Retrato de un asesino (41 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

BOOK: Retrato de un asesino
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En la primavera de 2001, el galardonado periodista gastronómico Michael Raffael se alojó en el pequeño bed and breakfast Rockland, en Lizard Point, mientras trabajaba en un artículo para Food & Travel. El Rockland es una modesta casa de labranza de los años cincuenta, con espacio para siete personas, y su propietaria es la única heredera del lejano e ilustre pasado del hotel Lizard.

Había sido un año difícil para Joan Hill, quien heredó los libros de huéspedes del Lizard y otros documentos que habían estado en manos de la familia de su marido durante ciento veinticinco años. En Cornualles se había producido un brote de fiebre aftosa, y su hijo era granjero. Las restricciones del gobierno habían reducido las ganancias de la granja, y la señora Hill, que acababa de enviudar, estuvo a punto de perder su negocio porque las cuarentenas mantenían a los turistas alejados de cualquier animal con pezuñas.

Michael Raffael recuerda que durante su estancia allí la señora Hill le contó historias sobre los prósperos tiempos en que el Lizard era un sitio frecuentado por pintores, escritores, miembros del Parlamento, lores y ladies. En los libros de registro aparece la tímida firma de Henry James y también la de William Gladstone, firme y florida. El crítico y artista George Moore conocía el Lizard. Sickert trató a James, cuyas novelas le parecían aburridas. Era amigo de Moore, aunque solía burlarse de él. El artista Fred Hall, a quien Sickert no podía soportar, también solía alojarse allí.

En el Lizard se bebía y se comía opíparamente, los precios eran razonables y la gente acudía desde sitios tan lejanos como Sudáfrica o Estados Unidos para pasar unas vacaciones en aquella desolada lengua de tierra que se adentraba en el mar. Por un tiempo, olvidaban sus preocupaciones y paseaban, montaban en bicicleta, contemplaban las vistas disfrutando del aire vigorizante o leían al amor de la lumbre. Sickert habría podido mezclarse con desconocidos interesantes o guardar las distancias. Podría haber ido a dibujar a los acantilados o sólo pasear, fiel a su costumbre. Podría haber hecho excursiones en tren, a caballo o en coche a los pueblos cercanos, incluido St. Ives. Podría haberse registrado con nombre falso y poner la firma que le apeteciera en el libro de huéspedes.

El Lizard sobrevivió a dos guerras mundiales y era una reliquia de tiempos pasados. En 1950, los Hill vendieron la casa de tres siglos de antigüedad y abrieron el pequeño Rockland. Mientras explicaba todo esto a Michael Raffael, y quizá porque él la escuchaba con atención, la señora Hill se acordó del viejo libro de huéspedes, que contenía registros de entre 1877 y el 15 de julio de 1888, y lo sacó de un cajón. Michael llevaba «unos treinta minutos hojeándolo, la mayor parte del tiempo solo» cuando encontró dibujos y el nombre «Jack el Destripador». «A juzgar por el lugar que ocupaba en la página, el estilo de la escritura y la tinta sepia, estoy prácticamente convencido de que la inscripción de Jack era de la misma época que el libro y el resto de las anotaciones», me escribió después de ver la entrevista sobre el Destripador que me hizo Diane Sawyer en un especial de
Prime Time
de la ABC.

Me puse en contacto con la señora Hill, quien, tras confirmarme que el libro existía y que contenía el nombre de Jack el Destripador y algunos dibujos, me dijo que podía verlo cuando quisiera. Pocos días después estaba en un avión rumbo a Cornualles.

Fui con unos amigos, y éramos los únicos huéspedes. El pueblo estaba casi desierto, azotado por los vientos fríos procedentes del Canal de la Mancha. La señora Hill es una sesentona tímida e ingenua que se desvive por el bienestar de sus huéspedes y prepara desayunos peligrosamente abundantes. Ha pasado toda su vida en Cornualles, y nunca había oído hablar de Sickert ni de Whistler, pero el nombre «Jack el Destripador» le resultaba algo familiar.

«El nombre me suena, pero no sé nada sobre él», dijo, aunque añadió que sí sabía que era un hombre muy malo.

Los dibujos de los que me había hablado Raffael estaban hechos con tinta y representaban a un hombre y a una mujer que paseaban. El hombre, que está vestido con chaqué y chistera y lleva un paraguas y un monóculo, tiene escrito «Jack el Destripador» en lápiz junto a su imponente nariz. Mira a la mujer desde atrás y de su boca sale un bocadillo con las palabras: «¿No es una belleza?» La mujer, que luce sombrero de plumas, corpiño, miriñaque y volantes, dice: «¿No soy preciosa?» En otro bocadillo, situado debajo, se lee:

«Sólo por Jack el Destripador.» El resto de este curioso libro no había llamado la atención, o quizá no despertara mayor interés. Había una mujer a la que le habían dibujado un feo lunar en la cara y bosquejado con lápiz, por debajo de la ropa, las piernas y los pechos desnudos. La página está llena de garabatos, comentarios y alusiones a Shakespeare, casi todos groseros y maliciosos. Me llevé el libro a la habitación y empecé a descubrir otros detalles que me mantuvieron en vela hasta las tres de la madrugada, con la estufa a la máxima potencia, mientras el viento ululaba y las olas bramaban al otro lado de la ventana.

