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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (14 page)

BOOK: Robots e imperio
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–¿Qué es eso?

D.G. sonrió y su barba pareció brillar bajo la luz. Había pelos rojos entremezclados con los demás.

–Un arma –respondió, y la desenfundó. La tomó por una empuñadura que sobresalía de su mano, como si la fuerza con que la sostenía le apretara hada arriba. Delante, frente a Gladia, apareció un fino cilindro de unos quince centímetros de longitud. No había abertura visible.

–¿Mata a la gente esto? –preguntó Gladia tendiendo la mano.

D.G. lo retiró al instante.

–No trate nunca de alcanzar un arma, señora. Esto es peor que la mala educación, porque cualquier colono está entrenado para reaccionar violentamente ante un movimiento como el suyo, y podrían lastimarla.

Gladia, con los ojos desorbitados, apartó la mano y la colocó a su espalda.

–No amenace con violencias. Daneel no tiene sentido del humor en este aspecto. En Aurora, nadie es lo bastante bárbaro como para llevar armas.

–Bueno –dijo 
D.G.
 impertérrito ante el adjetivo–, tampoco tenemos robots para protegernos... Y éste no es un aparato para matar. Es, en cierto modo, peor. Emite una especie de vibración que estimula aquellos nervios responsables de la sensación dolorosa. Duele muchísimo más de lo que pueda imaginar. Nadie lo soportaría voluntariamente dos veces, y quienquiera que lleve esta arma raras veces tiene que emplearla. La llamamos el látigo neurónico.

–¡Repugnante! –exclamó Gladia, ceñuda–. Nosotros tenemos a nuestros robots, pero nunca lastiman a nadie, sólo en casos de emergencia, y aun entonces mínimamente.

D.G. se encogió de hombros.

–Esto suena a muy civilizado, pero un poco de dolor, un poco de muerte, incluso, es mejor que la decadencia del espíritu provocada por los robots. Además, el látigo neurónico no está previsto para matar, y su gente lleva armas en sus naves espaciales que pueden provocar la muerte en gran escala y la destrucción total.

–Esto es porque hemos tenido guerras al principio de nuestra historia, cuando nuestra herencia de la Tierra era todavía fuerte, pero hemos aprendido.

–Sí, emplearon estas armas contra la Tierra, al parecer, después de haber aprendido.

–Eso es... –empezó, pero luego cerró la boca como para tragarse lo que se disponía a decir.

–Ya lo sé –asintió D.G.–. Iba a decir "Eso es distinto". Piense en ello, y comprenderá por qué a mi tripulación no le gustan los espaciales. O por qué no me gustan a mí... Pero a mí va a serme muy útil, señora, así que no quiero que mis sentimientos me entorpezcan el camino.

–¿Cómo voy a serie útil?

–Es usted solariana.

–Siempre dice lo mismo. Han transcurrido más de veinte décadas. Ya no sé cómo es Solaria ahora. Lo ignoro todo de ella. ¿Qué era Baleymundo hace veinte décadas?

–Hace veinte décadas no existía, pero Solaria sí y yo apuesto lo que sea a que podrá recordar algo útil.

Se puso de pie, inclinó ligeramente la cabeza en un gesto de saludo, que casi resultaba burlón, y se fue.

15

Gladia mantuvo un silencio pensativo y preocupado y luego dijo:

–No fue nada cortés, ¿verdad?

–Gladia –explicó Daneel–, el colono se encuentra claramente bajo una fuerte tensión. Está dirigiéndose hacia un mundo en el que dos de sus naves han sido destruidas y sus tripulaciones muertas. Va a enfrentarse con un gran peligro. Lo mismo que su tripulación.

–Tú siempre defiendes al ser humano, Daneel –dijo Gladia despechada–, El peligro también existe para mí, y no me enfrento a él voluntariamente, pero esto no me obliga a la descortesía.

Daneel no dijo palabra.

