—¡Convincente! —dijo Ildefonse—. ¿Quién tomó entonces el Perciplex?
—Sarsem, tu conducta lo ha sido todo menos juiciosa —dijo seriamente Rhialto—. ¿Necesito recordártelo?
—¡No necesitas decir nada! ¡En tu irritación, libérame de mi compromiso! La humillación será un castigo suficientemente abrumador.
—No somos tan crueles —dijo Ildefonse—. Preferimos que enmiendes tus errores recuperando para nosotros el Perciplex.
El rostro lavanda de Sarsem pareció hundirse.
—Lamento tener que decepcionaros una segunda vez. No puedo regresar al decimosexto eón, porque ya estoy allí.
—¿Qué? —Ildefonse alzó sus hirsutas cejas—. No entiendo.
—No importa —dijo Sarsem—. Los impedimentos son definitivos.
—Hummm —gruñó Ildefonse—. Nos hallamos ante un problema.
—Veo una única solución —afirmó Rhialto—. El Preceptor debe retroceder hasta el decimosexto eón para recuperar el Perciplex. ¡Ildefonse, prepárate! Y luego…
—¡Alto! —exclamó Ildefonse—. ¿Has echado a un lado ese racionalismo que hubo un tiempo marcó tu forma de pensar? ¡No puedo abandonar el ahora mientras un torbellino amenaza la asociación! Con tus agudos ojos y tu rara inteligencia, ¡tú eres el hombre ideal para recuperar lo que se ha perdido! Sarsem, ¿no apoyas tú mi punto de vista?
—En estos momentos mis pensamientos carecen de profundidad —dijo Sarsem—. De todos modos, algo sí está claro: quien más ansiosamente desee devolver el antiguo Perciplex a su lugar es quien debe recuperarlo del pasado.
Rhialto suspiró.
—El pobre Sarsem es, desde casi cualquier punto de vista posible, un débil mental; sin embargo, en este caso, ha sabido plantear nuestra actual situación en su más estricta desnudez. Si debo ir, iré.
Los tres regresaron a Boumergarth. Rhialto se dedicó a efectuar una serie de cuidadosos preparativos, metiendo en su mochila su glosolario, monedas proliferantes, un catálogo de conjuros sencillos, y a Osherl encerrado en una cáscara de nuez.
Ildefonse mostraba una ilimitada confianza.
—Después de todo, se trata de una simple y agradable aventura —le dijo a Rhialto—. Irás a la región de Shir-Shan, que por aquel tiempo era considerada el centro del universo. El Gran Gacetero lista solamente a seis magos en activo, el más cercano de los cuales se halla muy al norte, en la actual región de Cutz. Una criatura voladora conocida como el «dyvolt» es dueña de los cielos; se parece al pelgrane, con un largo cuerno nasal, y utiliza el idioma común. Deberás tener en cuenta tres reglas de conducta social: el cinto se ata a la izquierda; sólo los acróbatas, actores y fabricantes de salchichas utilizan el amarillo; las uvas se comen con cuchillo y tenedor.
Rhialto retrocedió, irritado.
—No tengo intención de comer ni una sola vez en Shir-Shan. Quizá, después de todo, fuese más conveniente que fueras tu.
—¡Imposible! ¡Tú eres el hombre ideal para el trabajo! Sólo necesitas retroceder hasta allá, tomar el Perciplex, luego regresar al presente. ¡Bien, Rhialto! ¿Estás preparado?
—¡En absoluto! ¿Cómo lo haré para regresar al presente?
—¡Una buena pregunta! —Ildefonse se volvió a Sarsem—. ¿Cuál es exactamente el proceso?
—Eso se halla fuera de mis capacidades —dijo Sarsem—. Puedo proyectar a Rhialto a cualquier número de eones en el pasado, pero luego es cosa suya hacer los arreglos necesarios para volver.
