–¿Dan un nombre a su propio mundo, ese mundo que parece preocuparles por encima de todo? – preguntó Dors-. Si no lo llaman Tierra, ¿cómo lo llaman?
–«El mundo» o «el planeta», como es de suponer. A veces le llaman el «Viejo» o «El Mundo del Amanecer», que tiene un significado poético, me figuro, pero que no está claro para mí. Pienso que uno debería leer el libro de cabo a rabo; así, algunas cosas tendrían más sentido. – Contempló con cierta repugnancia el libro que tenía en las manos-. Aunque hacerlo me llevaría mucho tiempo y no estoy seguro de que, al final, me sirviera de algo.
–Lo siento de verdad, Hari. Pareces tan decepcionado.
–Porque me siento decepcionado. La culpa es mía. Si no me hubiera hecho tantas ilusiones… Ahora recuerdo que, en un momento dado, se referían a su mundo como a «Aurora».
–¿Aurora? – repitió Dors, enarcando las cejas.
–Parece un nombre propio. Sin embargo, por lo que he visto, tampoco parece tener sentido. ¿Te dice algo?
–Aurora -murmuró Dors pensando en ello con el ceño fruncido-. No puedo decir que haya oído algo sobre un planeta de este nombre en el curso de la historia del Imperio Galáctico, o durante el período de su crecimiento, pero tampoco pretendo conocer el nombre de cada uno de los veinticinco millones de mundos. Podríamos mirarlo en la biblioteca de la Universidad…, si alguna vez regresamos a Streeling. Es inútil buscar una biblioteca aquí, en Mycogen. No sé por qué, tengo la impresión de que todos sus conocimientos se encierran en el
Libro
. Si algo no está en él, no les interesa.
Seldon bostezó.
–Creo que tienes razón. En todo caso, es inútil seguir leyendo, dudo que pueda mantener los ojos abiertos por más tiempo. ¿Te parece bien que apague la luz?
–Te lo agradeceré, Hari. Y levantémonos un poco más tarde mañana.
Y a oscuras, Seldon dijo a media voz:
–Claro que parte de lo que se dice en él es ridículo. Por ejemplo, habla de que, en su mundo, la duración de la vida es de entre tres y cuatro siglos.
–¿Siglos?
–Sí, cuentan su edad por décadas más que por años. Y eso te produce una curiosa sensación porque mucho de lo que dicen es tan normal que cuando hablan de algo que parece fuera de lo normal, te encuentras casi obligado a creerlo.
–Si sientes que estás empezando a creerlo, entonces, deberías darte cuenta de que muchas leyendas de orígenes primitivos suponen largas vidas para los primeros caudillos. Si los presentan como increíblemente heroicos, parece natural que la duración de sus vidas sea también excepcional.
–¿Lo crees así? – preguntó Seldon, con un nuevo bostezo.
–Sí. Y el remedio para la excesiva credibilidad es dormirse y dejar el análisis del caso para el día siguiente.
Y Seldon, parándose sólo el tiempo preciso para pensar que una larga vida podía ser una simple necesidad para cualquiera que tratara de entender a la gente de una Galaxia se quedó dormido.
A la mañana siguiente, Hari se sentía relajado, refrescado y dispuesto a empezar su estudio del
Libro
.
–¿Qué edad crees que tienen las hermanas Gota de Lluvia? – preguntó a Dors.
–No lo sé. ¿Veinte…, veintidós?
–Bien, supón que viven tres o cuatro siglos…
–Hari. Eso es ridículo.
–He dicho supón. En matemáticas decimos supón todo el tiempo, y vemos si podemos terminar con algo manifiestamente incierto o contradictorio. Una extensa duración de vida significaría, casi con toda seguridad, un extenso período de desarrollo. Podían parecer en la veintena y estar en los sesenta en realidad.
–Puedes intentar preguntarles qué edad tienen.
–Debemos contar con que mentirán.
–Comprueba sus certificados de nacimiento.
Seldon esbozó una sonrisa torcida.
–Te apuesto lo que quieras (un revolcón en la hierba, si te parece) a que asegurarán que no guardan los certificados o, si lo hacen, insistirán en que los certificados no están disponibles para los tribales.
–No apuesto -dijo Dors-. Y si es cierto, entonces, sería inútil intentar suponer nada sobre su edad.
–Oh, no. Míralo de esta forma. Si los mycogenios viven largas vidas, que equivalen a cuatro o cinco veces las de los seres humanos corrientes, no pueden dar a luz demasiados niños sin aumentar en exceso la población. Recuerda que Amo del Sol dijo algo sobre la no expansión de la población y, de inmediato, cortó furioso su comentario.
–¿Qué ibas a decirme?
–Cuando estuve con Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, no vi ningún niño.
–¿En las microgranjas?
–Sí.
–¿Contabas con ver niños allí? Yo estuve con Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco en tiendas y en niveles residenciales; te aseguro que vi infinidad de niños de todas las edades, incluso bebés. Y bastantes por cierto.
–¡Oh! – Seldon pareció alicaído-. Entonces, esto significaría que la duración de sus vidas no puede ser extensa.
