—Pero entonces la cosa cambia. Podemos hablarlo. No tiene sentido que vuelva a hacer venir al jovencito… ¿Qué te pasa, estás cabreado?
—¿Por qué iba a estarlo? Gané.
—Ah, sí, claro, claro. Tengo una idea. Mientras estés fuera, le digo a Andrea Soldini que lo vaya preparando todo, ¿qué te parece?
—Bien, me alegra. Y, sobre todo, tengo que decirte que estoy muy contento de una cosa.
Leonardo lo mira con curiosidad.
—¿De cuál?
—De que te hayas acordado de su nombre.
Alessandro aprieta el botón de bajada. Leonardo sonríe.
—Pues claro. Cómo iba a olvidarlo… Ese tipo es la hostia.
En el último momento, Alessandro bloquea las puertas.
—Ah, mira, me parece que también tendrías que hacer que Alessia se quedase en Roma. No la transfieras a Lugano. Aquí hace mucha falta, confía en mí.
—Por supuesto, ¿estás de broma? Es como si nunca se hubiese ido. Y tú, ¿cuándo piensas volver?
—No lo sé…
—Pero ¿adónde vas?
—No lo entenderías.
—Ah, ya veo… Es como el anuncio aquel en el que aparece un tipo con una tarjeta de crédito solo en una isla desierta.
—Leonardo…
—¿Sí?
—Esto no es un anuncio. Es mi vida. —Entonces Alessandro le sonríe—. Y ahora, ¿me dejas marchar, por favor?
—Claro, claro. —Leonardo suelta las puertas del ascensor, que se cierran lentamente.
—Estaré aquí, esperándote. —Luego se inclina hacia un lado buscando el último resquicio—. Vuelve pronto. —Se inclina aún más y grita casi al vacío—. Tú lo sabes, ¡eres insustituible!
Niki mete las llaves en la cerradura de casa. Roberto y Simona oyen ese sonido familiar. Están sonrientes y felices, curiosos y divertidos con todas las historias, los lugares, las anécdotas, las aventuras de su joven hija que acaba de llegar a la mayoría de edad. Guapa, morena, un poco más delgada… pero sobre todo increíblemente crecida.
—Y después, ¿sabéis lo que hizo Olly? Bebió como una loca en una fiesta que había en la playa, una
rave
que duró hasta por la mañana. Y tuvo que tomar algo, porque estuvo mala dos días. No se acordaba de nada. Ni siquiera de quiénes éramos nosotras.
Roberto y Simona escuchan casi aterrorizados esas palabras, haciendo como si nada, intentando incluso divertirse.
—Y Erica tuvo una historia con un alemán, una especie de Hulk en rubio. Dice que le gustaría ir a Mónaco el sábado y el domingo. En cambio Diletta no sé cuántas veces pidió a sus padres que le recargaran el móvil para llamar a Filippo. Y cuando no tenía cobertura o se había quedado sin saldo, hacía unas colas interminables para llamar desde un fijo. Un primer amor de dependencia absoluta. ¡Os lo juro, nos daba la paliza cada día contándonos todo lo que se habían dicho, los mensajes que le había mandado, los que había recibido! ¡Una
neverending story
!
Simona la mira.
—¿Y tú?
—¿Yo? Bueno yo me he divertido, lo he pasado bien, muy bien. Tranquila. Mamá, mira lo que me he comprado.
Niki se va hasta su mochila y saca una camisa blanca, toda arrugada, con el cuello en V y unas piedras cosidas en el escote. Se la pone por delante.
—¿Os gusta? No me costó muy cara.
—¡Sí, es bonita! —Pero Simona apenas tiene tiempo de acabar la frase, pues ya Niki ha salido corriendo hacia la mochila de nuevo.
—Esto os lo he traído a vosotros: un pareo para mamá, y para ti, papá, esta bolsa azul. ¡Son unas sandalias de cuero!
Roberto las coge.
—Son preciosas, gracias. ¿De qué número son?