—¡Rhialto, no seas impaciente! —dijo Ildefonse—. ¡Sarsem, responde! ¿Cómo debe hacer Rhialto para regresar?
—Supongo que tendrá que confiar en Osherl.
—¡Bien! —dijo Ildefonse—. O estoy muy equivocado, o puede confiarse en Osherl a este respecto.
Así pues, se hicieron los preparativos. Rhialto estuvo pronto listo, sin olvidar cambiar su cinto amarillo atado a la derecha por un cinto negro de buena calidad atado a la izquierda. Osherl se metió dentro de la cáscara de nuez, y los dos fueron revertidos al pasado.
Rhialto se encontró de pronto bañado en una cálida luz solar de complicado color: un naranja rosado con la textura de la piel del melocotón, teñido de rojizo y blanco rojizo. Estaba en un valle rodeado por abruptos riscos que se alzaban más de un kilómetro en el aire. El pico que más tarde sería conocido como el Hálito del Fader se erguía por encima de todos los demás, con la cima oculta por un anillo de blancas nubes.
La perspectiva era a la vez grandiosa y serena. El valle parecía deshabitado, aunque Rhialto observó plantaciones de melones y viñas azules con racimos de uvas púrpura en el valle y en toda la ladera de la montaña.
Para satisfacción de Rhialto, los puntos de referencia citados por Sarsem, un afloramiento de resplandeciente roca negra flanqueado por tres jóvenes cipreses, era claramente visible, aunque «jóvenes» parecía una descripción inexacta de los retorcidos y enormes árboles en cuestión. Pese a todo, Rhialto avanzó confiado hacia el emplazamiento de la caverna.
Según los cálculos de Sarsem, el momento era el inmediatamente posterior a su propia visita. Ildefonse había intentado precisar la medida exacta de aquel intervalo:
—¿Un segundo? ¿Un minuto? ¿Una hora?
La atención de Rhialto se había visto desviada por Osherl respecto al asunto de los puntos del compromiso, y sólo había oído una o dos frases de la respuesta de Sarsem:
—¡…alto grado de precisión! —y —…ocasionales y curiosos retorcimientos y sacudidas de las suturas intereones…
Ildefonse había formulado otra pregunta, y de nuevo los intentos de Osherl de obtener ventaja de la situación distrajeron la atención de Rhialto, y solamente oyó a Sarsem discutir lo que parecía ser una teoría matemática con Ildefonse:
-…a menudo es menor de un milésimo por ciento, más o menos, lo cual puede ser considerado como excelente.
Rhialto se volvió para unirse a la conversación, pero el avaricioso Osherl hizo una nueva petición, y Rhialto sólo oyó una vaga referencia de Ildefonse a:
-…cinco eones: ¡un periodo excesivo!
La respuesta de Sarsem sólo fue, al parecer, ese particular encogimiento de hombros tan típico de los de su clase.
La entrada de la caverna estaba ahora ante él. Sarsem había sido inexacto en sus instrucciones; en vez de una grieta apenas perceptible tras la primera de las rocas de gabro, Rhialto halló una abertura cuadrada de metro y medio de ancho y tan alta como él mismo, decorada con una cuidadosa cenefa de conchas rosadas, a la que conducía un claro sendero de tierra batida.
Rhialto lanzó una decepcionada exclamación. Evidentemente, algo iba mal allí. Avanzó por el sendero hasta la abertura y miró al interior de la caverna. Allí, al menos, Sarsem había sido exacto: a la derecha, inmediatamente después de la abertura y un poco más arriba de su cabeza, se abría un pequeño hueco en la piedra, y dentro de ese huevo había colocado Sarsem el Perciplex.
El hueco estaba ahora vacío, cosa que no sorprendió a Rhialto. Un olor indefinible que sugería procesos orgánicos flotaba en el aire; la cueva parecía estar habitada.
