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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga, Policíaco

Sé lo que estás pensando (26 page)

BOOK: Sé lo que estás pensando
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—¿Cree que es con eso con lo que estamos tratando?

—No exactamente. Nuestro asesino es vengativo y obsesivo; obsesivo hasta el punto de la perturbación emocional, pero probablemente no hasta el punto de comerse partes de cadáveres ni de seguir las órdenes de un perro. Es obvio que está muy enfermo, pero no hay nada en las notas que refleje los criterios del DSM para la psicosis.

Alguien llamó a la puerta.

Kline torció el gesto en ademán reflexivo, frunció los labios, pareció sopesar la opinión de Gurney, o quizá sólo estaba tratando de dar la impresión de ser un hombre que no se distraía con facilidad por una simple llamada a la puerta.

—Adelante —dijo finalmente en voz alta.

La puerta se abrió, y entró Rodríguez. El capitán no logró ocultar por completo su desagrado al ver a Gurney.

—¡Rod! —bramó Kline—. Qué bien que hayas venido. Siéntate.

Eligió un sillón situado de cara a Kline, tras evitar de forma llamativa el sofá en el que estaba sentado Gurney.

El fiscal del distrito sonrió de buena gana. Gurney supuso que era por la perspectiva de ser testigo de un choque entre dos puntos de vista bien diferentes.

—Rod quería venir a compartir su perspectiva actual sobre el caso. —Parecía un árbitro que presenta un boxeador a otro.

—Estoy deseando oírlo —dijo Gurney con voz tranquila.

No lo bastante tranquila para evitar que Rodríguez la interpretara como una provocación encubierta. No requería que lo instaran más a compartir su punto de vista.

—Todo el mundo se ha concentrado en los árboles —dijo, en voz lo bastante alta para hacerse oír en una sala mucho más grande que la oficina de Kline—. ¡Estamos olvidando el bosque!

—¿El bosque es…? —preguntó Kline.

—El bosque tiene que ver con la enorme cuestión de la oportunidad. Todo el mundo se estaba liando con especulaciones y con la locura de pequeños detalles del método. Nos estamos distrayendo de la cuestión número uno: una casa llena de drogadictos y otros repugnantes criminales con fácil acceso a la víctima.

Gurney se preguntó si la reacción era resultado de la sensación del capitán de que su control del caso estaba amenazado o si había algo más.

—¿Qué está sugiriendo que podría hacerse? —preguntó Kline.

—He ordenado que se vuelva a interrogar a todos los huéspedes, y he encargado un análisis de antecedentes más profundo. Vamos a estudiar a fondo las vidas de esos locos cocainómanos. Creo que puedo afirmar que uno de ellos lo hizo, y es sólo cuestión de tiempo hasta que descubramos quién fue.

—¿Qué le parece, Dave? —El tono de Kline era demasiado informal, como si estuviera tratando de ocultar el placer derivado de provocar una batalla.

—Volver a los interrogatorios y realizar comprobaciones de historial podría ser útil —dijo Gurney sin entusiasmo.

—¿Útil pero no necesario?

—No lo sabremos hasta que lo hayamos hecho. También podría ser útil considerar la cuestión de la oportunidad o del acceso a la víctima en un contexto más amplio. Por ejemplo, los hoteles o los hostales cercanos podrían ser un lugar casi tan conveniente como los cuartos de huéspedes del instituto.

—Apuesto a que fue un huésped —dijo Rodríguez—. Cuando un nadador desaparece en aguas infestadas de tiburones, no es porque lo haya secuestrado un tipo que pasaba haciendo esquí acuático—. Miró a Gurney, cuya sonrisa interpretó como un reto—. ¡Pongámonos serios!

—¿Estamos mirando los hostales, Rod? —preguntó Kline.

—Estamos mirándolo todo.

—Bien. Dave, ¿hay algo más que pueda estar en su lista de prioridades?

—Nada que no esté ya proyectado. Trabajo de laboratorio con la sangre; fibras extrañas en el cadáver y el entorno de la víctima; marca, disponibilidad y cualquier peculiaridad de las botas; coincidencias balísticas en el proyectil; análisis de la grabación de la llamada del sospechoso a Mellery, con mejoras en los sonidos de fondo, e identificación del origen de la torre de transmisión, si fue una llamada de móvil; registros de llamadas de fijos y móviles de los actuales huéspedes; análisis caligráfico de las notas, con identificación de papel y tinta; perfil psicológico basado en las comunicaciones y el
modus operandi
del asesino; comprobación cruzada de las cartas amenazadoras en la base de datos del FBI. Creo que eso es todo. ¿Me he olvidado de algo, capitán?

Antes de que Rodríguez pudiera responder, lo cual no parecía tener prisa por hacer, la asistente de Kline abrió la puerta y entró en el despacho.

—Disculpe, señor —dijo con una deferencia que parecía destinada al consumo público—. Está aquí la sargento Wigg para ver al capitán.

