—Gracias por venir —susurra Alan.
—Me tenías que haber avisado tú, no Cris.
—Quizá. Pero así ha sido más emocionante. Como en París. En nuestra despedida. ¿Lo recuerdas?
—Claro, me besaste —dice Paula.
El chico la mira y le sonríe. Acerca su rostro al suyo, su boca a la suya. Paula está inmóvil, perpleja. ¿La va a besar otra vez como aquel día?
—No-fumes-más —le suelta, dándole un toquecito con el dedo en la nariz.
Y, entrando por la puerta de embarque, desaparece de su vista.
Hace casi tres meses, un día de abril, en un lugar de la ciudad.
Cuando se despierta, se encuentra delante a sus tres amigas.
—¡Arriba, dormilona! —grita Miriam, que se dirige a la ventana de su habitación para descorrer las cortinas y que entre la luz.
Paula se frota los ojos. ¿Qué hacen ellas allí?
—Venga, que son ya las tres de la tarde —comenta Cris, sentándose en el otro lado de la cama.
—¿Las tres?
—Sí, espabila, que queremos nuestros regalos. Porque nos habrás traído algo de París, ¿verdad?
Empieza a entender. No está en un sueño.
Anoche su vuelo llegó de madrugada por el retraso. Luego tardó bastante en quedarse dormida. La última vez que miró el reloj eran más de la cinco. Y hasta ahora.
—Están en esa bolsa amarilla —indica, señalando hacia una silla de su cuarto. Luego estira los brazos y bosteza.
Diana se acerca hasta allí y coge la bolsa. Se sienta en la cama y comienza a sacar de ella pequeños paquetes que tienen un cartelito escrito a mano con el nombre de cada una.
—Vale, este es el tuyo —le dice a Miriam—. Este es para Cris... y este para mí.
—Gracias, Paula.
—Gracias.
Mientras las chicas abren sus regalos, la Sugus de piña se levanta de la cama y va al cuarto de baño. Cuando regresa, sus amigas la reciben con un gran abrazo en grupo. A todas les ha encantado lo que Paula les ha traído de Francia. Para Cris, la pulsera del tobillo. A Miriam, un bolsito de Hello Kitty y, a Diana, unos pendientes de aro. Las cuatro se sientan y le preguntan por el viaje.
—Ha sido extraño. Han pasado cosas muy raras.
Paula mira por la ventana y observa cómo está lloviendo con bastante intensidad. En Francia, varios días han sido lluviosos y tristes, como su ánimo en gran parte del tiempo que ha estado allí.
—¿Por qué ha sido tan raro?
—Eso. Cuenta, cuenta.
Durante varios minutos, la chica les explica algunas de las cosas que sucedieron en los primeros días: cómo conoció a Alan y lo que este le insistió para cenar con ella; la borrachera por culpa del champán y las continuas insinuaciones del francés.
—¿Y dices que era guapo? —pregunta Diana, que se muestra bastante interesada, aunque a ella le está empezando a gustar muchísimo otro chico que de momento no le hace todo el caso que quisiera.
—Sí, no estaba nada mal. Pero era un poco creído.
—¿Pero está más bueno que Ángel y que Álex? —insiste su amiga.
—Es otro tipo de chico.
—Por cierto, ¿qué tal con Ángel?, ¿has hablado con él estos días? —le pregunta Miriam, que no sabe nada.
Diana, en cambio, agacha la cabeza y no dice que ya sabía que el periodista viajó hasta Francia para verla. Fue ella misma la que le indicó el hotel en el que estaba.
Paula se pasa la mano por el pelo y resopla.
—No solo he hablado, sino que he estado con él.
—¿Qué dices? ¿Cuándo?
—Vino a Francia a verme y, desde que él llegó, no pararon de pasar cosas.
La chica les cuenta que por fin perdió la virginidad con él en aquella noche en el hotel de Disneyland. Sus amigas no pueden creérselo. Pero se sorprenden todavía más cuando Paula les narra con todo tipo de detalles lo que vino después: el puñetazo a Alan y el mensaje en el contestador de su móvil. Lo busca y se lo pone a ellas para que lo escuchen.
—Tu historia con Ángel no tiene desperdicio. Parece sacada de una telenovela —señala la mayor de las Sugus cuando la reproducción del mensaje de voz finaliza.
—¿Tú qué sientes por él? —le pregunta Cris.
—No lo sé.
—Yo creo que deberías olvidarte de ese chico de una vez por todas. Solo te va a hacer más daño —indica Diana, que desde que Ángel le sonsacó el nombre del hotel se la tiene guardada.
—Tal como nos has contado las cosas, no parece que sintieras esa magia de la que hablabas antes de tu cumpleaños el día que te acostaste con él —añade la mayor de las Sugus.
—Es verdad, y no sé por qué motivo. Fue algo más sexual que otra cosa.
—Quizá es porque se está apagando lo que sentías por él.
—Puede ser. Pero... ¡uff...! No lo sé. Creo que le sigo queriendo. Ha sido muy bonito todo lo que he vivido con él esos dos meses hablando por el MSN. Cuando le conocí en persona, también hubo momentos increíbles.
