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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Ensayo, Religión

Por qué no soy cristiano (21 page)

BOOK: Por qué no soy cristiano
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La libertad académica, en particular, era originalmente parte de la libertad de la Iglesia, y por consiguiente sufrió un eclipse en Inglaterra durante la época de Enrique VIII. En todos los estados, repito, cualquiera que sea la forma de gobierno, la preservación de la libertad exige la existencia de organismos que tengan una cierta independencia del Estado, y entre ellos deben contarse las universidades. En los Estados Unidos, en la actualidad, hay más libertad académica en las universidades particulares que en las que nominalmente se hallan bajo la autoridad democrática, y esto se debe a la difusión del concepto erróneo de las funciones adecuadas del gobierno.

III

Los contribuyentes piensan que, ya que pagan los sueldos de los profesores de universidad, tienen el derecho a decidir qué hombres han de enseñar. Este principio, si se aplicara lógicamente, significaría que todas las ventajas de la educación superior disfrutada por los profesores de universidad quedarían anuladas, y que la enseñanza de estos profesores iba a ser la misma de la que sería si no tuvieran una competencia especial. «La locura, como un doctor, dictando su ley a la destreza» es una de las cosas que hizo desear a Shakespeare el reposo de la muerte. Pero la democracia, tal como la entienden muchos norteamericanos, requiere que dicho dominio exista en todas las universidades estatales. El ejercicio del poder es agradable, especialmente cuando un individuo oscuro lo ejerce sobre uno encumbrado. El soldado romano que mató a Arquímedes, si en su juventud se vio obligado a estudiar geometría, tuvo que experimentar un placer especial al terminar con la vida de un malhechor tan eminente. Un ignorante fanático norteamericano puede disfrutar el mismo placer al usar el poder democrático contra los hombres cuyas opiniones no agradan a los incultos.

Hay, quizás, un peligro especial en los abusos democráticos del poder, a saber, que, como son colectivos, se estimulan mediante la histeria de la masa. El hombre, con el arte de despertar el instinto de persecución de la masa, tiene un poder particular para el mal en una democracia donde el hábito del ejercicio del poder por la mayoría ha producido la embriaguez y el impulso a la tiranía que el ejercicio de la autoridad casi invariablemente produce tarde o temprano. Contra este peligro, la protección principal es una educación sana, destinada a combatir las inclinaciones a las erupciones irracionales de odio colectivo. Dicha educación es la que desearían dar la mayoría de los profesores de universidad, pero sus superiores de la plutocracia y la jerarquía dificultan en todo lo posible que lleven a cabo su misión. Pues dichos superiores deben su poder a las pasiones irracionales de las masas, y saben que caerían si se hiciera común el poder del pensamiento racional. Así el engranaje del poder de la estupidez de abajo y el amor al poder de arriba paraliza el esfuerzo de los hombres racionales. Sólo mediante una mayor cantidad de libertad académica de la que se ha tenido hasta ahora en los centros docentes de este país puede evitarse este mal.

La persecución de las formas impopulares de la inteligencia es un peligro muy grave para cualquier país, y con frecuencia ha sido la causa de la ruina nacional. El ejemplo típico es España, donde la expulsión de los judíos y de los moriscos dio lugar a la decadencia agrícola y a la adopción de un sistema financiero completamente absurdo. Estas dos causas, aunque sus efectos quedaron encubiertos al principio por el poder de Carlos V, fueron las causas principales de la decadencia de España desde su posición dominante en Europa. Puede asumirse igualmente que dichas causas producirán semejantes efectos en Alemania, últimamente, ya que no en un futuro próximo. En Rusia, donde los mismos males llevan operando largo tiempo, los efectos se han hecho claramente visibles, incluso en la incompetencia de la máquina militar.

Rusia es, por el momento, el ejemplo más perfecto de un país donde fanáticos ignorantes tienen el grado de dominio que tratan de adquirir en Nueva York. El profesor A. V. Hill cita lo siguiente de la
Revista Astronómica de la Unión Soviética
de diciembre de 1938:

  1. La cosmogonía burguesa moderna está en un estado de profunda confusión ideológica, resultante de su negativa a aceptar el concepto dialéctico-materialista único verdadero, a saber, la infinitud del universo, tanto con respecto al espacio como con respecto al tiempo.

  2. La obra hostil de los agentes del fascismo, que han logrado infiltrarse en las posiciones importantes de ciertos institutos astronómicos y de otras clases, así como en la prensa, ha dado lugar a la repugnante propaganda de la ideología burguesa contrarrevolucionaria en la literatura.

  3. Las pocas obras materialistas soviéticas existentes sobre problemas de cosmología han permanecido aisladas y han sido suprimidas por los enemigos del pueblo, hasta hace poco.

