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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Ensayo, Religión

Por qué no soy cristiano (18 page)

BOOK: Por qué no soy cristiano
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La familia sobrevive de un pasado sin especialización en que un hombre se hacía sus botas y su pan. Las actividades masculinas han pasado de esa fase, pero los virtuosos sostienen que no debe haber un cambio correspondiente en las actividades de las mujeres. El ocuparse de los niños es una actividad especializada que requiere un conocimiento especial y un medio adecuado. La crianza de los niños en el hogar pertenece a la época de la rueca, y es igualmente antieconómica. Al aumentar el conocimiento, la crianza de los niños se irá apartando cada vez más del hogar. Ya no se acostumbra que los niños nazcan en su casa. Cuando están enfermos, ya no se les trata por los sencillos medios tradicionales que mataron a la mayoría de los hijos de sus antepasados. Ya no aprenden los rezos en las rodillas de su madre, sino en la escuela dominical. Ya no se sacan las muelas como se sacaban aún cuando yo era joven, atando una cuerdecita a la muela y al pestillo de la puerta y cerrando ésta de golpe. El conocimiento médico se apodera de una parte de la vida del niño, el conocimiento de la higiene se apodera de otra, y la psicología infantil demanda una tercera. Finalmente, la turbada madre renuncia a su misión como un mal negocio, y el complejo de Edipo le hace pensar que todos sus afectos naturales son pecaminosos.

Una de las principales causas del cambio es la disminución de nacimientos y de defunciones. Afortunadamente han disminuido juntos; pues si cualquiera de las disminuciones hubiera ocurrido sin la otra, el resultado habría sido un desastre. Los gobiernos del mundo, en combinación con las iglesias, cuya influencia depende de la miseria y la impotencia humana, han hecho todo cuanto está en su poder para producir este desastre, ya que han tratado de evitar cualquiera de estas disminuciones. A este respecto, afortunadamente para la humanidad, el egoísmo individual ha resultado más fuerte que la locura colectiva.

Lo reducido de la familia moderna ha dado a los padres un nuevo sentido del valor del niño. Los padres que sólo tienen dos hijos no quieren que muera ninguno de ellos, mientras que en las antiguas familias de diez o doce hijos, la mitad de ellos eran sacrificados a la negligencia. El moderno cuidado científico de los niños está íntimamente unido a la reducción de la familia moderna.

Al mismo tiempo, este cambio ha hecho, de la familia un medio psicológico menos adecuado para los niños y una ocupación menos absorbente para las mujeres. El tener quince hijos, de los cuales moría la mayoría, era indudablemente una labor muy desagradable, pero de todas maneras no dejaba lugar para realizarse a sí mismo. El tener dos o tres hijos, por el contrario, no se considera una labor absorbente y, sin embargo, mientras se conserva el hogar a la antigua usanza, estorba gravemente cualquier otra carrera. Así, cuanto menos hijos se tienen, se considera más que los hijos son una carga.

Actualmente, cuando la mayoría de la gente vive en las ciudades en casas reducidas a causa de lo alto de los alquileres, el hogar es, en general, un mal medio físico para el niño. El hombre que cría árboles en un invernadero les proporciona el suelo, el aire, la luz, el espacio y la vecindad adecuados. No trata de cultivarlos uno por uno, en sótanos separados. Sin embargo, eso es lo que hay que hacer con los niños mientras permanezcan en el moderno hogar urbano. Los niños, como los árboles jóvenes, necesitan tierra, aire, luz y una vecindad afín. Los niños deben estar en el campo, donde pueden tener libertad sin excitación. La atmósfera psicológica de un pequeño departamento urbano es tan mala como la física. Consideremos, por ejemplo, el ruido. Los adultos atareados no pueden soportar un ruido continuo en torno suyo, pero decir a un niño que no haga ruido es una forma de crueldad que producirá en él una exasperación conducente a graves faltas morales. Esto se aplica también a la necesidad de no romper cosas. Cuando un niño sube a los estantes de la cocina y rompe toda la porcelana, los padres suelen enfadarse. Sin embargo, su actividad es esencial para su desarrollo físico. En un medio hecho para los niños, tales impulsos sanos y naturales no necesitan ser contenidos.

