Niki se da cuenta. Se aparta de él. Se acomoda en su asiento. Repentinamente seria.
—¿Qué sucede, Alex?
—Nada, no pasa nada. He estado pensando en nuestra historia. Desde que nos conocimos hasta hoy.
—¿Y ha habido algo que no ha estado bien? ¿No te has sentido bien? Dime en qué me he equivocado.
—Tú no te has equivocado en nada.
—¿Y entonces…?
—La que está equivocada es la situación.
—Pero siempre me sales con ese problema de edad, de la diferencia… Ya sabía que antes o después me saldrías con eso. De modo que vengo preparada. —Niki se saca un folio del bolsillo de los pantalones.
—Bien… Puesto que la lista en la que los hombres eran bastante mayores que ellas no te bastó, te he traído otra de nombres de parejas en las que los hombres tienen bastantes años menos que sus mujeres. Aquí está… Melanie Griffith y Antonio Banderas, Joan Collins y Percy Gibson, Madonna y Guy Ritchie, Demi Moore y Ashton Kutcher, Gwyneth Paltrow y Chris Martin… y les va bien, a todos… A nadie le parece que haya nada equivocado en ello.
—Puede que sea yo el equivocado.
—Pero ¿equivocado en qué? ¿Tienes miedo de que esto no funcione? Pues entonces intentémoslo, ¿no? En realidad, ya lo estamos intentando. ¡No seas gafe! Tú mismo lo has dicho un millón de veces… sólo viviendo lo sabremos. ¿Qué te pasa, reniegas de tu Lucio?
Alessandro sonríe.
—No, Niki, eso nunca, pero es sólo una canción.
—Y entonces, ¿qué?
—Que en cambio esto es la vida.
—Que puede ser más bella que una canción.
—Cuando se tienen dieciocho años.
—Mira que llegas a ser pesado.
—No, Niki, en serio. Me he pasado la noche pensando. No puede salir bien. Ya te lo he dicho, no me lo pongas más difícil.
Niki se queda callada, lo mira.
—Te he demostrado amor, me la he jugado, por todo y contra todos. No puedes decirme esto. No te estás comportando bien. Las cosas se acaban cuando hay una razón para que se acaben, un motivo válido. ¿Tú tienes un motivo válido?
Alessandro la mira. Querría decirle algo más. Pero es incapaz.
—No, no tengo un motivo válido. Pero tampoco tengo ninguno para seguir contigo.
Silencio. Niki lo mira. Es como si de repente el mundo se le hubiese desplomado encima.
—¿En serio? ¿En serio no tienes ninguno?
Alessandro se queda en silencio.
—Entonces ése es el motivo más válido de todos.
Niki se baja del Mercedes, se aleja sin darse la vuelta y desaparece de repente, del mismo modo que había aparecido. Silencio. Un poco de silencio. Y esa molestia. El no habérselo dicho. Y ese silencio es entonces como un bramido. Alessandro arranca y se va.
Niki sigue caminando. Pero se siente morir. No logra refrenar las lágrimas que empiezan a escapársele veloces. Le gustaría no sollozar, pero no puede evitarlo. No lo consigue. Y la calle parece silenciosa. Todo parece silencioso. Demasiado silencioso. Una parte de su corazón se ha apagado. Un vacío enorme se abre de repente en su interior. Y ecos lejanos de su voz, sus carcajadas, sus palabras alegres y momentos y pasiones y deseo y sueño. Plaf. Todo se ha desvanecido en un instante. Nada más. Sólo una frase: «No tengo un motivo válido para seguir contigo.» Pumba. Un pato al amanecer y un disparo de fusil. Un cristal esmerilado y una pedrada repentina. Un niño en bicicleta que cae con las manos por delante y se las lastima. Dolor. Eso es. Por su culpa. Por querer estar al lado del contable de los sentimientos, el contable del amor, el hábil comerciante que logra hacerte ahorrar una sonrisa. Qué tristeza. ¿Era así el hombre al que yo amaba? Niki llega a su portal. Lo abre y entra. Camina por el pasillo como una zombi joven sin vida.
