Resurrección (15 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Resurrección
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—¿Hay alguna sugerencia de que Griebel pudiera ser homosexual? —preguntó Henk Hermann—. Sé que ha enviudado hace poco, pero, considerando que la primera víctima era declaradamente homosexual, me preguntaba si podría haber algún motivo sexual u homofóbico.

—No hay absolutamente nada de todo lo que hemos averiguado hasta el momento que pueda sugerir algo parecido —dijo Maria—. Pero todavía estamos verificando los antecedentes respectivos de las víctimas. Y si Griebel era un gay de armario, es casi seguro que debió de mantenerlo en secreto y es posible que nunca lo sepamos con seguridad.

—Pero tienes razón, Henk… es una línea de investigación que debemos explorar —dijo Fabel, a quien le parecía útil alentar las contribuciones positivas del miembro más reciente de su equipo.

Se acercó a Maria, que estaba junto al tablero, y estudió los detalles de los dos hombres; las fotografías de ellos en la vida y en la muerte. La única imagen de Griebel con vida era una ampliación de alguna clase de foto grupal. El científico estaba ubicado con una actitud rígida entre dos colegas de batas blancas, y tanto su postura torpe como su tensa expresión comunicaban a las claras la incomodidad que le producía que lo fotografiaran. Fabel se concentró en los granulosos detalles de la misma cara larga y delgada con las gafas en precario equilibrio que lo había contemplado desde debajo de la parte superior expuesta del cráneo. ¿Por qué Griebel se sentiría tan intranquilo delante de una cámara? Las palabras de Holger Brauner interrumpieron sus pensamientos.

—Creo que deberíamos hablar sobre las evidencias forenses que se han recuperado —dijo Brauner—. O, mejor dicho, la falta de ellas. Por eso hemos venido Herr Grueber y yo. Creo que esto le interesará.

—Cuando usted dice falta de evidencias forenses, entiendo se refiere al primer asesinato… donde Kristina Dreyer destruyó todas las pruebas, ¿verdad?

—Bueno, ésa es la cuestión, Jan —dijo Brauner—. Eso se aplica a las dos escenas. Al parecer el asesino sabe cómo eliminar su presencia forense… salvo por lo que quiere que encontremos.

—¿Y qué es?

Brauner depositó las dos bolsas de recolección de pruebas sobre la mesa de conferencias.

—Como usted ha dicho, Kristina Dreyer destrozó todos los rastros en la primera escena, salvo este solitario pelo rojo. —Empujó una de las bolsas hasta el otro lado de la mesa—. Pero yo sospecho que no había nada para que ella destruyese. No hemos logrado encontrar nada en la segunda escena, y sabemos que era reciente y que estaba intacta. Es prácticamente imposible que alguien ocupe un espacio sin dejar alguna evidencia forense recuperable. A menos que, desde luego, él o ella realicen esfuerzos considerables para ocultar su presencia. Incluso en ese supuesto, deberían saber cómo hacerlo.

—¿Y este tipo lo sabe?

—Parece que sí. Sólo encontramos un rastro que no pertenece a la escena ni a la víctima. —Brauner empujó la otra bolsa a lo largo de la mesa—. Y es éste… un segundo pelo.

—Pero eso es una buena noticia —dijo Maria—. Si estos pelos coinciden, entonces seguramente eso significa que tenemos evidencias para conectar ambos asesinatos. Y un rastro de ADN. Es evidente que el asesino se ha descuidado.

—Oh, los dos pelos coinciden, claro que sí —dijo Brauner—. La cuestión, Maria, es que este pelo tiene exactamente la misma extensión que el primero. Y no tiene folículos en ninguno de los extremos. No sólo son de la misma cabeza, sino que se cortaron exactamente al mismo tiempo.

—Fabuloso… —dijo Fabel—. Tenemos una firma.

—Todavía hay más —dijo Frank Grueber, el asistente de Brauner—. Es cierto que ambos pelos se cortaron de la misma cabeza en el mismo momento… pero ese momento fue entre veinte y treinta años atrás.

5

Lunes 22 de agosto de 2005, cuatro días después del primer asesinato

11.15 h, Marienthal, Hamburgo

Fabel estaba solo en el jardín trasero de la mansión del difunto doctor Griebel, entrecerrando los ojos para protegerlos del fuerte sol. La casa tenía paredes blancas y estaba estructurada en tres plantas bajo un amplio techo de tejas rojas que caía a ambos lados hasta llegar al piso. El diseño de las casas vecinas era diferente sólo superficialmente. Detrás de Fabel había otra hilera de mansiones también impresionantes, dándole la espalda y los jardines.

El jardín de Griebel era una gran extensión de césped con algunos tupidos arbustos y un grupo de árboles que proporcionaban un poco de cobertura. Pero se veía desde todos lados. El asesino no había entrado por allí. De todas maneras, parecía incluso más difícil entrar desde la parte delantera de la casa o los lados, a menos que el homicida fuera tan habilidoso en el robo con allanamiento como lo era para borrar todo rastro forense. Y Brauner y su equipo aún no habían encontrado ninguna evidencia de que hubiera entrado forzando alguna puerta o ventana ni en esa casa ni en el apartamento de Hans-Joachim Hauser.

