–¿Quieres decir que su lectura por un miembro de tribu es tabú?
–Estoy segura.
–Bueno, no perdería gran cosa devolviéndoselo. Yo diría que un 95 por ciento es de un aburrimiento increíble: infinitas luchas internas entre grupos políticos, infinita justificación de políticas cuya prudencia yo no podría juzgar, infinitas homilías sobre temas éticos, los cuales, aun conociéndolos, y no suelen serlos, están planteados con tal indignante tono virtuoso que casi obligan a su violación.
–Parece como si: arrancándotelo de las manos te hiciera un gran favor.
–Excepto que queda el otro 5 por ciento que habla del inmencionable Aurora. No dejo de pensar que ahí puede haber algo, y que este algo puede serme útil. Por eso me interesaba saber sobre el
Sacratorium
.
–¿Esperas encontrar pruebas en el
Sacratorium
en favor del concepto de Aurora que aparece en el
Libro
?
–En cierto modo, sí. También estoy terriblemente interesado por lo que el libro tiene que decir sobre los autómatas, o robots, empleando su palabra. Me siento atraído por el concepto.
–No me digas que te lo tomas en serio.
–Casi. Si aceptas algunos pasajes del
Libro
al pie de la letra, entonces hay la implicación de que algunos robots tenían forma humana.
–Por supuesto. Si vas a construir un simulacro de ser humano, harás que parezca un ser humano.
–Sí, «simulacro» significa «imitación», pero una imitación puede ser muy burda. Un artista puede dibujar un palo y darte cuenta de que trata de representar un ser humano y lo reconoces: un círculo para la cabeza, un palo para el cuerpo, y cuatro líneas torcidas para brazos y piernas, y ya lo tienes. Pero me refiero a robots, que realmente son como seres humanos en todos sus detalles.
–Ridículo, Hari. Imagínate el tiempo que llevaría formar el metal del cuerpo en proporciones perfectas, con la curva suave de los músculos, palpable.
–¿Quién ha hablado de «metal», Dors? La impresión que he sacado es que dichos robots eran orgánicos, o casi orgánicos, que tenían piel. No podrías establecer distinciones entre ellos y los seres humanos, de ningún modo.
–¿Dice eso el
Libro
?
–No con las mismas palabras. Pero se entiende que…
–Tú entiendes, Hari. No puedes tomarlo en serio.
–Deja que lo intente. Encuentro cuatro cosas que puedo deducir de lo que el
Libro
dice sobre los robots…, y he seguido cada referencia dada en el índice. Primero, como he dicho, ellos…, o algunos de ellos, eran exactos a los seres humanos; segundo, que su duración de vida era muy extensa, si quieres llamarlo así.
–Mejor decir «efectiva», o acabarás pensando en ellos como en seres humanos.
–Tercero -siguió diciendo Seldon, ignorándola-, que algunos, o por lo menos uno, continúan viviendo hoy en día.
–Hari, ésta es una de las leyendas más difundidas. El antiguo héroe no muere sino que permanece en animación suspendida, dispuesto a regresar para salvar a su pueblo en tiempo de gran necesidad. ¡Por favor, Hari!
–Cuarto -continuó Seldon sin darse por enterado-, hay algunas líneas que parecen indicar que el templo central, o el
Sacratorium
(si eso es lo que es, aunque la verdad es que no he encontrado la palabra en el
Libro
), contiene un robot. – Hizo una pausa, luego preguntó-: ¿Te das cuenta?
–No. ¿De qué tengo que darme cuenta?
–Si reunimos los cuatro puntos, tal vez un robot, exactamente igual a un ser humano, que todavía vive, y que, digamos, ha estado viviendo en los últimos veinte mil años, se encuentra en el
Sacratorium
.
–Venga, Hari, no puedes creer algo así.
–En realidad, no lo creo, pero tampoco dejo de creerlo. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si es verdad, aunque sólo se trate de una posibilidad entre un millón?, lo confieso. ¿No comprendes lo útil que me resultaría? Podría recordar la Galaxia tal como era antes de que los archivos históricos existieran. Podría ayudarme a hacer posible la psicohistoria.
–Aun suponiendo que fuera verdad, ¿crees que los mycogenios te dejarían ver y entrevistar al robot?
–No intento pedir permiso. Puedo ir al
Sacratorium
y ver, primero, si hay algo que entrevistar.
–Ahora no. Mañana como muy pronto. Y si por la mañana no has cambiado de idea, iremos.
–Tú mismo me has dicho que no dejan que las mujeres…
–Pero les permiten mirar desde el exterior, estoy segura que no iremos más allá.
Y se mostró inflexible.
Hari Seldon estaba de acuerdo en dejar que Dors llevara la iniciativa. Había circulado por las avenidas de Mycogen y las conocía mejor que él.
A Dors Venabili, con la frente arrugada, la idea le gustaba muy poco.
–Podemos perdernos fácilmente, ¿sabes? – objetó.
–Con este folleto, no.
