Authors: Jorge Molist
Él dio un paso hacia el interior del apartamento, apoyando su mano izquierda en la cintura de ella y dándole un beso en la mejilla. Carmen sintió el ligero picor de los pelos rubios de la perilla del chico y se estremeció. Hizo un esfuerzo por no lanzarle los brazos al cuello mientras hacía sonar sus labios en un falso beso evitando mancharle la mejilla con carmín.
—Estás muy guapa, Carmen. Y me encanta tu perfume —le dijo, ahora en inglés, mirándola de arriba abajo con gesto de aprobación.
—Gracias —respondió Carmen sin poder evitar otra sonrisa mientras su autoestima subía varios puntos.
—Te veo muy arreglada. ¿No estarías a punto de salir?
—Bueno, en realidad sí. —Y después de una pausa añadió con rapidez—: Pero aún dispongo de un par de minutos. ¿Quieres tomar algo?
Jeff pidió un refresco y se sentó con gesto relajado en el sofá del salón, frente a la barra de la cocina.
—¿Te dijo Muriel que se retrasaría? —A pesar de querer aparentar tranquilidad, era obvio que Jeff estaba inquieto.
—No. Regresé sola de la oficina. —Carmen se sentó en un sillón cercano a Jeff de forma que sus piernas quedaban a menos de un metro de las de él. Su falda subía y mostraba, generosa, las piernas. Él lanzó una mirada furtiva. Y Carmen, complacida, dio un recatado tirón a la falda hacia abajo—. Muriel no ha llamado ni ha dejado ningún mensaje. En realidad pensaba que habríais comido juntos.
—Pues no. Quedamos en que pasaría a recogerla —repuso Jeff, pensativo—. Salí de la oficina antes que ella y me dijo que iba a comer contigo. Yo creía que estaba aquí. La llamaré al móvil.
Se levantó y cruzando la habitación llegó a la barra que separaba la cocina del salón para coger el teléfono.
—Tiene puesto el contestador —dijo. Y luego, hablando por el aparato—: Muriel, soy Jeff. ¿Recuerdas que habíamos quedado en que te recogería en tu apartamento? ¿Dónde estás? Te espero.
Jeff volvió al sofá y, distraídamente, dio una palmadita a las rodillas de Carmen sin percatarse de la conmoción que eso causaba en ella.
—Espero que no le haya ocurrido nada —habló como para sí mismo—. Aunque últimamente la encuentro rara.
Carmen lo miraba, notando cómo sus emociones y pensamientos, corriendo veloces, le impedían seguir bien las palabras de Jeff.
Amaba a aquel hombre. ¿Y si intentara algo ahora? ¿Pero qué? No podía echarse a los brazos de él, así sin más. No. No se atrevería aunque Jeff fuera otro, y menos aún siendo el chico de Muriel. Pero una oportunidad como aquélla quizá no se volvería a presentar y si no hacía algo en ese momento después se arrepentiría una y otra vez. Además, ahora estaba arreglada y se encontraba muy atractiva. Ahora o nunca. ¿Pero qué? Deseaba abrazarlo. Deseaba hacerlo. Pero ¿cómo reaccionaría él?
—¿No encuentras a Muriel rara últimamente? —inquirió Jeff, distrayéndola de sus pensamientos.
—Pues no especialmente. ¿Tú sí, Jeff?
—Pues sí. ¿Dónde está ahora? —Su voz denotaba irritación—. Y además, me pregunto qué es lo que trama con ese asunto del diseño de marca que me ha pedido para la presentación del lunes. Mi equipo y yo hemos invertido muchas horas en ello. Y el sumario que nos dio la Metropol para la presentación ni siquiera insinúa que ese tema les preocupe. Se lo he preguntado a Mike, su jefe, y él tampoco sabe nada. ¿De dónde habrá sacado eso?
—Debe de tener un buen motivo.
—Eso espero, porque creo que está abusando de nuestra relación. Estoy seguro de que me oculta datos.
—Yo tampoco sé nada, Jeff.
