Preludio a la fundación (45 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Preludio a la fundación
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–Nada de navaja -contestó Dors-. Nos dejas en casa sanos y salvos, y te daré cinco créditos.

–No puedo comprarme una navaja con cinco créditos -protestó.

–No tendrás ninguna otra cosa que no sean cinco créditos -aseguró Dors.

–Es usted una dama roña, señora -dijo Raych.

–Soy una dama roña con navaja rápida, Raych, así que, andando.

–Está bien. No s’acalore. – Y Raych agitó la mano-. Por aquí.

Fue cuando, al regresar por los pasadizos vacíos, Dors, mirando a uno y otro lado, se detuvo en seco.

–Espera, Raych. Alguien nos sigue.

Raych pareció exasperado.

–No tenía que haberles oído.

Seldon inclinó la cabeza a un lado y escuchó.

–Yo no oigo nada.

–Yo, sí -afirmó Dors-. Óyeme, Raych, no quiero tonterías. Dime ahora mismo lo que está sucediendo, o te sacudiré tan fuerte en la cabeza, que estarás una semana sin poder ver. Y lo digo en serio.

Raych alzó un brazo como para defenderse.

–A ver si es capaz, asquerosa señora. A ver si se atreve… Son los tíos de Davan. Cuidan de nosotros por si apareciera algún navajero.

–¿Los tíos de Davan?

–Sí. Nos siguen por los pasadizos de servicio.

La mano derecha de Dors saltó inesperadamente y agarró a Raych por el cuello de su vestimenta. Lo alzó y él, pataleando, empezó a gritar:

–¡Eh, señora, eh!

–Dors, no te ensañes con él -medió Seldon.

–Lo haré, y con dureza, si descubro que miente. Estás a mi cargo, Hari, y no al de él.

–No miento -protestó Raych, debatiéndose-. No miento.

–Seguro que no -corroboró Seldon.

–Bueno, ya veremos, Raych, diles que salgan para que podamos verles.

Le soltó y se frotó las manos.

–¡Usted está chalá, señora! – murmuró Raych, ofendido. Luego, alzando la voz-: ¡Eh, Davan! ¡Que salga alguno de vosotros!

Hubo un tiempo de espera y después, de una abertura oscura en el corredor, dos bigotudos aparecieron, uno de ellos con una cicatriz que le partía la mejilla. Llevaban sendas navajas en la mano, con la hoja escondida.

–¿Cuántos de ustedes andan por ahí? – preguntó Dors con voz dura.

–Varios -respondió uno de los recién aparecidos-. Tenemos órdenes. Les escoltamos a ustedes. Davan los quiere a salvo.

–Gracias. Procuren hacer menos ruido. Raych, sigue andando.

–Me ha maltratado y yo le decía la verdad -masculló el muchacho entre dientes.

–Tienes razón -dijo Dors-. Al menos, creo que tienes razón…, y te pido perdón por ello.

–No sé si aceptarlo -comentó Raych haciéndose el hombre-. Pero, está bien, por esta vez… -Y emprendió la marcha.

Cuando llegaron a la avenida, los invisibles guardianes desaparecieron. O, por lo menos, el fino oído de Dors no los percibía. Pero, claro, ellos estaban entrando en la parte respetable del Sector.

–Me parece que no tenemos nada que te siente bien, Raych -murmuró Dors, pensativa.

–¿Por qué quieren que su ropa me siente bien, señora? – (Aparentemente, la respetabilidad parecía invadir a Raych, una vez fuera de los pasadizos)-. Ya tengo la mía.

–Pensé que te gustaría venir a nuestra casa y darte un baño.

–¿Pa qué? Ya me lavaré uno de estos días. Y me pondré la otra camisa… -Observó a Dors con mirada astuta-. Le pesa haberme sacudido y trata de hacer las paces, ¿eh?

–Sí. Más o menos -sonrió Dors.

Raych hizo un ademán majestuoso con la mano.

