Rama Revelada (19 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Rama Revelada
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—¿Qué demonios es esto? —exclamó Max.

—Mira —dijo Eponine, excitada—. Mira con cuidado… Esos seres chiquititos son octoarañas… ¿Ves…? Se parecen exactamente a la que me describiste…

—Pues, ¿quién demonios lo diría? Tienes razón… Deben de ser octoarañas bebés.

—No lo creo —contestó Eponine—. El modo en que entran en esas colmenas pequeñas, o casas, o lo que sean… Mira, hay una especie de canal, y un barco…

—¡La cámara! —gritó Max—. ¡Vuelve y trae la cámara… Acá hay toda una ciudad en miniatura!

Max y Eponine se habían quitado las mochilas y otra impedimenta, entre la que estaba la cámara de Eponine, cuando se sentaron en el piso para comer. Eponine se paró de un salto y corrió a buscarla. Max seguía fascinado por el complejo mundo en miniatura que veía en el otro lado de la arcada. Un minuto después oyó un grito débil, y un frío estremecimiento de miedo lo recorrió de la cabeza a los pies.

Pedazo de estúpido idiota
, pensaba mientras se apresuraba por llegar a donde habían estado comiendo,
nunca, nunca dejes tu rifle
.

Dobló la última esquina y, entonces, se detuvo bruscamente. Entre él y el sitio donde había estado comiendo con Eponine había cinco octoarañas. Una tenía envuelta a la joven con tres de sus tentáculos; otra había tomado el rifle de Max; una tercera sostenía la mochila de Eponine, dentro de la cual estaban pulcramente colocados todos sus efectos personales.

La expresión del rostro de Eponine era de puro terror.

—¡Ayúdame, Max… por favor! —suplicó.

Max avanzó, pero fue atajado por dos de las octoarañas. Una de ellas hizo fluir una serie de bandas de color alrededor de la cabeza.

—No entiendo qué mierda me están diciendo —gritó Max, presa de la frustración—. Pero deben soltarla.

Como si fuera un medio zaguero de fútbol norteamericano, Max se lanzó por entre las dos primeras octoarañas y ya casi había alcanzado a Eponine, cuando sintió tentáculos que se enrollaban en torno de él, trabándole los brazos contra el pecho. Luchar era inútil. El ser era increíblemente fuerte.

Tres de las octoarañas, entre ellas la que había capturado a Eponine, empezaron a desplazarse por el corredor azul, alejándose.

—¡Max… Max! —gritaba la aterrorizada Eponine, pero él nada podía hacer. La octoaraña que lo retenía no se movió. Después de otro minuto, ya no pudo oír los gritos de Eponine.

Estuvo envuelto durante unos diez minutos más, antes de sentir que los poderosos músculos que lo retenían se aflojaban.

—¿Y ahora qué sigue? —dijo cuando estuvo libre—. ¿Qué van a hacer ahora, bastardos?

Una de las
octos
señaló hacia la mochila de Max, que todavía estaba apoyada contra la pared, en el sitio donde él la había dejado. Max se acuclilló al lado de ella y extrajo agua y comida. Las octoarañas conversaron entre sí con colores, mientras Max, que entendía muy bien que se lo estaba vigilando, comió unos bocados de su alimento.

Estos corredores son demasiado estrechos
, pensó, al considerar la posibilidad de huir,
y estos remalditos seres son demasiado grandes, en especial con sus largos tentáculos. Supongo que, simplemente, tendré que aguardar lo que fuere que venga después
.

Las dos octoarañas no se movieron de su puesto durante horas. Por fin, Max se durmió en el piso, entre ellas.

Cuando despertó, estaba solo. Fue con cautela hasta la primera esquina y miró hacia ambos extremos del corredor azul. No vio nada. Después de pasar un minuto estudiando las marcas de lápiz labial en la pared, y de agregar algunos garabatos describiendo la ubicación de la ciudad de las octoarañas diminutas, Max regresó a la sala que estaba debajo del andén del subterráneo.

No tenía una idea clara de lo que debía hacer después. Pasó varios infructuosos minutos deambulando por los corredores azules y gritando cada tanto el nombre de Eponine, pero su esfuerzo se desperdició. Al final, decidió sentarse en el andén y esperar el subterráneo. Después de más de una hora, ya estaba casi listo para volver a la ciudad en miniatura de las octoarañas, cuando oyó el rugido de la turbulencia de aire que producía el subterráneo al acercarse, venía desde la dirección opuesta a la de los corredores verticales con púas.

Cuando el subterráneo se acercó, vio a Richard y Nicole a través de las ventanillas.

—¡Max! —le gritaron simultáneamente, aun antes de que la puerta se abriera.

Tanto Richard como Nicole estaban sumamente excitados.

—¡Lo encontramos! —exclamó Richard, mientras saltaba al andén—. ¡Una sala gigantesca, con una cúpula que puede tener cuarenta metros de altura y los colores del arco iris…! Está del otro lado del Mar Cilíndrico. ¡El subterráneo va directamente a través del mar, por un túnel transparente…! —Hizo una pausa cuando el subterráneo se alejó haciendo una rugiente turbulencia.