  4. Los amplios círculos interesados en la ciencia han sido instruidos, a lo sumo, sólo en un espíritu de indiferencia hacia el aspecto ideológico de las corrientes teorías cosmológicas burguesas…

  5. El exposé de los enemigos del pueblo soviético hace necesario el desarrollo de una nueva cosmología materialista soviética…

  6. Se estima necesario que la ciencia soviética entre en la arena científica internacional llevando sólo realizaciones concretas en las teorías cosmológicas basadas en nuestra metodología filosófica.

Sustitúyase «soviética» por «norteamericana», «fascismo» por «comunismo», «materialismo dialéctico» por «verdad católica» y se obtendrá un documento que casi podrían suscribir los enemigos de la libertad académica de este país.

IV

Hay un aspecto alentador en la situación, y es que la tiranía de la mayoría en Estados Unidos, que está lejos de ser nueva, es probablemente menor de lo que era hace cien años. Cualquiera puede sacar esta conclusión del libro de De Tocqueville,
La democracia en América
. Mucho de lo que dice es aún aplicable, pero algunas de sus observaciones no son ya ciertas. No puedo estar de acuerdo, por ejemplo, en que «en ningún país del mundo civilizado se presta menos atención a la filosofía que en los Estados Unidos». Pero creo que hay cierta justicia, aunque menos de la que había en la época de De Tocqueville, en el siguiente pasaje:

En América, la mayoría levanta barreras formidables contra la libertad de opinión: dentro de esas barreras, un autor puede escribir lo que le parece, pero se arrepentirá si da un paso más allá. No es que se deja expuesto a los terrores de un auto de fe, pero se veía atormentado por los desaires y las persecuciones de la calumnia diaria. Su carrera política está cerrada para siempre, ya que ha ofendido a la única autoridad que es capaz de promover su éxito. Toda clase de compensaciones, incluso la celebridad, se le niegan. Antes de publicar sus opiniones, imaginaba que las ostentaba en común con muchos otros; pero apenas las ha declarado abiertamente, se ve censurado por sus potentes enemigos, mientras que los que piensan como él, sin tener el valor de expresar sus pensamientos en alta voz, le abandonan en silencio. Finalmente, cede, abrumado por los esfuerzos diarios que ha estado haciendo, y cae en el silencio, como si le atormentasen los remordimientos de haber dicho la verdad.

Creo que hay que reconocer también que De Tocqueville tiene razón en lo que dice acerca del poder de la sociedad sobre el individuo en una democracia:

Cuando el habitante de un país democrático se compara individualmente con los que tiene a su alrededor, siente orgullo por ser igual que ellos; pero cuando estudia la totalidad de sus conciudadanos, y se coloca en contraste con un cuerpo tan inmenso, queda instantáneamente abrumado por el sentimiento de su propia debilidad e insignificancia. La misma cualidad que le hace independiente de cada uno de sus conciudadanos separadamente, lo expone solo e inerme a la influencia del mayor número. Por lo tanto, el público tiene un singular poder en un pueblo democrático, un poder inconcebible para las naciones aristocráticas; pues no sólo convence de ciertas opiniones, sino que las impone, y las inculca en las facultades, mediante la enorme presión de las mentes de todos sobre la razón de cada uno.

La disminución de la estatura del individuo como consecuencia de la inmensidad del Leviatán ha crecido, desde los tiempos de De Tocqueville, enormemente, no sólo, ni de modo principal, en los países democráticos. Es una amenaza muy seria para el mundo de la civilización occidental y, probablemente, si no se le pone freno, traerá consigo el fin del progreso intelectual. Pues todo progreso intelectual serio depende de una cierta clase de independencia de la opinión, cosa que no puede existir donde la voluntad de la mayoría está tratada con esa especie de respeto religioso que el ortodoxo concede a la voluntad de Dios. El respeto por la voluntad de la mayoría es más dañino que el respeto por la voluntad de Dios, porque la voluntad de la mayoría puede ser averiguada. Hace unos cuarenta años, en la ciudad de Durban, un miembro de la Flat Earth Society (Sociedad de la Tierra Plana) desafió al mundo a un debate público. El desafío fue recogido por un capitán de barco cuyo solo argumento en favor de la redondez de la Tierra era que él la había recorrido. Este argumento, claro está, fue fácilmente desechado, y el propagandista de la Tierra Plana obtuvo dos tercios de mayoría. Una vez declarada así la voz del pueblo, el verdadero demócrata debe sacar en conclusión que en Durban la Tierra es plana. Espero que desde entonces nadie pueda enseñar en las escuelas públicas de Durban (creo que allí no hay universidad), a menos que suscriba la declaración de que la redondez de la Tierra es un dogma infiel destinado a fomentar el comunismo y la destrucción de la familia. En cuanto a esto, mis informes son deficientes.