Los cambios psicológicos en el criterio de los padres están inevitablemente producidos por los cambios científicos y económicos que afectan a la familia. Con el aumento de la sensación de seguridad se ha producido inevitablemente un aumento del individualismo. Lo que limitaba el individualismo en el pasado era la necesidad de la mutua cooperación. Un grupo de colonizadores rodeados de indios tenía necesariamente un fuerte sentido colonial, pues de lo contrario sería aniquilado. En la actualidad es el Estado el que proporciona la seguridad, no la cooperación voluntaria, de modo que un hombre puede permitirse el lujo de ser individualista en la parte de su vida que dirige individualmente. Esto se aplica en especial a las relaciones familiares. La parte que toma un hombre en el cuidado de los niños es poco más que financiera y sus obligaciones financieras pueden ser impuestas por la ley en caso necesario, de modo que suponen pocas exigencias acerca de un personal sentido del deber. Una mujer, si es vigorosa e inteligente, probablemente pensará que los truncados deberes maternales que le quedan son inadecuados como carrera, tanto más cuando éstos están realizados científicamente por especialistas. Este sentimiento operaría con mucha mayor fuerza si no fuera por el sentir de muchos hombres que quieren que sus mujeres dependan financieramente de ellos. Sin embargo, este es un sentir superviviente de una época anterior; ya está muy debilitado y dentro de poco probablemente desaparecerá.

Todos estos acontecimientos han disminuido las razones que impulsaban a la gente a evitar el divorcio. Al hacerse el divorcio más frecuente y más fácil, la familia se debilita aún más, ya que su efecto generalmente es que el niño tenga sólo padre o madre.

Por todas estas razones y otras expuestas en la contribución del doctor Watson
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, parece inevitable, para bien o para mal, que la familia, como unidad, desaparezca más cada vez, sin que ningún grupo interponga su autoridad entre el individuo y el Estado. Esto no se aplica tanto a los ricos, que pueden continuar usando establecimientos infantiles especiales, escuelas especiales, doctores especiales, y todos los mecanismos caros de la empresa privada; pero para los jornaleros el costo de tal individualismo es prohibitivo. En lo relativo a los hijos de éstos, es inevitable que las funciones que ya no realizan los padres queden a cargo del Estado. Con respecto a la inmensa mayoría, la elección está, no entre el cuidado de los padres y el cuidado de los especialistas elegidos por los padres, sino entre los padres y el Estado.

Esta perspectiva supone en todos los que comprenden la actitud científica moderna hacia los niños una grave responsabilidad de propaganda. En la actualidad, el Estado, excepto en Rusia, está en las garras de los prejuicios morales y religiosos que hacen totalmente imposible tratar a los niños de una manera científica. Yo recomendaría a los lectores que considerasen, por ejemplo, las contribuciones de Havelock Ellis
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y Phyllis Blanchard
[8]
a las siguientes páginas. Todo lector sincero tiene que darse cuenta de que, mientras la teología y la ética tradicionales sean tenidas en cuenta por los políticos, los métodos patrocinados en estas contribuciones no serán empleados en ninguna institución sobre la cual tenga un dominio el Estado. El Estado de Nueva York, por ejemplo, sostiene oficialmente aún que la masturbación produce locura, y es evidente que ningún político podría controvertir esta opinión sin poner brusco fin a su carrera. Por lo tanto, no es de esperar que la masturbación sea científicamente tratada en ninguna institución del Estado, como no sea un manicomio o un asilo para los débiles mentales. Sólo estas instituciones pueden adoptar los métodos adecuados, porque a los locos y a los idiotas no se les considera moralmente responsables. Este estado de cosas es absurdo. Igualmente podría dictarse una ley deplorando que sólo podían repararse los autos baratos, mientras que los caros debían ser azotados o sermoneados por los sacerdotes. Los que conciben en el futuro una gran extensión de instituciones estatales para niños, generalmente se imaginan a ellos mismos o a sus amigos a la cabeza de dichas instituciones. Esta es, claro está, una amable ilusión. Como la dirección de cualquier institución de dicha clase tendrá un considerable sueldo, es evidente que la directora será la tía solterona de algún político famoso. Bajo su noble inspiración, se enseñaría a los niños a rezar sus oraciones, a reverenciar la cruz y la bandera, a sentir grandes remordimientos cuando se masturban y un profundo horror cuando oyen contar a los otros camaradas cómo se hacen los niños. Con instituciones económicamente adaptadas de la edad de la máquina, tal esclavitud mental podría ser prolongada durante mucho tiempo, tanto más cuanto habría muchos científicos renegados que se prestarían a ayudar a cerrar las mentes de los jóvenes a la razón. Incluso sería posible desarraigar la práctica del control de la natalidad en cuyo caso, en vista de la eficiencia de la medicina moderna, sería muy necesario aumentar la frecuencia y la ferocidad de la guerra, con el fin de terminar con el exceso de población.