–Bueno, a lo mejor sí. Yo también he sido un poco incorrecta, ¿verdad?

–No creo que al colono le importara –comentó Daneel–. ¿Puedo sugerirle, señora, que se prepare para acostarse? Es muy tarde.

–Muy bien. Me prepararé, pero no creo que me sienta lo bastante relajada como para poder dormir, Daneel.

–Mi amigo Giskard me asegura que sí, señora, y suele tener razón en estas cosas.

Y sí que durmió.

16

Daneel y Giskard estaban a oscuras en el camarote de Gladia. Giskard dijo:

–Dormirá profundamente, amigo Daneel, y necesita descansar. Su viaje es peligroso.

–Tuve la impresión, amigo Giskard, de que influiste en ella para que aceptara venir. Presumo que tenías una buena razón.

–Amigo Daneel, sabemos tan poco de la naturaleza de la crisis que amenaza a la Galaxia, que no podemos rechazar a la ligera cualquier acción que pueda ampliar nuestros conocimientos. Debemos saber lo que está ocurriendo en Solaria y el único modo de hacerlo es yendo... y el único modo de ir es arreglamos para que vaya Gladia. En cuanto a influir en ella, apenas fue necesario. Pese a lo que decía en contra, estaba ansiosa por ir. La embargaba un deseo inmenso de ver Solaria. Dentro de ella había un gran dolor, que no cesaría hasta que fuera.

–Debe de ser así, puesto que lo dices tú, pero pese a todo me desconcierta. ¿No había dicho con frecuencia que su vida en Solaria fue desgraciada, que había adoptado completamente Aurora y que jamás quería volver a su hogar de origen?

–Sí, también lo tenía en mente con toda claridad. Ambas emociones, ambos sentimientos, existían juntos y simultáneamente. Con frecuencia lo he observado en las mentes humanas; dos emociones contrarias y simultáneamente presentes.

–Esta condición no me parece lógica, amigo Giskard.

–De acuerdo, y sólo puedo llegar a la conclusión de que los seres humanos no son lógicos, ni en todos momentos, ni en todos los aspectos. Ésta debe de ser la razón por la que es tan difícil desentrañar las leyes que rigen el comportamiento humano. En el caso de Gladia he percibido, de vez en cuando, este anhelo por Solaria. En general, estaba oculto, oscurecido por la más intensa antipatía que sentía por ese mundo. Cuando llegó la noticia de que Solaria había sido abandonada por sus habitantes, cambiaron sus sentimientos.

–¿Por qué? –¿Qué tenía que ver el abandono con las experiencias de juventud que llevaron a Gladia a esa antipatía? O, después de haber dominado su anhelo por ese mundo durante varias décadas, cuando era aún una sociedad trabajadora, ¿por qué perdió esa reserva una vez se supo que el planeta había sido abandonado por sus habitantes y de nuevo siente atracción por un mundo que ahora debería ser completamente desconocido para ella?

–No sabría explicártelo, amigo Daneel, puesto que cuanto más conozco la mente humana, más me desespera ser incapaz de comprenderla. No es una ventaja ver dentro de la mente. Con frecuencia te envidio la simplicidad del control de comportamiento que resulta de tu incapacidad de ver bajo la superficie.

Pero Daneel insistió:

–¿Has adivinado o supuesto una explicación, amigo Giskard?

–Supongo que siente pena por el planeta desierto. Ella lo abandonó hace veinte décadas...

–Fue obligada a abandonarlo.

–Pero ahora le parece que fue una deserción, e imagino que la acosa el doloroso pensamiento de haber dado el ejemplo; que si no se hubiera ido, nadie más lo hubiera hecho y que el planeta estaría aún poblado y feliz. Como no puedo leer sus pensamientos, me limito a tantear hacia atrás, quizás incorrectamente, a juzgar por sus emociones.

–Pero ella no pudo dar ejemplo, amigo Giskard. Como hace veinte décadas que se marchó, no podemos encontrar conexiones causales, v probarlas, entre el primer acontecimiento y el último.

