Rhialto se encogió de hombros.
—Describen la mayor parte de los crímenes implicados, pero no todos.
—¿Cómo es eso? La lista parece incluirlos todos.
—¿Has olvidado el misterio básico? ¿Quién envió las imágenes que se burlaban de Hurtiancz? ¿Quién colgó el ópalo de la cadena de descarga de mi lavabo y ofendió con ello a Ao? ¿Quién golpeó al animal de Gilgad? ¿Quién destruyó el árbol de Zilifant? ¿No exigen todos estos misterios una solución?
—Realmente, son crípticos —admitió Ildefonse—. Aunque puede tratarse también de una simple coincidencia. ¿No? ¿Rechazas esta teoría? Bien, quizá sí. De todos modos, esas preguntas no están incluidas en tu lista de acusaciones, de modo que carecen de relevancia inmediata.
—Como quieras —dijo Rhialto—. Sugiero que nombres un comité compuesto por Hurtiancz, Ao, Gilgad y Zilifant para seguir con el asunto.
—Todo a su tiempo. Ahora leeremos la lista completa de las acusaciones.
—No es necesario —dijo Rhialto—. La asociación es muy consciente de las acusaciones. Yo tampoco soy inflexible; hay abiertos al menos tres caminos. Primero: el grupo, por unanimidad, puede satisfacer los daños y perjuicios que exijo; segundo: el Preceptor, usando sus poderes ejecutivos, puede imponer las penalizaciones especificadas; o tercero: presentaremos la lista al Adjudicador, para que dicte sentencia según las exactas normas del Monstrament. Ildefonse, ¿tienes la amabilidad de averiguar cuál es el camino que más encaja con el grupo?
Ildefonse lanzó un gruñido gutural.
—Lo que debe ser, debe ser. Propongo que aceptemos las demandas de Rhialto, pese a que ello represente sufrir algunas privaciones menores. ¿Alguien secunda mi proposición?
—¡Un momento! —Barbanikos se puso en pie de un salto, y su gran mata de pelo blanco se agitó como una llama—. Debo señalar que las penalizaciones invocadas contra Rhialto fueron en parte como censura por su odiosa personalidad, ¡de modo que no puede exigir una restitución completa, y mucho menos daños y perjuicios!
—¡Bravo! ¡Bravo! —exclamaron Bruma del Mar Wheary y otros.
Animado de este modo, Barbanikos prosiguió:
—Cualquier persona sensible hubiera reconocido la reprimenda por lo que era; hubiera regresado mansamente al grupo, ansioso sólo de reivindicarse. En vez de ello, ¿qué tenemos aquí? ¡Un rostro hosco, unos modales desafiantes, afrentas y amenazas! ¿Es ésta una conducta propia de una persona que acaba de ser decisivamente castigada por sus pares?
Barbanikos hizo una pausa para refrescarse con un sorbo de tónico, luego prosiguió:
—¡Rhialto no ha aprendido nada! ¡Exhibe la misma desvergüenza que antes! En consecuencia, recomiendo vivamente que sus accesos de cólera sean ignorados. Si prosiguen, sugiero que hagamos que los lacayos lo echen de aquí. Rhialto, te digo esto, y no diré más: ¡Ve con cuidado! ¡Deja que la prudencia te guíe! ¡Serás más feliz si sigues mi consejo! Esa es mi primera observación. En cuanto a la segunda…
—Sí, muy interesante —interrumpió Ildefonse—. Barbanikos, gracias por tus incisivas opiniones.
Barbanikos volvió a sentarse, reluctante. Ildefonse preguntó:
—De nuevo: ¿alguien secunda mi moción?
—Yo secundo la moción —dijo Rhialto—. Veamos ahora quién vota a favor y quién en contra de los Principios Azules.
Hache-Moncour avanzó un paso.
—Todavía hay un punto que debe ser tomado en consideración. En nuestro debate hemos mencionado con frecuencia el Monstrament —¿Puedo preguntar si alguien está en condiciones de proporcionar al grupo un texto completo, sin lagunas y auténtico? Ildefonse, supongo que tienes ese documento entre tus referencias.
