Regreso al Norte (62 page)

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Authors: Jan Guillou

BOOK: Regreso al Norte
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El rey Sverker, sus hombres más próximos y su guardia huyeron de Näs y se fueron derechos a Dinamarca, y los svear tuvieron que regresar a casa sin haber dado ni un solo golpe. El rey había dejado a su hija Helena en el convento de Vreta, encerrada entre los familiares.

Entonces el príncipe Erik se trasladó a Näs, al hogar de su infancia, con su madre y parientes, y a partir de ese momento se hizo llamar rey Erik, puesto que tanto los svear como los Folkung lo habían reconocido como tal. Arn habría preferido que el rey buscase protección en Arnäs, pero envió a Näs tres escuadrones de jóvenes jinetes Folkung para la guardia real.

Porque ahora ya no sería cuestión de si volvía el ejército danés, sino de cuándo lo haría. De momento estaba seguro el frágil reino del rey Erik, puesto que Valdemar
el Victorioso
estaba ocupado con unas nuevas cruzadas; saqueó las islas Dagö y Ösel de Livland, en donde mató a muchos paganos o insuficientemente cristianos y llevó mucha plata a Dinamarca.

En las forjas de armas de Forsvik trabajaron día y noche, los fuegos se apagaban únicamente el día de descanso consagrado a Dios. El joven Birger Magnusson empezó aquel año en la promoción más grande de jóvenes Folkung que jamás había acogido Forsvik. También construyeron nuevas casas, entre ellas una propia para los seis caballeros armados por el rey Erik después de la victoria en Älgarås. Y como regalo con retraso del rey los seis recibieron unas espuelas de oro. En su sala habían colgado escudos daneses y de Sverker, tomados en su primera victoria.

Sólo muy adelantado el otoño del año 1207, después de la llegada de la primera nieve, llegó la noticia de que un gran ejército enemigo subía desde Escania. No lo capitaneaba el propio rey Valdemar
el Victorioso
, tal vez porque no quería ofender a su rey títere Sverker, pero envió a sus mejores capitanes, entre los que se encontraban Ebbe Sunesson y sus hermanos Lars, Jacob y Peder. Y con ellos doce mil hombres, el ejército más poderoso que jamás se había dejado ver por el Norte.

Arn envió un mensaje a los Folkung y a los Erik para que se reunieran en dos castillos, el de Arnäs y el de Bjälbo, que era más bien una casa fortificada que un verdadero castillo. Después se preparó para ir al inmediato encuentro del enemigo con cuatro escuadrones ligeros de Forsvik.

Cecilia sintió temor y sorpresa ante la obvia emoción de Arn. No podía comprender la alegría de ir al encuentro de un enemigo inmensamente superior con sólo sesenta y cuatro hombres jóvenes. Arn intentó tomarse su tiempo para hablar con Alde y con ella la última noche antes de marcharse. Les aseguró a las dos que no era su intención ir a la guerra de verdad, pero por alguna razón difícil de comprender los daneses habían elegido llegar en invierno, y eso hacía sus caballos pesados aún más lentos. Los jinetes daneses no alcanzarían jamás a los de Forsvik, sería como pasarles volando a una distancia segura, pero habría que informarse sobre sus intenciones, sus armas y su cantidad.

Lo que les decía a Cecilia y a Alde era cierto, aunque estaba lejos de ser toda la verdad.

Al sur de Skara, el grupo de jinetes de Arn divisó por primera vez al enemigo. Faltaban algunas semanas para Navidad y la tierra estaba cubierta de nieve pero no hacía mucho frío todavía. Los hombres de Forsvik no habían tenido que ponerse la ropa pesada que usaban en invierno, con gruesas capas de fieltro envolviendo el acero y el hierro. Cabalgaron en dirección contraria y maliciosamente cerca de las filas danesas, en parte para poder contar al enemigo y también para ver dónde sería preferible empezar el ataque. Los daneses enviaron de vez en cuando un grupo de jinetes pesados con lanzas hacia ellos, pero los esquivaron con facilidad. Vieron que el rey Sverker y el arzobispo Valerius se encontraban en el centro de las tropas rodeados por una gran fuerza de jinetes con muchas banderas. Arn juzgó que un ataque al rey no daría resultado; las bajas propias serían demasiado elevadas y no podrían estar seguros de acabar con él. Además, la mayoría de los hombres jóvenes de Arn no habían participado nunca en una batalla y, por tanto, deberían permitirles vencer un par de veces en unos ataques ligeros antes de ordenarles poner sus vidas en juego.

A una hora de camino a lo largo del ejército había objetivos más fáciles. Allí llevaban la mayor parte de los víveres y forraje en unos pesados carros arrastrados por bueyes en el lodo producido por todos los jinetes que habían pasado primero. No habría sido difícil cargar contra las bestias de tiro y matar a muchas de ellas y además incendiar el forraje para retrasar considerablemente al ejército enemigo.

