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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (15 page)

BOOK: Robots e imperio
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–Sí –dijo Giskard–, éste es un modo posible de interpretar los acontecimientos. Pero, ¿qué va a pasar?

–Me parece que los mundos espaciales no están tan débiles que deban comportarse con tal servilismo... Y si lo estuvieran, el orgullo de tantos siglos de dominio les impediría hacerlo. Lo que les mueve debe de ser algo más que debilidad. He señalado que no pueden instigar una guerra deliberadamente, así que es probable que estén tratando de ganar tiempo.

–¿Con qué fin, amigo Daneel?

–Quieren destruir a los colonos, pero aún no están preparados. Permiten que este colono obtenga lo que desea, para evitar una guerra hasta estar dispuestos a luchar a su modo. Lo único que me sorprende es que no ofrecieran mandar una nave de guerra aurorana. Si este análisis es correcto, y creo que lo es, Aurora no puede haber tenido nada que ver con los incidentes de Solaria. No se permitirían pequeñas vejaciones que sólo servirían para alertar a los colonos antes de que estuvieran listos con algo devastador.

–Entonces, ¿a qué estas pequeñas vejaciones como tú las llamas, amigo Daneel?

–Lo descubriremos, quizá, cuando desembarquemos en Solaria. Puede ser que Aurora sienta tanta curiosidad como nosotros y los colonos, y que ésta sea otra razón por la que han querido colaborar con el capitán, al extremo de permitir a Gladia que le acompañe.

Fue ahora Giskard el que guardó silencio. Finalmente dijo:

–¿Y cuál sería esa misteriosa devastación que planean?

–Hace un momento hemos hablado de una crisis provocada por el plan espacial para derrotar a la Tierra, pero nos servimos de la Tierra en sentido general, implicando a todos los terrícolas con sus descendientes en los mundos colonizados. Sin embargo, si sospechamos seriamente la preparación de un golpe devastador que permita a los espaciales derrotar a sus enemigos de una sola vez, podremos clarificar nuestro punto de vista. No pueden planear un ataque a un solo mundo de colonos. Individualmente, los mundos colonizados son vulnerables pero el resto devolvería inmediatamente el golpe. Tampoco pueden planear un ataque a varios o a todos los mundos colonizados. Hay demasiados y están extendidos demasiado difusamente. No es fácil que todos los ataques tuvieran éxito y los que sobrevivieran, enfurecidos y desesperados, llevarían la desolación a todos los mundos espaciales.

–Entonces amigo Daneel, tu razonamiento es que tratarán de atacar la Tierra.

–Si, amigo Giskard. La Tierra contiene la gran mayoría de seres humanos de vida breve; es la fuente perenne de los emigrantes a los mundos de los colonizadores y es la principal materia prima para fundar nuevos mundos; es la reverenciada madre patria de todos los colonos. Si la Tierra fuera destruida, el movimiento colonizador podría no recobrarse.

–Pero, entonces, ¿los mundos devolverían el golpe con tanta o más fuerza que si uno de ellos hubiera sido destruido? En mí opinión, sería inevitable.

–También en la mía, amigo Giskard. Por lo tanto, me parece que a menos que los mundos espaciales se hayan vuelto locos, el ataque tendría que ser sutil; uno del que no parecieran responsables los espaciales.

–¿Por qué no asestar ese golpe sutil contra los mundos de los colonizadores, que ahora son los que detentan el mayor potencial de guerra de los terrícolas?

–Pues o porque los espaciales creen que un ataque a la Tierra sería más devastador psicológicamente o porque la naturaleza del golpe es de tal tipo que sólo funcionaría contra la Tierra y no contra los mundos colonizadores. Sospecho lo último, puesto que la Tierra es un mundo único y su sociedad es diferente de la de los demás mundos colonizadores o espaciales por igual.

–En resumen, amigo Daneel, llegas a la conclusión de que los espaciales se proponen un ataque sutil a la Tierra que la destruiría sin evidencia de que ellos fueran la causa, y sería un golpe que no afectara a ninguno de los otros mundos, y que todavía no están preparados para ponerlo en práctica.

–Sí, amigo Giskard, pero puede que no tarden, y una vez listos tendrán que actuar inmediatamente. Cualquier retraso aumentará el riesgo de una filtración que les pondría en evidencia.

–Deducir todo esto, amigo Daneel, de las pocas indicaciones de que disponemos, es digno de alabanza. Dime ahora la naturaleza del golpe.

–He llegado tan lejos, amigo Giskard, pisando un terreno tan resbaladizo, sin estar completamente seguro de que mi razonamiento era enteramente cierto. Pero incluso suponiendo que lo fuera, no puedo seguir adelante. Me temo que no sé, no puedo imaginar, la naturaleza del golpe.

–Pero no podremos tomar las medidas apropiadas para neutralizar el golpe y resolver la crisis, hasta que sepamos de qué tipo va a ser –dijo Giskard–. Si esperamos a que el propio golpe se descubra por sus resultados, será demasiado tarde para poder hacer algo.

