Por sendas estrelladas (17 page)

Read Por sendas estrelladas Online

Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Por sendas estrelladas
10.86Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ellen sonrió dulcemente.

—Me gusta esa historia, querido; pero no porque resulte divertida, aunque creo que lo es. Me gusta porque la has vivido tú y yo te quiero a ti y cuanto contigo se relaciona. Sólo estuviste equivocado en una cosa.

—¿Qué cosa?

—Tenemos que conseguir una propulsión interestelar. Eso va dentro de ti y la gente te quiere. Incluso está también dentro de mi misma ahora que he captado ese sueño de ti. Está en Klockerman, en Rory y casi en todos los que trabajan en los cohetes. Incluso en M’bassi.

—¿M’bassi? —Tuve que aparecer aturdido frente Ellen—. El no es un loco de las estrellas. Es un místico.

Ella volvió a sonreír.

—Tal vez nunca le hayas preguntado respecto a que él es un místico. Inténtalo la próxima vez que lo veas.

Se produjo entonces una ligera llamada en la puerta de la habitación y el doctor Grundleman entró.

—Sólo un minuto más —dijo—. Creo que ya se lo advertí lo bastante.

Y salió de la estancia cerrando la puerta.

—Max, querido, ¿quieres prometerme algo?

—Lo que me pidas.

—Si muero… sabemos que no será así; pero pongámonos en el caso de que ocurra, prométeme que no volverás a caer en la desesperación y que no volverás a beber.

—Te lo prometo.

La puerta volvió a abrirse; pero esta vez no era el médico, sino una enfermera y un asistente. Este me dijo:

—Lo lamento; pero tiene que salir, señor. Vamos a preparar a la paciente.

A prepararla, a afeitarle aquellos maravillosos cabellos castaños tan bellos sobre la blanca almohada. Me incliné, sobre ella, y le besé los cabellos y después los labios.

* * *

El doctor Grundleman se me aproximó en la sala de espera de la clínica.

—La están llevando al quirófano ahora, Mr. Andrews. El doctor Weissachs está dispuesto para intervenir. Pero la enferma puede permanecer en la mesa de operaciones por bastante tiempo y usted no estará en condiciones de esperar así veinticuatro horas después de la operación, e incluso más. Creo que estará mejor en el hotel. Yo le telefonearé tan pronto como…

—Esperaré —repuse con firmeza.

Y así lo hice.

Deseé haber sabido rezar. De todos modos creo que con mi espíritu me dirigí a Dios para decirle:
Dios, no creo que existas, y creo que si así fuese, Tú eres una entidad impersonal. Si Tú sabes cuándo cae un gorrión del tejado de una casa, no haces nada para evitarlo, aunque te lo pidamos o de otra forma; y si estoy en un error, lo lamento. Pero en el caso de que esté equivocado, yo Te ruego…

* * *

Por lo que me parecieron años más tarde, volvió Grundleman. Aparecía sonriente. Gracias a Dios; sonreía.

—Ha sido una maravillosa operación —me dijo—. Weissach ha hecho uno de sus milagros de cirugía. Creo que vivirá.

Me quedé mirándole fijamente.

—¡Cree usted que vivirá! Una maravillosa operación; pero usted sólo piensa que podrá vivir…

El médico dejó de sonreír.

—Sí, ella tiene ahora mejores posibilidades que hace unos días. Pero no estará totalmente fuera de peligro, hasta pasados tres o cuatro días.

«Jesús —pensé—, ¿cuáles habrían sido sus posibilidades antes de ser operada? ¿Cuáles habrían sido, mientras yo hablaba con ella hacía sólo dos horas y media antes? ¿Qué es lo que un médico quiere decir cuando expresa que un paciente tiene unas probabilidades excelentes de vivir? ¿Sería una entre ciento o entre un millar?»

—¿Podré verla mañana? —pregunté ansiosamente.

—Es posible. Es demasiado pronto para que pueda prometérselo ahora mismo. Llámeme por teléfono mañana en la mañana.

—Le llamaré a usted desde cualquier parte en que me encuentre, para que sepa dónde encontrarme.

El doctor Grundleman se limitó a aprobar con un silencioso gesto de cabeza.