La sabiduría colectiva, desdichadamente, no es un sustituto adecuado de la inteligencia de los individuos. Los que se oponen a las opiniones que reciben han sido la causa de todo progreso tanto moral como intelectual. Han sido impopulares, naturalmente. Sócrates, Cristo y Galileo incurrieron igualmente en la censura de los ortodoxos. Pero antes la maquinaria de la supresión era mucho menos eficiente de lo que es en nuestros días, y el herético, aun ejecutado, obtenía la publicidad adecuada. La sangre de los mártires fue la semilla de la Iglesia, pero esto no es ya así en un país cómo la Alemania moderna, donde el martirio es secreto y no hay medios para difundir la doctrina del mártir.

Los enemigos de la libertad académica, si se salieran con la suya, reducirían este país al nivel de Alemania, con respecto a la promulgación de las doctrinas que reprueban. Sustituirían con la tiranía organizada el pensamiento individual; proscribirían todo lo nuevo; harían que la comunidad se osificara; y al final producirían una serie de generaciones que pasarían del nacimiento a la muerte sin dejar huellas en la historia de la humanidad. A algunos puede parecerles que lo que exigen ahora no es una cosa grave. ¿Qué importancia tiene, se podrá decir, la libertad académica en un mundo destrozado por la guerra, atormentado por las persecuciones, y lleno de campos de concentración para los que no quieren ser cómplices de la iniquidad? En comparación con estas cosas, reconozco que la libertad académica no es un asunto de primera magnitud. Pero forma parte de la misma batalla. Recordemos que lo que está en juego, tanto en lo grande como en lo chico, es la libertad del espíritu humano individual para expresar sus creencias y esperanzas con respecto a la humanidad, ya sean éstas compartidas por muchos, por pocos o por ninguno. Las nuevas esperanzas, las nuevas creencias y los nuevos pensamientos son siempre necesarios a la humanidad, y no puede esperarse que surjan de una absoluta uniformidad.

La existencia de Dios

Debate entre Bertrand Russell y el Padre F. C. Copleston, S. J.. Este debate fue transmitido originalmente en 1948 en el Tercer Programa de la B. B. C. Fue publicado en «Humanitas» en el otoño de 1948 y ha sido reproducido aquí gracias al permiso del Padre Copleston.

COPLESTON: Como vamos a discutir aquí la existencia de Dios, quizás sería conveniente llegar a un acuerdo provisional en cuanto, a lo que entendemos por el término «Dios». Presumo que entendemos un ser personal supremo, distinto del mundo y creador del mundo. ¿Está de acuerdo, al menos provisionalmente, en aceptar esta declaración como el significado de la palabra «Dios»?

RUSSELL: Sí, acepto esa definición.

COPLESTON: Bien, mi posición es la posición afirmativa de que tal ser existe realmente y que Su existencia puede ser probada filosóficamente. Quizás podría decirme si su posición es la del agnosticismo o el ateísmo. Quiero decir, ¿cree que puede probarse la no existencia de Dios?

RUSSELL: No, yo no digo eso: mi posición es agnóstica.

COPLESTON: ¿Está de acuerdo conmigo en que el problema de Dios es un problema de gran importancia? Por ejemplo, ¿está de acuerdo en que si Dios no existe, los seres humanos y la historia humana pueden no tener otro fin que el fin que ellos decidan elegir, lo cual, en la práctica, significaría el fin que impusieron los que tienen el poder de imponerlo?

RUSSELL: Hablando en sentido general sí, aunque tendría que poner alguna limitación en su última cláusula.

COPLESTON: ¿Cree que si no hay Dios, si no hay un Ser absoluto, puede haber valores absolutos? Quiero decir, ¿cree que, si no hay un bien absoluto, el resultado es la relatividad de los valores?

RUSSELL: No, creo que esas cuestiones son lógicamente distintas. Tome, por ejemplo, la obra de G. E. Moore,
Principia Ethica
, donde sostiene que hay una distinción entre el bien y el mal, que ambas cosas son conceptos definidos. Pero no trae la idea de Dios en apoyo de su afirmación.

COPLESTON: Bueno, dejemos para más tarde la cuestión del bien, hasta que lleguemos al argumento moral, y antes daré un argumento metafísico. Querría destacar principalmente el argumento metafísico basado en el argumento de Leibniz de la «Contingencia», y luego discutiremos el argumento moral. ¿Quiere que haga una breve declaración sobre el argumento metafísico, y luego pasemos a discutirlo?

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