–Déjelo. No me ha hecho daño. Oiga, usted es fuerte para ser una mujer. ¡Me levantó como si nada!

–Estaba enfadada, Raych. Tengo que preocuparme por el doctor Seldon.

–¿Es algo así como su guardaespaldas? – Raych miró, inquisitivo, a Seldon-. ¿Tiene a una señora de guardaespaldas?

–No puedo evitarlo -contestó Seldon con sonrisa enigmática-. Insiste. Y hace bien su trabajo.

–Piénsalo bien, Raych -les interrumpió Dors-. ¿Estás seguro de no querer bañarte? Un estupendo baño caliente.

–No podría. ¿Piensa usté que aquella mujer volverá a dejarme entrar en su casa?

Dors levantó la mirada y vio a Casilia Tisalver frente a la entrada principal del complejo de apartamentos. Su mirada iba de la forastera al muchacho de los bajos fondos. Habría sido imposible decir a quién de los dos miraba con más rabia.

Raych se despidió.

–Bueno, hasta la vista, señor y señora. No sé si les dejará entrar en la casa. – Se metió las manos en los bolsillos y se alejó contoneándose, en un bello alarde de despreocupada indiferencia.

–Buenas noches, Mrs. Tisalver -saludó Seldon-. Es algo tarde, ¿verdad?

–Es muy tarde. Hoy ha habido casi un motín frente a este edificio por causa del periodista al que ustedes le azuzaron la chusma.

–Nosotros no azuzamos a nadie contra nadie -declaró Dors.

–Yo estaba allí -insistió la mujer, intransigente-. Y lo vi todo.

Se apartó a un lado para dejarles pasar, pero tardó lo suficiente en hacerlo para que ellos captaran bien su antipatía.

–Se comporta como si ésta fuera la última gota -murmuró Dors mientras ella y Seldon se dirigían a sus habitaciones.

–¡Ah! ¿Y qué podemos hacer al respecto? – preguntó Seldon.

–Me gustaría saberlo -musitó Dors.

16. Oficiales

Raych. – … Según Hari Seldon, su original encuentro con Raych fue enteramente accidental. Era un simple chaval del arroyo al que Seldon pidió una dirección. Pero su vida, a partir de aquel momento, continuó entrelazada con la del gran matemático hasta…

Enciclopedia Galáctica

77

A la mañana siguiente, Seldon, vestido de cintura para abajo, lavado y afeitado, llamó a la puerta que conducía a la alcoba de Dors.

–Abre la puerta, Dors -pidió sin alzar la voz.

Ella así lo hizo. Los rizos cortos de su cabello dorado-rojizo estaban aún mojados. También ella iba vestida sólo de cintura para abajo. Seldon dio un paso atrás, alarmado. Dors se miró los turgentes senos con indiferencia y se envolvió la cabeza con una toalla.

–¿Qué quieres?

Seldon continuó mirando hacia otro lado.

–Venía a preguntarte sobre Wye -dijo él.

–¿Sobre qué, y en relación con qué? – preguntó Dors con naturalidad-. Y, por favor, no me hagas hablarle a tu perfil. Seguro que ya no eres virgen.

–Estoy tratando de ser correcto -contestó Seldon, dolido-. Si a ti no te importa, a mi tampoco, en absoluto. Y no se trata de qué sobre qué. Quisiera que me hablaras del Sector de Wye.

–¿Por qué? O, si lo prefieres, ¿por qué precisamente de Wye?

–Mira, Dors, te hablo en serio. De tanto en tanto, el Sector de Wye es mencionado, aunque, en realidad, es mencionado el alcalde de Wye. Hummin habló de él, tú lo hiciste, Davan también. Y yo no sé absolutamente nada ni del Sector, ni del alcalde.

–Yo tampoco soy trantoriana de nacimiento, Hari. No estoy enterada de gran cosa, pero te contaré lo que sé. Wye se encuentra cerca del polo Sur… Es grande, populoso…

–¿Cómo puede ser populoso en el polo Sur?