—Tiene baños, camas y agua corriente —agregó Nicole con rapidez.

—Y, aunque no lo puedas creer, alimentos frescos… algunas frutas y hortalizas de aspecto rarísimo, pero son verdaderamente buenos para todos…

—¿Dónde está Eponine? —preguntó Nicole de repente, interrumpiéndolo a Richard en mitad de su monólogo.

—Se fue —contestó Max lacónicamente.

—¿Fue? —repitió Richard—. Pero, ¿cómo… adónde?

—Tus no-hostiles amigos la secuestraron —explicó Max con frialdad.

—¿Quéee?

Max narró lo sucedido lenta y precisamente, sin omitir detalle alguno de importancia. Tanto Richard como Nicole lo escucharon con atención hasta el final.

—Fueron más listos que nosotros —comentó Richard al final, sacudiendo la cabeza con gesto de abatimiento.

—No que
nosotros
—aclaró Max con frustración—, fueron más listos que yo. Nos apaciguaron a Ep y a mí, haciéndonos creer que estábamos resolviendo una especie de rompecabezas en ese dédalo de corredores azules… Mierda, pura mierda.

—No seas tan duro contigo mismo —dijo Nicole con tono calmo, tocándolo en el hombro—. No tenías forma de saber…

—¡Pero qué colosal estupidez! —interrumpió Max, alzando la voz—, traigo un rifle para protección, ¿y dónde está ese rifle cuando nuestros monstruosos amigos de ocho patas aparecen? Apoyado contra la pared de mierda…

—Al principio estuvimos en un sitio similar —terció Richard—, con la diferencia de que todos nuestros corredores eran rojos en vez de azules. Nicole y yo exploramos durante alrededor de una hora y, después, volvimos al andén. El subterráneo nos recogió de nuevo al cabo de diez minutos, y después nos llevó a través del Mar Cilíndrico.

—De todos modos, ¿buscaste a Eponine? —preguntó Nicole.

Max asintió con la cabeza.

—Algo así. Deambulé por ahí y la llamé a gritos algunas veces.

—A lo mejor deberíamos intentarlo otra vez —sugirió Nicole.

Los tres amigos regresaron al mundo de los corredores azules. Cuando llegaron a la primera intersección, Max explicó a Richard y Nicole las marcas que había hecho con lápiz labial en la pared.

—Creo que deberíamos dividirnos —propuso al terminar—. Probablemente esa será una forma más eficiente de buscarla… ¿Por qué no nos encontramos en la sala que está detrás de la arcada en, digamos, media hora?

En la segunda esquina, Max, que ahora estaba librado a sí mismo, no halló señal alguna de lápiz labial. Perplejo, trató de recordar si era posible que no hubiera llegado a hacer una en cada recodo… o, quizá, nunca había llegado a ese lugar siquiera… Mientras estaba sumido en sus pensamientos, sintió una mano en el hombro, y el susto casi le produce un ataque.

—Sooo —dijo Richard, al ver la cara de su amigo—. Soy sólo yo… ¿No me oíste gritar tu nombre?

—No —contestó Max, sacudiendo la cabeza.

—Estaba a nada más que dos corredores de distancia… Debe de haber una fantástica atenuación del sonido en este lugar… De todos modos, ni Nicole ni yo encontramos una de tus señales cuando hicimos nuestro segundo recorrido, así que no estábamos seguros…


Mierda
—dijo Max enfáticamente—. Esos astutos bastardos limpiaron las paredes… ¿No se dan cuenta? Planearon todo este asunto desde el vamos, e hicimos exactamente lo que ellos esperaban.

—Pero, Max —rebatió Richard—, no hay forma de que puedan haber adivinado con precisión
todo
lo que íbamos a hacer. Ni siquiera
nosotros
conocíamos por completo nuestra estrategia. Entonces, ¿cómo pudieron…?

—No puedo explicarlo —replicó Max—, pero puedo percibirlo. Esos seres
deliberadamente
esperaron hasta que Eponine y yo estuviéramos comiendo, antes de permitimos ver ese vehículo.
Sabían
que lo perseguiríamos y que eso les daría la oportunidad de atrapar a Eponine… Y, de algún modo, nos estuvieron espiando todo el tiempo…

Incluso Max estuvo de acuerdo en que era inútil buscar por más tiempo a Eponine en el dédalo de corredores oscuros.

—Es casi seguro que ella ya no está acá —dijo con abatimiento.

Mientras el trío esperaba el subterráneo en el andén, Richard y Nicole proporcionaron a Max más detalles sobre el gran salón con la cúpula arco iris, ubicado en el lado sur del Mar Cilíndrico.

