–Los seres humanos a bordo de las naves no son grupos vagos. Son diversos individuos específicos tomados en conjunto.
–Pero cuando debo tomar una decisión es al individuo específico al que tengo que manipular directamente, y cuyo sino debe contar para mí. No puedo evitarlo.
–¿Qué hiciste, pues, amigo Giskard, o no pudiste hacer nada?
–Desesperado, amigo Daneel, intenté conectar con el comandante de la nave aurorana, que tras un pequeño "salto" se encontraba muy cerca de nosotros, pero no pude. La distancia era excesiva. No obstante, el intento no fue del todo inútil. Detecté algo, el equivalente a un ligero zumbido. Reflexioné un momento antes de darme cuenta que recibía la sensación de las mentes de todos los humanos a bordo de la nave aurorana. Separé el ligero zumbido de las sensaciones más prominentes que salían de nuestra propia nave, una tarea difícil.
–Casi imposible, diría yo, amigo Giskard.
–Como bien dices, casi imposible, pero lo conseguí con un gran esfuerzo. Sin embargo, por más que lo intenté no pude separar las mentes individuales. Cuando Gladia se enfrentó con aquel gran número de seres humanos en Baleymundo, percibí una confusión anárquica y una mezcla de mentes, pero por unos instantes logré separar unas de otras. En esta ocasión no ha sido posible.
Giskard calló, como perdido en sus recuerdos.
–Imagino que esto debe ser análogo al modo en que vemos las estrellas individuales en grandes grupos, cuando el conjunto está relativamente cerca de nosotros –dijo Daniel–. Pero, en una Galaxia distante no podemos separar unas estrellas de otras, sino ver solamente una bruma vagamente luminosa.
–Esto me parece una buena analogía, amigo Daneel. Como yo me concentraba en el zumbido suave y distante, me pareció detectar una leve capa de miedo. No estaba seguro, pero sentí que debía aprovecharme de ello. Jamás había intentado ejercer mi influencia sobre algo tan lejano, sobre algo tan impreciso como un mero zumbido, pero me esforcé desesperadamente por aumentar aquel miedo aunque solamente fuera un poquito. No sabría decir si tuve suerte o no.
–La nave aurorana huyó. Debiste de tener éxito.
–O no, vaya uno a saber. La nave pudo haber huido aunque yo no hubiera hecho nada.
Daneel pareció sumirse en sus pensamientos.
–Quizá. Si el capitán confiaba tanto en que huyera...
–Por el contrario, no estoy seguro de que existiera una base racional para tanta confianza –dijo Giskard–. Me pareció que lo que detectaba era una mezcla de temor y reverencia hacia la Tierra. Y la confianza era algo parecida a la que he detectado en los niños respecto a sus protectores, sus padres u otras personas. Tuve la impresión de que el capitán creía que no podía fracasar en los alrededores de la Tierra por la influencia de ésta. No voy a decir que el sentimiento fuera exactamente irracional, pero en todo caso a mí me pareció no racional.
–Indudablemente estás en lo cierto, amigo Giskard. El capitán ha hablado siempre de la Tierra, en nuestra presencia, con respeto. Puesto que la Tierra no puede influir en el éxito de un acto mediante influencias místicas, es posible suponer que tu influencia fue ejercida felizmente. Y, además...
Giskard con sus ojos levemente fosforescentes, dijo:
–¿En qué estás pensando, amigo Daneel?
–He estado pensando en la suposición de que el individuo humano es concreto mientras que la humanidad es abstracta. Cuando detectaste el leve zumbido procedente de la nave aurorana, no detectabas a un individuo, sino a una porción de la humanidad. ¿No podría ser que estuvieras a la distancia adecuada de la Tierra y que el rumor de fondo, suficientemente apagado, que detectaste fuera el zumbido de la actividad mental de la población humana de la Tierra? Y, ampliando esto, ¿puede uno dejar de imaginar que en la Galaxia está el zumbido de la actividad mental de la humanidad? ¿Cómo es posible, entonces, que la humanidad sea una abstracción? Es algo que puedes señalar. Piensa en eso en conexión con la ley Cero y verás que la extensión de las leyes de la Robótica es justificada..., justificada por tu propia experiencia.