Simona sale de la cocina. Está llevando la fuente de la pasta a la mesa.
—Ah, aquí estás, ¿dónde te habías metido? Venga, ven, que vamos a comer, estamos todos ya sentados a la mesa.
—Perdona, mamá, me duele el estómago… —Y se mete en su habitación, cierra la puerta y se echa en la cama. Se abraza a la almohada. Llora. Por suerte, su madre la ha visto sólo de espaldas, de otro modo se hubiese dado cuenta de inmediato de cuál era su verdadero problema. Mal de amores. Y no se cura fácilmente. No existen medicinas. Ni remedios. No se sabe cuándo pasará. Ni siquiera se sabe cuánto duele. Sólo el tiempo lo cura. Mucho tiempo. Porque cuanto mayor ha sido la grandeza de un amor, tanto más largo resulta el sufrimiento cuando éste se acaba. Es como en las matemáticas: se trata de magnitudes directamente proporcionales. Matemática sentimental. Y, por desgracia, en esa materia, Niki podría sacar ahora un diez.
Olas reunidas. Pero hay borrasca.
—Ya os lo dije… ¡Era demasiado perfecto! Romántico, soñador, generoso, divertido… Educado en todo y por todo. ¡Venga ya! Por fuerza tenía que haber algo chungo.
Olly se tira de la cama de su madre, convencida de sus afirmaciones.
Erica y Diletta niegan con la cabeza.
—Pero ¡qué dices! ¿Por qué crees que tú eres la que más sabe del tema?
—Porque lo sé.
—Vale, pero el hecho de que a ti no te gustase no quiere decir que la cosa no fuese bien.
—Vale que no estaba mal, pero no lo puedo evitar. A mí este Alex nunca me acabó de convencer.
Niki, sentada en el sillón junto a la cama, tiene la cara entre las manos. Está destruida, sigue desconsolada la conversación de sus amigas acerca de su historia de amor. Mira a Olly a la derecha, y después a Diletta y Erica a la izquierda, y de nuevo a Olly. Como si estuviese siguiendo uno de esos partidos de tenis de algún campeonato internacional… Sólo que la única tenista que ha sido derrotada es precisamente ella.
Olly se sienta en la cama con las piernas cruzadas.
—Pero ¿de qué vais? Al principio estaba de lo más enamorado y luego… ¡Plaf, desaparece de repente! ¿No os parece extraño? Sin una razón, sin un porqué, nada… Yo os diré el porqué… O tiene otra o, peor aún, ¡su ex ha vuelto! Y no tenéis idea de lo que me gustaría equivocarme.
Diletta se pone de pie.
—¡De hecho, estoy segura de que te equivocas!
Olly se echa a reír.
—Sí, claro, cómo no. Y me lo dices tú, que todavía no te has ido a la cama con nadie.
—¿Y eso qué tiene que ver? ¿Es que acaso si hubiese follado entendería mejor a los hombres?
—Bueno, empezarías a saber orientarte un mínimo. Así es muy fácil, ¿no? Dictas sentencia sin haber probado antes el producto. Por ejemplo, Niki, perdona que te lo pregunte, ¿qué tal era el sexo entre vosotros?
Niki sonríe desconsolada.
—Lo siento… Perfecto, sublime, maravilloso, surreal… No lo sé, no logro encontrar palabras mejores que puedan dar una idea. Era un sueño.
—¿Has visto? Tiene otra.
—Pero ¿qué dices? Eres una gafe.
—Escuchad, podemos seguir discutiendo de este tema hasta la Selectividad. No tiene solución.
Niki asiente con la cabeza.
—Tiene razón. Creo que la única respuesta verdadera sólo nos la puede dar él.
Justo en ese momento, se abre la puerta de la habitación.
—¡Olly! Pero ¿qué estáis haciendo?
Olly se levanta de la cama sin mostrar sorpresa alguna.