* * *

Cuando llegué a mi habitación del hotel, me di cuenta de lo fatigado que estaba. Apenas si había dormido la noche anterior y la angustia y la preocupación, de todos es sabido, que fatigan mucho más que el esfuerzo físico.

Antes de dormirme, llamé al aeropuerto y hablé con la persona responsable a quien dejé en servicio durante mi ausencia, para darle instrucciones, en el sentido de que posiblemente estaría fuera una semana. Igualmente tomó nota de dónde podía encontrarme en cualquier momento de ocurrir alguna emergencia o de necesitar cualquier consejo. Llamé también al hospital para dejar mis señas y después traté de dormir. Pero lo hice muy mal, el más pequeño ruido del exterior me despertaba en el acto, porque subconscientemente tenía el oído puesto en el teléfono, esperando de todas formas que nadie llamase.

Nadie llamó.

Pero aunque fue una especie de duermevela, el pequeño descanso hizo que me sintiera mejor y por la mañana me sentí más reconfortado. Y con un apetito de lobo, porque me di cuenta de que se me había olvidado comer en todo el día anterior.

Llamé al hospital y me informaron de que Ellen había pasado una noche tranquila y que estaba bien. Grundleman no había llegado todavía, por lo que no pude solicitar permiso para visitar a Ellen. Dejé el recado de que tuvieran la amabilidad de avisarme en cuanto llegase.

Llamé al servicio del hotel y ordené un desayuno triple que me fui tomando sin apartarme del teléfono. Me lo tomé todo.

Grundleman llamó a las nueve en punto. Me dijo que Ellen estaba «descansando muy bien.»

—¿Es eso algo de doble sentido o significa que las probabilidades son mayores, doctor? —le dije.

—Son mucho mejores. Lo son definitivamente, ahora.

—¿Podré verla esta tarde?

—Posiblemente. ¿Quiere llamarme a la una? Puede usted permanecer en su habitación y en todo caso, yo le avisaría.

—Haré ambas cosas —repuse—. Estaré aquí si usted tiene la bondad de avisarme y le telefonearé a la una, si no he tenido noticias suyas con anterioridad.

Tenía el convencimiento de que no me llamaría tan pronto, por lo que pensé que tendría tiempo de localizar a Klockerman en África a quien podría poner una conferencia telefónica con tiempo suficiente. Yo sabía que Klocky desearía estar al corriente del estado de salud de Ellen, y pensé que lo mejor sería decírselo inmediatamente y decirle además cómo iban las cosas y darle cuenta de mi desplazamiento. Incluso es posible que deseara volver por cohete enseguida si consideraba que la persona a quien yo había dejado en mi puesto en Los Ángeles, no supiese llevar las cosas en debida forma.

Sabía que estaba en Johannesburg y le dije a la operadora que intentase localizarle, llamando a la Embajada. Así lo hizo y veinte minutos más tarde, ya estaba telefoneando con él, contándole lo sucedido.

—Gracias a Dios —dijo Klockerman, una vez le informé del estado de Ellen—. ¿Así existen posibilidades de que se salve?

—Definitivamente. Pero, ¿qué me dices respecto al trabajo? Dejé a Gresham al frente del aeropuerto. ¿Crees que lo hará bien?

—Sí, no te preocupes por eso. No voy a volver por esa causa. Lo que te pido es que me tengas al corriente sobre Ellen. Llámame de nuevo si algo ocurre y en especial cuando realmente se encuentre fuera de peligro. ¿Cómo van las cosas respecto al Proyecto Júpiter? Sé que todo ha ido bien hasta ahora, aquí tenemos las noticias al día. Pero me refiero a tu posición en el Proyecto. ¿Va todo bien?

Le dije que sí y le expliqué de qué forma se había sacrificado Ellen al retener su operación cerebral, hasta dejar todas las cosas arregladas en mi favor.

—Es una mujer maravillosa, Max —me dijo.

Como si me dijese algo que no supiera.

* * *

Grundleman me ganó por la mano. Había estado esperando junto al teléfono, esperando la hora de llamarle; pero mi teléfono sonó tres minutos antes.