Ildefonse lanzó un gruñido al techo.
—La verdad es que no sabría dónde buscar. Sin embargo, Rhialto nos ha traído aquí este documento como prueba.
—Desgraciadamente, la prueba de Rhialto, arrugada y rota como está, carece de valor. Debemos insistir en una absoluta autenticidad: en este caso, el propio Perciplex. Olvidémonos del dañado documento de Rhialto. Estudiaremos el Monstrament en el Hálito del Fader; entonces, y sólo entonces, podremos votar con convencimiento.
—¿Planteas eso en forma de moción? —dijo Ildefonse.
—Así es.
—¡Secundo la moción! —exclamó Herark el Heraldo.
La votación obtuvo casi unanimidad, con sólo las voces calladas de Ildefonse y Rhialto.
Herark se puso en pie.
—Ya es tarde; ¡tenemos poco tiempo! Cada uno de nosotros debe visitar el Hálito del Fader y estudiar el Perciplex tan pronto como pueda. Luego, cuando Ildefonse tenga la seguridad de que todos hemos cumplido con nuestro deber, volverá a convocar el cónclave y consideraremos de nuevo este asunto, en una atmósfera de mayor conciliación, o al menos eso espero.
Rhialto lanzó una irónica carcajada y subió al estrado junto a Ildefonse.
—Quienquiera que lo desee puede ir al Hálito del Fader y comprobar a su comodidad las didácticas teorías de Hache-Moncour. Yo voy a ir ahora a consultar al Adjudicador. ¡Que a nadie se le ocurra probar su magia contra mí! No dejé todos mis conjuros en Falu, y estoy protegido en dimensión.
A Byzant el Necropo no le gustó aquella observación.
—¡Rhialto, eres un pendenciero! ¿Debe ser molestado el Adjudicador por cada bagatela que surja? ¡Sé generoso, Rhialto!
—¡Buen consejo! —declaró Rhialto—. Solicitaré clemencia para vosotros en el Hálito del Fader. Ildefonse, la lista de acusaciones, por favor. Y el Adjudicador necesitará también esta lista de nombres.
—Puesto que Rhialto está decidido —dijo Hache-Moncour con voz educada—, me veo en la necesidad de advertirle de los peligros en que incurrirá en el Hálito del Fader. ¡Son muchos y graves!
—¿De veras? —quiso saber Ildefonse—. ¿Dónde y cómo deberá enfrentarse Rhialto al peligro?
—¿No está claro? El Monstrament estipula que cualquier persona que presente una copia alterada o dañada de los Principios Azules en su esfuerzo por probar su caso ante la ley es culpable de un crimen reflejado en el cuadro H, y debe ser destruido. Rhialto, tengo que declararlo con reluctancia, ha cometido hoy ese crimen que vicia todo su caso. Acudirá al Adjudicador con peligro de su vida.
Rhialto le frunció el ceño a su copia del Monstrament.
—No veo esa interdicción aquí. Por favor, indícame el párrafo que citas.
Hache-Moncour dio un rápido paso atrás.
—Si lo hiciera, me convertiría en culpable de un crimen idéntico al que estamos discutiendo. Es posible que el párrafo haya resultado destruido por el daño que ha sufrido el documento.
—De lo más curioso —dijo Rhialto.
—Rhialto, tus acusaciones carecen de sentido con este nuevo crimen —señaló Herark—, y debes abandonar tus reclamaciones. Ildefonse, propongo que esta reunión sea anulada.
—No tan aprisa —dijo Ildefonse—. De pronto nos vemos enfrentados a un asunto mucho más complejo. Sugiero que, en vista de la declaración de Hache-Moncour, enviemos un comité al Hálito del Fader, formado por, digamos, yo mismo, Eshmiel, Barbanikos, y quizá Hache-Moncour, para estudiar allá el Monstrament con tranquilidad y cuidado, sin referencia a nuestros pequeños problemas.