–Siguiendo tu forma de razonar, yo diría que no. ¿Creíste de veras que era así?
–Bueno, en realidad, no. Pero tampoco puedes obsesionarte con ello sin comprobar otras alternativas.
–Pero así puedes perder mucho tiempo también, si no dejas de rebuscar en lo que, a primera vista, nos parece ridículo.
–Hay cosas que lo parecen y no lo son. Bueno, basta. Esto me recuerda que eres historiadora. ¿Has tropezado, en tu trabajo, alguna vez con objetos o fenómenos llamados «robots»?
–¡Vaya! Ahora te pasas a otra leyenda, y muy popular, por cierto. Hay varios mundos que imaginan la existencia de máquinas con forma humana, en tiempos prehistóricos. Eran llamadas «robots».
»Las historias sobre «robots» tienen su origen en una leyenda principal, porque el tema general es el mismo. Los robots fueron inventados, luego crecieron en número y en habilidades hasta alcanzar el status de casi sobrehumanos. Amenazaban a la Humanidad y fueron destruidos. En cada uno de los casos, la destrucción tuvo lugar antes de la existencia de los verdaderos archivos históricos de que disponemos hoy en día. La idea general que tienen de la historia es una imagen simbólica de los riesgos y peligros de explorar la Galaxia cuando los seres humanos se extendieron fuera del mundo o mundos que fueron sus hogares originales. Siempre debió existir el miedo de encontrarse con otras, y superiores, inteligencias.
–Quizás ocurrió una vez por lo menos y eso dio pie a la leyenda.
–Excepto que en ningún mundo ocupado por humanos quedan datos o huellas de cualquier inteligencia prehumana o inhumana.
–Pero, ¿por qué «robots»? ¿Acaso tiene la palabra algún significado?
–No, que yo sepa. Aunque sé que equivale a la ya conocida de «autómatas».
–¿Autómatas? ¡Vaya!, ¿por qué no lo dicen?
–Porque la gente utiliza términos arcaicos para darle más color cuando se trata de una antigua leyenda. A propósito, ¿a qué vienen tantas preguntas?
–Porque en este viejo libro de Mycogen hablan de robots, y muy favorablemente, por cierto… Oye, Dors, ¿vas a salir otra vez con Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco esta tarde?
–Lo supongo…, si aparece.
–Querrías hacerle unas preguntas y tratar de sonsacarle las respuestas?
–Puedo probar. ¿Qué preguntas son?
–Me gustaría averiguar, con la mayor discreción posible, si hay en Mycogen alguna estructura especialmente significativa, que tenga relación con el pasado, o posea cierto valor mítico que pueda…
Dors le interrumpió, esforzándose por no sonreír.
–Pienso que lo que estás tratando de preguntar es si hay algún templo en Mycogen.
E inevitablemente, Seldon pareció asombrarse.
–¿Qué es un templo? – preguntó.
–Otro término arcaico de origen incierto. Quiere decir todo lo que me has estado preguntando: significado, pasado, mito. De acuerdo, se lo preguntaré. Sin embargo, es el tipo de cosa que ellos pueden encontrar difícil explicarles… a los tribales, por supuesto
–No obstante, inténtalo.
Aurora. – … Un mundo mítico, supuestamente habitado en tiempos primitivos, durante el amanecer de los viajes interestelares. Para algunos, es el igualmente mítico «mundo de origen» de la Humanidad, por otro nombre, «Tierra». Los habitantes de Mycogen (q.v.), Sector del antiguo Trantor, se decían descendientes de los habitantes de Aurora y hacían de ello el credo de su sistema de creencias, sobre las cuales no se sabe casi nada…
Enciclopedia Galáctica
Las Hermanas Gotas de Lluvia llegaron a media mañana. Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco parecía tan contenta como siempre, pero Gota de Lluvia Cuarenta y Tres se quedó en la puerta, con aspecto cansado y circunspecto. Mantuvo los ojos bajos y no dirigió ni una sola mirada a Seldon.
Éste, desconcertado, hizo una señal a Dors, quien habló con un tono de voz decidido y animado.
–Un momento. Hermanas -dijo-. Debo dar instrucciones a mi hombre o no sabrá qué hacer durante todo el día.
Ambos pasaron al cuarto de baño.
–¿Ocurre algo? – murmuró Dors.
–Sí. Gota de Lluvia Cuarenta y Tres está claramente destrozada. Por favor, dile que le devolveré el libro tan pronto como pueda.
Dors dedicó una larga mirada sorprendida a Seldon.
–Hari, eres una persona encantadora y considerada, pero no tienes ni el sentido común de una ameba. Si se me ocurre mencionar el libro a la pobre mujer, se dará cuenta de que me lo has contado todo y, entonces, sí que quedará realmente destrozada. Lo único que puedo hacer es tratarla exactamente como siempre.
–Supongo que tienes razón -asintió Seldon, abrumado.
Dors regresó a tiempo para la cena y se encontró con Seldon en su camastro, todavía hojeando el libro, pero con intensificada impaciencia. Cuando ella entró, la miró con enfado.
