¿Qué clase de lío?

—¿Qué? Ah, lo habitual, una investigación de homicidios.

—Pensaba que te habías retirado.

—Lo estaba. Bueno, lo estoy. Pero me implicaron en un caso. Conocía a una de las víctimas. Es una larga historia. Te la contaré la próxima vez que te vea.

—Guau. ¿Lo has vuelto a hacer?

—¿Qué?

—Has pillado a otro asesino en serie, ¿eh?

—¿Cómo lo sabes?

—Víctimas. Has dicho víctimas, en plural. ¿Cuántas eran?

—Cinco que sepamos, planeaba matar a veinte más.

—Y tú lo has pillado. ¡Caray! Los asesinos en serie no tienen ni la menor oportunidad contigo. Eres como Batman.

Gurney rió. No se había reído mucho últimamente. Y no podía recordar la última vez que lo había hecho en una conversación con Kyle. Pensándolo bien, era una conversación inusual también por otros motivos: llevaban al menos dos minutos hablando sin que Kyle mencionara algo que acabara de comprar o que estuviera a punto de adquirir.

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