—¿Seguro que no hay algo sobre Muriel que tú conozcas y que no te atrevas a contarme? —inquirió Jeff mientras le cogía la mano a Carmen.
Ella notaba una especie de corriente que subía por su espina dorsal. «¿Y si tomo yo la iniciativa? —pensó—. Y provocar que su instinto empiece a funcionar por sí mismo. Como el piloto automático de un avión. ¿Pero y si me rechaza? ¡Qué vergüenza! Además, destrozaría mi amistad con Muriel.» Carmen supo en ese momento que, aquella tarde, no iba a intentar nada con Jeff.
—No, te aseguro que yo no sabía lo del diseño de marca.
—No, Carmen. Ahora no me refiero al trabajo. —Él continuaba con la mano de ella entre las suyas—. Carmen, tú y yo somos muy buenos amigos, cuéntame si sabes algo que yo debería saber.
—¿Algo como qué? —Era cierto que Jeff y ella tenían una excelente relación y en ocasiones se intercambiaban confidencias.
—Ya sabes, si hay otro hombre. —Jeff parecía cohibido.
—No, te aseguro que no sé nada —repuso ella tajante.
Ahora Carmen notaba una prisa repentina. No se atrevía a insinuarse, y la conversación del chico centrada todo el tiempo en Muriel empezaba a dolerle. Sentía envidia y celos de su amiga y estaba claro que ella no tenía la menor oportunidad.
—Lo siento, Jeff —dijo después de una pausa mientras apartaba suave y lentamente sus manos de las de él—. Tengo que irme. Me esperan y voy a llegar tarde.
El coyote llegó del sur, desde el lugar donde van los espíritus de los que mueren. Era un animal viejo y vino andando, cansino. Ni siquiera las gallinas que correteaban alrededor del ranchito se asustaron. Anselmo estaba sentado bajo la enramada de buganvillas, mirando el océano, y sólo se percató de que estaba allí cuando el animal empezó a hablar.
—Vas a morir solo, Anselmo. —Y la lengua le colgaba entre los dientes en lo que parecía una sonrisa burlona.
Anselmo dio una chupada a su pipa de barro, soltando una nube de humo.
—Todo el mundo muere solo, coyote. ¿Era para decirme eso que viniste a verme? ¡Vaya novedad!
—Pero es que tú, además de morir solo, vives solo. ¿A quién le enseñarás lo que yo te enseñé? ¿Quién practicará la curación mágica cuando te mueras?
—Me gustaría tener una familia, pero no es fácil vivir con otros. —El viejo suspiró—. Quisiera poder enseñarle a Lucía todo lo que sé, pero la convencieron para que se fuera al norte. —Y luego dijo de mala gana—: Sí, tienes razón, es verdad que estoy solo.
—Has dedicado tu vida a conocer más. —El animal se había colocado delante de él y lo miraba fijamente—. Eres el último
simup kwisiyay
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. Sabes curar el cuerpo y el alma. Conoces sobre lo visible y lo invisible, lo oculto y lo que salta a la vista. ¿Dejarás que todo eso muera contigo?
—¿Qué más da? —El viejo se encogió de hombros—. Hoy hay médicos de batas blancas. Y nuestras gentes, los paisanos
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, se juntan con los mexicanos; han perdido las tradiciones. Pronto no quedarán indígenas aquí en Baja. Y si quedan serán mestizos de alma. Se ha perdido nuestra cultura.
—Eso no es excusa. Tú eres la tradición; eres nuestra cultura y aún estás vivo.
—Yo tampoco estoy limpio. —Anselmo hizo una pausa antes de continuar; hablaba para sí mismo—. Mi linaje de sangre es Pai-pai puro, pero he aprendido demasiado, me he apartado de los míos. Ya no soy el que era. He pecado por querer saber más y luego más; ése es el pecado del demonio Lucifer de los cristianos.
—Sabes mucho pero eres estúpido, viejo. —El coyote volvía a enseñar sus fauces en su extraña sonrisa. Anselmo observó que le faltaban muchos dientes—. Todo cambia. Nuestra cultura, nuestro conocimiento se debe fundir con el de las gentes nuevas. Es así como se sobrevive, mezclándose. Debes pasar tu saber a otros.