—Nos encontraremos allí —dijo Rhialto—. Aunque la afirmación de Hache-Moncour sea correcta, lo cual dudo, no he citado nada del Monstrament dañado, y por lo tanto, soy inocente.
—¡No tan aprisa! —declaró Hache-Moncour—. Acabas de examinar tu documento espurio y lo has usado para discutir mi afirmación. Tu crimen pasa por delante de cualquier otro, y serás eliminado antes de que puedas formular la primera de tus acusaciones, que por ese mismo hecho quedará sin efecto. Vuelve ahora mismo a Falu. Atribuiremos tu conducta a un desorden mental.
—Este consejo, no importan tus buenas intenciones, carece claramente de persuasión —dijo Ildefonse con tono cansado—. En consecuencia, como Preceptor, decreto que todos los aquí presentes vayamos ahora mismo al Hálito del Fader, para inspeccionar el Monstrament. Nuestra finalidad es meramente informativa; no molestaremos al Adjudicador. ¡Adelante pues! ¡Todos al Hálito del Fader! Iremos en mi cómodo remolino.
El mayestático remolino de Ildefonse volaba hacia el sur. hacia una región de ondulantes colinas en el borde septentrional del Ascolais. Algunos de los magos permanecían en el paseo superior, contemplando las lejanas vistas de aire y nubes; otros se mantenían en la cubierta inferior para poder observar el paisaje que pasaba a sus pies; otros más preferían el confort del salón tapizado en cuero.
Se acercaba el anochecer; la luz casi horizontal dibujaba sorprendentes esquemas de sombras rojas y negras en el paisaje; el Hálito del Fader, una colina algo más alta y más grande que sus compañeras, se alzaba ante ellos.
El remolino se posó en su cima que, expuesta a las embestidas del Fader, el viento del este, era desnuda y pedregosa. Los magos descendieron del vehículo y avanzaron por una terraza circular hacia una estructura hexagonal techada con tejas de color azul dorado.
Rhialto había visitado el Hálito del Fader sólo en otra ocasión, por razones de simple curiosidad. El viento del este, el Fader, había agitado su capa mientras se acercaba al templo; tras entrar en el vestíbulo había aguardado unos instantes a que sus ojos se adaptaran a la penumbra, luego había seguido hacia la cámara central.
Un pedestal sostenía el Huevo: un esferoide de casi un metro de diámetro en su parte más ancha. Una abertura en un extremo mostraba el Perciplex, un prisma azul de diez centímetros de altura, grabado con el texto del Monstrament. A través de la abertura el Perciplex proyectaba una imagen del Monstrament en caracteres legibles sobre una losa vertical de dolomita, y tan cargado de magia estaba el Perciplex que se necesitaría un terremoto u otra sacudida semejante para hacerlo volcar, y entonces volvería a ponerse en pie de inmediato, de modo que nunca presentaría una imagen imperfecta o una que pudiera ser confusa para quien lo estuviese contemplando.
Así había sido siempre; así era ahora.
Ildefonse abrió camino a través de la terraza, con Hache-Moncour, erguido y controlado en sus movimientos a un lado, y al otro Hurtiancz en plena gesticulación. Tras ellos iban los demás en un apresurado grupo, con Rhialto avanzando desdeñosamente en retaguardia.
El grupo penetró en el vestíbulo, y luego en la cámara central. Rhialto, desde la parte de atrás, oyó la voz de Hache-Moncour alzarse con repentina impresión y desánimo, seguida por el entremezclar de otras voces sorprendidas.
Rhialto se abrió paso y vio que todo estaba tal como lo recordaba de su anterior visita: el pedestal sosteniendo el Huevo Judicial, el Perciplex con su resplandor azul, y la proyección del Monstrament sobre la losa de dolomita. Hoy, sin embargo, había una notable diferencia: el texto del Monstrament aparecía a la inversa, como si fuese la imagen en un espejo, en la losa de dolomita.
Rhialto sintió un repentino estremecimiento en su conciencia, y casi al instante oyó el rugido de protesta de Ildefonse.