—Mamá, es posible que hayas olvidado que nosotras este año tenemos la Selectividad. —Y sonríe a sus amigas—. Estábamos estudiando.
—¿Y tenéis que hacerlo precisamente en mi dormitorio?
—Nos sienta bien estudiar aquí. —Y en voz baja a las amigas—: El enemigo. —Y salen arrastrando a Niki, empujándola, intentando hacerla reír, despidiéndose de la madre de Olly educadas y sonrientes, listas de nuevo para desafiar al mundo.
Pasan los minutos. Pasan las horas. Pasa algún día. Ha leído de todo. Ha hecho de todo. Pero resulta muy difícil escapar al propio silencio. Lo dijo hasta un sabio japonés: puedes escapar al ruido del río y de las hojas al viento, pero el verdadero ruido está dentro de ti. Y además, a Niki le importa un pimiento ir bien en esa materia. Al contrario, le encantaría que la suspendieran en matemática sentimental. De modo que llama a la puerta.
—¡Adelante!
—Hola, Andrea.
—¡Niki! ¡Qué sorpresa! Los carteles todavía no están listos. ¡Te has convertido en una modelo superbien pagada! ¡Serás famosa en todo el mundo!
Niki lo mira y mueve la cabeza. Ya, pero no soy famosa para el hombre que amo. Le gustaría decirlo, pero se queda callada. En lugar de eso, sonríe.
—Tonto, ¿sabes dónde está Alex? Su secretaria me ha dicho que no está en su despacho.
—No. Me parece que ha bajado. A lo mejor está en el bar de ahí enfrente. No lo sé.
—Ok, gracias, hasta pronto.
Andrea Soldini mira a Niki, que coge el ascensor. Pobrecilla, está bajo un tren, mientras Alessandro está precisamente en el bar de abajo. Pero Andrea sabe muchas cosas más. Sólo que en ocasiones conviene hacerse el tonto.
Niki sale del portal, camina por la acera. Al otro lado de la calle ve aparcado el Mercedes. Vaya, el coche está ahí. A lo mejor sí que está en el bar. Niki se acerca a la ventana y mira dentro.
En la última mesa del fondo, frente a su zumo, está Alessandro. Ve que está hablando alegre y le sonríe a la chica que está sentada frente a él. De vez en cuando, le acaricia la mano.
—¿No lo entiendes?, quieren darme en seguida otro proyecto y no puedo renunciar.
—Pero les dijimos a los Merini que haríamos un viaje con ellos.
—Ya lo sé, a lo mejor no la primera semana, pero sí la última de julio. ¡O si no, lo dejamos para agosto! —Justo en ese momento, Alessandro la ve. Reflejada en el espejo de la barra. Se disculpa—. Perdona, pero tengo que salir un momento a controlar una cosa.
—Vete, vete, mientras tanto haré una llamada de teléfono. —Elena no se ha dado cuenta de nada.
Alessandro se levanta y sale del local.
—Hola. —Alessandro se aparta un poco para que no lo vean desde el local—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—He venido a buscarte a la oficina. Y luego te he visto aquí. Mano sobre mano con esa chica. —Niki señala a Elena, que está hablando por su móvil dentro del bar. Luego mira de nuevo a Alessandro y sonríe—. Estaba a punto de emprenderla a patadas con tu coche otra vez.
Alessandro se queda en silencio.
Niki busca temerosa sus ojos.
—Es tu otra hermana, ¿verdad?
—No.
—Y entonces ¿quién es?
Alessandro continúa en silencio.
—¿Es la que quería decorarte la casa?
—Sí.
Niki se ríe con amargura.
—Y me dijiste que no tenías un motivo válido para seguir conmigo… Me has hecho sentir una nulidad, me has hecho creer que no he sabido estar a la altura, que era yo la que no lo sabía llevar. Me has hecho sentir insegura como nunca… Me he pasado días enteros pensando, esperando… Me he dicho a mí misma: a lo mejor acaba aceptando lo que no le ha gustado de mí, lo que sea que haya hecho o dicho equivocado… O peor aún, lo que sea que no hice y que él esperaba que hiciera… Me he sentido sola como nunca. Sin un porqué. Llena de dudas. Y en cambio tú lo sabías todo. ¿Por qué no me dijiste en seguida que había vuelto? ¿Por qué? Lo hubiese entendido. Hubiese podido aceptarlo todo mejor.
