Por sendas estrelladas (13 page)

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Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Por sendas estrelladas
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«Y fue por los años 50 y a principios de los 60 cuando los comunistas nos proporcionaron otro estado de miedo, poco antes de la ruptura de China y Rusia en 1965 y la contra-revolución de los otros países satélites del comunismo, lo que acabó por terminar nuestras preocupaciones al respecto. Pero a últimos de los años 50 —ya soy lo suficiente viejo como para recordarlo bien—, nos hallamos de nuevo amedrentados, a despecho de los comunistas. Tenían también la bomba A, por lo que no era suficiente. Entonces fue cuando realmente se pensó en gastar dinero en controlar la energía atómica, energía que podía ser utilizada para fuerza y propulsión al igual que para cualquier eventual destrucción.»

«Y antes de que nos metiéramos en el asunto de lleno, ya llegamos a la Luna, para comenzar los trabajos de la estación espacial y a poner en el cielo los primeros cohetes espaciales con carburantes líquidos de tipo químico. Ellen, fueron aquellos primitivos y terribles proyectiles de tres fases tan grandes como un edificio de diez pisos y cuya carga útil era sólo una fracción por ciento del peso de despegue. Nos llevó tres años y cuatro o cinco mil millones de dólares el conseguir el primer envío de una tonelada de carga para ponerla en órbita. Todo esto con cohetes impulsados con carburantes líquidos o sólidos antes de que los muchachos de la energía nuclear, salieran con la micropila, convirtiendo así a aquellos tremendos cohetes espaciales en algo tan anticuado como el arco y las flechas. Y así se construyó la estación espacial, para propósitos militares, antes de haber comenzado la exploración del espacio. Como comprenderás, en vez de una estación espacial allá arriba en órbita, pudimos haber enviado docenas de cohetes con cabezas de hidrógeno controlados por radio para hacer saltar en pedazos todo un continente, de haber sido necesario.»

«Sólo que antes de hacerlo, no existía necesidad de ello. El comunismo siguió un derrotero aparte y dejamos de estar atemorizados.»

—Pero continuamos hacia la Luna y Marte así y todo, Max.

—Y a Venus —repuse yo—. Nuestro momento de entusiasmo nos llevó hasta allá y no más lejos.

Habíamos dejado de estar atemorizados y los grandes gastos se detuvieron en seco. Un observatorio en la Luna, una pequeña colonia experimental de Venus. Y nos detuvimos.

—Puede que fuese preciso hacerlo para recobrar el aliento, Max. Fue un avance demasiado repentino e importante.

—Cuarenta años ya, es demasiado tiempo para recobrar el aliento, querida. Dejamos de lado el empuje maravilloso de que estuvimos todos tocados. No solamente hacia Júpiter y los planetas exteriores, sino a las estrellas. Deberíamos haber intentado de todos modos, llegar hasta la estrella más cercana.

—Pero… ¿podría intentarse eso, Max? Ahora mismo, quiero decir, con lo que tenemos, con lo que conocemos…

—Podríamos, sí. Costaría mucho, tal vez tanto como la bomba atómica y todos nuestros cohetes planetarios juntos. Tendría que ser una gran nave, ensamblada en el espacio, como lo fue la estación espacial. Tendría que ser tan grande como para alojar en su interior a una docena de familias, para ser algo práctico, puesto que para el tiempo en que la nave llegase a la Próxima Centauri a nuestras actuales velocidades espaciales, es posible que fuesen los descendientes de varias generaciones los que estuviesen en condiciones de llegar hasta allá.

—Sí, ahora recuerdo de cómo podría hacerse. Pero me temo, querido, que la gente no estuviese dispuesta a nada parecido a semejante aventura. Gastando todo ese dinero, todo ese esfuerzo y después no conocer jamás cuál hubiese sido el resultado porque habría transcurrido un siglo hasta conocerse el resultado, si es que se conociese de algún modo.

—Ya comprendo —le dije—. Podría lograrse pero sé que no puede hacerse. No por siglos, de cualquier forma, si habría de hacerse de esa manera. Yo mismo no votaría en su favor.

Ellen abrió los ojos asombrada.

—¿Tú lo harías así?

—No, yo preferiría mejor gastar todos esos miles de millones en el desarrollo de la impulsión iónica. Si el Gobierno pone el dinero y el esfuerzo en esto, como lo hizo para desarrollar la bomba atómica, estoy seguro que se descubriría en pocos años. Y tú y yo estaríamos aún vivos cuando la primera nave estelar volviese de una estrella.

Los ojos de Ellen me miraron brillantes, contagiados de mi entusiasmo.

—Tal vez, si se produjese algo espectacular procedente del viaje a Júpiter…

—Pues yo así lo creo, Ellen. Algo espectacular, en efecto. El uranio; nuestros recursos no son demasiado elevados en tal aspecto y si encontramos grandes cantidades en alguna de las lunas de Júpiter… ahí podría estar la clave. O alguna clase de vida inteligente. Creo que tal vez fuese mejor que el uranio. Saber que existe vida inteligente que nos espera en la Galaxia… Ellen, eso podría estimular nuestra curiosidad, nuestra forma de llegar hasta allá, más de lo que cualquier otra cosa pudiese hacerlo.