Por tales razones, si el Estado va a adquirir tales poderes inmensos, es imperativo su esclarecimiento. Esto no puede lograrlo por sí mismo; lo hará solamente cuando la mayoría de la población haya cesado de insistir acerca de la preservación de las antiguas instituciones. La gente más esclarecida vive en un mundo irreal, asociados con sus amigos e imaginando que sólo unos cuantos fenómenos no están aclarados en la actualidad. Una pequeña experiencia de la política práctica, y una experiencia mayor aun de la administración de la ley siempre que se trate de las llamadas cuestiones morales serían altamente beneficiosas para todos los que tienen opiniones racionales sobre la crianza de los niños o cualquier otro asunto. Estoy convencido de que una extensa propaganda popular del racionalismo es más importante de lo que piensan la mayoría de los racionalistas fuera de Rusia.

Suponiendo la terminación de la familia y el establecimiento de instituciones infantiles estatales, racionalmente llevadas, sería probablemente necesario dar un paso adelante en la sustitución de la regulación del instinto. Las mujeres acostumbradas al control de la natalidad y no autorizadas a quedarse con sus propios hijos no tendrían motivos para soportar las molestias de la gestación y el dolor del parto. Por consiguiente, con el fin de mantener el nivel de población, sería probablemente necesario hacer del parto una profesión bien pagada, que no podría ser ejercida por la mayoría, sino por un determinado porcentaje, que tendría que realizar determinadas pruebas de aptitud desde el punto de vista eugenésico. Las pruebas a que se sometería a los padres y la proporción que éstos tendrían en la población son cuestiones aún por decidir. Pero la cuestión de asegurar un número adecuado de nacimientos probablemente se va a hacer aguda dentro de poco, ya que la disminución de la natalidad continúa y dentro de poco supondrá una disminución de la población o al menos una disminución de la población útil, pues si la medicina logra que la gente viva hasta los cien años, la ganancia de la comunidad va a ser problemática.

La ganancia que la raza humana puede esperar de una psicología racional en el trato de los niños es casi ilimitada. La esfera más importante es, claro está, la del sexo. Los niños adquieren una actitud supersticiosa acerca de ciertas partes del cuerpo, acerca de ciertos actos y de ciertos pensamientos, y acerca de ciertas clases de juegos que les dicta la naturaleza. El resultado es que, cuando son adultos, son rígidos y torpes en materia de amor. En todo el mundo de habla inglesa, a la mayoría de la gente se la incapacita, desde la niñez, para un matrimonio satisfactorio. No hay ninguna otra actividad adulta para la cual esté prohibido prepararse mediante los juegos, o con respecto a la cual se espere pasar de un tabú absoluto a una perfecta competencia.

El sentimiento del pecado que domina a muchos niños y adolescentes, y que con frecuencia se mantiene toda la vida, es una miseria y una fuente de deformación que no tienen utilidad alguna. Casi enteramente, está producido por la enseñanza moral convencional con respecto del sexo. El sentimiento de que el sexo es malo hace imposible el amor feliz, hace que los hombres desprecien a las mujeres con quienes tienen relaciones y que con frecuencia sientan impulsos de crueldad hacia ellas. Además, la desviación que se impone al impulso sexual inhibido, obligándole a tomar la forma de una amistad sentimental, o de un fervor religioso, produce una falta de sinceridad intelectual mala para la inteligencia y para el sentido de la realidad. La crueldad, la estupidez, la incapacidad de relaciones personales armoniosas y otros muchos defectos tienen su origen, en la mayoría de los casos, en las enseñanzas morales tenidas en la infancia. Hay que decirlo con la máxima sencillez y derechura: no hay nada malo en el sexo y la actitud convencional acerca de esta materia es morbosa. Creo que ningún otro mal de nuestra sociedad es una causa tan potente de dolor, ya que no sólo causa una larga serie de males, sino que inhibe ese afecto humano que podría conducir a que los hombres remediasen otros males económicos, políticos y raciales que torturan a la humanidad.

Por estas razones, los libros que difunden el conocimiento y la actitud racional acerca de la psicología infantil son muy necesarios. En nuestra época, hay una especie de carrera entre el creciente poder del Estado y el menguante poder de la superstición. El crecimiento de los poderes del Estado parece inevitable, como hemos visto en relación con los niños. Pero si estos poderes aumentan excesivamente mientras la superstición domina aún a la mayoría, la minoría no supersticiosa quedará aniquilada por la propaganda del Estado y la protesta se hará imposible en los países democráticos. Nuestra sociedad se está haciendo tan estrechamente unida que las reformas en una dirección están unidas a las reformas en otras direcciones, y no hay cuestión aislada que pueda ser tratada adecuadamente. Pero creo que nuestra época está mejor dispuesta hacia los niños que las anteriores y si se llega a entender que la enseñanza moral convencional es una causa de sufrimiento para los muchachos, podemos esperar que se reemplace por algo más benévolo y científico.

Nuestra ética sexual

Publicado por primera vez en 1936

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