—Te dejaron entrar —dijo Fabel al jardín vacío, al fantasma de un asesino que se había marchado mucho tiempo antes de la escena. Dio la vuelta a la casa resueltamente hasta llegar a la parte delantera y se detuvo ante la puerta principal, que estaba cruzada por tiras de la cinta roja y blanca de la policía y que tenía un anuncio policial prohibiendo la entrada—. Nadie te vio aquí. Eso significa que Griebel te dejó entrar muy rápidamente. ¿Te esperaba? ¿Habíais quedado en veros?

Fabel sacó su teléfono móvil, apretó el botón de memoria con el número de la brigada de Homicidios y pidió hablar con Anna Wolff.

—Necesito los registros telefónicos de Griebel del último mes. Todo lo que podamos conseguir. De la casa, de la oficina, del móvil. Necesito nombres y direcciones de todos con los que habló. Comienza a partir de la semana pasada. Y quiero que Henk haga lo mismo con las llamadas de Hauser.

—De acuerdo,
chef
, ya mismo nos ponemos a ello —dijo Anna—. ¿Vas a volver al Präsidium?

—No. Entrevistaré a los colegas de Griebel esta tarde. ¿Cómo les está yendo a Maria y Werner con el seguimiento de Hauser?

—No lo sé,
chef
. Ellos siguen en el Schanzenviertel. La razón por la que te pregunté si volverías es que te ha llamado un tal doctor Severts.

—¿Severts? —Fabel quedó desconcertado por un momento, luego recordó al arqueólogo joven y alto cuya piel, pelo y ropa parecían haber adoptado la tonalidad de la tierra con la que trabajaba. Apenas habían pasado tres días desde que Fabel había contemplado el cuerpo momificado de un hombre congelado en un momento que había tenido lugar más de sesenta años antes. Y sólo habían transcurrido cuatro días desde que Fabel se había sentado a la mesa en el restaurante de su hermano en Sylt y había charlado sin preocupaciones con Susanne sobre cosas sin ninguna importancia.

—Ha preguntado si podrías encontrarte con él en la universidad. —Anna le dio a Fabel el número del teléfono móvil de Severts.

—De acuerdo, lo llamaré. Mientras tanto, consigue los registros telefónicos.

—Por cierto —añadió Anna—, ¿has visto los diarios esta mañana?

Fabel sintió que su corazón daba un vuelco por anticipado.

—No… ¿Por qué?

—Al parecer tienen mucha información sobre las escenas de los crímenes. Saben que había un pelo teñido y también que a las víctimas les habían arrancado el cuero cabelludo. —Anna hizo una pausa, luego añadió, en tono vacilante—: Y le han puesto un nombre al asesino: «Der
Hamburger Haarschneider
».

—Brillante. Totalmente brillante, carajo… —dijo Fabel, y colgó.

«El peluquero de Hamburgo». Un nombre perfecto para aterrorizar a toda la población de la ciudad.

13.45 h, Blankenese, Hamburgo

Scheibe colgó el teléfono. El miembro de la comisión encargado de darle la buena noticia había quedado claramente sorprendido con su reacción. O la falta de ella. Scheibe se había mostrado cortés, contenido; casi modesto. Cualquiera que conociera aunque fuera un poco al egocéntrico Paul Scheibe se hubiera asombrado ante esa respuesta tan apagada a la noticia de que su concepto para el
KulturZentrumEins
había ganado la licitación arquitectónica para el área del Überseequartier.

Pero Paul Scheibe absorbió este triunfo, que apenas unos días antes habría sido un glorioso broche de oro para su carrera, como un impacto vago y sordo en lo profundo de sus entrañas. Una amarga victoria; casi un insulto, considerando su situación actual. Scheibe estaba demasiado consumido por una emoción más inmediata y más elemental —el miedo— como para siquiera fingir algún entusiasmo.

Escuchó la noticia en la radio mientras conducía hacia su mansión en Blankenese. Gunter. Gunter estaba muerto. Clavó los frenos con tanta fuerza para acercar su Mercedes al bordillo de la acera que los coches que lo seguían tuvieron que hacer una difícil maniobra para esquivarlo, y los chóferes hicieron sonar sus bocinas mientras gesticulaban furiosamente. Pero Scheibe no prestó atención a nada de lo que sucedía a su alrededor. En cambio, su universo se llenó con una frase que consumió todo lo demás como una explosión solar: el doctor Gunter Griebel, un genetista que trabajaba en Hamburgo, había sido hallado asesinado en su casa de Marienthal. El resto del informe pasó como una ola por encima de Scheibe: fuentes policiales se negaban a confirmar que Griebel había sido asesinado de una manera similar a la de Hans-Joachim Hauser, el activista ecologista cuyo cuerpo se había encontrado el viernes anterior.

Habían sido seis. Ahora eran cuatro.