—Lo siento.
—No. Alex, fuiste tú quien me hizo ver aquella película… Amor es no tener que decir nunca lo siento. Y me gustaría añadir algo más… También es saber decir lo gilipollas que eres.
Alessandro sigue manteniendo su silencio.
—No dices nada. Claro, en ciertas ocasiones resulta más fácil quedarse callado. Bien, entonces te diré una cosa: dentro de poco haré la Selectividad y entraré en la edad madura. Es verdad que estoy mal, que no consigo estudiar, pero a lo mejor apruebo. Quiero conseguirlo. En cambio, me gustaría saber cuándo vas a madurar tú… ¿Sabes, Alex?, en todos estos meses, tú me has llenado de regalos, pero al final te has quedado el más hermoso. Mi cuento de hadas.
Y se aleja sin más, se monta en su ciclomotor y al final mueve la cabeza y hasta sonríe. Porque Niki es así.
Y cuando Niki llega al Alaska, las amigas no albergan dudas. En parte porque ella se echa a llorar. Entonces todas la abrazan. Y Olly mira a Diletta. Luego a Erica. Pero no hace comentario alguno. Cierra los ojos. Se muerde el labio. Y lamenta profundamente haber tenido razón. Y todas intentan hacerla reír y le ofrecen un helado y le hablan de otras cosas e intentan distraerla. Pero Niki se desespera. Nunca lo habría esperado. Eso no. En serio.
—Quiero decir que me lo podía imaginar todo, os lo juro, todo, pero esto no. Ha vuelto con la que estaba. O sea, se acabó.
Y esa misma tarde, Olly decide cometer una locura. En el fondo, oportunidades no le faltan.
—¡Niki, baja! —gritan todas a la vez. Y ella, Olly, la gran organizadora, se monta en el coche y empieza a tocar el claxon como loca. «Piii piii piii…»
Niki se asoma a la ventana.
—Pero ¿qué ocurre? ¿Qué es este jaleo?
—¡Venga, muévete, que te estamos esperando!
Niki ve el coche. Después a sus amigas.
—No me apetece bajar.
—No lo entiendes… Si no lo haces, subimos y te desmontamos la casa.
—¡Sí y yo me lo monto con tu padre!
—¡¡¡Calla, Olly!!! Ok, ya bajo. ¡Dejad de armar jaleo! —Y en un momento está abajo. Corre curiosa hacia el Bentley último modelo.
—¿Qué estáis haciendo?
—Hemos organizado una jornada
ad hoc
para ti… Para nosotras, para mí… En resumen, ¡porque me apetece, vamos!
Olly empuja a Niki al coche. Y se van con la conductora, una chica de treinta años llamada Samantha, que sonríe y mete la primera.
—¿Vamos a donde me ha dicho usted… Olly?
—Sí, gracias… —Y vuelta hacia Niki—. Vale, he estado pensando que… ¡nosotras, las Olas, no debemos permitir que ningún Alessandro ni ningún otro hombre nos haga verter una sola lágrima por él! ¿Está claro?
Y sube el volumen del CD que acaba de poner. Las
Scissor Sisters
inundan el coche.
I don't Feel Like Dancin'
. Y ellas también cantan y bailan y se ríen y arman jaleo. Arrastran a Niki, la empujan, le alborotan los cabellos, todo por hacerla reír. Incluso Samantha sonríe y se divierte con esas cuatro locas sedientas de felicidad.
—Hemos llegado.
—Bien, en marcha, chicas, bajad… La primera etapa es aquí, en el spa del Hilton. Ya está todo reservado, acordado y sobre todo pagado… ¡Venga, Olas, entrad!