Sin embargo, no era un asunto urgente y además había una oportunidad excelente para enseñar a los jovencitos un poco más acerca de la guerra en general, porque en lo particular y para la protección de sus vidas confiaba en que todos los de Forsvik sabían lo suficiente. Arn retiró a sus jinetes para pasar la noche en un pueblo lo bastante alejado del ejército danés sin disparar una sola flecha ni realizar un solo ataque intimidatorio. Trataron bien a la población y sólo tomaron lo que necesitaron para cenar, y no golpearon ni hirieron a los que se quejaron.

Arn utilizó la tarde y la noche para describir la forma en que destrozarían las provisiones de los daneses, lo cual de momento no serviría de nada, ya que las filas del enemigo estaban a las puertas de la ciudad de Skara. Si entrasen en ella hambrientos y furiosos, sin forraje para los caballos, no sería bueno para sus habitantes. Pero tal y como estaban las cosas no sabían exactamente adonde se dirigirían Sverker y sus daneses después de Skara. Arn suponía que la razón de acudir allí en invierno había sido que querían llegar hasta el lago Vättern cuando éste se helara para poder retomar el castillo de Näs para Sverker. Con ello ciertamente no lograrían gran cosa, pero a veces los reyes actuaban de un modo un poco infantil. Si Sverker estuviese otra vez en Näs, se sentiría de nuevo como un rey. ¿Pero qué haría para mantener unas tropas danesas tan numerosas en la isla de Visingsö? Y si no pudiese mantenerlas allí, ¿qué harían entonces?

Arn se reía y estaba de buen humor, en parte para infundirles ánimos a sus jóvenes e inexpertos guerreros. Entendía muy bien cómo se sentían al pasar cabalgando frente a un ejército trescientas veces mayor. No obstante, al día siguiente su autoestima estaría más alta.

Después del buen descanso de una larga noche, dado que los días eran muy cortos en esa época del año, Arn les dijo que entrarían en combate, no contra los bueyes y los víveres, sino contra los mejores jinetes de los daneses que sin duda cabalgarían al frente. La razón era simple: enseñarían al danés que el que persiguiese a un enemigo más rápido no regresaría con vida.

Todo salió según lo planeado la primera vez que realizaron este sencillo plan. Arn marchó con sólo un escuadrón hacia la vanguardia del ejército enemigo, donde ondeaban muchas banderas y había una buena cantidad de caballería pesada. Los daneses no daban crédito a sus ojos al contemplar cómo sólo dieciséis hombres iban acercándose cada vez más a su vanguardia. Finalmente estuvieron tan cerca que los jinetes podían insultarse los unos a los otros. Entonces Arn se quitó el arco, tranquilamente le puso la cuerda, fijó el carcaj en la cadera como si pensase quedarse allí mucho rato, colocó una flecha en el arco y apuntó hacia el primero de los abanderados, que en seguida alzó su escudo. De repente cambió de objetivo y abatió a un hombre un poco más atrás, que estaba sentado, boquiabierto y atónito, encima de su caballo sin pensar en protegerse. Sólo entonces los daneses alzaron sus escudos y furiosas órdenes resonaron entre el grupo de cabeza mientras cincuenta jinetes pesados se reunían para llevar a cabo un ataque en línea. Arn se rió burlonamente a mandíbula batiente y ordenó a sus hombres que colocasen una flecha en el arco.

Ciertamente, eso fue demasiado para los daneses, que atacaron de inmediato con las lanzas bajadas y la nieve salpicando alrededor de los cascos de sus pesados caballos. Los dieciséis Folkung y Arn volvieron sus caballos casi con indolencia y se dirigieron hacia el bosquecillo más próximo con los perseguidores a la distancia de sólo unas lanzas, una distancia que era muy importante mantener.

Desde el ejército danés se oyeron las risas triunfales cuando vieron huir al enemigo hacia el bosque de modo tan miserable.

Pero desde el bosque no volvió ni uno solo de los jinetes daneses, porque allí los estaban esperando tres escuadrones de jinetes ligeros que, acercándose mucho, dispararon sus flechas y luego abatieron a los últimos con las espadas.

Al segundo intento, los daneses no cayeron en esa trampa, ya que no se atrevieron a continuar la persecución del enemigo burlón. Pero el ejército ya llevaba retraso al haber perdido a sus jinetes pesados, puesto que solían ser jóvenes nobles y, al contrario que con los soldados de a pie, habría que cuidar de ellos después de muertos. Naturalmente estaban deseosos de venganza, pero como viajaban con los caballeros por delante, no tenían soldados de infantería en esa parte a causa de la profunda nieve. Y sus caballos no lograban alcanzar a los más ligeros y veloces de Forsvik.

Al día siguiente, Arn se acercó a la cabeza del ejército danés con sus sesenta y cuatro jinetes. Había elegido un lugar donde el paisaje se abría entre dos colinas altas y la vista alcanzaba en todas las direcciones, de modo que los daneses no sospecharían una emboscada.

Silenciosamente, los de Forsvik se fueron acercando para estar seguros de acertar con sus flechas. Pero esta vez no apuntarían a los jinetes vestidos de acero ni a sus escudos, sino a sus caballos. Cada caballo tocado casi seguro que sería un caballo muerto y un jinete a pie, especialmente si la flecha había alcanzado el vientre del caballo. Los daneses habían renunciado a cabalgar con las protecciones de malla en los caballos a causa de la pésima consistencia del terreno.