¡Deshonestidad mala fe! El monitor muestra un hiato
[5]
! ¿Quién se atreve a invocar un conjuro sobre nosotros?
¡Esto es un ultraje! —declaró Hache-Moncour—. ¡Quienquiera que sea el culpable, que dé un paso adelante y explique su conducta!
Nadie respondió al desafío, pero Mune el Mago exclamó alucinado:
—¡El Monstrament! ¿No estaba del revés? ¡Ahora aparece en la posición correcta!
—¡Sorprendente! —dijo Ildefonse—. De lo más sorprendente.
Hache-Moncour miró furioso a sus compañeros.
—¡Esos sucios trucos son intolerables! ¡Empañan la dignidad de todos nosotros! A su debido tiempo investigaré personalmente el caso, pero ahora nuestra tarea es la trágica determinación de la culpabilidad de Rhialto. Estudiemos el Monstrament.
—¿No estáis olvidando un hecho tremendamente notable? —dijo Rhialto con fría educación—. El Monstrament fue proyectado a la inversa.
Hache-Moncour miró de Rhialto al Monstrament y del Monstrament a Rhialto, en actitud de desconcertada interrogación.
—¡Ahora parece tan correcto como siempre! Sospecho que tus ojos te engañaron; entrar en la penumbra desde la luz diurna conduce a menudo a confusiones. ¡Bien, veamos! Con profundo pesar llamo vuestra atención a esta frase de la sección 3, párrafo D, que dice…
—Un momento —interrumpió Ildefonse—. Yo también vi la proyección a la inversa. ¿También sufrí confusión?
Hache-Moncour lanzó una risa contenida.
—Tales errores no indican ni degeneración ni torpeza; quizá te pasaste en tu comida con el pastel de pasas, o tomaste una jarra de más de tu excelente cerveza ale. ¡Quién sabe! La dispepsia es algo frecuente entre los gordos. ¿Seguimos con nuestro asunto?
—¡Ni hablar! —declaró Ildefonse con tono brusco—. Volvamos a Boumergarth para una completa investigación de lo que a cada momento resulta ser una situación de lo más desconcertante.
Entre bajos murmullos de conversación, los magos partieron del templo. Rhialto, que se había detenido unos momentos para inspeccionar el huevo, retuvo a Ildefonse hasta que estuvieron solos.
—Puede que te interese saber que éste ni siquiera es el auténtico Perciplex —dijo—. Es una imitación.
—¿Qué? —exclamó Ildefonse—. ¡Seguro que estás equivocado!
—Míralo tú mismo. Este prisma es demasiado pequeño para el alojamiento. Su talla es burda. Y lo más significativo de todo, el auténtico Perciplex nunca se hubiera proyectado a la inversa. ¡Observa ahora! Sacudiré el huevo y volcaré el prisma. El auténtico Perciplex volvería a ponerse en pie por sí mismo.
Rhialto dio un golpe al Huevo, haciendo que el Perciplex cayera de costado. Quedó en esa posición.
Ildefonse se enfrentó al Huevo.
—¡Adjudicador! ¡Habla! ¡Es Ildefonse el Preceptor quien lo manda!
No se oyó ninguna respuesta.
—¡Adjudicador! —llamó de nuevo Ildefonse—. ¡Sarsem! ¡Te lo ordeno: habla!
De nuevo silencio.
Ildefonse se dio la vuelta.
—Volvamos a Boumergarth. El misterio es complejo. Ya no se trata de algo trivial.
—Nunca fue trivial —dijo Rhialto.
—No importa —respondió secamente Ildefonse—. El asunto, en lo que a mí concierne, ha adquirido una nueva dimensión mucho más amplia. ¡A Boumergarth!
Reunidos de nuevo en la Gran Sala, los magos iniciaron un coloquio a múltiples voces. Durante un tiempo Ildefonse escuchó los intercambios en cierto modo informales sin hacer ningún comentario, clavando sus pálidos ojos primero en un rostro, luego en otro, mientras tironeaba ocasionalmente de su enmarañada barba.