—Se encuentra bien y ahora está despierta, Mr. Andrews. Puede usted visitarla una media hora cuando venga. Pero le ruego que se detenga primero en mi despacho. Deseo hablar con usted.

—Ya lo está haciendo ahora, doctor. Dígame lo que sea y ahórreme esa angustiosa espera hasta entonces. ¿Hay algo que vaya mal?

—No exactamente. Físicamente está bien, considerando la clase de operación sufrida y que sólo han transcurrido menos de veinticuatro horas. Pero hay algo que no va bien en su moral. Por alguna razón se siente deprimida y pesimista, mucho más que antes de la operación, y bien sabe Dios que había motivo para ello. Por eso es por lo que sólo puedo permitirle media hora de visita nada más. Quiero que la anime, que la diga que yo le he dicho a usted que la operación ha sido un completo éxito y que ha pasado todo el peligro. Ya se lo he dicho a ella por mí mismo; pero creo que no me cree a mí del todo.

—Se lo diré, doctor. Pero, ¿está realmente fuera de peligro?

—Casi.

—No sé lo que significa ese casi. Por favor, dígamelo en cifras.

—Bien, creo que tiene tres posibilidades entre cuatro, por el momento.

—Está bien, gracias doctor. Ese es el lenguaje que yo comprendo mejor. Por mi parte haré lo posible por animarla. Sólo que tengo una sugerencia que quiero que usted considere.

—¿De qué se trata?

—De que usted me permita decirle la verdad. Si yo trato de engañarla como usted hizo, ella lo conocerá con toda seguridad, mejor que si se le miente. Permítame decirle francamente que tiene tres posibilidades entre cuatro de salir de esto. Creo que es mucho mejor para ella, que cualquier piadosa mentira que pueda decírsele.

—Humm… tal vez tenga razón. Pero creo que debería decirle que tiene nueve posibilidades entre diez.

—La verdad, o nada. Ella sabrá si yo estoy exagerando las cosas.

—Está bien, dígale la verdad. Pero recuerde, procure no excitarla desde ningún punto de vista cuando esté con ella, ni usted tampoco se excite por nada. Esto es demasiado importante. Si desea besarla, hágalo con suavidad y ternura, no permitiendo que mueva la cabeza. Ella ya lo sabe.

* * *

Donde habían estado aquellos hermosos cabellos castaños, ahora había unos espesos vendajes. Pero me sonrió dulcemente.

—Espero que no te hayas preocupado mucho, querido.

—Sí que me has preocupado mucho; pero no tienes que pensar en esto. ¿Qué tal te encuentras? ¿Sientes algún dolor?

—No siento dolores; pero sí terriblemente débil. Creo que deberías hablarme mucho.

Aproximé la silla a su cama.

—Está bien, cariño. ¿De qué te hablo?

—En primer lugar, ¿te han dicho qué posibilidades tengo ahora de sobrevivir y curarme?

—Sí. —Y le conté la conversación sostenida con Grundleman por teléfono.

Sus ojos resplandecieron un poco.

—Es estupendo, Max. Sí, tú tenías razón. Es mucho mejor conocer las posibilidades reales que existen, que andar especulando a ciegas. Tres posibilidades entre cuatro… es francamente más de lo que me había imaginado. Ahora que conozco la verdad, creo sentirme mucho mejor.

—Sabía que pensarías así, querida. Bien, ¿quieres que te hable de algo en especial?

—Acerca de ti mismo, querido. Lo que me contaste ayer sobre las máquinas de coser, me hizo comprender qué poco sabía respecto a ti, excepto que habías sido un astronauta. Cuéntame algo de ti, cuando eras un niño, antes de los diecisiete años.

—¿Cómo transcurrió tu infancia?

—Pues nada realmente importante. Nací en Chicago, como te dije, en 1940. En un piso de cuatro habitaciones que había sobre un almacén de pinturas de State Street, diez bloques al sur del Loop, que entonces era un barrio difícil. Yo fui el segundo de tres hijos; tenía una hermana dos años mayor que yo que murió hace veinte años. Y un hermano cinco más joven, Bill. Nuestro padre era un conductor de autobuses y un bebedor empedernido.