—¿Lo crees así? ¿No iría mejor la cosa desde el otro punto de vista? ¿Qué pensarías del horror de conocer que encontrásemos una vida más inteligente que la nuestra?

—No lo creo así. Los hombres pueden ser cobardes individualmente pero en colectividad, tal vez sea ése el desafío que necesitan. ¡Dios! ¡Ojalá que encontrásemos canales en Marte! Eso probaría que otra raza, aparte de nosotros, ha vivido. ¿Sólo porque ha escaseado el combustible para alimentar nuestro impulso en los pocos lugares extraterrestres a que hemos llegado, hemos de olvidar nuestro gran sueño? ¿Y olvidar a dónde debemos seguir yendo? ¿Habremos de esperar hasta que sea una cuestión de supervivencia para nosotros el tener que hacerlo? ¿Hasta que nos encontremos de nuevo atemorizados? ¿Hasta que una nave del espacio procedente de otro sistema solar venga aquí y comience a dispararnos, para que tengamos que darnos prisa a responder a sus ataques y defendernos? ¿O hasta que nuestros astrónomos nos digan que nuestro Sol se aproxima al estado de nova y explote, dándonos un tiempo límite para escapar o convertirnos en átomos? ¿O que a una docena de millones de años en el futuro, nuestro propio Sol se decida a volverse frío y que tengamos que buscar otro antes de congelarnos en la Tierra? Ellen, ¿es preciso que tengamos que esperar por cualquiera de esas causas?

Ellen no respondió y entonces la mire fijamente. Respiraba lentamente y con regularidad. Se había quedado profundamente dormida.

Apagué las luces y me quedé quieto a su lado sin despertarla de su sueño.

* * *

La segunda semana, Ellen se sintió mucho mejor, mucho menos fatigada. Salimos la mayor parte de los días, recorriendo la ciudad. A ninguno de los dos nos preocupaba el baile; pero a ambos nos encantó la música cubana moderna, con el estilo importado de Norteamérica allá por los años 70 y descartado diez años después; pero que aún perduraba en La Habana. Nos gustaba el baile cubano; creo que los dos estábamos un tanto planchados a la antigua.

Hicimos un par de viajes por mar en días soleados, alquilando un pequeño yate a motor, de esos delfines mecánicos que vuelan literalmente por la superficie del agua a tanta velocidad que es preciso ir vestido en traje de baño para no mojarse de pies a cabeza. Una vez lejos de la orilla, nos deteníamos, dejándolo balancearse en las olas y nos bañábamos en pleno mar. En Cuba no existen playas nudistas; el pueblo de origen netamente español, se muestra terriblemente lleno de prejuicios frente a la desnudez del cuerpo, al igual que los americanos suelen serlo también.

Fueron unas maravillosas vacaciones y a ambos nos sentaron magníficamente. Y como todo termina, Ellen tuvo que volver a Washington y yo al aeropuerto de cohetes de Los Ángeles.

Y sobre la marcha, a enfrascarme en un trabajo enorme. La última semana antes de salir de permiso Klockerman, fue un período de tremendo trabajo para mostrarme los diversos asuntos que yo aún desconocía y de los que había de hacerme cargo en cuanto se fuera. Trabajamos hasta muy tarde cada noche, teniendo que recordarme una cosa tras otra de lo que era preciso que yo supiera.

Era una inmensa tarea, según iba comprendiendo, el gobernar el aeropuerto de Los Ángeles, llena de responsabilidad y con una enorme cantidad de cosas que conocer en cada departamento de los que dependían de su jefatura. Hasta que Klocky volviera, tendría que verme obligado a trabajar como un condenado.

Klocky se marchó a África a primeros de abril. Le vi partir en una gris mañana de primavera.

—No dejes de estar en contacto conmigo, Max —me dijo al despedirse—, así estaré al tanto de cuándo se haga el nombramiento y llegue para mí la hora de volver. Pero que no sea antes de tres meses, muchacho. Quiero estar ese tiempo fuera, por lo menos. Y… buena suerte, chico.

* * *

Durante algún tiempo, y hasta que las cosas fueron marchando normalmente, estuve demasiado preocupado con mi trabajo para preocuparme también por mi suerte. Pero aquello marchaba.

A fines de mayo, recibí una carta de mi amada miembro del Congreso:

Esto va bien, querido. La moción está pasando a la Cámara de Representantes en esta última semana, el jueves y viernes. Esto ya es cosa decidida, a menos, naturalmente, que vuelva a producirse cualquier otra catástrofe con los cohetes, locales o interplanetarios. Sería preciso entonces posponer nuestras negociaciones si esto ocurriera, no deseamos en modo alguno que tal cosa ocurriera en el Senado. Queremos estar seguros, al menos con el sesenta por ciento de la mayoría. Hemos trabajado de firme y creemos estar seguros, sin esperar más.

