Oxford 7 (25 page)

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Authors: Pablo Tusset

Tags: #Ciencia Ficción, Humor

BOOK: Oxford 7
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—Comunicador: llamada externa —dice—. Puerto de Oxford 7, Alquiler de orbitadores ferry.

«Se informa al usuario de que esta comunicación tiene la consideración de pública, y como tal podrá ser usada a efectos fiscales, de seguridad y publicitarios», dice la voz sintética.

Francisco ha permanecido sentado a oscuras durante unos minutos.

Es casi imposible que esa Deckard sepa del trato con el partido. Habla sólo con el alcalde, el president y el conseller d'interior, directamente en las oficinas de gobierno del Nou Camp Nou.

No es verosímil que ellos hayan filtrado la información. Son los últimos a los que les convendría hacer públicos los contactos. La trama. Esa pantomima de guerra contra la alcaldía y el gobierno local. El toma y daca. La connivencia. Nosotros dejamos y vosotros proporcionáis, nosotros proporcionamos y vosotros dejáis. Perderían no sólo la alcaldía sino también la Generalitat, y probablemente el control de todo el imperio FCB. La presión conjunta de Madrid, Bruselas y Washington se haría insoportable. Los propios socios del Club no admitirían la situación.

Y la presión de los movimientos antisistema internacionales sería demasiado para él. Si se supiera que está pactando con un gobierno hipercapitalista toda la propaganda ecolibertaria y anarcocircense se volvería contra él. Lo primero que harían sería cortarle el suministro de adrenalina, y ya le causan suficientes problemas los retrasos en la entrega.

Pero es poco probable que esa Deckard sepa nada.

Ni siquiera es probable que sospeche.

Podría obviar la amenaza.

Puede que sólo sea un truco de ingeniero emocional.

Media hora...

No hay tiempo de contactar con el president en media hora. Ni siquiera con el alcalde.

La otra opción es no correr riesgos.

Asegurarse y tratar más tarde de ajustar cuentas con esa zorra.

Deckard.

Emily Deckard.

El ferry privado estará listo para zarpar de Oxford 7 a las 22.00 en convención estacionaria.

Emily Deckard hace una primera parada en la planta 47 para acercarse a la recepción. Su maleta la sigue a un metro de distancia. Viste la gabardina y las botas de suela gruesa. Le cuesta convencer al secretario de que de verdad se va y de que tiene que entregarle la tarjeta maestra al tesorero y vicerrector.

—Pero ha vuelto a llamar el jefe de seguridad... —dice el secretario.

—Dígale que quedan anuladas las órdenes de búsqueda, y también las multas de la última manifestación ilegal. Si los propios estudiantes quieren acabar con esta universidad, allá ellos.

Cuando vuelve al ascensor mira su iClock. Casi se ha cumplido la media hora que le ha dado a Francisco. Pulsa el botón del segundo piso, donde están las habitaciones de enfermería.

El pulso del policía ha dejado de latir, BB lo ha comprobado concienzudamente antes de volver a introducirle el tubo de ventilación en el orificio traqueal. Aparentemente nada en su aspecto ha cambiado: sigue siendo un esqueleto pellejudo y amarillo, retorcido sobre sí mismo en la camilla.

La diferencia es que ahora es un verdadero cadáver.

Cuando Francisco reaparece apartando los cortinajes con la capucha puesta, los chicos están sentados. Rick está en pie, apoyado en la mesa. Ha guardado un escalpelo en la caña de su bota. Los cuatro quieren aparentar tranquilidad, pero sólo Rick y BB lo consiguen. Mam'zelle y Marcuse apoyan las nalgas al borde mismo del banco que ocupan. La docena de fraticelli siguen en las butacas de platea, amodorrados.

—Bueno, habéis tenido suerte —dice Francisco. Hace gesto de devolverle a Rick su iClock—. Esa rectora Deckard me ha convencido de que es la autora del informe, así que podéis largaros de aquí. Siempre que lo hagáis lo bastante deprisa como para que no tenga tiempo de arrepentirme.

Rick y los chicos se miran entre sí.

—Me alegro de oír eso —dice Rick, acercando la mano para recoger el iClock—, tendría que llegar a casa al menos a tiempo para la cena.

—Te convendría saltarte alguna cena, deberías bajar un poco de peso —le dice Francisco.

—Sí, mañana mismo me hago waterpolista.

Ninguno de los presentes necesita más trámites de despedida. Por razones distintas, todos tienen ganas de perderse de vista cuanto antes. Los chicos se han levantado y siguen a Rick cruzando el foso de los músicos. Esta vez van tan apretados detrás de él que el peso total hace que la pasarela pandée. En la platea, algunos de los fraticelli medio dormidos se despereza.

—No hace falta que nos acompañen —dice Rick—. Conocemos el camino.

Los cuatro echan a andar por el pasillo central hacia las puertas de salida al descansillo. Rick empuja la barra de apertura. Más allá, se encuentran solos en un pasillo curvo. Por alguna razón desconocida no tienen dificultades para orientarse hacia la salida.

—Cómo se puede ser tan hijodeputa —dice BB mientras caminan—. Ese individuo es un peligro, habría que acabar con él.

—Pensaba que era un antisistema como vosotros —dice Rick.