Anselmo chupó su pipa pensando. Después lanzó una bocanada de humo y repuso:
—He perdido a mi nieta. Era ella a quien yo debía enseñar. No me interesan los demás.
—Debes buscar a quien transmitir lo que sabes antes de morir. Es la tarea que te impongo. —Y el coyote se fue en dirección al sur.
Entonces el viejo despertó. El océano continuaba allí y su pipa de barro se había caído al suelo. Hacía tiempo que no soñaba con Coyote. Él fue el primero de los animales mágicos que se le apareció. Y lo hizo antes de que probara el toloache
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; tendría sólo ocho años y aún faltaba para su ceremonia de iniciación. La abuela se puso muy contenta. Anselmo sería un hombre de magia, ésa era la señal. La mayoría de sus paisanos, ni siquiera mordiendo la raíz de toloache, eran capaces de tener esas visiones.
Así, al ser el primer animal mágico que lo visitó, el coyote pasó a ser su tótem. Y eso le fastidiaba mucho. Le habría gustado que se le hubiera aparecido primero una águila, como le ocurrió a su nieta, Lucía. Un águila era un tótem para sentirse orgulloso. O un puma lleno de poder. O una peligrosa serpiente de cascabel. Pero no, a él se le tuvo que aparecer un coyote, precisamente el animal que ejercía de villano en los cuentos populares de las tribus. Se lamentaba de eso con su abuela y ésta lo consolaba diciéndole que el coyote era astuto y que peor habría sido una rata o un sapo.
Lo cierto era que Coyote le había enseñado mucho a través de los años: cómo curar heridas, cómo bajar la fiebre, cómo ayudar en los partos. Pero también aprendió de los otros animales mágicos que se le fueron apareciendo y más aún de los hombres sabios de las tribus que él conoció viajando en busca de saber.
Al cabo de los años se había encariñado con el viejo coyote. Pero ya desde el primer día aquel bicho se empecinó en darle consejos no pedidos; incluso órdenes. Era un pesado. De joven le hizo caso, pero ahora cada vez menos. Y esta vez no le apetecía obedecerle. Le era indiferente que se perdiera la tradición, él sólo quería enseñar a su nieta.
Cuando el despertador de Carmen sonó, el sol de la mañana entraba ya en su dormitorio. Eso alivió algo sus penas.
Odiaba tener que trabajar en domingo y empezaba a odiar aquel bonito apartamento cercano a Marina del Rey, desde donde se divisaban las aguas, los botes y las gaviotas. Albert le había propuesto pasar la noche en su casa y Carmen había estado a punto de aceptar. No tanto por la atracción que sintiera por él, sino por miedo a oír a su regreso los murmullos de amor de Jeff esparciéndose desde la habitación de Muriel a toda la casa. Pero, finalmente, la obligación de levantarse pronto al día siguiente la ayudó a decidirse.
Al llegar al apartamento hizo girar la llave temerosa, entrando en silencio y con el corazón encogido en el salón. Suspiró aliviada al no oír ruidos.
Sin embargo, al acostarse se preguntaba si Jeff estaría en la cama de Muriel.
Cuando se levantó al día siguiente, fue de inmediato a la ducha y no salió de su habitación hasta sentirse satisfecha de su aspecto y del sencillo conjunto de téjanos y jersey que vestía. Sencillo, aunque le llevó un buen rato de pruebas y ensayos frente al espejo antes de decidir qué pantalones, qué jersey, qué zapatos. ¡Podía encontrarse a Jeff en la cocina Pero a quien encontró fue a Muriel, manipulando la cafetera, en camisón y con aspecto de haberse levantado de la cama justo segundos antes.
—Buenos días, Muriel.
—Buenos días —repuso la amiga llenando el depósito de la cafetera con agua—. ¡Qué fastidio tener que trabajar hoy!
—¿Encontraste al fin a Jeff?
—Sí pero de muy mal humor.
—¿Sí?