–Piensa en Mycogen, Hari -alegó ella, impaciente-. Deberíamos tener un computomapa, algo para consultar. Esta versión mycogenia no es sino un pedazo de plástico doblado. No puedo decirle a esta cosa dónde estoy. No puedo decírselo con palabras y ni siquiera puedo hacerlo apretando los botones necesarios. Y tampoco ella puede decirme nada. Es un objeto impreso.
–Entonces, lee lo que dice.
–Es lo que estoy intentando, pero está escrito para personas familiarizadas con el sistema. Tendremos que preguntar.
–No, Dors. Esto lo haremos como último recurso. No quiero llamar la atención. Preferiría que nos arriesgáramos y tratáramos de encontrar el camino, incluso aunque ello signifique perdernos un par de veces.
Dors hojeó el folleto con suma atención.
–Bueno, dedica toda tu atención al
Sacratorium
-acabó diciendo de mala gana-. Es lo natural. Presumo que todo el mundo en Mycogen quiere llegar allí en un momento u otro. – Después de concentrarse un poco más, añadió-. Te diré algo. No hay modo de encontrar un transporte desde aquí para llegar hasta allá.
–¿Cómo?
–No te excites. Por lo visto, hay un medio de ir de aquí a otro medio de transporte que nos llevará allí. Tendremos que pasar de uno al otro.
Seldon se relajó.
–Es natural. Ni en Trantor se puede tomar un expreso directo a la mayor parte de los sitios, hay que hacer transbordos.
Dors le dirigió una mirada impaciente.
–También yo lo sé. Es que estoy acostumbrada a tener objetos que me expliquen las cosas. Cuando cuentas con que debes encontrarlo por tus propios medios, lo más sencillo se te escapa.
–Está bien, querida. No te sulfures. Si conoces ya el camino, dirige. Yo te seguiré con toda humildad.
Y así lo hizo hasta que llegaron a un cruce, donde se detuvieron.
Tres varones de blancas
kirtles
y dos hembras de gris estaban en el mismo cruce. Seldon esbozó una sonrisa general en su dirección, pero no consiguió más que una mirada indiferente, desviada de inmediato.
Por fin, el transporte llegó. Era una versión anticuada de lo que Seldon hubiera llamado un gravi-bus en Helicón. Dentro había una veintena de asientos corridos tapizados, con capacidad para cuatro personas cada uno. Cada banco tenía sus propias puertas a ambos lados del vehículo. Cuando paraba, los pasajeros se apeaban por el lado que les convenía. Seldon, por un momento, se sintió preocupado al ver que algunos se apeaban por el lado del tránsito, pero se fijó en que cada vehículo que se acercaba en una u otra dirección paraba al acercarse al gravi-bus. Ninguno se movía mientras éste no se pusiera en marcha.
Dors empujó a Seldon y éste se acercó a un banco en el que había dos asientos contiguos vacíos. Dors entró detrás de él (los hombres pasaban siempre delante, observó).
–Deja de estudiar a la humanidad -le advirtió Dors en un murmullo-. Fíjate en lo que te rodea.
–Lo intentaré.
–Por ejemplo… -dijo ella, señalando un espacio liso en el respaldo del banco, directamente delante de ellos. Tan pronto como el vehículo empezó a moverse, aparecieron palabras iluminadas, indicando la próxima parada y las estructuras o cruces cercanos.
–Ahora es probable que esto nos diga el trasbordo que necesitamos. Por lo menos, el Sector no es bárbaro del todo.
–Estupendo -exclamó Seldon. Luego, pasado un momento, se inclinó hacia Dors y murmuró-: Nadie nos mira. Parece que los límites artificiales están para proteger la intimidad individual en los lugares abarrotados. ¿Te has dado cuenta?
–Siempre lo he dado por sensato. Si esto va a ser una regla de tu psicohistoria, no creo que nadie se impresione.
Como Dors había supuesto, la placa direccional que había frente a ellos anunció, poco después, que se acercaban al punto de trasbordo para cambiar a la línea directa que los llevaría al
Sacratorium
.
Se apearon y también tuvieron que esperar. Varios gravi-buses ya habían dejado la intersección, pero otro gravi-bus se acercaba. Estaban en un trayecto bien comunicado, lo que no era sorprendente; el
Sacratorium
tenía que ser el centro neurálgico del Sector. Subieron al gravi-bus, y Seldon murmuró:
–¿No pagamos?
–Según el folleto, el transporte público es un servicio gratuito.
Seldon sacó el labio inferior.
–¡Qué civilizados! Supongo que todo funciona sin tropiezos, no son atrasados, ni bárbaros, ni nada.
Pero Dors le tocó con disimulo.
–Tu regla ha fallado -musitó-. Estamos siendo observados. El hombre, a tu derecha.
Los ojos de Seldon realizaron un movimiento fugaz. El hombre que se sentaba a su derecha era algo flaco y parecía bastante viejo. Tenía los ojos oscuros y la tez morena. Seldon estaba seguro de que si no lo hubieran depilado, su cabello habría sido negro.
