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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

Rama Revelada (32 page)

BOOK: Rama Revelada
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Se sentó en la silla junto al escritorio y abrió la gaveta del medio. Extrajo su computadora portátil, para la cual las octoarañas finalmente habían suministrado aceptables corriente nueva y subsistemas de almacenamiento. Después de traer del menú su diario personal, empezó a escribir en el teclado, echando intermitentes vistazos a la pequeña pantalla del monitor para leer lo que estaba redactando.

DÍA 221

Volví a casa muy tarde y, tal como esperaba, todos están durmiendo. Tuve la tentación de sacarme la ropa y acurrucarme en la cama al lado de Richard, pero el día de hoy fue tan extraordinario, que me siento obligada a escribir mientras mis pensamientos y sensaciones todavía están frescos en mi mente.

Tomé el desayuno aquí, como siempre, con todo nuestro clan de seres humanos, alrededor de una hora después de rayar el alba. Nai hablaba sobre lo que los niños iban a hacer en la escuela antes de su larga siesta, Eponine informó que tanto la acidez estomacal como las nauseas de embarazo habían disminuido, y Richard se quejó de que los “magos biológicos” (nuestras anfitrionas octoaraña, claro) eran mediocres ingenieros en electricidad. Traté de tomar parte en la conversación, pero mi creciente expectación y angustia por las reuniones de hoy a la mañana con los médicos octoaraña seguían ocupando mis pensamientos.

Mi vientre cosquilleaba cuando llegué a la sala de conferencias, en la pirámide, inmediatamente después del desayuno. Doctor Azul y sus colegas médicos estaban prontos, y las
octos
emprendieron de inmediato una prolongada discusión de lo que habían aprendido de las pruebas hechas a Benjy. La jerga médica ya es suficientemente difícil de entender en el propio idioma de una, por lo que, a veces, me era casi imposible seguir lo que estaban diciendo con sus colores. A menudo tenía que pedirles que repitieran.

No pasó mucho tiempo para que su respuesta se hiciera manifiesta. Sí, las octoarañas pudieron ver, con toda precisión, en qué parte el genoma de Benjy difería del de todos los demás. Sí, coincidían en que la cadena específica de genes del cromosoma 14 era, casi con certeza, la fuente del síndrome de Whittingham. Pero no, y lo lamentaban mucho, no veían manera alguna —ni siquiera recurriendo a algo que interpreté como trasplante de genes en la que pudieran curar el problema de Benjy. Era demasiado complejo, dijeron, entrañaba demasiadas cadenas de aminoácidos, no tenían suficiente experiencia con seres humanos, había demasiadas probabilidades de que algo pudiera salir terriblemente mal…

Lloré cuando entendí lo que me estaban diciendo. ¿Es que esperaba que me dijeran lo contrario? ¿Creía que, de algún modo, las mismas aptitudes médicas milagrosas que habían liberado a Eponine de la maldición del virus RV-41 podrían tener éxito en la curación del defecto congénito de Benjy? Me di cuenta, en mi desesperación, de que, en verdad, había albergado la esperanza de que ocurriera un milagro, aun cuando mi cerebro reconocía con mucha claridad la diferencia importante que había entre una deficiencia congénita y un virus contraído. Doctor Azul hizo lo mejor que pudo para consolarme. Permití que mis lágrimas de madre brotaran allá, ante las octoarañas, pues sabía que iba a necesitar todas mis fuerzas cuando volviera a casa para contarles a los demás.

Tanto Nai como Eponine supieron el resultado no bien vieron mi rostro. Nai adora a Benjy y nunca deja de elogiar su decisión de aprender, a pesar de los obstáculos. Benjy es sorprendente. Pasa horas y horas en su habitación, trabajando arduamente en todas sus lecciones, luchando durante días para comprender un concepto sobre fracciones o decimales que un niño talentoso de nueve años podría aprender en media hora. Apenas la semana pasada, rebosaba de alegría al mostrarme que podía hallar el mínimo común denominador para sumar las fracciones 1/4, 1/5 y 1/6.

Nai había sido su maestra principal. Eponine, su compinche; Ep probablemente se sentía peor que nadie esta mañana. Había estado segura de que, como las octoarañas la curaron con tanta rapidez, el problema de Benjy también sucumbiría a la magia médica de estos seres. No iba a ser así. Eponine sollozó con tanta intensidad y durante tanto tiempo esta mañana, que me preocupé por el bienestar de su bebé. Se palmeó suavemente el hinchado vientre y me dijo que no me preocupara; rió y acotó que su reacción probablemente se debía, sobre todo, a que las hormonas estaban hiperactivas.

Era evidente que los tres hombres estaban perturbados, pero no dejaban traslucir mucho sus emociones. Patrick salió de la habitación con rapidez, sin decir palabra; Max expresó su decepción con un conjunto desusadamente colorido de malas palabras; Richard se limitó a esbozar una mueca de disgusto y meneó la cabeza.