–De acuerdo, pero los seres humanos encuentran a veces placentero mantener emociones dolorosas, censurándose sin razón o incluso contra toda razón. En todo caso, Gladia sintió un anhelo tan vivo por regresar, que sentí que era necesario aflojar el efecto inhibitorio que no le permitía aceptar ir. Bastó el más mínimo impulso. No obstante, aunque siento la necesidad de que vaya, puesto que es el medio para que nos lleve, tengo la angustiosa impresión de que las desventajas podrían ser mayores que las ventajas.

–¿Cómo, amigo Giskard?

–Que el Consejo estuviera impaciente por hacer que Gladia acompañara al colono, podría ser debido a su deseo de que Gladia esté ausente de Aurora durante un período crucial en que se esté preparando la derrota de la Tierra y de sus mundos de colonos.

Daneel parecía estar estudiando la declaración. Por lo menos tardó un poco en preguntar.

–¿Para qué serviría, en tu opinión, tener alejada a Gladia?

–No puedo decidirlo, amigo Daneel. Quiero tu opinión.

–No he estudiado el asunto.

– ¡Estúdialo ya! –De haber sido un humano, la observación de Giskard habría sido una orden.

Ahora, antes de que Daneel volviera a hablar, la pausa fue mucho más larga.

–Amigo Giskard, hasta el momento en que el doctor Fastolfe apareció en la vivienda de Gladia, jamás había mostrado el menor interés por los asuntos internacionales. Era simplemente una amiga del doctor Fastolfe y de Elijah Baley, pero esa amistad era de puro afecto personal y sin la menor base ideológica. Además, ambos ya no están con nosotros. Siente antipatía hacia el doctor Amadiro y él se la devuelve, pero eso también es personal. La antipatía es de hace dos siglos y ni uno ni otra han hecho nada material para solucionarla sino que han mantenido tozudamente esa antipatía. No hay motivo para que el doctor Amadiro, cuya influencia es dominante en el Consejo, pueda temer a Gladia, o se tome la molestia de eliminarla.

–Pasas por alto el hecho de que apartando a Gladia –dijo Giskard nos aparta a ti y a mí. Quizá tuvo la seguridad de que Gladia no se iría sin nosotros; así que, ¿no será que nos considera peligrosos?

–En el curso de nuestra existencia, amigo Giskard, nunca y de ninguna manera hemos dado la impresión de hacer peligrar al doctor Amadiro. ¿Qué motivos tendría para temernos? Desconoce tus habilidades y el uso que haces de ellas. ¿Por qué, entonces, se tomaría la molestia de alejarnos temporalmente de Aurora?

–¿Temporalmente, amigo Daneel? ¿Por qué asumes que lo que planea es temporal? Puede que sepa, mucho más que el colono, lo que ocurre en Solaria y sepa también que el colono y su tripulación serán destruidos... como Gladia y como tú y yo, con ellos. Puede que la destrucción de la nave del colono sea su meta principal, pero consideraría que el final de la amiga del doctor Fastolfe y los robots del doctor Fastolfe serían un regalo añadido.

Daneel objetó:

–Pero no se arriesgaría a una guerra contra los mundos de los colonos, porque podría ocurrir que la destrucción de la nave y el insignificante placer de nuestra destrucción, una vez todo sumado, no valiera la pena.

–No es posible, amigo Daneel, que sea precisamente la guerra lo que trama el doctor Amadiro; y como, en su opinión, no significa un riesgo el hecho de deshacerse de nosotros, ¿aumenta su placer sin aumentar un riesgo que no existe?