–Si hay un espacial que conozca la naturaleza del acontecimiento futuro, sólo puede ser Amadiro. ¿No podrías obligar a Amadiro a anunciarlo públicamente y así poner sobre aviso a los colonizadores y hacerlo inservible? –propuso Daneel.

–No podría hacerlo, amigo Daneel, sin destruir su mente por completo.

Dudo que pudiera mantenerla intacta lo suficiente como para permitirle anunciarlo. No, no podría hacerlo.

–Quizás, entonces –insinuó Daneel– podríamos consolamos con la idea de que mi razonamiento es erróneo y que no se prepara nada contra la Tierra.

–No –respondió Giskard–. Mi sensación es que estás en lo cierto y que, sencillamente, debemos esperar... impotentes.

17

Gladia esperaba, casi con dolorosa anticipación, la conclusión del "Salto” final. Para entonces estarían tan cerca de Solaria que podría descubrir su sol como un disco.

Sería solamente un disco, claro, un círculo de luz sin relieves, de intensidad amortiguada hasta el extremo de que podría contemplarse sin quedar deslumbrado, después de que su luz pasara por el filtro apropiado.

Su aparición no sería única. Todas las estrellas arrastraban, entre sus planetas, un mundo habitable en el sentido humano con una lista interminable de requisitos que las hacía a todas parecidas entre sí. Todas eran estrellas solitarias... ni mayores ni menores que el sol que brillaba sobre la Tierra..., ni demasiado activas, ni demasiado viejas, ni demasiado quietas, ni demasiado jóvenes, ni demasiado frías, ni demasiado peculiares en su composición química. Todas tenían manchas solares, resplandores y protuberancias y todas parecían iguales a primera vista. Era precisa una cuidadosa espectro-heliografía para descubrir los detalles que hacían distinta a cada estrella.

Pero, cuando Gladia se encontró contemplando un círculo de luz que para ella era algo más que un círculo de luz, se le llenaron los ojos de lágrimas. Nunca, cuando vivía en Solaria, había pensado en el sol; no era otra cosa que una eterna fuente de luz y calor, saliendo y poniéndose a un ritmo invariable. Cuando marchó de Solaria había contemplado aquel sol que desaparecía tras ella sin nada más que agradecimiento. No recordaba nada que se le luciera más preciado.

No obstante, ahora lloraba en silencio. Sentía vergüenza por experimentar aquella pena que no podía explicarse, pero no por ello dejó de llorar.

Cuando se encendió la luz de entrada, hizo un mayor esfuerzo.

Tenía que ser D.G.; nadie más se acercaría a su camarote.

–¿Lo dejo entrar, señora? –preguntó Daneel–. Está usted muy emocionada.

–Sí, Daneel, estoy muy emocionada, pero déjalo entrar. Supongo que no se va a sorprender.

Pero sí se sorprendió. Por lo menos, entró con una amplia sonrisa en su rostro barbudo, una sonrisa que desapareció casi al instante. Dio un paso atrás y dijo en voz baja;

–Volveré más tarde.

–¡Quédese! No es nada. Una estúpida reacción momentánea.

–Sorbió las lágrimas y se secó furiosamente los ojos. –¿Por qué ha venido?

–Quería discutir Solaria con usted. Si nos va bien un micro ajuste, aterrizaremos mañana. Pero si ahora no está bien para discutir...

–Estoy perfectamente bien. Tengo que hacerle una pregunta. ¿Por qué hemos necesitado tres "saltos" para llegar hasta aquí? Con un "salto" bastaba. Por lo menos uno solo bastaba cuando fui de Solaria a Aurora hace veinte décadas. Seguro que la técnica de los viajes espaciales no ha decaído desde entonces.

D.G. volvió a sonreír.

–Acción evasiva. Si una nave aurorana venía siguiéndonos, yo quería..., digamos, desconcertarla.

–¿Y por qué iba a seguimos?

–Simplemente una idea, señora. El Consejo estaba excesivamente deseoso de ayudar, pensé. Sugirieron que una nave aurorana podría unirse a mi expedición a Solaria.

–Bien, podía habernos ayudado, ¿verdad?

–Quizá, si estuviera seguro de que Aurora no tramaba algo. Dije claramente al Consejo que podía prescindir..., o mejor dicho –señaló a Gladia con el dedo, –que sólo la necesitaba a usted. Sin embargo, ¿no podía el Consejo enviar una nave aun contra mi voluntad? Por pura bondad de corazón, digamos. Sigo sin querer acompañamiento; tendremos suficientes problemas sin tener que mirar nerviosamente por encima del hombro en todo momento. Así que puse dificultades para que me siguieran. ¿Cuánto sabe sobre Solaria, señora?

–¿No se lo he repetido bastante? No sé nada. Han pasado veinte décadas.

–No, señora, ahora estoy hablando de la psicología de los solarios.

Esto no puede haber cambiado en veinte décadas... Dígame, por qué han abandonado su planeta.

–La historia, tal como la he oído contar –respondió Gladia, tranquila,–es que la población había ido declinando poco a poco. Una combinación de muertes prematuras y escasa natalidad fueron las causas aparentes.