—Muy bien —comentó Max cuando terminaron—, una conexión está clara, inclusive para este granjero de Arkansas. El arco iris de la cúpula evidentemente se relaciona con el del cielo, que distrajo a las tropas de Nakamura. Así que la gente del arco iris, quienquiera que sea, no desea que se nos capture. Y no desea que nos muramos por hambre… Probablemente es la que fabricó el subterráneo o, por lo menos, eso tiene algo de lógica para mí. Pero, querría saber, ¿cuál es la relación entre la gente del arco iris y las octoarañas?

—Antes que me contaras sobre el secuestro de Eponine —contestó Richard—, yo estaba virtualmente seguro de que eran los mismos seres. Ahora no sé. Resulta difícil interpretar lo que ustedes experimentaron como no otra cosa que un acto hostil.

Max rió.

—Richard, sabes manejar tan bien las palabras… ¿por qué les sigues concediendo el beneficio de la duda a esos repugnantes bastardos? Yo habría esperado eso de Nicole, pero esas octoarañas una vez te tuvieron prisionero durante meses, te metieron seres chiquititos por la nariz y es probable que también te hayan toqueteado los sesos…

—Eso no lo sabemos con seguridad —dijo Richard con calma.

—Está bien —aceptó Max—, pero creo que estás descartando un montón de pruebas…

Se detuvo cuando oyó el familiar rugido de la turbulencia del aire. El subterráneo llegó, enfilado en la dirección de la madriguera de las octoarañas.

—Ahora dime —continuó con un dejo de sarcasmo, justo antes que subieran al tren—, ¿cómo es que este subterráneo siempre se las arregla para estar yendo en la dirección correcta?

Patrick había conseguido por fin convencer a Robert y Nai para que volvieran a la sala museo. No fue fácil. Tanto los adultos como los niños habían quedado gravemente traumatizados por el ataque de las octoarañas. Robert directamente no podía dormir, y los mellizos estaban atormentados por sueños de los que despertaban gritando. Para el momento en que Richard, Nicole y Max hicieron su aparición, la comida que quedaba casi se había terminado y Patrick ya estaba haciendo planes de contingencia.

Fue una reunión alicaída. Ambos secuestros se discutieron en detalle, lo que hizo que todos los adultos, incluso Nicole, quedaran seriamente deprimidos. Había muy poca animación por la novedad sobre la cúpula arco iris que había en el sur, pero no había duda alguna respecto de lo que se debía hacer. Richard fue sucinto para señalar la situación en la que estaban.

—Por lo menos, debajo de la cúpula hay comida —sintetizó.

Todos empacaron sus pertenencias en silencio. Patrick y Max cargaron los niños para el descenso por el corredor vertical con púas. El subterráneo apareció poco después que todos estuvieron en el andén. No se detuvo en las dos estaciones intermedias, tal como Max había pronosticado con ironía, sino que, en vez de eso, se precipitó hacia el interior del túnel transparente que pasaba a través del Mar Cilíndrico.

Los extraños y maravillosos seres marinos que se veían en los otros costados de la pared del túnel, casi con seguridad biots todos ellos, fascinaron a los chicos, y a Richard le hicieron recordar su viaje a Nueva York, años atrás, cuando llegó en busca de Nicole.

La amplia cámara que había debajo de la cúpula, en el otro extremo del recorrido del subterráneo, verdaderamente dejaba sin habla. Aunque Benjy y los niños estuvieron más interesados, al principio, en la variedad de comida nueva y fresca que se extendía encima de una larga mesa en uno de los lados de la habitación, todos los adultos deambulaban llenos de admiración, no sólo contemplando los brillantes colores del arco iris que estaba muy por encima de sus cabezas, sino, también, examinando todos los aposentos que había a partir de la parte posterior del andén, y en los que estaban situados los baños, así como los dormitorios individuales.

Max midió a pasos las dimensiones del piso principal. Tenía cincuenta metros de un lado al opuesto, en la parte más ancha, y cuarenta desde el borde del andén hasta las paredes blancas y las entradas de los dormitorios, en la parte posterior de la sala. Patrick se acercó para hablar con Max, que permanecía parado al lado de la ranura practicada en el andén para el subterráneo, mientras todos los demás discutían la asignación de los dormitorios.

—Lamento lo de Eponine —dijo Patrick, poniendo la mano sobre el hombro de su amigo.

Max se encogió de hombros.

—En cierto sentido es peor que haya desaparecido Ellie. No sé si Robert o Nikki alguna vez se van a recuperar por completo.

Los dos hombres permanecieron de pie, uno al lado del otro, y se quedaron con la mirada perdida en el largo, oscuro, vacío túnel.

—¿Sabes, Patrick? —declaró Max con tono sombrío—, desearía con toda mi alma lograr convencer al granjero que hay en mí de que nuestros problemas se terminaron y la gente del arco iris va a cuidar de nosotros.

Kepler llegó corriendo con una hortaliza larga que parecía una zanahoria verde.

—Señor Puckett —ofreció—, tiene que probar esto. Es de lo mejor.

Max aceptó el obsequio del niñito y se puso la hortaliza en la boca. Dio un mordisco.

—Esto
está
bueno, Kepler —declaró, despeinando el cabello del chico—. Te lo agradezco mucho.

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