—Sin embargo, te fuiste a cenar con el otro, te emborrachaste y no sabes si pasó algo más aquella noche con el francesito —interviene de nuevo Diana, que juguetea con sus nuevos pendientes.
Tiene razón en eso. Aunque todo fue forzado por Alan, si ella no hubiera querido, no habría pasado. Está hecha un lío. Como siempre.
—Y hay más.
—¿Cómo que hay más?
—Sí. Ayer, en el aeropuerto, Alan vino a despedirse y me besó.
—¿Qué? ¡Qué fuerte!
—¿Y te gustó? —pregunta Cristina, muy interesada por la historia de su amiga.
—No puedo decir que no. No supe reaccionar muy bien. Pero sí que sentí un cosquilleo por dentro.
En su cara se dibuja una media sonrisa.
—Resumiendo —dice Miriam—: cortas, más o menos, con Ángel porque no sabes qué sientes por él ni por Álex; te vas a París donde conoces a este francés descarado con el que no recuerdas qué ocurrió de verdad en la suite del hotel porque te emborrachaste; Ángel viaja hasta Francia a por ti, hacéis el amor, pero ya no sientes tanto por él como antes; le pega al otro, te deja un mensaje un tanto victimista en el móvil y, antes de venirte para España, Alan te da un beso que no te deja indiferente. ¿Me he dejado algo?
—Creo que no.
—Conclusiones.
—Yo creo que tu historia con Ángel es un quiero y no puedo; cuanto más os veáis, más daño os haréis el uno al otro —resuelve Diana—. Hay más tíos en el mundo y tú podrías tener una historia con quien quisieras.
—Pero él me sigue gustando. No sé si le quiero como antes, pero sí que sigo sintiendo algo.
—Aunque me duela admitirlo, estoy de acuerdo con Diana —señala Miriam.
—¿Sí? ¿Tú también crees que debo dejarlo con él?
—Sí. Definitivamente, además. Creo que tienes que cortar por lo sano con esto, Paula. Hay que pasar página.
—Es que ni deberías llamarle.
—¿Cómo voy a hacer eso, Diana?
—Haciéndolo. Como te dice Miriam, vuestra historia es un caos continuo. Y ya son dos los tíos con los que casi pasa algo estando con él.
Cris, que hasta el momento solo había escuchado las opiniones de las otras dos Sugus, por fin interviene:
—Yo también creo que tienes que dejarlo con Ángel. No sé si debes llamarlo o no. Pero incluso por él, lo vuestro no es sano. Si volvéis juntos o estáis juntos... ¿le vas a contar lo de Álex o el beso con Alan? Si se lo confiesas, lo pasará mal y dudará de ti, pero si no se lo dices, te remorderá la conciencia y vuestra relación no será sincera. Pero lo más importante de todo es que sigues sin estar segura de lo que sientes por él.
El cielo cada vez está más negro y la lluvia cae con mayor intensidad.
Un sonido procedente del móvil de Paula le anuncia que tiene un SMS. La chica mira el móvil y lee en voz alta:
«Hola. Espero que hayas tenido un buen viaje. Te iba a llamar, pero no me atrevo. No quiero resultar pesado y, sobre todo, no quiero sentirme peor de lo que me siento.»Enseguida llega un segundo mensaje.
«Me gustaría hablar contigo y pedirte perdón una vez más. Quedar, tomarnos algo, retomar nuestra historia.... Pero depende de ti. Yo estaré esperándote.»Y un tercero, el último. Lo lee en voz alta, rendida a las lágrimas.
«¿Sabes que te quiero?»Aunque le encantaría que todo hubiese sido diferente, sus amigas puede que tengan razón. Lo mejor será no responderle. Cortar por lo sano. Porque aquello entre Ángel y ella ha dejado de tener sentido.
Un dia de finales de junio, en dos lugares diferentes de la ciudad.
—¿Sí?
—Hola, Paula.
—Hola, Ángel.
—¿Puedes hablar? ¿Te cojo en buen momento?
—Sí, no te preocupes. Acabo de llegar a casa. Estoy en mi habitación escuchando música.
—¡AH!, genial, entonces. Perdona por no llamarte antes, he estado muy liado.
—Yo también, así que no pasa nada. Cuéntame.
—Verás... Respecto a lo de volver a vernos y quedar...
—¿Sí?
—No lo voy a hacer.
—Ah...
—Te voy a ser sincero. Me he dado cuenta de que quiero mucho a Sandra y no necesito ningún tipo de prueba para saber que quiero estar con ella.
—Entiendo.
—Si quedo contigo, corro el peligro de generarme de nuevo dudas. Lo que he sentido por ti ha sido muy intenso. Y es algo que está ahí, no se puede olvidar ni obviar. Pero he descubierto que lo que siento por ella también es muy intenso y, aunque creo que iremos poco a poco y que mis sensaciones no son tan fuertes como cuando te conocí a ti, Sandra puede ser muy importante en mi vida.
—Me alegro de que hayas encontrado a alguien.
Silencio.