–¿Le parece una buena razón?

–Por supuesto. Siempre ha habido pocos nacimientos. –Se concentró para recordar. –La costumbre solariana no hace fácil la fecundación, ya sea natural, artificial o ectogenéticamente.

–¿Nunca tuvo hijos, señora?

–En Solaria, no.

–¿Y las muertes prematuras?

–Sólo puedo suponerlas. Me figuro que se debían a un sentimiento de fracaso. Solaria no funcionaba bien, aunque los solarianos habían puesto un gran fervor emocional por lograr que su mundo tuviera una sociedad ideal, no sólo mejor que la que jamás tuvo la Tierra, sino casi más perfecta que la de cualquier otro mundo espacial.

–¿Me está diciendo que Solaria se moría por el corazón destrozado de su gente?

–Si le gusta exponerlo de esta forma tan ridícula –replicó Gladia, disgustada.

–Se deduce de lo que me ha estado diciendo –observó D.G. encogiéndose de hombros–. Pero, ¿realmente la habrán abandonado? ¿Adonde habrán podido ir? ¿Cómo vivirán?

–No lo sé.

–Pero, señora, es bien sabido que los solarianos están acostumbrados a grandes propiedades, a ser servidos por millares de robots, de modo que cada solario vive prácticamente aislado. Si abandonan Solaria, ¿adonde irán a encontrar una sociedad que les dé lo mismo? ¿Habrán ido realmente a otro mundo espacial?

–No, que yo sepa. Pero, claro, tampoco me lo han dicho.

–¿Pueden haber encontrado un mundo nuevo para ellos? De ser así tiene que ser primitivo y requerirá mucho trabajo para transformarlo.

¿Estarán preparados para ello?

Gladia sacudió la cabeza negativamente:

–No lo sé.

–Quizá no se han ido de verdad.

–Solaria está evidentemente vacía.

–¿De qué evidencia se trata?

–Todas las comunicaciones interplanetarias han cesado. Toda radiación del planeta, excepto la que se origina en los trabajos de los robots o por causas naturales, ha cesado.

–¿Cómo lo sabe?

–Por los informes de las noticias auroranas.

–Sí. ¡Los informes! ¿No puede ser que alguien mienta?

–¿Cuál sería el propósito de la mentira? –Gladia se ofendió por la sugerencia.

–Que nuestras naves se sintieran atraídas hacia ese mundo y fueran destruidas.

–Esto es ridículo, D.G. –Su voz se hizo cortante. –¿Qué ganarían los espaciales destruyendo dos naves mercantes gracias a un subterfugio tan complicado?

–Algo ha destruido dos naves de colonizadores en un planeta supuestamente vacío. ¿Cómo puede explicarlo?

–No puedo. Presumo que vamos a Solaria a encontrar una explicación.

D.G. la contempló gravemente.

–¿Podría usted guiarme a su "país" cuando vivía en Solaria?

–¿Mi propiedad? –le preguntó asombrada.

–¿No le gustaría volver a verla?

A Gladia le dio un vuelco el corazón.

–Sí, me gustaría, pero, ¿por qué mi propiedad?

–Las dos naves destruidas aterrizaron en lugares del planeta muy distantes, no obstante ambas fueron destruidas con suma rapidez. Aunque cada lugar puede ser mortal, tengo la impresión de que el suyo puede serlo menos que los otros.

–¿Porqué?

–Porque allí quizá podríamos recibir ayuda de los robots. Los reconocería, ¿verdad? Supongo que duran más de veinte décadas. Daneel y Giskard lo confirman. Y los que estuvieron allí cuando vivía en su finca todavía la reconocerán, ¿verdad? La tratarían como a su dueña y tendrían en cuenta la obediencia que le deben incluso más allá de la que deberían a seres humanos corrientes.

–En mi finca había diez mil robots. Yo conocía de vista quizás a unas tres docenas. Al resto nunca los vi, y puede que tampoco ellos me vieran a mí. Los robots agrícolas no son muy avanzados, ¿sabe?, como tampoco lo son los forestales o los mineros. Los robots domésticos todavía me recordarían si no han sido vendidos o transferidos desde que me fui. También ocurren accidentes, averías, y algunos no duran veinte décadas. Además, cualquiera que sea su idea sobre la memoria de los robots, la memoria humana es falible y tal vez yo no recuerde a ninguno.

–Así y todo –insistió D.G.–, ¿puede dirigirme a su propiedad?

–¿Por la latitud y la longitud? No.

–Tengo mapas de Solaria, ¿Servirían de algo?

–Quizás aproximadamente. Está situada en la región meridional del continente nórdico de Heliona.

–Y una vez que nos hayamos aproximado, ¿puede servirse de puntos de referencia para mayor precisión, si rozamos la superficie de Solaria?

–¿Por costas marinas y ríos, quiere decir?

–Sí.

–Creo que puedo.

–Magnífico. Entretanto vea si puede recordar los nombres y aspecto de alguno de sus robots. Eso puede significar la diferencia entre vivir o morir.

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