Las docenas de anotaciones, garabatos, dibujos y comentarios maliciosos se me antojaron sorprendentes e inesperados por demás, y de repente me sentí como si Sickert estuviera en mi habitación. Alguien —estoy convencida de que fue Sickert, pero me referiré a esa persona como el «vándalo»— garabateó todo el libro con lápiz negro, lápiz violeta y pluma, y escribió leyendas sarcásticas, pueriles y violentas en la mayoría de las páginas.

«Tonterías, imbécil, imbéciles, un tremendo imbécil.» «Tonto del diablo», «ja» y «ja, ja», «¡vaya, vaya!» «Qué gracia», «oh Señor, de chicas oh qué escándalo», «peliforra» (vulgarismo que significa "prostituta' ), «nabo» (pene), «Dummkopf» (idiota, en alemán), «ta-ra-ra-boon-de-á» (estribillo de una canción de variedades), «moza de partido» (expresión del siglo XVII para referirse a una prostituta), «burro», «¡tonterías!», «¡¡tonterías!!», «¡¡¡tonterías!!!» Debajo de la palabra «reverendo» escribió:
«(Casado 3 veces)»;
debajo del nombre de otra persona: «Se convirtió en un
esnob»,
y modifica el nombre de un huésped para que se lea «Parchedigano». El vándalo añadió rimas sarcásticas en páginas llenas de elogios al hotel Hill: lo bonito y cómodo que es, lo buena que es la comida y lo modestos que son los precios.

«Cuando yo salí/ entraron todos ellos/ y los demás huyeron.»

«Un sitio bastante raro.»

Si un huésped se había esforzado para componer un poema, el vándalo se encargaba de estropearlo, como ocurre con estos versos de F. E. Marshall, de Chester:

La desdicha me alcanzó aquí,

pero yo poco o nada temí,

porque gracias al Hill las indisposiciones

se alejaron de mí… después de unas pociones

[añadió el vándalo].

También dibujó una cara caricaturesca que decía: «¡¡Qué brillante!!» Debajo del mediocre poema de otro huésped, escribió:

¿ Y éste es poeta? Sería una locura

llamar así al autor de esta basura.

Seguro que la luna, con su influyente luz,

le había trastornado la testuz.

El vándalo corrige la sintaxis y la ortografía de los huéspedes. Sickert tenía esa costumbre. En su ejemplar de la autobiografía de Ellen Terry tiene mucho que decir sobre la ortografía, la gramática y la dicción de la autora. Este libro —que compré a su sobrino político, John Lessore— está lleno de acotaciones y correcciones de Sickert, todas en lápiz. Hacía cambios y añadía comentarios como si conociera la vida de Terry mejor que ella.

Otro poema mediocre de un huésped del hotel Hill termina con el verso: «Reciba mi gratitud, oh,
vella
anfitriona, adiós.» El vándalo corrigió «bella» y añadió tres signos de exclamación. Convirtió la «O» en un monigote con brazos y piernas.

Más abajo escribió en
cockney,
el dialecto popular del este de Londres, «No es una chica, Bill, sino una fulana», en respuesta a la anotación de un huésped que decía haber visitado el hotel con «mi esposa».

«¿Por qué no pone el apóstrofo?», protestó en otra página, y dibujó otra caricatura. En la página siguiente hay una viñeta que recuerda a los picaros y delicados bocetos de la colección Sickert de las bibliotecas públicas de Islington. Las «s» de la firma de
«Sister
Helen» y de su dirección, «Priorato de San Salvador, Londres», están convertidas en el símbolo del dólar.

En la parte inferior de una página, obviamente añadido con lápiz cuando ésta ya estaba llena, se lee «Jack el Destripador, Whitechapel». En otra página aparece la palabra «Whitechapel» en lápiz sobre la dirección de un huésped londinense. Me llamaron la atención un barbudo con chaqué que enseña su pene circuncidado y un dibujo al estilo de los de Punch y Judy, en el que una mujer golpea a un niño en la cabeza con un largo palo. Muchas manchas de tinta están transformadas en dibujos, igual que en algunas cartas del Destripador.

En otras dos páginas, el vándalo firmó «Barón Ally Sloper». Supongo que lo de «barón» es irónico, una burla a la aristocracia inglesa muy propia de Sickert. Sloper era el personaje de una tira cómica, un pillo desastrado con una gran nariz roja y chistera raída que siempre estaba huyendo de su casero para no pagar el alquiler. Era una historieta muy popular entre los miembros de la clase baja inglesa, y apareció en una revista y en los pliegos de cordel entre 1867 y 1884, y luego otra vez en 1916.