Rhialto se alejó de la entrada de la cueva y fue a sentarse en un reborde de piedra. Al otro lado del valle, un viejo descendía la ladera de la montaña: una persona baja y flaca, con una gran mata de pelo blanco y un afilado rostro azul que parecía ser en su mayor parte sólo nariz. Llevaba ropas a rayas blancas y negras y sandalias con la punta exageradamente alargada, así como un cinto negro atado a la izquierda rodeando su talle, de una forma que Rhialto consideraba absurda e impropia, pero que evidentemente gozaba del favor de los habitantes de aquella época.
Rhialto saltó de su roca y fue al encuentro del viejo, y un ligero toque de su dedo índice fue suficiente para activar el glosolario.
El viejo vio a Rhialto acercarse, pero no le prestó atención y siguió su camino, trotando y dando saltitos con ligera agilidad. Rhialto llamó:
—¡Señor, aguardad un momento! ¡Vais muy aprisa! ¡A vuestra edad, un hombre debería cuidarse un poco más!
El viejo hizo una pausa.
—¡No hay ningún peligro! ¡Si todo el mundo se preocupara de este modo por mi, tendría que vivir la vida de un magnate!
—Esta es la idea general. De todos modos, debemos hacer todo lo que podamos al respecto. ¿Qué os trae hasta estas desoladas montañas y riscos?
—Para decirlo claramente, prefiero estar aquí que en la llanura, donde la confusión es reina y señora. ¿Y vos? Venís de una lejana región, o eso supongo, con sólo ver el extraño nudo con el que atáis vuestro cinto.
—Las modas cambian —dijo Rhialto—. De hecho soy un erudito, enviado hasta aquí para recuperar un importante objeto histórico.
El viejo miró suspicazmente de reojo a Rhialto.
—¿Habláis en serio? No sé de nada en un centenar de kilómetros a la redonda que responda a esa descripción…, excepto quizá el esqueleto de mi cabra bicéfala.
—Me refiero a un prisma azul que fue depositado en aquella caverna de allá para su seguridad, y que ahora no está.
El viejo hizo un signo negativo.
—Mi conocimiento de los prismas, sean o no históricos, es pequeño. Aunque recuerdo esa caverna de antes de que los esvastics la ocuparan, cuando lo único que podía verse de ella era una rendija entre las rocas.
—¿Cuánto tiempo puede hacer de eso?
El viejo tironeó de su nariz.
—Dejadme calcular… Fue cuando Nedde me proporcionaba aún la cebada… Garler todavía no había tomado su tercera esposa, pero ya había construido su nueva granja… Estimo un período de unos treinta y un años.
Rhialto rechinó los dientes.
—Esos esvastics: ¿quiénes son?
—La mayoría han regresado a Canopus; aquel clima es mejor para ellos. De todos modos, los dos que se quedaron son decentes en sus costumbres y pagan sus deudas a su debido tiempo, lo cual es más de lo que puedo decir de mi yerno, aunque por supuesto nunca aceptaría a un esvastic como esposo para mi hija… Les estoy oyendo ahora; deben regresar de una reunión en su club social.
Un sonido tintineante llegó a los oídos de Rhialto, como si fuera la vibración de muchas campanillas.
Subiendo por el camino que cruzaba el valle se acercaban un par de criaturas de veinte patas, de dos metros y medio de largo por uno de alto, con grandes cabezas redondas llenas de apéndices, protuberancias y pedúnculos que realizaban funciones no evidentes a primera vista. Sus segmentos caudales se alzaban e inclinaban hacia delante en una elegante espiral, y cada uno exhibía un gong de hierro colgado de la punta. Campanillas más pequeñas y vibriladores colgaban elegantemente de las rodillas de cada una de sus patas. El primero llevaba un atuendo de terciopelo verde oscuro; el segundo iba vestido de forma similar, aunque en pana rojo cereza.
—Ésos son los esvastics —dijo el viejo—. Ellos podrán responderos mejor que yo respecto al contenido de la caverna.