–Amigo Giskard –dijo Daneel tranquilamente, –esto no es razonable. En cualquier guerra emprendida en las actuales condiciones, los colonos ganarían. Están mejor preparados psicológicamente para los rigores de una guerra. Están más extendidos y pueden por tanto adoptar con éxito tácticas de guerrilla. Tienen relativamente poco que perder en sus mundos, relativamente primitivos, mientras que los espaciales tienen mucho que perder en sus mundos cómodos y altamente organizados. Si los colonos estuvieran dispuestos a intercambiar la destrucción de uno de sus mundos por la de uno de los espaciales, los espaciales tendrían que rendirse.

–Pero, ¿se iniciaría tal guerra en las actuales circunstancias? ¿Y si los espaciales dispusieran de una nueva arma que pudiera utilizarse para derrotar rápidamente a los colonos? ¿No podría ser ésta la crisis que se nos viene encima?

–En este caso, amigo Giskard, la victoria sería mejor y más efectiva de conseguirse en un ataque por sorpresa. ¿Por qué tomarse la molestia de instigar a una guerra que los colonos podrían lanzar por sorpresa contra los mundos espaciales y que causaría daños considerables?

–Tal vez los espaciales necesiten probar el arma, y la destrucción de las naves en Solaria represente la prueba.

–Los espaciales; serían muy poco ingeniosos si no encontraran un medio mejor de probar el arma que destruyendo una serie de naves en Solaria, descubriendo así la existencia de la nueva arma.

Esta vez fue Giskard el que se quedó pensativo.

–Está bien, amigo Daneel, ¿cómo explicarías el viaje que estamos haciendo? ¿Cómo explicarías la complacencia del Consejo, su buena voluntad, dejándonos acompañar al colono? El colono dijo que ordenarían a Gladia que fuera y, en efecto, así lo hicieron.

–No he estudiado el asunto, amigo Giskard.

–Estúdialo ahora –otra vez sonaba a orden.

–Así lo haré –respondió Daneel.

Siguió un silencio, un largo silencio, pero Giskard ni de palabra ni por gesto, mostró la menor impaciencia por esperar. Al fin, Daneel dijo... hablando despacio, como si tanteara su camino a lo largo de las extrañas avenidas del pensamiento:

–No creo que Baleymundo, ni cualquier otro de los mundos de los colonos, tenga el menor derecho a adueñarse de la propiedad robótica que hay en Solaria. Aunque los solarios se hayan ido, o quizá muerto. Solaria sigue siendo un mundo espacial, aunque está desocupado. Así razonarían los cuarenta y nueve mundos espaciales restantes y con razón. Sobre todo Aurora razonaría así... si se sintiera dueño de la situación.

Giskard lo pensó.

–¿Estás diciéndome, amigo Daneel, que la destrucción de las dos naves de los colonos fue el modo con que los espaciales demostraron ser los propietarios de Solaria?

–No, no se haría así si Aurora, la primera potencia espacial, se sintiera dueño de la situación. Aurora simplemente anunciaría que Solaria, deshabitada o no, estaba prohibida a las naves de los colonos, amenazando con represalias contra sus mundos si cualquier nave colonizadora penetrara en el sistema planetario de Solaria, y establecerían un cordón de naves y de estaciones sensoriales en dicho sistema planetario. No hubo tal advertencia, ni tal acción, amigo Giskard. ¿Por qué destruir naves que podían mantenerse fácilmente alejadas de ese mundo?

–Pero las naves fueron destruidas, amigo Daneel. ¿Utilizarás como explicación la falta de lógica de la mente humana?

–No, a menos que tenga que hacerlo. Demos por hecha, de momento, la destrucción. Ahora veamos las consecuencias... El capitán de una sola nave se acerca a Aurora, pide permiso para discutir la situación con el Consejo, insiste en llevarse consigo a un ciudadano aurorano para investigar los hechos ocurridos en Solaria. El Consejo cede en todo. Si la destrucción de las naves, sin previo aviso, es algo demasiado fuerte para Aurora, ceder a todas las peticiones del colono es un acto de suma debilidad. Lejos de buscar una guerra. Aurora, al ceder, parece estar dispuesta a cualquier cosa con tal de evitar la posibilidad de una guerra.

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