—Sí. Me esperaba aquí sentado en este sofá y oliendo a whisky.
—Lo dejé entrar yo. Espero que no te molestara.
—No, en absoluto —contestó Muriel con una de sus brillantes sonrisas—. El que estaba molesto era él. Y creo que se bebió nuestro whisky.
—Pues no lo dejaremos entrar hoy en casa si no nos trae otra botella —bromeó Carmen, sintiéndose más relajada—. Dijo que habíais quedado para salir y estuvo intentando localizarte por teléfono.
—Sí, es verdad, habíamos quedado. Pero se me pasó el tiempo volando.
—¿A qué hora llegaste?
—Serían las nueve y media.
—¡Las nueve y media! —exclamó Carmen con sorpresa—, ¡Tan tarde! ¡No me extraña que estuviera enfadado!
—¿Enfadado? —Muriel puso los brazos en jarras—. Estaba hecho una fiera. Discutimos.
—Bueno. Espero que no fuera muy grave —dijo Carmen deseando todo lo contrario.
—¡Noooo! Apuesto a que hoy viene hecho un corderito. —Muriel aparentaba estar convencida de ello—. Me pidió explicaciones, no se las di y finalmente se fue dando un portazo. Ya verás, hoy le diré que no me quedó más remedio que atar un par de cabos sueltos de la presentación y le reprocharé que se comportase tan mal ayer, pero pediré disculpas por mi retraso. Su ego se verá satisfecho y como si no hubiera pasado nada. Y él tendrá a su vez que pedirme a mí disculpas por su actitud y por el portazo.
Carmen miraba con asombro a Muriel, que sonreía satisfecha mientras alcanzaba un par de tazas de café de la repisa, encima de la barra de la cocina. Al hacerlo, su camisón se abría mostrando un bien formado seno que seguro hubiera inflamado a Jeff de encontrarse allí. Lo peor era que Carmen estaba convencida de que finalmente Muriel manejaría al muchacho tal y como decía. Se lo había visto hacer antes, y no sólo con Jeff; era una de las habilidades de Muriel.
—¿Qué pasó para que te retrasaras tanto ayer? Espero que no surgiera ningún problema —preguntó Carmen con una aparente inocencia.
—No, no era un problema. —Muriel sonreía, misteriosa—. Aunque quizá sea una oportunidad.
—¿Sí?
—Sí, estuve con Rich.
—¿Qué Rich?
—Rich Reynolds.
—¿Cómo? ¿Richard Reynolds? ¿El vicepresidente? —Carmen estaba sorprendida.
—Exacto. El mismo —respondió Muriel en tono triunfal.
Carmen calló esperando a que continuara, y ella lo hizo sin hacerse de rogar.
—Estaba a punto de salir de la oficina cuando apareció Rich, que también había acudido a cerrar un par de asuntos. Entró en mi área de trabajo y preguntó por la presentación de mañana. Yo empecé a contárselo y me invitó a comer.
—¿Pero así? —El asombro de Carmen iba en aumento—. Viene, te pregunta por la presentación y te invita a almorzar. ¿Sin más?
—Bueno, verás...
—Veo. —Carmen se sentó a la mesa con su taza vacía. El café ya no le importaba.
—Ya hace un tiempo que viene por mi despacho y se interesa por mi trabajo. Como debe hacer un buen vicepresidente con las jóvenes promesas de su equipo. —Sonreía, picara—. Pero, ¿sabes?, creo que en mi caso le atrae algo más que mi habilidad profesional.
—¡Ah!
—Sí. Pero deja que te cuente; era un buen restaurante y Rich pidió vino. Estuvimos hablando durante horas. Es un hombre encantador y muy atractivo.
—¿Encantador? ¿Atractivo? ¡Pero Muriel, si debe de tener cincuenta años!
—Sí, gracias. Yo también sé contar. Pero tiene una seguridad en sí mismo y demuestra un control de la situación que me encanta. Es muy bien parecido y habla sobre cualquier tema con conocimiento y autoridad; pasaría horas escuchándolo. Además, puedes oler su poder, y eso me excita.