Por qué fracasan los países (15 page)

Read Por qué fracasan los países Online

Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

BOOK: Por qué fracasan los países
12.11Mb size Format: txt, pdf, ePub

 

 

¿Por qué no elegir siempre la prosperidad?

 

Las instituciones políticas y económicas que, en última instancia, son elegidas por la sociedad, pueden ser inclusivas y fomentar el crecimiento económico o pueden ser extractivas y convertirse en impedimentos para el desarrollo económico. Los países fracasan cuando tienen instituciones económicas extractivas, apoyadas por instituciones políticas extractivas que impiden e incluso bloquean el crecimiento económico. Sin embargo, esto significa que la elección de las instituciones (es decir, la política de las instituciones) es crucial para nuestro esfuerzo por comprender las razones del éxito y el fracaso de los países. Tenemos que comprender por qué las políticas de algunas sociedades conducen a instituciones inclusivas que fomentan el desarrollo económico, mientras que las políticas de la amplia mayoría de las sociedades a lo largo de la historia han conducido, y todavía lo hacen, a instituciones extractivas que lo dificultan.

Podría parecer obvio que todo el mundo debería estar interesado en crear el tipo de instituciones económicas que aportan prosperidad. ¿Acaso no querría todo ciudadano, político e incluso dictador depredador que su país fuera lo más rico posible?

Volvamos al reino del Congo que comentamos anteriormente. A pesar de que desapareció como tal en el siglo
XVII
, dio nombre al país moderno que se independizó del dominio colonial belga en 1960. Como Estado independiente, el Congo experimentó prácticamente un declive económico y una pobreza constantes y crecientes bajo el control de Mobutu, entre 1965 y 1997. Y este declive continuó después de que Mobutu fuera derrocado por Laurent Kabila. Mobutu creó un conjunto altamente extractivo de instituciones económicas. Los ciudadanos eran más pobres, pero Mobutu y la élite que le rodeaba, conocida como
les grosses legumes
, pasaron a ser tremendamente ricos. Mobutu se construyó un palacio en su lugar de origen, Gbadolite, al norte del país, con un aeropuerto lo suficientemente grande para que pudiera aterrizar un
jet
Concord supersónico, el avión que solía alquilar a Air France para viajar a Europa. En Europa, compró varios castillos y era propietario de grandes extensiones en Bruselas, la capital belga.

¿No habría sido mejor para Mobutu montar instituciones económicas que incrementaran la riqueza de los congoleños en lugar de aumentar su pobreza? Si Mobutu hubiera conseguido incrementar la prosperidad de su nación, ¿acaso no habría podido apropiarse de incluso más dinero, no habría podido comprar un Concord en lugar de alquilarlo, no habría tenido más castillos y mansiones, y posiblemente un ejército más grande y potente? Por desgracia para los ciudadanos de muchos países del mundo, la respuesta es negativa. Las instituciones económicas que crean incentivos para el progreso económico también pueden redistribuir simultáneamente la renta y el poder de forma que el dictador depredador y sus subordinados con poder político empeoren su situación.

El problema fundamental es que necesariamente habrá disputas y conflictos sobre las instituciones económicas. Diferentes instituciones tienen distintas consecuencias para la prosperidad de una nación, sobre cómo se reparte esa prosperidad y quién tiene el poder. El desarrollo económico que pueden inducir las instituciones crea ganadores y perdedores. Esto fue evidente durante la revolución industrial en Inglaterra, que sentó las bases de la prosperidad que vemos actualmente en los países ricos del mundo. Se centraba en una serie de cambios tecnológicos pioneros en los campos de la energía de vapor, el transporte y la producción textil. A pesar de que la mecanización condujo a un aumento enorme de la renta total y, en última instancia, se convirtió en la base de la sociedad industrial moderna, muchos se opusieron duramente a la mecanización. Y no fue por su ignorancia o estrechez de miras, sino todo lo contrario. Por desgracia, aquella oposición al desarrollo económico tiene su propia lógica coherente. El crecimiento económico y el cambio tecnológico están acompañados por lo que el gran economista Joseph Schumpeter denominó «destrucción creativa». Sustituyen lo viejo por lo nuevo. Los sectores nuevos atraen recursos que antes se destinaban a los viejos. Las empresas nuevas quitan negocio a las ya establecidas. Las nuevas tecnologías hacen que las habilidades y las máquinas existentes queden obsoletas. El proceso de crecimiento económico y las instituciones inclusivas en las que se basan crean perdedores y ganadores en el escenario político y en el mercado económico. A menudo, el temor a la destrucción creativa tiene su origen en la oposición a instituciones políticas y económicas inclusivas.