Rodríguez torció el gesto.

—Que pase —dijo Kline, cuyo apetito para la confrontación parecía no tener límites.

La pelirroja sin género de la comisaría central del DIC llevaba el mismo vestido azul liso y el mismo portátil.

—¿Qué quieres, Wigg? —preguntó Rodríguez, más enfadado que curioso.

—Hemos descubierto algo, señor, y creo que es importante informarle.

—¿Y bien?

—Es sobre las botas, señor.

—¿Las botas?

—Las botas del árbol, señor.

—¿Qué pasa con ellas?

—¿Puedo poner esto en la mesa de café? —preguntó Wigg, en referencia a su portátil.

Rodríguez miró a Kline. Esté le dio su permiso.

Treinta segundos y unas pocas pulsaciones después, los tres hombres estaban mirando en una pantalla partida dos fotos de huellas de botas aparentemente idénticas.

—Las de la izquierda son las huellas reales de la escena. Las de la derecha son las huellas hechas en la misma nieve con las botas recuperadas del árbol.

—Así que las botas que marcaron la senda son las que encontramos al final de la senda. No hacía falta que vinieras hasta esta reunión para decírnoslo.

Gurney no pudo resistirse a interrumpir.

—Creo que la sargento Wigg ha venido a decirnos lo contrario.

—¿Está diciendo que las botas del árbol no eran las botas que llevaba el asesino? —preguntó Kline.

—Eso no tiene ningún sentido —dijo Rodríguez.

—Pocas cosas tienen sentido en este caso —dijo Kline—. ¿Sargento?

—Las botas son de la misma marca, del mismo estilo, del mismo número. Ambos pares son nuevos. Pero son sin duda pares distintos. La nieve, especialmente la nieve a cinco grados bajo cero, proporciona un medio excelente para inspeccionar el detalle. El detalle relevante en este caso es una minúscula deformidad en esta porción de las pisadas.

La sargento señaló con un lápiz afilado a una casi imperceptible mancha en el tacón de la bota de la derecha, la del árbol.

—Esta deformidad, que probablemente se produjo durante el proceso de manufactura, aparece en todas las huellas que hicimos con esta bota, pero no así en ninguna de las huellas de la escena. La única explicación plausible es que las hicieron botas diferentes.

—Seguramente podría haber otras explicaciones —dijo Rodríguez.

—¿Cuál se le ocurre, señor?

—Sólo estoy señalando la posibilidad de que algo esté siendo pasado por alto.

Kline se aclaró la garganta.

—Por el bien de la discusión, supongamos que la sargento Wigg tiene razón y estamos tratando con dos pares: un par que llevaba el asesino y otro que deja colgado en el árbol al final de la senda. ¿Qué cuernos significa? ¿Qué nos dice?

Rodríguez miró la pantalla del ordenador con resentimiento.

—Nada que nos sirva para encontrar al asesino.

—¿Dave?

—Me dice lo mismo que la nota dejada sobre el cadáver. Es sólo otra clase de nota. Dice: «Pilladme si podéis, pero no podréis, porque soy más listo que vosotros».

—¿Cómo demonios un segundo par de botas le dice eso? —Había rabia en la voz de Rodríguez.

Gurney respondió con una calma casi adormilada; aquélla era su reacción característica frente a la ira, al menos desde que tenía uso de razón.

—Solas no me dirían nada. Pero si las añadimos a los otros detalles peculiares, la imagen completa parece cada vez más un juego elaborado.

—Si es un juego, el objetivo es distraernos, y está teniendo éxito —se burló Rodríguez.

Cuando Gurney no respondió, Kline lo azuzó.

—Tiene aspecto de no estar de acuerdo con eso.

—Creo que el juego es más que una distracción. Creo que es lo principal.

Rodríguez se levantó de su silla con cara de asco.

—A menos que me necesites para algo, Sheridan. He de volver a mi oficina.

Después de estrechar la mano de Kline de un modo adusto, se marchó. Kline ocultó cualquier posible reacción a la abrupta partida.

—Bueno, dígame —continuó al cabo de un momento, inclinándose hacia Gurney—, ¿qué deberíamos hacer que no estemos haciendo? Está claro que no ve la situación igual que Rod.

Gurney se encogió de hombros.

—No hay nada malo en investigar con más atención a los huéspedes. Habría que hacerlo, en algún momento. Pero el capitán ha depositado más esperanzas que yo en que eso conduzca a una detención.

—¿Está diciendo que es básicamente una pérdida de tiempo?

—Es un proceso de eliminación necesario. Simplemente no creo que el asesino sea uno de los huéspedes. El capitán sigue enfatizando la importancia de la oportunidad, la supuesta conveniencia de que el asesino estuviera en la propiedad. Pero yo lo veo como un inconveniente: demasiadas opciones de que lo vean saliendo de su habitación o volviendo a ella, demasiadas cosas que ocultar. ¿Dónde guardaría la silla plegable, las botas, la botella, la pistola? Los riesgos y complicaciones serían inaceptables para esta clase de individuo.