«Crecí como un chico duro, mezclado con una pandilla que solía cometer de vez en cuando pequeños delitos y alguno que no era tan pequeño. Muchos de mis compañeros de niñez, acabaron tras los barrotes de una celda en la cárcel. Creo que fue una sola cosa la que me defendió de haber seguido el mismo camino.»

«Desde el momento en que pude leer, leí todos los libros de ciencia ficción que caían en mis manos. Eran publicaciones infantiles fantásticas, como las del Superman y otras por el estilo, ¿recuerdas? Después, revistas y novelas. Aquello me parecía maravilloso. Aventuras que se sucedían en Marte y otros planetas o a través de la Galaxia e incluso de las más lejanas Galaxias. Aquellos escritores, eran como profetas que intuían que los viajes por el espacio llegarían con el tiempo. Ellos estaban poseídos por el hechizo del Sueño y me inocularon a mí también el Sueño, el gran sueño de la fantasía. En aquellas lecturas, existía ya la locura por las estrellas y aquello se mezcló en mi propia sangre.»

«Yo también intuía, sabía, que el viaje por los espacios siderales se aproximaba y tenía la certeza de que sería un hombre del espacio, un astronauta.»

«Aquello fue lo que me hizo tener un fuerte ideal para vivir, alejándome de cualquier otro mal deseo. Me juré que mi nombre no se vería nunca escrito en los registros de la policía y que me mantendría fuera del reformatorio y que un día pertenecería al Cuerpo del Espacio, cuando ese momento llegase. Eso fue lo que me retuvo en la escuela y en mis estudios, mientras mis otros amigos permanecían de espaldas a ellos. Sabía que necesitaba una educación para llegar hasta donde me había propuesto ir.»

«Santo Dios, las luchas que tuve que sostener con los otros chicos para poder hacerlo, soportar sus burlas, al decirme que era un marica o cuando me decían que era un cobarde porque no era capaz de emborracharme y armar algún jaleo en cualquier taberna. Aquello me endureció el carácter y me enseñó que nada es fácil en esta vida y que es preciso luchar, cuando se quiere conseguir algo. Yo amaba el espacio y luché por él.»

«Así fui creciendo y viviendo bajo la aterradora sombra de la bomba atómica, bajo la amenaza de una guerra nuclear que podía estallar en cualquier instante. Creo que me alegraba de tal cosa, porque pude darme cuenta de que el miedo a las catástrofes nucleares forzaron al Gobierno a pensar en la construcción de la estación espacial, gastándose miles de millones de dólares, consiguiendo llegar a la Luna y a los planetas que se conquistaron. No me preocupaba del enorme riesgo que corríamos, ni del miedo, ni de nada, si teniendo temor conseguíamos comenzar la carrera hacia los espacios estrellados del Universo.»

«Ello fue la causa de que comenzásemos la carrera hacia el espacio y que allá nos conduciría semejante esfuerzo. Era algo que deberíamos hacer, a menos que no nos resignásemos a extinguirnos, como el dinosaurio. Y no desaparecimos, porque somos más inteligentes que lo fueron los dinosaurios. Pasamos el estadio en que cambiando las condiciones de vida por nuestra inteligencia, todo puede transformarse y progresar adelante, siempre adelante, como una flecha lanzada hacia el Infinito. Podemos hacer muchas cosas de la Naturaleza a nuestro favor, de las que ella puede hacer en nuestro obsequio. Y no podemos sufrir una retrogradación, porque ya hemos conseguido el dominio de la ciencia de la genética, dándonos así siglos futuros en que pueda educarse a la gente, para que la raza no vuelva a caer en un estado de retroceso, ni física ni mentalmente. Seguiremos siendo más y más fuertes y más y más inteligentes y cultivados, hasta ser como dioses, O tan cerca como se considera la existencia de los dioses, conservando en nuestro interior algo de diablo también.»

Other books

Rapture's Tempest by Bobbi Smith
Two Spirits by Jory Strong
Enemy Games by Marcella Burnard
Conri by Kerryn Bryant
The Hunt by Jennifer Sturman
Lime Street Blues by Maureen Lee
Star Wars: Episode III: Revenge of the Sith by Matthew Woodring Stover; George Lucas