Paul Scheibe se quedó de pie en la cocina de su casa, con la mano todavía apoyada en el teléfono montado en la pared, mirando sin comprender por la ventana que daba a su jardín y sin ver nada. Notó que una ligera brisa soplaba y el sol bailaba sobre las ramas y las hojas, rojas como la sangre, del arce que había cultivado y cuidado con tantos esfuerzos. Pero no pudo ver otra cosa que su propia muerte inminente. Entonces, como si lo hubiera atravesado una corriente de alto voltaje, cogió el teléfono y marcó un número. Le contestó una mujer y él le dio el nombre de la persona con la que quería hablar. La voz de un hombre empezó a decir algo pero Scheibe lo interrumpió.

—Gunter está muerto. Primero Hans, ahora Gunter… No es ninguna coincidencia. —La voz de Scheibe se estremeció por la emoción—. No puede ser una coincidencia… Alguien nos está buscando. Matándonos uno a uno…

—¡Cállate! —siseó la voz al otro lado de la línea—. Maldito imbécil… Manten la boca cerrada. Me pondré en contacto contigo esta tarde. O esta noche. Quédate donde estás… y no hagas nada, no hables con nadie. Ahora corta.

El tono monocorde de la línea telefónica retumbó fuerte y agudo en la oreja de Scheibe. Lentamente, colgó el aparato. Su mano sobrevoló encima del teléfono y él la miró. Temblaba con violencia. Scheibe se apoyó en la encimera de mármol y su cabeza cayó hacia delante. Por primera vez en veinte años, Scheibe lloró.

14.30 h, Universitátsklinikum, Hamburgo-Eppendorf, Hamburgo

Fabel no tuvo ninguna dificultad en encontrar el departamento de genética donde había trabajado Griebel. Se encontraba dentro del mismo complejo edilicio que albergaba tanto el Instituí für Rechtsmedizin —el Instituto de Medicina Legal— como la clínica de psiquiatría y psicoterapia donde Susanne realizaba la mayor parte de sus tareas. El Universitátsklinikum —el Complejo Clínico Universitario— era el centro de las principales investigaciones clínicas y biomédicas de Hamburgo, así como también de muchas de las principales funciones médicas de la ciudad. La conexión de Fabel con el complejo se había producido mayormente a través de su departamento forense, que tenía fama mundial. El complejo había crecido con los años y en la actualidad se extendía hasta el lado norte de Martinistrasse, como una verdadera ciudad pequeña.

El profesor Von Halen, que dirigía el departamento, estaba aguardando a Fabel en la recepción. Era un hombre mucho más joven de lo que Fabel esperaba y no encajaba con la idea que tenía el policía de un científico. Tal vez debido al estereotipo fijado en su mente, y tal vez debido también a la fotografía para la que Griebel había posado tan a desgana, Fabel había supuesto que Von Halen llevaría una bata blanca. En cambio, estaba vestido con un traje oscuro que parecía caro y una corbata tal vez demasiado colorida. Cuando Fabel atravesó las puertas de la recepción casi esperó que Von Halen lo hiciera pasar a un salón de exposición y ventas con los últimos modelos de coches Mercedes. Pero sus prejuicios se vieron reconfirmados cuando el científico lo guió a través de un laboratorio y un grupo de despachos, cuyos ocupantes estaban todos adecuadamente ataviados con batas blancas. Fabel también notó que la mayoría de ellos dejaban lo que estaban haciendo y lo miraban mientras él pasaba. Era obvio que ya había corrido la noticia de la muerte de Griebel, o que Von Halen había hecho alguna clase de anuncio oficial.

—Ha sido un impacto enorme para todos nosotros. —Von Halen pareció leer los pensamientos de Fabel—. Herr doctor Griebel era un hombre muy tranquilo y mayormente reservado, pero el personal que trabajaba con él lo apreciaba mucho.

Fabel recorrió con la vista el laboratorio mientras pasaban, w menos tubos de ensayo de los que habría imaginado en un laboratorio científico y muchos más ordenadores.

—¿Había algún rumor sobre el doctor Griebel? —preguntó—. A veces obtenemos más pistas a través del
Kafee-klatsch
que a través de los hechos conocidos sobre las víctimas.

Von Halen negó con la cabeza.

—Gunter Griebel era esa clase de personas a las que no se las puede relacionar con ningún tipo de rumores… ya sea como fuente o como sujeto. Como he dicho, mantenía su vida personal muy separada de la profesional. No conozco a nadie de aquí que haya compartido alguna actividad social con él o que conociera a algún amigo o conocido suyo fuera del trabajo. Nadie tenía el conocimiento personal necesario como para difundir algún rumor.

Cruzaron un par de puertas dobles y salieron del laboratorio. Al final de un amplio pasillo, Von Halen hizo pasar a Fabel a una oficina. Era grande y luminosa y llena de muebles caros de un estilo contemporáneo. Von Halen se sentó detrás de una amplia extensión de haya y le indicó a Fabel que se sentara. Una vez más, a Fabel lo impresionó lo «empresarial» que se veía el despacho de Von Halen. Unió todo eso con su elegante traje y llegó a la conclusión de que el jefe del departamento estaba muy metido en el negocio de la ciencia.

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