Kline alzó una ceja con curiosidad, y Gurney continuó.

—En una escala de personalidad desorganizada a organizada, este tipo revienta la escala de la organización. Su atención al detalle es extraordinaria.

—¿Se refiere e cambiar las cinchas de la silla de playa para hacer que sea toda blanca y reducir su visibilidad en la nieve?

—Sí, también es muy tranquilo bajo presión. No salió corriendo de la escena del crimen, se fue caminando. Las huellas de pisadas desde el patio al bosque muestran tan poca prisa que parece que estuviera paseando.

—Ese furioso apuñalamiento de la víctima con una botella de whisky rota no me suena tranquilo.

—Si hubiera ocurrido en un bar, tendría razón. Pero recuerde que la botella estaba cuidadosamente preparada de antemano, incluso lavada y limpia de huellas dactilares. Diría que la aparición de la furia estaba tan planificada como todo lo demás.

—Muy bien —coincidió lentamente Kline—. Tranquilo, calmado, organizado, ¿qué más?

—Un perfeccionista en la forma de comunicarse. Educado, con gusto por el lenguaje y la métrica. Sólo entre nosotros, no es más que una conjetura, diría que los poemas tienen una extraña formalidad que percibo como el afectado refinamiento que en ocasiones se ve en la sofisticación de primera generación.

—¿De qué demonios está hablando?

—Hijo educado de padres no educados, desesperado por distinguirse. Pero como he dicho, es sólo una conjetura y no tengo ninguna prueba sólida.

—¿Algo más?

—Buenos modales por fuera, cargado de odio por dentro.

—¿Y no cree que sea uno de los huéspedes?

—No. Desde su punto de vista, la ventaja de una mayor proximidad quedaría superada por la desventaja de un mayor riesgo.

—Es usted un hombre muy lógico, detective Gurney. ¿Cree que el asesino es tan lógico?

—Oh, sí. Tan lógico como enfermizo. Se sale de la escala en las dos cosas.

28

Regreso a la escena del crimen

La ruta de Gurney desde la oficina de Kline a su casa pasaba por Peony, de modo que decidió hacer una parada en el instituto.

La identificación temporal que la asistente de Kline le había proporcionado le sirvió para que el policía de la verja le dejara pasar sin formular ninguna pregunta. Mientras Gurney respiraba el aire gélido, reflexionó que el día era siniestramente similar al de la mañana posterior al crimen. La capa de nieve, que en los días anteriores se había fundido en parte, había aparecido nuevamente. Las precipitaciones nocturnas, comunes en las cotas altas de los Catskills, habían refrescado y blanqueado el paisaje.

Gurney decidió volver a recorrer la ruta del asesino, pensando que podría reparar en algo de los alrededores que se le hubiera pasado. Continuó por la senda, a través de la zona de aparcamiento, rodeó la parte trasera del granero donde habían encontrado la silla de playa. Miró a su alrededor, tratando de comprender por qué el asesino había elegido ese lugar para sentarse. El ruido de una puerta que se abría y se cerraba con fuerza y una voz severa y familiar interrumpieron su concentración.

—¡Dios! Tendríamos que lanzar un ataque aéreo y arrasar esa puta casa.

Pensando que era mejor dar a conocer su presencia, Gurney pasó a través del alto seto que separaba la zona del granero del patio trasero de la casa. El sargento Hardwick y el investigador
Tom Cruise
Blatt lo saludaron con miradas hostiles.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó Hardwick.

—Un contrato temporal con el fiscal. Sólo quería echar otro vistazo a la escena. Lamento interrumpir, pero pensaba que te gustaría saber que estaba aquí.

—¿En los arbustos?

—Detrás del granero, en el lugar en el que se sentó el asesino.

—¿Para qué?

—Sería mejor preguntarse para qué estaba él ahí.

Hardwick se encogió de hombros.

—¿Acechando en las sombras? ¿Fumándose un cigarrillo en su puta silla de playa? ¿Esperando el momento adecuado?

—¿Qué haría que el momento fuera adecuado?

—¿Qué diferencia habría?

—No estoy seguro. Pero ¿por qué esperar ahí? ¿Y por qué llegar tan pronto a la escena como para que hiciera falta llevar una silla?

—Quizá quería esperar hasta que los Mellery se fueran a dormir. Tal vez deseaba vigilar hasta que se apagaran todas las luces.

—Según Caddy Mellery, se fueron a acostar y apagaron las luces horas antes. Y la llamada de teléfono que los despertó fue, casi a ciencia cierta, del asesino, lo cual significa que los quería despiertos, no dormidos. Y si quería saber cuándo se apagarían las luces, ¿por qué situarse en uno de los pocos lugares desde donde no se ven las ventanas del piso de arriba? De hecho, desde la posición de la silla, apenas se ve la casa.

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