—Te quería pedir perdón por si te he ocasionado nuevas dudas. No era mi intención fastidiarte.
—No te preocupes, estoy bien.
—Aunque entre nosotros han pasado muchas cosas y de todo tipo, no he intentado nunca hacerte daño a propósito.
—Lo sé, Ángel.
—Y no quiero que pienses que lo que te pedí era para que sufrieras o lo pasaras mal.
—Tranquilo. Sé que no harías nada así.
—Bueno, quería aclarar esto, por si acaso.
—No tenías que hacerlo, pero si te quedas más tranquilo... Cuando me pediste quedar, te creí al cien por cien en lo que decías. Y ahora te sigo creyendo.
Una nueva pausa.
—¿Estás bien?
—Sí, tranquilo.
—De verdad que lo siento mucho. Encontrarnos fue algo inesperado y que me hizo dudar.
—A mí también me hizo dudar. Pero creo que no quedar para vernos es lo mejor.
—¿Sí?
—Sí. Me apetecía verte, pero, por otro lado, hubiera sido algo extraño. Y yo voy de lío en lío, sin solucionar nada. Todo en mi vida es muy confuso ahora. Hasta me he teñido el pelo, como pudiste ver el viernes, y fumo.
—¿Fumas?
—Sí.
—Estás muy agobiada, ¿verdad?
—Pues... sí. Son muchas cosas las que me han pasado en muy poco tiempo. Cosas que se juntan con otras. Y otras cosas que no sabes por qué pasan. Tengo que pararme un tiempo a pensar, a intentar ser mejor y tener las ideas más claras.
—Poco a poco. Eres muy joven, Paula.
—Soy joven, pero ya no soy una niña. Imagino que toda esta experiencia que se me va acumulando servirá para algo.
—Claro. Seguro que sí.
—Intentaré pasar un verano lo más tranquilo posible y el año que viene espero centrarme en el último curso del instituto.
—Es verdad, ya terminas.
—Sí.
—¿Ya sabes lo que quieres estudiar?
—También ahí estoy confusa.
—Bueno, tienes un año para pensarlo.
—Podría hacer periodismo, así seríamos competencia.
—O compañeros.
Sonrisas a ambos lado de la línea.
—Me gusta charlar contigo. Me recuerda a cuando hablábamos por el MSN.
—Ahí empezó todo.
—Fue divertido y emocionante. Recuerdo que cada dos por tres miraba en mi ordenador para ver si te habías conectado.
—A mí me pasaba lo mismo.
Más sonrisas.
—Ángel, ¿crees que podríamos ser amigos?
—Mmm... No estoy seguro.
—Quizá dentro de un tiempo, ¿no?
—Podría ser.
—Ahora lo mejor es que cada uno siga su camino.
—Eso ya lo hicimos, Paula. Cada uno ha continuado su vida.
—Sí, pero de una manera algo confusa. Me alegro de que, aunque no hayamos quedado, hayamos podido tener esta conversación.
—Yo también. Era como una espina que tenía clavada dentro.
—Sí. El tiempo cura, pero no borra el pasado.
Los dos piensan en ello: en el pasado, en las horas que compartieron y en las horas en las que se hicieron sufrir. Imágenes que pasan rápidamente una detrás de otra, dejando una huella imborrable, pero, ahora, con un sabor de boca un poco más dulce.
—Paula, lo siento pero me tengo que ir. He quedado con Sandra.
—Sí, yo también. Tengo que salir dentro de un rato.
—Imagino que alguna vez nos volveremos a encontrar.
—Seguro que será en un Starbucks.
—Seguro.
—Ángel, espero que te vaya muy bien con Sandra. De verdad.
—Gracias. Y tú, disfruta del verano y ánimo con el último curso.
—Gracias. Será duro, pero saldrá bien.
El no la puede ver pero sus ojos están mojados. Ella tampoco sabe que los suyos también lo están.
—Adiós, Paula. Que seas muy feliz.
—Adiós, Ángel; tú también.
Y, mientras ambos se secan las lágrimas de sus mejillas, cuelgan.
Aproximadamente un año después, en un lugar de la ciudad.
—¡No quiero mirar!
—A ver, déjame a mí.
Mario le quita el papelito de la mano a Diana y sonríe.
—¡Has engordado un kilo y doscientos gramos en dos semanas!
—¿Sí? Déjame ver.
La joven recupera el papel y lo examina atentamente. Grita de emoción, satisfecha. Le está costando muchísimo recuperarse, pero poco a poco va haciendo progresos.
La pareja se besa mientras salen de la farmacia en la que Diana se ha pesado.
—Oye, aquella que viene por allí, ¿no es Cris?
—¡Sí, es ella! —exclama Diana.
Hace mucho que no se ven. Ya ni siquiera hablan por el Tuenti, como en los primeros meses después de que Cristina se cambiara de instituto.
—¡Diana! —grita la chica cuando la ve.
Y, corriendo una hacia la otra, se dan un gran abrazo.
—¡Qué guapa! ¿Y ese pelo?
—¿Te gusta?
—Me encanta. Yo no me atrevería a llevarlo tan corto.