«Pulgarcito y esposa», firmó el vándalo en el libro con fecha 1 de agosto de 1886, aunque Pulgarcito (Charles Sherwood Stratton) había muerto el 15 de julio de 1883. Hay demasiados ejemplos para citarlos todos. El libro de huéspedes —o «LIBRO DE MEMOS», como lo llamó el vándalo— es sorprendente. Así lo consideró también la doctora Anna Gruetzner Robins después de examinarlo con detenimiento. «Desde luego, es indudable que los dibujos se parecen mucho a los de las cartas del Destripador», dijo. «Demuestran una gran habilidad.» En su opinión, uno de ellos es una caricatura de Whistler.

La doctora Robins reparó en muchos detalles del libro que yo había pasado por alto, incluyendo un mensaje en alemán e italiano macarrónicos escrito encima de un hombrecillo. A grandes rasgos, el vándalo escribió: «El doctor Destripador» y «ha preparado un buen plato de carne en Italia. ¡Noticia! ¡Noticia!». El juego de palabras y las insinuaciones, que según la doctora Robins son difíciles de reflejar en la traducción, sugieren que el Destripador mató a una mujer en Italia y preparó una sabrosa comida con su carne. El Destripador habló de cocinar los órganos de sus víctimas en varias cartas. Algunos asesinos en serie practican el canibalismo. Cabe pensar que Sickert también lo hiciera. Hasta es posible que cocinara los órganos de sus víctimas y se los sirviera a sus amigos. Aunque, por descontado, puede que la sugerencia de cocinar carne humana no sea más que una provocación destinada a repugnar y escandalizar.

La doctora Robins piensa, como yo, que la mano de Sickert está detrás de los insultos, las anotaciones y la mayoría de los dibujos del libro de huéspedes del Lizard. Entre los nombres añadidos a lápiz figuran algunos de personas que Sickert conoció o pintó, como Annie Besant y Charles Bradlaugh. La doctora Robins sospecha que los monigotes masculinos con diferentes barbas y sombreros podrían ser autorretratos de Sickert con los disfraces que usó para cometer los crímenes del Destripador.

El dibujo de una «tosca damisela local» podría indicar que Sickert mató a una mujer mientras estaba en Cornualles.

Le compré el libro de huéspedes a la señora Hill. Lo han estudiado muchos expertos, entre ellos el analista forense de papel Peter Bower, quien opina que no hay nada «fuera de época» en el papel ni en la encuadernación. Todos los que han examinado el libro del Lizard lo han considerado tan extraordinario que ahora se encuentra en el archivo de la Tate Gallery, pendiente de futuros estudios y de un indispensable tratamiento de conservación.

El nombre de Jack el Destripador no se hizo público hasta el 17 de septiembre de 1888, dos meses después de que se completase el libro de huéspedes del Lizard, el 15 de julio de 1888. Mi explicación es bastante sencilla: Sickert visitó el Lizard en algún momento después de los crímenes del Destripador y pintarrajeó el libro. Esto pudo ocurrir en octubre de 1889, ya que en letra muy pequeña, casi en la costura del libro, parece haber un monograma formado por una «W», una «R» y una «S» superpuestas y la fecha «octubre 1889».

La fecha está muy clara, pero el monograma no. Podría ser una cifra o una broma, y yo no esperaría menos de Sickert. El mes de octubre de 1889 habría sido una buena época para huir al extremo sur de Inglaterra. Aproximadamente un mes antes, el 10 de septiembre, habían encontrado otro torso femenino en el East End, esta vez debajo de un puente de ferrocarril, al final de Pinchin Street.

El modus operandi fue el habitual. Un agente había pasado por allí durante su ronda y no había notado nada extraño. Menos de treinta minutos después, pasó otra vez y descubrió un bulto en la calle, cerca de la acera. Era un tronco de mujer sin cabeza ni piernas, pero por alguna razón el asesino había dejado los brazos. Las manos estaban tersas y las uñas no podían pertenecer a una persona que hubiera pasado penurias. La tela de lo que quedaba del vestido era seda, y la policía localizó al fabricante en Bradford. Un médico determinó que la víctima había muerto hacía varios días. Por extraño que parezca, un par de días antes la delegación londinense del
New York Herald
había recibido una advertencia sobre el lugar donde apareció el torso.

A medianoche del 8 de septiembre, un hombre con uniforme de soldado se aproximó a un transportista de periódicos en la puerta del
Herald
y exclamó que había habido otro terrible asesinato con mutilación. Dijo que había ocurrido en Pinchin Street, el lugar donde se descubrió el tronco femenino. El transportista entró en el edificio del periódico e informó a los periodistas, que salieron en un cabriolé a buscar el cadáver. Pero no lo encontraron. El «soldado» se esfumó y el torso apareció el 10 de septiembre. A juzgar por la sequedad de los tejidos, la víctima ya estaba muerta en la madrugada del día 8. Junto al cadáver descuartizado, sobre una valla, había un sucio paño de los que usaban las mujeres cuando tenían la menstruación.

«Más vale que tengan cuidado con los sabuesos que echan a la calle, ya que las hembras solteras llevan paños manchados de sangre […] Las mujeres tienen un olor muy fuerte cuando están malas», escribió el Destripador el 10 de octubre de 1888.

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