La historia europea proporciona un ejemplo vívido de las consecuencias de la destrucción creativa. En vísperas de la revolución industrial en el siglo
XVIII
, los gobiernos de la mayoría de los países europeos estaban controlados por aristocracias y élites tradicionales, cuya fuente principal de ingresos era la tenencia de tierras o los privilegios comerciales de los que disfrutaban gracias a los monopolios y a los aranceles impuestos por los monarcas. En consonancia con la idea de la destrucción creativa, la expansión de industrias, fábricas y pueblos se llevó recursos de la tierra, redujo las rentas de los terratenientes y aumentó los sueldos que éstos tenían que pagar a sus trabajadores. Estas élites también vieron que la aparición de nuevos comerciantes y hombres de negocios perjudicaba sus privilegios comerciales. En términos generales, fueron los mayores perdedores económicos de la industrialización. La urbanización y la aparición de una clase obrera y media con conciencia social también cuestionaba el monopolio político de las aristocracias terratenientes. Así, con la expansión de la revolución industrial, los aristócratas no fueron únicamente los perjudicados económicos, sino que también corrían el riesgo de convertirse en infortunados políticos, al perder su control sobre el poder político. Al ver amenazado su poder político y económico, estas élites a menudo constituían una oposición notable contra la industrialización.

Pero la aristocracia no era la única perdedora de la industrialización. Los artesanos cuyas habilidades manuales estaban siendo reemplazadas por la mecanización también se oponían a la expansión de la industria. Muchos mostraron su disconformidad organizando disturbios y destruyendo las máquinas que consideraban responsables del empeoramiento de su forma de ganarse la vida. Eran los luditas, una palabra que hoy en día es sinónimo de resistencia al cambio tecnológico. A John Kay, el inglés que inventó la lanzadera
flying shuttle
en 1733, una de las primeras mejoras significativas en la mecanización del tejido, le quemaron la casa los luditas en 1753. A James Hargreaves, inventor de una mejora revolucionaria en el hilado, la hiladora con husos múltiples conocida como
spinning jenny
, le ocurrió algo similar.

No obstante, los artesanos fueron mucho menos efectivos que los terratenientes y las élites a la hora de oponerse a la industrialización. Los luditas no poseían el poder político (la capacidad para afectar al resultado político contra los deseos de otros grupos) de la aristocracia terrateniente. En Inglaterra, la industrialización continuó, a pesar de la oposición de los luditas, porque la oposición aristocrática, aunque real, fue silenciada. En cambio, en los imperios austro-húngaro y ruso, en los que los aristócratas y las monarquías absolutistas tenían mucho más que perder, la industrialización fue bloqueada. En consecuencia, las economías de estos dos imperios se estancaron. Quedaron rezagados respecto a otros países europeos en los que el desarrollo económico despegó durante el siglo
XIX
.

A pesar del éxito y el fracaso de algunos grupos específicos, hay algo que es evidente: los grupos poderosos suelen oponer resistencia al poder económico y a los motores de prosperidad. El crecimiento económico no es solamente un proceso de más y mejores máquinas, y de más y mejores personas con estudios, sino que también es un proceso transformador y desestabilizador asociado con una destrucción creativa generalizada. Por lo tanto, el movimiento solamente avanza si no queda bloqueado por los perdedores económicos, que prevén que perderán sus privilegios económicos, y por los perdedores políticos, que temen que se erosione su poder político.

El conflicto por la escasez de recursos, rentas y poder se traduce en conflicto por las reglas del juego, las instituciones económicas, lo que determinará las actividades económicas y quién se beneficiará de ellas. Cuando hay un conflicto, no se puede dar respuesta a los deseos de todas las partes simultáneamente. Algunos serán derrotados y fracasarán, mientras que otros lograrán proteger aquello que desean. Los ganadores de este conflicto son una pieza fundamental de la trayectoria económica de un país. Si los grupos que se oponen al crecimiento son los ganadores, pueden bloquear con éxito el desarrollo económico y la economía se estancará.

La lógica de por qué los poderosos no querrán establecer necesariamente las instituciones económicas que fomentan el éxito económico se amplía fácilmente a la elección de las instituciones políticas. En un régimen absolutista, algunas élites pueden ejercer el poder para establecer las instituciones económicas que prefieran. ¿Estarían estas élites interesadas en cambiar las instituciones políticas para hacerlas más pluralistas? En general no, ya que, de esta forma, solamente reducirían su poder político, y harían más difícil, quizá imposible, para ellas estructurar instituciones económicas para promover sus propios intereses. De nuevo, vemos una fuente fácil de conflicto. Las personas que sufren por las instituciones económicas extractivas no pueden esperar que los gobernantes absolutistas cambien voluntariamente las instituciones políticas y redistribuyan el poder entre la sociedad. La única forma de cambiar estas instituciones políticas es obligar a las élites a crear instituciones más plurales.