La embestida de los de Forsvik despertó una nueva ola de ira entre los daneses, que colocaron a cien lanceros en línea, listos para atacar.

Al parecer, esto asustó e hizo dudar a los de Forsvik, que se volvieron para huir, y entonces los daneses se lanzaron a un ataque de inmediato. Así se alejaron por la nieve más y más del ejército danés, hasta que los pesados perseguidores empezaron a quedarse atrás con la mayor parte de las fuerzas de jinetes y monturas consumidas. De repente, Arn dio media vuelta a toda su tropa fugitiva, la dividió en dos grupos que rodearon a los caballeros daneses y los asaltaron con aquellas flechas que atravesaban las cotas de malla. Tuvieron tiempo de matar a casi todos los caballeros o de malherirlos con sus espadas antes de que de nuevo tuvieran que huir de los refuerzos enviados del ejército. Pero esta vez no lograron engañar a los perseguidores.

Estaba deshelando y la nieve mojada que llegaba hasta las rodillas era una bendición para los de Forsvik y una maldición para los daneses.

Los días siguientes el enemigo redujo sensiblemente sus ataques a la caballería de Forsvik. No se realizaron grandes hazañas en ninguno de los bandos, cosa que según Arn tampoco era la intención.

Los daneses se quedaron poco tiempo en Skara y no la saquearon con mucha intensidad al marcharse hacia el sureste. Ni siquiera se molestaron en asediar la fortaleza de Axevalla, lo cual era una información decisiva, pues realmente tenían la intención de ir hacia el lago Vättern y a Näs. En ese camino estaba la fortaleza de Lena, que Birger Brosa, ciertamente con muchas reticencias, había construido aconsejado por Arn. Los daneses deberían o bien tomar o bien asediar esa fortaleza para asegurarse el camino hacia Näs. Por consiguiente, la batalla real tendría lugar en las cercanías de Lena. Allí se juntarían para intentar preparar una trampa para todo el ejército danés. Arn envió cuatro jinetes a Arnäs y a Bjälbo para informar a todos los svear y los godos de que se reuniesen en Lena.

Con ello le tocaría ahora a la caballería de Forsvik retrasar al ejército danés para que las fuerzas propias tuviesen tiempo de reunirse. Además, se encontraban a varios días de distancia a caballo de Skara.

La primera vez que los de Forsvik usaron la nueva manera de atacar, mataron a más de cien de los bueyes y al resto de los animales de arrastre, y quemaron la mayor parte del forraje en la retaguardia de las tropas danesas. Luego cortaron la línea de comunicaciones más atrás, de manera que todos los que fueron enviados a pie de regreso a Skara en busca de más animales desaparecieron y jamás fueron vistos de nuevo.

Cuando mandaron a los jinetes pesados a la retaguardia para proteger las caravanas que regresarían con nuevos víveres y animales de tiro, Arn movió de inmediato su grupo hacia la cabeza y empezaron a hacer sufrir a los abanderados atacándolos de cerca a ellos o a sus caballos. Los daneses ya no se atrevían a perseguir a sus hostigadores.

Cada tres días, Arn enviaba a Forsvik un escuadrón para que se cuidaran de sus heridas y sus jaeces, afilaran las armas y descansaran mientras otro escuadrón entraba de servicio. Lo más importante que lograron los de Forsvik durante esas semanas fue hacer sufrir a los daneses, retrasarlos y volverlos locos de ganas de usar sus tropas en una batalla decisiva. El frío era cada día más intenso y eso hacía que los daneses estuvieran ansiosos por entrar en combate con todas sus fuerzas o bien cruzar los hielos del Vättern y llegar hasta Näs.

Porque las noches ya eran insufribles para ellos y la nieve incluso acallaba al enemigo que se acercaba a caballo. El que salía de su tienda por la noche para colocarse cerca de la hoguera, ciertamente sentía la bendición del calor, pero también quedaba cegado por la luz del fuego y no podía ver de dónde procedían las repentinas flechas. Todas las noches, los de Forsvik se acercaban con sus arcos, bien abrigados contra el frío.

Cuando los daneses llegaron a un día de la fortaleza de Lena, de repente habían desaparecido sus hostigadores azules, pero las pisadas en la nieve indicaban claramente hacia la fortaleza, bien conocida por Sverker y sus hombres. Al parecer, los svear y los godos se estaban preparando por fin para luchar honrosamente como hombres.

Y ciertamente así era. Todo el ejército de los svear, tres mil soldados de infantería y todos los jinetes Folkung estaban reunidos en Lena.

Pero una cosa igualmente importante era que desde todas las fincas habían llegado en masa siervos y mozos, labradores, arrendatarios y herreros, y hasta la servidumbre. La mayoría llevaban sus arcos largos y cinco flechas, pero todo el que lo necesitaba podía cambiar la cuerda o incluso obtener un nuevo arco o nuevas flechas. Más de tres mil hombres llanos se habían reunido en Lena.

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