Así, para que no tengas que estar pendiente de las noticias en la televisión, cuenta con una llamada telefónica mía en el mismo momento en que lo sepamos como cosa segura. Te llamaré antes de que las noticias te lleguen por la imagen televisiva, ya que a los comentadores no les llegan las noticias, sino bastante después que a nosotros, como debes suponer. Te telefonearé en el preciso instante en que tengamos el triunfo en la mano.

El decreto no será votado antes de las diez de la mañana, ni después de las cinco de la tarde, hora de Washington, lo que corresponde a las 7 de la mañana y 2 de la tarde de Los Ángeles; por lo tanto, procura estar al alcance de cualquier teléfono entre esas horas del jueves y viernes si de veras quieres recibir esas noticias con la rapidez con que yo deseo que las conozcas. Si la llamada es antes de las nueve —hora tuya— lo haré a tu apartamento primero y después al aeropuerto.

Creo que vamos a tener buenas noticias, cariño, puedes creerme. Además tengo también otra serie de cosas buenas que decirte. Estuve ayer en la Casa Blanca con otros dos senadores hablando con el Presidente de otras cuestiones; pero me las arreglé para estar unos minutos con él, tras haber terminado la discusión general. Le recordé, respecto al Proyecto Júpiter, su promesa de que firmaría el decreto del Congreso sin pérdida de tiempo. El Presidente se mostró amable y me aseguró que lo recordaría y que no tuviera, que preocuparme. Me dijo a su vez, que había oído hablar de él cuando pasó al Senado y que le había sorprendido el hecho de que la cifra para llevarlo a cabo fuese solamente de veintiséis millones de dólares, cuando la moción, según se había discutido al principio, le pareció ser de una cifra muchísimo más elevada.

Aquello me dio una perfecta oportunidad para hablarle de tu nombramiento. Le dije algo sobre ti y me concedió un amplio crédito al respecto y sobre ti, excepto el hecho de que yo debería tener en cuenta a Klockerman, para tomar en consideración el programa y las cifras, con objeto de que se llevase a cabo el proyecto en esa forma actual, menos costosa.

Y mientras el ambiente estuvo propicio, yo aproveché la circunstancia para decirle que tú merecías ser el director del Proyecto Júpiter. Admití, por supuesto, que tal vez sería más aconsejable y prudente que para tal cargo se contase con un político de nombre, conocedor del papeleo y su manejo político; pero que cualquiera que fuese el que ostentase la dirección, debería hacerlo bajo el entendimiento de que tú serías el más inmediato en el mando del proyecto con el título de superintendente, dejándote la libertad de manejar y llevar adelante la construcción del cohete.

¡Y estuvo de acuerdo conmigo, querido! Me dijo, que cualquier hombre que hubiera sido capaz de reducir la cifra de trescientos millones de dólares a una décima parte, se merecía ciertamente ese nombramiento y el de trabajar en el mismo, si deseaba hacerlo, y además, ocupando el puesto de máxima categoría inherente al mismo.

De hecho, en nuestra rápida charla, casi tuve que hacerle desistir de que te nombrase director en vez de superintendente, ya que ello no habría ido bien y he aquí por qué: su nombramiento para la dirección tendrá que ser aprobado por el Senado y sería demasiada suerte que eso pudiera conseguirse sin echarlo todo a perder. Tú no eres una figura política conocida, lo cual induciría a cualquier senador o grupo político a borrarte de la lista, para sustituirte por alguien a quien se tuviera que complacer por compromisos políticos.

Y el hecho, hubiera puesto sobre el tapete, además, tus calificaciones. Ya sabes a donde esto hubiera conducido. Se habría descubierto el hecho de que no posees el título de ingeniero y la carencia de estar experimentado en trabajos administrativos de cierta altura. Y esto habría tenido como consecuencia de que el Senado y después el Presidente, no concediesen crédito a un hombre que no considerasen calificado para manejar un proyecto de muchos millones de dólares en juego. De producirse así las cosas, el haberte hecho después superintendente habría costado un trabajo ímprobo, si es que se hubiese podido conseguir.

Por tanto, dije al Presidente Jansen que no creía que tú desearas la dirección del Proyecto y que estabas mucho más interesado en el aspecto técnico y de ingeniería y en su construcción y que te gustaba mucho más el trabajo en los cohetes que el manejo de los papeles. Le dije, además, que habías sido un hombre del espacio y un gran mecánico de cohetes y que los conocías desde el último tornillo hasta su llegada al planeta Marte; por tanto una figura política sería lo mejor para el cargo de la dirección del proyecto.

Me preguntó entonces, si yo tenía en mente a alguien para el cargo de director y le prometí que pensaría en las diversas posibilidades; pero que no ninguna sugerencia específica hasta que el decreto hubiera pasado por la Cámara de Representantes, en su momento oportuno.

El Presidente me preguntó si el decreto había pasado ya y cuando le dije que sí, llamó a su secretario para que tomase nota en su agenda y fijar una cita para verle a las dos del miércoles de la semana próxima.

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