Todos estuvimos de acuerdo, antes que empezaran, en no decirle a Benjy cuál era el propósito verdadero de todos los exámenes que estaban llevando a cabo las octoarañas. ¿Pudo haberlo sabido? ¿Podría haber conjeturado lo que estaba pasando? Quizá. Pero hoy a la mañana, cuando le dije que las octoarañas habían llegado a la conclusión de que él era un joven sano, nada vi en sus ojos que insinuara, siquiera, que estaba al tanto de lo que había tenido lugar. Después que lo abracé muy fuertemente, luchando contra una nueva oleada de lágrimas que amenazaba destruir mi apariencia, volví a mi habitación y permití que la congoja por la deficiencia de mi hijo me agobiara una vez más.

Estoy segura de que Richard y Doctor Azul conspiraron juntos para mantener mi mente ocupada durante el resto del día. Yo no había estado en mi habitación desde hacía más de veinte minutos, cuando se oyó un suave toque en la puerta. Richard explicó que Doctor Azul estaba en el patio interior y que otras dos octoarañas científicos estaban esperando por mí en la sala de conferencias. ¿Me había olvidado de que para hoy se había programado una detallada presentación sobre el sistema digestivo octoarácnido?

La discusión con las octoarañas resultó ser tan fascinante que, en verdad, pude olvidarme por un rato de que la deficiencia de mi hijo estaba más allá de la magia de su medicina. Los colegas de Doctor Azul me mostraron complejos diagramas anatómicos de las entrañas octoarácnidas, identificando todos los órganos principales de su secuencia digestiva. Los diagramas hechos en una especie de pergamino o cuero, estaban extendidos sobre una mesa grande.

Me explicaron, en su maravilloso idioma de colores, absolutamente todo lo que le ocurre al alimento dentro de su cuerpo.

El rasgo más inusitado del proceso digestivo de las octoarañas consiste en los dos grandes sacos, o amortiguadores, que hay en ambos extremos del sistema. Todo lo que comen va directamente a un amortiguador de ingesta, donde puede reposar durante hasta treinta días. El cuerpo mismo de la octoaraña, en función del nivel de actividad del individuo, determina, en forma automática, la velocidad a la que se va a tener acceso a la comida que hay en el fondo del saco, se la va a descomponer por medios químicos y se la va a distribuir entre las células para suministrarles energía.

En el otro extremo hay un amortiguador de excreción, dentro del cual se descarga todo el material al que el cuerpo de la octoaraña no puede convertir en energía útil. Toda octoaraña saludable, según me enteré, tiene un animal llamado “descomponedor” (ésa es mi mejor traducción de los colores con los que se referían a unos seres diminutos, parecidos a ciempiés, y de los que uno de los médicos depositó dos en mis manos cuando me describían el ciclo de vida de estos seres), que habitan en el amortiguador de excreción. Este animalito nace de un huevo minúsculo que su predecesor depositó dentro de la octoaraña hospedante. El descomponedor es, esencialmente, omnívoro. Consume el noventa y nueve por ciento de los desechos depositados en el amortiguador, durante el mes —medido según la cronología humana— que tarda en llegar a la madurez. Cuando llega a la adultez, el descomponedor deposita dos huevos nuevos, sólo uno de los cuales germina y, después, sale para siempre de la octoaraña en la que estuvo viviendo.

El amortiguador de ingesta está situado justo por detrás y debajo de la boca. Las octoarañas comen muy raramente; sin embargo, lo hacen hasta hartarse cuando tienen comida preparada. Sostuvimos una larga discusión sobre sus hábitos alimentarios. Dos de los hechos que Doctor Azul me contó eran sorprendentes en extremo. Primero, que el amortiguador de ingesta vacío lleva a la
octo
a una muerte
inmediata
, y en menos de un minuto; y segundo, que a una octoaraña bebé se le debe
enseñar
a vigilar el estado de su provisión de alimento. ¡Imagínense, no sabe instintivamente cuándo tiene hambre! Cuando Doctor Azul vio el asombro en mi cara, rió (una secuencia todo revuelta de breves estallidos de color) y, después, se apresuró a asegurarme de que la inanición inesperada no es una de las principales causas de muerte entre las octoarañas.

Después de mi siesta de tres horas (todavía no consigo mantenerme durante el largo día octoarácnido sin dormir un poco… de nuestro grupo, sólo Richard es capaz de abstenerse de la siesta en forma regular), Doctor Azul me informó que, debido a mi vivo interés por el proceso digestivo de sus congéneres, las octoarañas habían decidido mostrarme algunas otras características inusitadas de su biología.

Abordé un transporte con las tres
octos
, pasé por uno de los portones que salían de nuestra zona y cruzamos la Ciudad Esmeralda. Sospecho que esta salida también fue planeada para mitigar mi decepción por lo de Benjy. Doctor Azul me recordó, mientras viajábamos (me resultaba difícil prestar profunda atención a lo que me estaba diciendo, una vez que estuvimos fuera de nuestra zona hubo toda suerte de seres fascinantes al lado de nuestro vehículo y por la calle, entre ellos muchos de las mismas especies que vi brevemente durante mis primeros momentos en la Ciudad Esmeralda), que las octoarañas eran un género polimorfo y que había seis manifestaciones adultas separadas de la especie
octo
particular que había colonizado nuestra espacionave
Rama
.