De la misma forma que no existe ninguna razón por la que las instituciones políticas deban ser automáticamente pluralistas, tampoco hay ninguna tendencia natural hacia la centralización política. Sin duda, habría incentivos para crear instituciones estatales más centralizadas en cualquier sociedad, sobre todo en las que no tienen esa centralización en absoluto. Por ejemplo, en Somalia, si un clan creara un Estado centralizado capaz de imponer orden en el país, la nueva situación podría conducir a la creación de beneficios económicos y podría aumentar la riqueza de este clan. ¿Qué lo impide? El principal obstáculo para la centralización política vuelve a ser el miedo al cambio: cualquier clan, grupo o político que intente centralizar el poder en el Estado también lo estará centralizando en sus propias manos, y esto es probable que provoque la ira de otros clanes, grupos e individuos que serían los perdedores políticos de este proceso. La falta de centralización política no se traduciría solamente en el caos en gran parte de un territorio, sino que también existen muchos actores con poder suficiente para bloquear o trastornar la situación, y el miedo a su oposición y a una reacción violenta a menudo disuadirá a muchos posibles centralizadores. La centralización política solamente es probable cuando un grupo de personas es lo suficientemente más poderoso que otro para construir un Estado. En Somalia, el poder está equilibrado equitativamente, y ningún clan puede imponer su voluntad sobre otro. Por lo tanto, la falta de centralización política persiste.

 

 

La larga agonía del Congo

 

El Congo es uno de los ejemplos mejores, y más deprimentes, de las fuerzas que explican la lógica de por qué la prosperidad económica es tan persistentemente escasa bajo instituciones extractivas, e ilustra la sinergia entre instituciones económicas y políticas extractivas. Los portugueses y los holandeses que visitaron el Congo en los siglos
XV
y
XVI
destacaron la «pobreza miserable» del país. La tecnología era rudimentaria desde el punto de vista europeo y los congoleños no tenían ni escritura, ni rueda ni arado. Los relatos históricos dejan claro cuál era la causa de esta pobreza, así como el hecho de que los campesinos congoleños fueran reacios a adoptar tecnologías mejores. La causa era la naturaleza extractiva de las instituciones económicas del país.

Como hemos visto, el reino del Congo estaba gobernado por un rey que vivía en Mbanza, ciudad que posteriormente recibiría el nombre de São Salvador. Las zonas situadas lejos de la capital estaban gobernadas por una élite que representaba a los gobernantes de distintas partes del reino. La riqueza de esta élite se basaba en las plantaciones esclavistas situadas cerca de São Salvador y en la recaudación de impuestos del resto del país. La esclavitud era crucial para la economía, la élite utilizaba esclavos para abastecer a sus propias plantaciones y los europeos enviaban esclavos a la costa. Los impuestos eran arbitrarios, e incluso se cobraba un impuesto cada vez que al rey le venía en gana. Para ser más próspero, el pueblo congoleño tendría que haber ahorrado e invertido, por ejemplo, en comprar arados. Pero no habría valido la pena, porque cualquier excedente de producción que hubieran conseguido utilizando una tecnología mejor habría sido expropiado por el rey y su élite. Así que, en lugar de invertir para aumentar su productividad y vender sus productos en mercados, los congoleños alejaron sus pueblos del mercado para intentar estar tan lejos como fuera posible de las carreteras y reducir así la frecuencia de los saqueos y escapar de los traficantes de esclavos.

Por lo tanto, la pobreza del Congo fue el resultado de instituciones económicas extractivas que bloquearon los motores de prosperidad o que incluso los hicieron trabajar en sentido inverso. El gobierno del Congo proporcionó muy pocos servicios públicos a sus ciudadanos, ni siquiera los básicos, como los derechos de propiedad, respeto a la ley y el orden. Al contrario, el gobierno en sí era la mayor amenaza para la propiedad y los derechos humanos de sus súbditos. La institución de la esclavitud significó que no pudo existir el mercado más fundamental de todos, el mercado de trabajo inclusivo en el que las personas pueden elegir su profesión o su trabajo de manera que pueden contribuir a una economía próspera. Además, el comercio a larga distancia y las actividades mercantiles estaban controladas por el rey y vetadas a quienes no estaban relacionados con él. Y a pesar de que la élite pronto se alfabetizó después de que los portugueses introdujeran la escritura, el rey no intentó extender la alfabetización al resto de la población.

Other books

Frames by Loren D. Estleman
The Fixer by Jennifer Lynn Barnes
Outcast by C. J. Redwine
The Missing by Chris Mooney
A Circle of Wives by Alice Laplante
A Slither of Hope by Lisa M. Basso
The Ways of White Folks by Langston Hughes
White Ute Dreaming by Scot Gardner