Siguió una larga pausa y al fin dijo Giskard, despacio como si le arrancaran las palabras:
–Puede que tengas razón, amigo Daneel, pero si ahora aterrizamos en la Tierra, con una ley Cero que podemos utilizar, seguimos aún sin saber cómo utilizarla. Hasta aquí, nos parece que en la crisis que se cierne sobre la Tierra está involucrado el uso de un intensificar nuclear, pero que por lo que sabemos, no hay nada en la Tierra lo bastante significativo para que un intensificador pueda realizar su trabajo. Así que, ¿qué vamos a hacer en la Tierra?
–Todavía no lo sé –confesó Daneel, apesadumbrado.
¡Ruido!
Gladia escuchó, asombrada. No lastimaba su oído. No era el ruido de una superficie chocando contra otra. No era un alarido estridente, o un clamor, o unos golpes, o algo que pudiera expresarse onomatopéyicamente. Era más blando y menos insistente, subía y bajaba, llevaba consigo cierta irregularidad... ¡y estaba siempre presente!
D.G. la observó escuchando, inclinando la cabeza a un lado y a otro, y le dijo:
–Yo lo llamo "La voz de la ciudad", Gladia.
–¿No cesa nunca?
–En realidad, nunca; pero ¿qué otra cosa puedes esperar? ¿No has estado nunca en un campo oyendo el viento entre las hojas y el zumbido de los insectos, y los pájaros llamándose, y el agua deslizándose entre las piedras? Eso no cesa nunca.
–Es diferente.
–No, no lo es. Es lo mismo. El rumor es aquí la mezcla del rumor de las máquinas y de los diferentes ruidos que hace la gente, pero el principio es exactamente el mismo que el de las voces no humanas en el campo. Estás acostumbrada a los campos y por eso no oyes nada allí. No estás acostumbrada a esto, y lo oyes y probablemente lo encuentras molesto. La gente de la Tierra no lo oye sino en las ocasiones en que acaban de llegar del campo, y entonces le encanta escucharlo. Mañana no lo oirás. Gladia, pensativa, miró a su alrededor desde el pequeño balcón donde se encontraban.
–¡Cuántos edificios!
–Es verdad. Estructuras por todas partes extendiéndose hacia fuera por kilómetros y kilómetros. Y arriba... y abajo, también. Ésta no es solamente una ciudad al estilo de Aurora o de Baleymundo. Es una Ciudad, con C mayúscula, un tipo que existe solamente en la Tierra.
–Éstas son las Cavernas de Acero –dijo Gladia– Lo sé. Estamos bajo tierra, ¿verdad?
–Sí. Absolutamente. Debo confesarte que me llevó mucho tiempo acostumbrarme a este tipo de cosas cuando visité la Tierra por primera vez. Siempre que voy a una ciudad, me parece una escena de ciudad abarrotada. Caminos, calles, fachadas de tiendas y masas de gente, con la luz suave de los fluorescentes haciendo que todo parezca bañado por una luz solar sin sombras. Pero no es luz solar, y arriba, en la superficie, no sé si el sol está brillando en este momento o si lo cubren las nubes, o si está dejando a esta parte del mundo sumida en noche y oscuridad.
–Hace que la Ciudad parezca encerrada. La gente respira el aire de cada uno.
–Sí, lo hacemos en cualquier mundo, en cualquier parte.
–Pero no así. –Olisqueo– Huele.
–Cada mundo huele. Cada ciudad en la Tierra huele distinto. Te acostumbrarás.
–No sé si quiero acostumbrarme. ¿Por qué no se ahoga la gente?