–No estamos en Helicón, Hari, ni en Cinna. Esto es Trantor. Todo es subterráneo y, subterráneo referido a los polos o al ecuador, es más o menos lo mismo. Desde luego, supongo que la organización del día y la noche será diferente…: días largos en verano, noches largas en invierno, más o menos como sería en la superficie. La diferencia es pura afectación; están orgullosos de ser polares.

–Pero, en Arriba, la verdad, debe hacer mucho frío.

–Oh, sí. El Arriba de Wye es nieve y hielo, pero no tan espeso como podrías imaginar. Si fuese así, aplastaría las cúpulas, pero eso no ocurre y ahí radica la razón básica del poder de Wye.

Se volvió a su espejo, se quitó la toalla de la cabeza y se colocó la red secadora sobre el cabello que, a los pocos segundos, había adquirido un brillo delicioso.

–No tienes idea de lo feliz que soy no teniendo que llevar un cubrecabeza -le comentó al tiempo que se ponía la parte superior de su vestido.

–¿Qué tiene que ver el grosor de la capa de hielo con el poder de Wye?

–Piensa un poco. Cuarenta mil millones de personas gastan gran cantidad de energía y cada caloría de la misma acaba transformándose en calor, del que hay que deshacerse. Lo canalizan a los polos, en especial al polo Sur, que es el más desarrollado de los dos, y es descargado al espacio. En el proceso, gran parte del hielo se funde, y estoy segura de que eso provoca las nubes y las lluvias de Trantor, por más que quienes se dedican a la meteorología insistan en que todo es mucho más complicado que esto.

–¿Utiliza Wye dicha energía antes de descargarla?

–Puede que sí. En cambio, no tengo la menor idea sobre la tecnología empleada para deshacerse del calor, pero yo hablaba del poder político. Si Dahl dejara de producir energía utilizable, causaría un grave inconveniente a Trantor, pero hay otros Sectores que producen energía y que pueden aumentar su producción y, naturalmente, hay energía almacenada de una forma u otra. En cualquier momento, Dahl sería llamado al orden, pero habría tiempo. Por el contrario, Wye…

–¿Sí?

–Wye se desprende de por lo menos el 90 por ciento de todo el calor producido en Trantor y no puede sustituirlo. Si Wye bloqueara su emisión de calor, la temperatura empezaría a subir en todo Trantor.

–Y también en Wye.

–Ya, pero como Wye está en el polo Sur, puede organizar una entrada de aire frío. No serviría de gran cosa, pero Wye duraría más que el resto de Trantor. La cuestión es, pues, que Wye representa un problema espinoso para el Emperador y que el alcalde de Wye es, o puede llegar a ser, sumamente poderoso.

–¿Y qué clase de persona es el actual alcalde de Wye?

–No lo sé. Por lo que he oído alguna vez, parece que es muy viejo, lleva una vida de reclusión; es duro como el casco de una hipernave y todavía intriga con mucha inteligencia en pos del poder.

–¿Por qué lo hará? Si es tan viejo, no conservaría el poder durante mucho tiempo.

–Quién sabe, Hari. Me figuro que debe ser la obsesión de toda una vida. O bien es el juego de maniobrar el poder, sin verdadera ansia del poder en sí. Probablemente, si dispusiera del poder y ocupara el lugar de Demerzel o incluso el trono imperial, se sentiría decepcionado porque el juego habría terminado. Desde luego, si sigue vivo, podría empezar el juego subsiguiente de conservar el poder, lo que le resultaría lo mismo de difícil e igual de satisfactorio.

Seldon sacudió la cabeza.

–Me asombra que alguien quiera ser Emperador.