—Recuerda —me dijo con colores— que una de las posibles variaciones de parámetro es el tamaño.

No era posible que yo pudiera haber estado preparada para lo que vi unos veinte minutos después. Descendimos del transporte afuera de un gran depósito. En cada extremo del edificio, desprovisto de ventanas, había dos octoarañas gigantescas, babeantes, con una cabeza de siete metros de diámetro por lo menos, cuerpo que parecía como un dirigible chiquito y tentáculos largos de color gris pizarra, en vez del negro y dorado usual. Doctor Azul me informó que este moro en particular tenía una, y sólo una, función, servir como depósito de alimento para la colonia.

—Cada “atiborrado” (mi traducción de los colores de Doctor Azul) puede almacenar una cantidad de alimento equivalente, en una octoaraña común y corriente, a varios centenares de amortiguadores llenos de comida —informó Doctor Azul—. Dado que nuestros amortiguadores individuales de ingesta retienen lo que corresponde a treinta días de sustento normal, cuarenta y cinco en el caso de una dieta de energía reducida, podrás ver qué vasto almacén representa una docena de estos atiborrados.

Mientras yo miraba, cinco octoarañas se acercaron a una de sus enormes hermanas y dijeron algo con colores. En cuestión de segundos, el ente se inclinó hacia adelante, dobló la cabeza hacia abajo, casi hasta el suelo, y arrojó una espesa pasta líquida por la boca agrandada, que estaba justo debajo de su lechosa lente. Las cinco
octos
de tamaño normal se juntaron en torno del montículo de pasta y se alimentaron con los tentáculos.

—Practicamos esto varias veces por día, con cada atiborrado —dijo Doctor Azul—. Estos morfos deben tener práctica, pues no son muy inteligentes. Puede ser que hayas notado que ninguno de ellos habló con colores. Carecen por completo de la facultad de trasmisión idiomática, y su movilidad es extremadamente limitada. A sus genomas se los diseñó de modo que puedan almacenar alimento en forma eficiente, conservarlo durante largos períodos y regurgitarlo por pedido para alimentar la colonia.

Todavía estaba pensando en los enormes atiborrados, cuando nuestro transporte llegó a lo que se me dijo que era una escuela para octoarañas. Comenté, mientras estábamos cruzando el terreno del edificio, que esa gran construcción parecía desierta. Una de las otras octoarañas médicos dijo algo respecto de que la colonia no había tenido un “reabastecimiento completo reciente”, sí es que interpreté correctamente los colores, pero nunca recibí una clara explicación de exactamente qué era lo que se había querido decir con esa observación.

Por uno de los extremos de la instalación escolar entramos en un pequeño edificio sin mobiliario. En el interior había dos octoarañas adultas y alrededor de veinte crías, quizá de la mitad del tamaño de sus compañeras más grandes. Por la actividad era evidente que se estaba desarrollando una especie de ejercicio de repetición. No pude seguir, empero, la conversación entre las crías y sus maestros, tanto debido a que las octoarañas estaban utilizando todo su alfabeto, incluidos el ultravioleta y el infrarrojo, como a que el “habla” de las crías no fluía como las bandas nítidas y regulares que yo había aprendido a leer.

Doctor Azul explicó que estábamos asistiendo a parte de la “clase de medición”, en la que a las crías se las educaba para efectuar evaluaciones de su propia salud, lo que comprendía la estimación de la magnitud de comida que contenían sus amortiguadores de ingesta. Después de que Doctor Azul me dijo que “medir” era parte integral del plan de aprendizaje para primeros estudios de las crías, averigüé sobre la irregularidad de los colores que exhibían las crías. Doctor Azul me informó que estas
octos
en particular eran muy jóvenes, que no habían llegado mucho más allá del “primer color”, y que apenas si podían comunicar ideas con claridad.

Después que retornamos a la sala de conferencias, se me formuló una serie de preguntas sobre los sistemas digestivos humanos. Las preguntas eran extremadamente complejas (recorrimos, etapa por etapa, el ciclo de Krebs para el ácido cítrico, por ejemplo, y discurrimos sobre otros elementos de la bioquímica humana que apenas podía recordar), y nuevamente me impresionó cuánto más sabían las octoarañas sobre nosotros, que lo que nosotros sabíamos sobre ellas. Como siempre, nunca me fue necesario repetir una respuesta.

¡Qué día! Empezó con el dolor de descubrir que las octoarañas no iban a poder ayudar a Benjy. Más tarde se me hizo recordar cuán flexible es la psiquis humana, cuando realmente se me alzó de mi abatimiento mediante el estímulo de aprender más sobre las octoarañas. Quedé estupefacta por la gama de emociones que poseemos los seres humanos… y con cuánta rapidez podemos cambiar y adaptarnos.

Eponine y yo estábamos hablando anoche sobre nuestra vida aquí, en la Ciudad Esmeralda, y sobre cómo nuestras insólitas condiciones de vida afectarán las aptitudes del hijo que ella está llevando. En un momento dado, Ep meneó la cabeza y sonrió.

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