–Porque la ventilación es excelente.
–¿Y qué ocurre cuando se estropea?
–No ocurre nada.
Gladia volvió a mirar alrededor y dijo:
–Cada edificio parece cargado de balcones.
–Es un signo de condición social. Muy poca gente tiene pisos con vistas al exterior, y si los tiene quiere las ventajas de tenerlos. La mayoría de los ciudadanos tienen pisos interiores, sin ventanas.
Gladia se estremeció.
–¡Qué horrible! ¿Cuál es el nombre de esta ciudad, D.G.?
–Nueva York. Es la ciudad más importante, pero no la mayor. En este continente, la Ciudad de México y Los Ángeles son las mayores, y también en otros continentes hay ciudades mayores que Nueva York.
–¿Por qué es Nueva York la más importante?
–Por lo mismo de siempre. El gobierno global está situado aquí: las Naciones Unidas.
–¿Naciones? –le apuntó con el dedo, triunfante–. La Tierra estaba dividida en varias unidades políticas independientes, ¿verdad?
–Sí, sí. Docenas de ellas. Esto fue antes de los viajes interespaciales, los tiempos pre-hiper. Pero el nombre permanece. Esto es lo maravilloso de la Tierra. Es historia congelada. Cada otro mundo es nuevo y sin profundidad. Sólo la Tierra es la humanidad en su esencia.
D.G. lo dijo casi en un murmullo y luego se refugió en el interior de la habitación, no muy grande y con un mobiliario de poca calidad. Gladia comentó, decepcionada:
–¿Por qué no se ve a nadie?
–No te preocupes, querida –se rió D.G.–. Si son desfiles y atención lo que deseas, los tendrás. Lo que pasa es que les pedí que nos dejaran solos un poco. En cuanto a mis hombres, tienen que amarrar la nave, limpiarla, renovar las provisiones, dedicarse a sus devociones...
–¿Mujeres?
–No, no es a lo que me refiero, aunque supongo que las mujeres tendrán su papel más tarde. Al decir devociones, me refiero a que la Tierra tiene aún sus religiones, y éstas consuelan a los hombres en cierto modo. Por lo menos aquí, en la Tierra. Aquí parecen tener mayor significado.
–Vaya –dijo Gladia medio despectiva–, historia congelada, como has dicho. ¿Supones que podríamos salir del edificio y pasear un poco?
–Acepta mi consejo, Gladia, y no quieras meterte en eso, ahora. Tendrás más y de sobra cuando empiece la ceremonia.
–Pero será terriblemente formal. ¿No podríamos saltamos la ceremonia?
–Imposible. Como en Baleymundo te dio por hacerte la heroína, tendrás también que serlo en la Tierra. De todos modos las ceremonias acabarán pronto. Cuando te hayas recuperado de ellas, buscaremos un guía y visitaremos realmente la ciudad.
–¿Habrá algún problema si nos llevamos a mis robots? –Señaló a Daneel y Giskard, que estaban al otro extremo de la estancia. –No me importa ir sin ellos cuando estoy contigo en la nave, pero si vamos a encontrarnos con montones de desconocidos, me siento más segura si los tengo conmigo.
–Desde luego, no habrá problema con Daneel. Es también un héroe por derecho propio. Fue el colega de mi antepasado, y pasa por humano. Giskard, que es claramente un robot, no debía ser autorizado, en teoría, a traspasar los límites de la ciudad, pero han hecho una excepción en su caso y espero que sigan haciéndola. A propósito, lamento que tengamos que esperar aquí y no podamos salir.
–No estoy segura de que me apetezca, precisamente ahora, exponerme a todo ese ruido –dijo Gladia.