Niki lo mira contrariada.
—¡Del tuyo, papá, el cuarenta y tres!
—Vale, es que me parecían pequeñas.
Simona se levanta y va hacia el cajón.
—También nosotros tenemos una cosa para ti. —Saca el sobre de Alessandro.
Niki lo coge y de inmediato reconoce la letra.
—Disculpadme. —Se va a su habitación, cierra la puerta y se sienta en la cama. Da vueltas al sobre entre sus manos. Decide no pensarlo más y lo abre.
«Hola, dulce chica de los jazmines…» Y sigue leyendo, sonriendo, conmoviéndose a veces, soltando una carcajada en algún pasaje. Lee, sonríe. Recuerda cosas, lugares, frases. Recuerda besos y sabores. Y muchas cosas más. Y al final de la carta no tiene dudas. Sale de la habitación, regresa al salón con sus padres. Roberto y Simona están sentados en el sofá, intentando distraerse de algún modo. Simona hojea una revista, Roberto está mirando las costuras de las sandalias, las estudia con tanta atención que en algún momento parece que tenga ganas de montar una empresa para fabricarlas. Simona la ve llegar. Cierra la revista e intenta aparentar calma, como si esa carta no le importase lo más mínimo. Pero se muere de curiosidad, se muere de verdad, pagaría lo que fuese por saber qué es lo que hay escrito en ella. No obstante, esboza una ligera sonrisa a fin de no resultar agobiante.
—¿Todo bien, Niki?
—Sí, mamá. —Niki se sienta delante de ellos—. Papá, mamá, tengo que hablar con vosotros…
Y empieza a hacerlo. Y casi ni se detiene. Sus padres escuchan en silencio esa especie de río desbordado, todas las razones por las que no pueden de ningún modo oponerse.
—Ya está. He acabado. ¿Qué os parece?
Roberto mira a Simona.
—Ya te dije que teníamos que haber abierto esa carta…
De rodillas, debajo del lavamanos blanco, con las manos en las frías baldosas del baño. Hace calor. Se seca con la manga del mono la frente perlada de sudor. Entonces la ve. Un par de zapatillas All Stars se detienen a pocos pasos de él. El joven fontanero se aparta de debajo del sifón, y Olly le sonríe.
—¿Quieres agua? ¿Coca-Cola? ¿Café? ¿Té? —Le gustaría hacer como Tess McGill, la joven y combativa secretaria de Katharine Parker en la película
Armas de mujer
y añadir «¿A mí?», pero le parece fuera de lugar. El joven fontanero se sienta en el suelo, se apoya en el lavamanos y sonríe.
—Una Coca, gracias. —La mira mientras sale. Lleva una falda corta, una camiseta corta, calcetines cortos. Todo corto menos sus piernas. Larguísimas. Y además es amable. Por qué iba a molestarse una como ella en venir aquí a preguntarle a un tipo como yo si quiere beber algo.
Olly regresa.
—Toma, te he puesto también una rodaja de limón. La he cortado con mi navaja sarda… —Olly se la enseña—. ¿Te gusta? Es un modelo de
arresoja
, superafilada, las hace un artesano de Fluminimaggiore, en Cerdeña. Es un puntazo.
El joven fontanero la coge y la mira. Olly prosigue con su descripción.
—¿Lo ves? En la hoja tiene una incrustación con una águila y el mango es de cuerno de ciervo.
El joven fontanero la abre.
—Bonita. —Y da un trago a su Coca-Cola. Tiene sed de verdad. Allí debajo hace un calor de mil demonios.
Olly se sienta en el borde de la bañera. Cruza las piernas, una rodilla sobre la otra, así no se le ven las bragas. El joven fontanero la mira. Por un momento lo piensa y se pone nervioso. Pero sólo por un momento.
—Gracias.
—De nada. Oye, antes siempre venía otro a arreglar este tipo de cosas de fontanería. ¿Cómo es que has venido tú? No es que me moleste, ¿eh?, es sólo por saberlo.