–Si vamos a quedarnos aquí por más tiempo -comentó enfurruñado-, necesitaremos un sistema para comunicarnos de un modo u otro. No tenía idea de cuándo volverías y estaba un poco preocupado.
–Pues, ya me tienes aquí -repuso Dors, al tiempo que se quitaba el gorro y lo miraba con asco-. Me encanta tu preocupación por mí. Pensé que estarías tan enfrascado en tu libro, que ni siquiera te darías cuenta de que yo había salido.
Seldon emitió un gruñido.
–En cuanto a sistemas de comunicación -continuó Dors-, dudo que no cueste trabajo conseguirlos en Mycogen. Significaría facilitar la comunicación con las tribus exteriores y sospecho que los dirigentes de Mycogen están determinados a cortar cualquier posible acción recíproca con el gran más allá.
–Sí -admitió Seldon apartando el libro-. Es de suponer, por lo que veo en el
Libro
. ¿Has descubierto algo sobre lo que tú llamas… el templo?
–Sí -respondió ella mientras iba arrancándose las tiras que le cubrían las cejas-. Existe. Hay cierto número de ellos repartidos por el Sector, y un edificio central que parece ser el principal… ¿Quieres creer que una mujer se fijó en mis pestañas y me dijo que no debería dejarme ver en público? Tengo la impresión de que se proponía denunciarme por exposición indecente.
–¿Qué importa eso? – exclamó Seldon, impaciente-. ¿Sabes dónde está situado el templo central?
–Tengo la dirección, pero Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco me advirtió que las mujeres no están autorizadas a entrar, excepto en ocasiones especiales, ninguna de las cuales está al caer. Se llama el
Sacratorium
.
–¿El qué?
–El
Sacratorium
.
–¡Qué palabra tan fea! ¿Qué significa?
Dors movió la cabeza negativamente
–Es nueva para mí. Y ninguna de las Gotas de Lluvia conocía el significado. Para ellas,
Sacratorium
es como se llama al edificio. Lo que es. Preguntarles por qué lo nombran así era como preguntarles por qué una pared se llama pared.
–¿Hay algo que sepan acerca de él?
–Por supuesto, Hari. Saben para qué sirve. Es un lugar dedicado a algo más que a la vida en Mycogen. Está dedicado a otro mundo, un mundo anterior y mejor.
–El mundo donde antes vivían, quieres decir.
–Exactamente. Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco casi me lo dijo, pero no del todo. No se atrevía a pronunciar palabra.
–¿Aurora?
–Ésa es la palabra, pero sospecho que si la pronunciaras en voz alta ante un grupo de mycogenios, se horrorizarían y escandalizarían. Cuando Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco dijo: «El
Sacratorium
está dedicado a…», calló de repente y escribió con el dedo, cuidadosamente, en la palma de la mano, las letras, una a una. Estaba tan ruborizada que parecía hacer algo obsceno con su gesto.
–¡Qué extraño! Si el
Libro
es una guía exacta, Aurora es su recuerdo más preciado, su punto principal de unificación, el centro alrededor del cual todo Mycogen gira. ¿Por qué iba a considerarse una obscenidad el mencionarlo. ¿Estás segura de haber interpretado bien lo que la Hermana quería decir?
–Por completo. Y quizá no sea un misterio. Hablar demasiado sobre ese tema podría hacer que llegara a oídos de las tribus. La mejor forma de mantenerlo secreto es hacer que su mención sea tabú.
–¿Tabú?
–Sí. Se trata de un término antropológico especializado. Es una referencia a una presión social, seria y efectiva, para la prohibición de alguna acción. El hecho de que las mujeres no estén autorizadas a entrar en el
Sacratorium
tiene, probablemente, la fuerza de un tabú. Estoy segura de que una Hermana se mostraría horrorizada si se le sugiriera invadir el recinto.
–Y los detalles conseguidos para que yo pueda llegar solo al
Sacratorium
, ¿son de fiar?
–En primer lugar, Hari, no vas a ir solo. Yo te acompañaré. Creo haber discutido ya el asunto contigo y haber expuesto con toda claridad que no puedo protegerte a distancia…, ni de las tormentas de nieve, ni de las mujeres salvajes. En segundo lugar, no es práctico pensar en ir andando como si nada. Puede que Mycogen sea un Sector pequeño, si se lo compara con otros sectores, pero tampoco es tan pequeño.
–Un expreso, pues.
–En Mycogen no hay expresos que crucen el territorio. Esto favorecería el contacto entre mycogenios y tribus. Pero hay transportes públicos del tipo que se encuentran en planetas más pequeños, menos desarrollados. Y, en realidad, eso es Mycogen, un trozo de planeta subdesarrollado, incrustado como una espina en el cuerpo de Trantor que, por otra parte, es un conjunto de sociedades evolucionadas pegadas unas a otras. Hari, termina el libro de una vez. Es obvio que Gota de Lluvia Cuarenta y Tres corre peligro mientras tú lo tengas y lo correrá más si lo descubren.