–No, no. No me refiero a plazas públicas y carreteras. Me encantaría sacarte fuera, a los corredores de este edificio. Hay literalmente kilómetros y kilómetros, y son, en sí, como una ciudad en pequeño: centros comerciales, restaurantes, áreas de recreo, baños, ascensores, cintas transportadoras y demás Hay más color y variedad en un solo piso de un edificio de cualquier ciudad de la Tierra, que en toda una ciudad de colonizadores, o en todo un mundo espacial.
–Me da la impresión de que todo el mundo puede perderse.
–De ningún modo. Aquí todo el mundo conoce su propio vecindario, como en cualquier otra parte. Incluso los forasteros no tienen más que seguir las señales.
–Pienso que todo lo que tienen que andar, que se ven forzados a andar, es muy bueno físicamente, pero...–parecía dubitativa.
–Y también socialmente. En todo momento hay gente en los corredores y lo establecido es que se hable con los conocidos e incluso se salude a los desconocidos. Tampoco es absolutamente necesario andar. Hay ascensores por todas partes para los trayectos verticales. Los corredores principales son cintas transportadoras y se mueven para los trayectos horizontales. Naturalmente, fuera del edificio hay una línea que conecta con la red de autopistas. Eso vale la pena. Tendrás que circular.
–Ya he oído hablar de ellas. Hay tramos por donde se cruza que te llevan más y más de prisa, o más y más despacio, al saltar de una a otra. Yo sería incapaz de hacerlo. No me lo pidas.
–Claro que podrás hacerlo –dijo D.G. optimista–. Te ayudaré. Si es necesario, te llevaré a cuestas: lo único que te hace falta es algo de práctica. Entre la gente de este planeta hasta los niños de los jardines saben hacerlo, lo mismo que los ancianos que andan con bastón. Confieso que los colonos son más bien torpes, y yo no soy un portento de gracia, pero me defiendo y lo mismo harás tú.
Gladia exhaló un enorme suspiro:
–Bueno, pues lo intentaré si no hay otro remedio. Voy a decirte una cosa, mi querido D.G. Debemos conseguir una habitación razonablemente silenciosa para la noche. Quiero que enmudezca tu "Voz de la ciudad".
–Seguro que podrá arreglarse.
–Y no quiero tener que comer en la "Sección cocinas".
D.G. pareció dudoso:
–Arreglaremos para que nos traigan la comida; en realidad te vendría bien participar en la vida social de la Tierra. Después de todo, voy a estar contigo.
–Quizás algo más tarde, D.G., pero no ahora, al principio. Quiero un baño para mí sola.
–¡Oh, no, eso es imposible! En cada habitación que se nos asigne habrá un lavabo y un w.c., porque somos gente de categoría, pero si te propones ducharte o bañarte, tendrás que seguir a la gente. Hay una mujer que te enseña cómo funciona y te reserva un compartimiento individual o como se llame aquí. No te sentirás incómoda. Las mujeres de los mundos colonos son entrenadas en el uso de los reservados todos los días del año. Y a lo mejor terminas difrutándolo, Gladia. Tengo entendido que el reservado de mujeres es un lugar de mucha actividad y muy entretenido. Por el contrario, en el de los hombres no se permite decir una sola palabra. Muy aburrido.
–Todo eso es horrible –musitó Gladia–. ¿Cómo puedes soportar la falta de intimidad?
–En un mundo abarrotado es de absoluta necesidad –comentó D.G. sin darle demasiada importancia–. Lo que nunca has conocido, no lo echas en falta. ¿Quieres algún otro aforismo?
–Realmente, no.
Parecía tan abatida que D.G. le pasó un brazo por los hombros:
–Vamos, no será tan malo como piensas. Te lo prometo.
No fue exactamente una pesadilla, pero Gladia agradeció su anterior experiencia en Baleymundo que le dio una somera idea de lo que era ahora un verdadero mar de gente. Había mucha más aquí, en Nueva York, de la que había en el mundo de los colonizadores; pero, por el contrario, aquí estaba más aislada de las masas, que en la anterior ocasión.