El joven fontanero continúa aflojando el tubo bajo el lavamanos y sin dejar de trabajar habla.
—El que venía siempre es mi hermano. Ahora trabajamos juntos. Pero hace poco. Bueno, ya casi he acabado.
Olly sonríe y cruza de nuevo las piernas.
—¡Oye, que yo no pretendía meterte prisa!
—Ya está. —El joven fontanero saca el tubo y lo vacía en una cubeta, sale un poco de agua y un montón de pelos. Tin. Un ruido sordo en el plástico azul.
—¿Has visto? Lo conseguí. Tu anillo no se ha perdido.
El joven fontanero se lo da a Olly, que se lo pasa de una mano a la otra sonriendo. Mientras tanto, él vuelve a montar el tubo y lo aprieta fuerte con una llave inglesa.
—Ya está. —Sale todo sudado de debajo—. ¿Has visto? —Mira su reloj—. Veinte minutos. No he tardado mucho…
—Ya te digo. ¡Ha sido cosa de magia! Yo ya lo daba por perdido.
El joven fontanero la mira. Entonces se agacha y gira la llave que hay debajo del lavamanos para abrir el agua. Y decide lanzarse. De todos modos, allí debajo del lavamanos, ella no le puede ver la cara. Lo más que puede hacer es no responder.
—Hubieses tenido problemas con tu novio, ¿eh?
—¡Para nada! Si acaso con mi madre. Me lo regaló ella por la Selectividad… Es que saqué un notable que nadie esperaba… Sobre todo ella. Y esa vez decidió darme un premio. Si lo pierdo se me cae el pelo. Ya me parece oírla. «¡Olimpia, no sientes respeto por nada ni por nadie, todo lo pierdes! ¿Sabes lo que me ha costado hacer que te hagan ese anillo a medida, encontrar algo que te gustase?»
El joven fontanero sonríe y mira el anillo.
—Bueno, la verdad es que es muy bonito.
—Es idéntico al que llevaba Paris Hilton en la última foto en la que aparecía con su novio. Pero ¡yo creo que mi madre ha escatimado, de modo que no creo que éstos sean diamantes de verdad como los del original!
—Pero está bien por su parte que lo haya pensado.
—Sí.
El joven fontanero se echa a la espalda la caja de las herramientas y se dirige hacia la puerta. Olly lo acompaña.
—Bueno, gracias por todo —le dice mostrándole de nuevo el anillo.
—No hay de qué, gracias a ti por la Coca-Cola.
—¿Estás de broma? Sólo faltaría. —Olly se detiene y se golpea con la palma de la mano en la frente—. ¡Demonios, te juro que se me había ido por completo de la cabeza! ¿Cuánto te debo?
Él se queda pensativo un momento. Sólo un momento. Niega con la cabeza.
—Bah, no es nada, está bien así. Sólo he tardado veinte minutos.
—¿Estás de coña? Ni hablar. Tu hermano pedía cien euros sólo por la llamada. Mira que si no, no te vuelvo a llamar y hablo sólo con él.
El chico se mete las manos en los bolsillos.
—Ok, pero sólo cincuenta euros. —Y saca una tarjeta de visita—. Pero me tienes que prometer que sólo me llamarás a mí y no a mi hermano. Sólo yo te hago descuento. ¿Prometido?
Olly mira la tarjeta. El apellido delante del nombre. Sabatini Mauro. Tiene un fontanero como de dibujos animados. Olly consigue contener la risa.
—Eres más simpático que tu hermano. Pero no se lo digas, ¿eh?
Justo en ese momento, aparece la madre de Olly en la puerta. Al verla con ese muchacho, vestido con un mono y con una caja de herramientas, la mira preocupada.
—¿Qué sucede, Olly?
—Nada, mami, ¿por qué siempre tienes que estar preocupada? Ha venido a saludarme un amigo, no nos veíamos desde antes de las vacaciones… —Olly le guiña un ojo a Mauro.