–Ninguna persona sensata lo desearía, de acuerdo, pero la «voluntad imperial», como se llama con frecuencia, es una infección que, una vez contraída, te vuelve loco. Y cuanto más cerca estás del poder, más probabilidades tienes de contagiarte. Con cada siguiente promoción…

–La enfermedad se agudiza. Sí, lo veo claro. Pero también me parece que siendo Trantor un mundo tan grande, tan interligado en sus necesidades y tan conflictivo en sus ambiciones, debe resultar el lugar más difícil de gobernar por parte del Emperador. ¿Por qué no se va de Trantor, sin más, y se establece en un mundo más simple?

Dors se echó a reír.

–No me harías semejante pregunta si conocieras la historia. Trantor ha sido y es el imperio después de millares de años de costumbre. Un emperador que no resida en el Palacio Imperial, no lo es. El Emperador es más un lugar que una persona.

Seldon se refugió en el silencio, con el rostro rígido. Pasado un buen rato, Dors le preguntó:

–¿Qué te ocurre, Hari?

–Estoy pensando -respondió él con voz ahogada-. Desde que me contaste la historia de la-mano-en-el-muslo, he tenido pensamientos fugaces que… Ahora, tu observación de que el Emperador es más un lugar que una persona, ha despertado un eco.

–¿Qué clase de eco?

Seldon movió la cabeza.

–Todavía estoy pensándolo. Puede que me equivoque. – Su mirada hacia Dors se agudizó y se fijó-. Bueno, en todo caso, deberíamos bajar a desayunar. Llegaremos tarde y no creo que la patrona esté de un humor lo bastante bueno para hacer que nos lo suban.

–¡Qué optimista! – comentó Dors-. Lo que yo pienso es que su humor no es lo bastante bueno para querer que nos quedemos…, con o sin desayuno. Nos quiere fuera de aquí.

–Puede ser, pero le estamos pagando el alquiler.

–Sí, desde luego, aunque, a pesar de eso, sospecho que nos odia de tal forma que no le importan nuestros créditos.

–Quizá su marido sienta algo más de cariño por el alquiler.

–Si puede decir una sola palabra, Hari, la única persona más sorprendida que yo, sería su mujer. Está bien, ya he terminado.

Y bajaron la escalera hacia la sección Tisalver del apartamento para encontrarse con una señora que les esperaba con bastante menos que un desayuno…, y, también, considerablemente más.

78

Casilia Tisalver esperaba tiesa como un palo, con los ojos centelleantes y una sonrisa de circunstancias en su rostro redondo. Su marido se reclinaba, indolente, contra la pared. En el centro de la habitación, había dos hombres de pie, envarados, como si hubieran visto los almohadones en el suelo y los despreciaran.

Ambos tenían el cabello oscuro y rizado y el frondoso bigote que se esperaba de los dahlitas. Los dos eran delgados y vestían ropas oscuras, tan semejantes entre sí, que debían ser sus uniformes. Por los hombros y en los lados de los pantalones, había un ribete blanco. Ambos llevaban sendas insignias sobre el lado derecho de su pecho (una oscura nave espacial y el Sol, el símbolo del Imperio Galáctico de cada mundo habitado de la Galaxia con una oscura «D» en el centro del Sol).

Seldon comprendió al instante que aquellos eran dos miembros de las Fuerzas de Seguridad dahlitas.

–¿Qué es todo esto? – preguntó Seldon con acritud.

Uno de los hombres dio un paso adelante.

–Soy un oficial de Sector, Lanel Russ. Éste es mi compañero, Gebore Astinwald.

Ambos presentaban brillantes tarjetas holográficas de identificación. Seldon no se molestó en mirarlas.

–¿Qué es lo que desean?

–¿Es usted Hari Seldon, de Helicón? – preguntó el llamado Russ, con calma.

–Sí.

–¿Y usted Dors Venabili, de Cinna?

–Sí -contestó Dors.

–Estoy aquí para investigar una queja de que un tal Hari Seldon provocó un tumulto en el día de ayer.

–No hice tal cosa.

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