Rhialto contempló el avance de las tintineantes criaturas.
—Todo esto está muy bien, pero, ¿cómo me dirijo a ellos?
—Oh, no son muy ceremoniosos en este aspecto; un simple «señor» o «vuestra señoría» será suficiente.
Rhialto se dirigió hacia el valle y pudo interceptar a los esvastics antes de que entraran en la caverna.
—¡Señores! —llamó—. ¿Puedo haceros una pregunta? ¡Estoy aquí en una importante misión histórica!
El esvastic que llevaba el atuendo verde oscuro respondió con voz algo sibilante, utilizando una serie de sonidos creados a través de un rápido cliqueteo de sus mandíbulas:
—Éste no es nuestro horario habitual de negocios. Si deseáis encargar alguno de nuestros servicios pistoleones, sabed que el encargo mínimo es una gruesa.
—Estoy interesado en otro asunto. Lleváis viviendo en esta caverna desde hace unos treinta años, según tengo entendido.
—Habéis estado cotilleando con Tiffet, que es más charlatán de lo que debiera. De todos modos, vuestra estimación es correcta.
—Cuando llegasteis, ¿hallasteis un prisma azul colocado en un hueco encima de la entrada? Apreciaría vuestra sinceridad al respecto.
—No hay razón alguna por la que no debamos ser sinceros. Yo mismo descubrí el cristal azul, y lo tiré inmediatamente. En Canopus, el azul es considerado un color desfavorable.
Rhialto se dio una palmada en la frente.
—¿Y luego?
—Tendréis que preguntarle a Tiffet. Él encontró el cachivache en la basura. —Los esvasties entraron en la caverna y desaparecieron en la oscuridad.
Rhialto se apresuró a cruzar de nuevo el valle y consiguió alcanzar a Tiffet.
—¡Esperad, señor! —exclamó—. ¡Tengo que haceros otra pregunta histórica, o dos!
Tiffet se detuvo.
—¿Qué ocurre ahora?
—Como sabéis, he venido hasta muy lejos en busca de un importante prisma azul. Los esvastics lo arrojaron de la cueva, y parece que vos lo rescatasteis de la basura. ¿Dónde está ahora? Dádmelo, y os haré un hombre rico.
Tiffet parpadeó y se tironeó la nariz.
—¿Un prisma azul? Cierto. Lo había olvidado por completo. ¡O casi! Lo saqué de entre la basura y lo puse encima de la repisa de mi chimenea. Apenas una semana más tarde vinieron los recaudadores del Rey de todos los Reyes, y se llevaron la joya azul como pago de mis impuestos, y gracias a ello anularon el habitual apaleamiento con sus bastones, por lo cual me sentí agradecido.
—¿Y el prisma azul?
—Fue llevado al Tesoro Real en Vasques Tohor, o al menos eso supongo. Y ahora, señor, debo proseguir mi camino. Esta noche tenemos sopa de calabaza con queso para cenar, y no siento ningún deseo de quedarme sin mi ración.
Rhialto fue a sentarse de nuevo en el reborde de piedra y contempló mientras Tiffet cojeaba apresuradamente rodeando la montaña. Rebuscó en su bolsillo y extrajo la cáscara de nuez, de la que salió Osherl, que ahora llevaba, por alguna extraña razón, una máscara de zorro.
—¿Y bien, Rhialto? —dijo el rosado hocico. ¿Estás preparado para volver con el Perciplex?
Rhialto creyó percibir una sutil burla en la pregunta. Dijo con frialdad:
—¿Puedo preguntar la fuente de tu regocijo?
—No es nada, Rhialto; soy alegre por naturaleza.
—Por mucho que lo intento, no consigo hallar nada divertido en la actual situación, y de hecho lo que deseo es hablar con Sarsem.
—Como quieras.
Sarsem apareció al otro lado del camino, usando todavía el aspecto de un joven epiceno revestido con escamas lavanda.