Volvió a mirar ante sí, pensando. Aquel Hermano le resultaba algo atípico. Los pocos Hermanos en los que se había fijado eran bastante altos, de tez clara y ojos azules o grises. Desde luego, tampoco había visto tantos como para hacerse una idea general.
Notó un ligero roce en la manga derecha de su
kirtle
. Seldon se volvió, indeciso, y se encontró con una cartulina en la que estaba escrito: ¡CUIDADO, MIEMBRO DE TRIBU!
Seldon se sobresaltó y, en un gesto automático, se llevó la mano al cubrecabeza. El hombre sentado a su lado moduló en silencio: «Pelo».
La mano de Seldon lo localizó, unas pocas hebras sobre la sien. En un momento u otro del recorrido, debió habérsele desplazado el cubrecabeza. Tan rápida y disimuladamente como pudo, se lo encasquetó mejor y, simulando pasarse la mano por la cabeza, se aseguró de que estaba bien sujeto. Entonces, se volvió a su vecino de la derecha e inclinó imperceptiblemente la cabeza.
–Gracias -murmuró.
El otro le sonrió.
–¿Vais al
Sacratorium
? – preguntó en voz normal.
–En efecto -asintió Seldon.
–Era fácil adivinarlo. Yo también. ¿Bajamos juntos? – su sonrisa era amistosa.
–Estoy con mi…, mi…
–Tu mujer. Claro. ¿Vamos los tres juntos?
Seldon no sabía cómo reaccionar. Un vistazo en la otra dirección le mostró a Dors con los ojos fijos ante ella. Estaba demostrando que no se interesaba por la conversación masculina…, la actitud apropiada de una Hermana. No obstante, Seldon notó una leve presión en la rodilla que supuso (quizá sin demasiada justificación) quería decir: «Está bien».
En cualquier caso, su natural sentido de la cortesía le llevó a decir:
–Sí, por supuesto.
No hubo más conversación hasta que la placa direccional les indicó que estaban llegando al
Sacratorium
y el amigo mycogenio de Seldon se puso en pie para salir.
El gravi-bus dio un amplio giro por el perímetro de la explanada del
Sacratorium
y, cuando se detuvo, hubo un éxodo general con los hombres pasando delante de las mujeres para bajar primero. Ellas los siguieron.
–Es un poco pronto para almorzar…, amigos míos -anunció la voz del mycogenio, algo cascada por los años pero alegre-, pero os doy mi palabra de que dentro de poco todo estará lleno. ¿Queréis que compremos algo, ahora, y lo comamos ahí fuera? Estoy muy familiarizado con este lugar y conozco un buen sitio.
Seldon se preguntó si no sería una trampa para inducir a inocentes miembros de tribu a embarcarse en algo improcedente o costoso, mas, aun así, decidió arriesgarse.
–Eres muy amable. Nosotros no estamos familiarizados con el lugar, y nos encantará seguir tus consejos.
Compraron el almuerzo, bocadillos y una bebida que parecía leche, en un puesto al aire libre. Como el día era precioso y ellos eran visitantes, dijo el viejo mycogenio, se acercarían a la explanada del
Sacratorium
y comerían al aire libre, para que se familiarizaran mejor con lo que les rodeaba.
Durante el trayecto, llevando el almuerzo, Seldon observó que, en pequeña escala, el
Sacratorium
se parecía al Palacio Imperial, y que el terreno en que se asentaba era casi idéntico, en miniatura, al que rodeaba el Palacio Imperial. Le costaba creer que los mycogenios admiraran las instituciones Imperiales, o quizá, las odiaban y despreciaban de verdad, mas la atracción cultural no podía evitarse.
–Es precioso -exclamó el mycogenio claramente orgulloso.
–Sí -afirmó Seldon-. ¡Y cómo brilla a la luz del día!
–El terreno que lo rodea imita el parque gubernamental de nuestro Mundo del Amanecer…, en miniatura, claro.
–¿Has visto alguna vez el parque donde se levanta el Palacio Imperial? – preguntó Seldon, cauteloso.
El mycogenio captó la intención de la pregunta y no pareció molestarle.
–Ellos copiaron lo mejor que supieron el Mundo del Amanecer -comentó.
Seldon lo puso muy en duda, pero se calló. Habían llegado a un asiento semicircular de piedra blanca, que brillaba a la luz lo mismo que el
Sacratorium
.
–Bien -dijo el mycogenio mientras sus oscuros ojos relucían de placer-. Nadie ha cogido mi sitio. Lo llamo mi sitio porque se trata de mi lugar favorito. Proporciona una vista magnífica de la pared lateral del
Sacratorium
, más allá de los árboles. Siéntate, por favor, te lo aseguro. Y tu compañera. Ella es bienvenida al asiento, también. Pertenece a la tribu, lo sé, y sus costumbres son diferentes. Ella puede…, puede hablar si lo desea
Dors le dirigió una mirada penetrante y se sentó.