—Buenos días, señora.
—Buenos días, disculpe, pensaba que, no, nada, no pensaba nada.
—Mamá, le estaba enseñando el anillo que me regalaste y le ha gustado muchísimo.
Mauro sonríe.
—Sí, es de muy buen gusto. Se parece un poco al de la señorita Hilton.
La madre mueve la cabeza.
—Es que es el de la Hilton. —Y entra en casa con la compra.
—Adiós, hasta otra —dice Olly, y se acerca a él, besándolo en una mejilla. Mauro se queda perplejo un instante—. Es que no estoy segura de que mi madre no esté vigilando. —Se le acerca al oído y le dice en voz baja—. A lo mejor podemos llamarnos, de lo contrario se dará cuenta de que estaba mintiendo.
Mauro le sonríe.
—Sí, para que no se entere…
Olly se va a la cocina. La madre está colocando la compra.
—Toma, mete esto ahí debajo. —La madre le pasa varios productos de limpieza—. Te he traído el yogur que querías.
—Gracias.
La madre acaba de vaciar las bolsas.
—Es gracioso, ¿sabes? Tu amigo se parece un montón al fontanero que llamamos siempre. Por un momento, pensé que se habría roto el baño o que habrías hecho cualquier otro desastre.
—Para nada. De todas maneras, es verdad que se parece. Yo también lo había pensado. —Mira de nuevo su anillo—. Gracias, mamá. ¡De veras que es precioso!
—Me alegro de que te guste. —Se abrazan. La madre la coge y la estrecha un momento entre sus brazos, mirándola—. Esperemos que no lo pierdas, como todo lo demás.
Olly se apoya en su pecho como no lo hacía en mucho tiempo.
—No, mamá, puedes estar tranquila. —Y mira el anillo todavía mojado.
«Noticiario radiofónico. Buenas tardes. Esta mañana, la policía ha conseguido desarticular una importante red de tráfico de drogas. Al sospechar del continuo ir y venir de la casa de una pareja de ancianos, han irrumpido en la vivienda de madrugada. El señor Aldo Manetti y su mujer María han sido hallados en posesión de más de quince kilogramos de cocaína. El matrimonio ha sido arrestado. Desde hace años distribuían droga a los barrios de Trieste y Nomentano, así como también a varios suburbios del Salario. Fútbol. Una nueva adquisición para el…»
Ella fuera de la habitación color añil. Ha llegado el momento de devolverlo. La curiosidad es demasiada. Y en el fondo también se trata de una buena acción… La chica pone el intermitente. La calle está poco iluminada, pero logra ver el nombre en la pared. Via Antonelli. Sí, tiene que ser por aquí. Sigue conduciendo. Del pequeño reproductor de CD del minicoche salen palabras buenas, apropiadas para el momento. «La especialidad del día la sonrisa que me das. En un mundo sin salida se distingue siempre más. Deja ver el lado oscuro de la grande hipocresía que trepa por el muro como el final…» Sonríe y se mira un momento. Sí, ese vestido la favorece de verdad. El gris y el azul siempre le han quedado bien. Un stop. Gira a la derecha. «Yo que estaba tan perdido en la cotidianidad, como un faro encendido me has venido a iluminar.» Muy bien, Eros. Debería de estar cerca. ¿Dónde estará ese dichoso lugar? Esperemos que haya alguien todavía; son las ocho. Maldita sea, siempre tengo que llegar tarde. Se mete por una calle de edificios del siglo XIX. Aminora y empieza a mirar los números. Cincuenta. Cincuenta y dos. Cincuenta y cuatro. Ahí está. Cincuenta y seis. Se detiene y aparca un poco de través. De todos modos, el minicoche es pequeño, es como tener un Smart. Antes de sacar las llaves, las últimas palabras de la canción. «Solamente tú sabes ver mi corazón, solamente tú que das inicio ahora ya… a una nueva edad.» Una nueva edad. Sí, así es como me siento, Eros.