—Nosotros no torturamos a policías. ¿Vamos a marcharnos sin hacer nada?

—Sí —dice Mam'zelle—: vamos a marcharnos sin hacer nada, y cuanto antes mejor.

Marcuse no habla, pero apresura el paso y ya encabeza la marcha.

Al llegar a la escalera que baja al vestíbulo, Rick lo toma por el jersey para detenerlo. Las chicas tropiezan contra su espalda.

—Esperad, se me ha ocurrido una cosa que sí podríamos hacer sin riesgo —dice.

—No podemos hacer nada —dice Marcuse—, está infestado de... comosellamen encapuchados. Hay que largarse...

—¿Se le ha ocurrido un truco? —dice BB.

—Algo así. ¿Sabéis bailar?

—¿Bailar? —dice Mam'zelle.

—Bailotear, saltar... —dice Rick—. Bastaría con aparentar que estamos eufóricos, como si se nos saliera la energía por las orejas.

La segunda parada de Emily es en la planta segunda. Cuando llega a la puerta de la habitación de Palaiopoulos están no sólo las policías de guardia sino también Torres y Marsalis.

Ambos miran a la ex rectora de arriba abajo. Es la primera vez que la ven sin moño ni uniforme.

—¿Cómo está? —les pregunta.

Torres niega con la cabeza:

—Ha empezado a tener dolores fuertes. Le han dado un calmante, pero se niega a que le inyecten opiáceos. Dice que necesita estar lúcido. Ahora mismo está la ingeniera dentro tratando de convencerlo.

Emily le hace un gesto a su maleta para que no la siga y golpea la puerta de la habitación con los nudillos.

Adentro, la ingeniera mira quién entra.

—¿Puedo hablar un momento con el profesor? —pregunta Emily.

Su palabra sigue siendo virtualmente la de la rectora de Oxford 7, de modo que la ingeniera sale de la habitación de inmediato.

Palaiopoulos respira todavía peor que en el vídeo. Cada vez que entra aire en sus pulmones contrae la cara en un gesto de dolor. Su bata de hospital está empapada en sudor. Flota en el aire un olor como de cebollas.

Cruza la mirada con Emily.

—He visto su mensaje y he hecho lo que he podido —le dice al profesor—. Espero que haya sido suficiente.

Se sienta a los pies de la cama y mira su iClock.

Han pasado 33 minutos desde que ha hablado con Francisco.

Toca en la pantalla para hacer la llamada de control.

Rick baja las escaleras del Liceo hacia el vestíbulo imitando vagamente una coreografía de
freak dancing
que causaba furor en sus tiempos de estudiante. Mam'zelle ha aprendido con rapidez los movimientos de clara inspiración sexual y se le une al final de los escalones, ofreciendo generosamente la grupa para recibir las frenéticas acometidas de su desigual compañero de baile. Gruñidos, grititos y jadeos rítmicos ponen música a la coreografía ante la mirada de los fraticelli que dormitan por todo el vestíbulo. BB, poco dada a la danza pero mucho más en forma que cualquiera de sus compañeros, ha cargado a Marcuse a sus espaldas y ha bajado las escaleras dando pequeños saltos acompañados de resoplidos, lo que le da el aspecto de una antigua jugadora de fútbol americano en pleno entrenamiento.

Llegados al centro del vestíbulo y ante la mirada atónita de la nutrida y somnolienta concurrencia, Rick modera un poco los movimientos y toma a Mam'zelle por el hombro:

—Guau —dice—. Eso sí ha sido una buena dosis. —Luego se dirige a todos los presentes y a ninguno en especial, con aire ligeramente beodo—. Eh, vosotros, ¿estáis muertos o qué?: necesitáis un poco de esa adrenalina que acaba de llegarle a Francisco —dice.

De inmediato, un murmullo brota de la oscuridad y varias docenas de encapuchados levantan las cabezas como si hubiera sonado el despertador. BB corre hacia la salida cargando con Marcuse, y la extraña pareja formada por Rick y Mam'zelle los siguen abrazados y contoneándose. Enseguida, no sólo las cabezas sino los cuerpos enteros de los fraticelli se han levantado del suelo. Antes de que Rick y los chicos alcancen la salida, varios de ellos han echado a correr escaleras arriba hacia la sala principal del teatro.

—Hey, vosotros, qué hacéis ahí —les dice Rick a los fraticelli sentados en el porche—. ¿No queréis tomar un poco de adrenalina antes de que se termine?

La reacción entre los guardianes de la puerta es parecida a los del interior. No pasan cinco segundos antes de que todos ellos hayan saltado como movidos por un resorte y se hayan precipitado hacia el interior.

Afuera, en las Ramblas está a punto de anochecer.

El aire exterior les parece a los cuatro una delicia de frescura.

Huele a primavera auténtica.

—Bueno, a ver cómo sale de ésta nuestro amigo antisistema... —dice Rick, ya a la altura de la calle San Pablo—. Venga, hay que darse prisa.

Se está encendiendo la hoguera sobre el mosaico de Miró, convertido en una pira de cinco metros de altura.

Los cuatro siguen caminando a buen paso Ramblas arriba cuando suena el iClock de Rick.

«Emily Deckard @ Oxford 7.»

Rick no deja de caminar cuando pulsa la pantalla.

—Hola —dice.

«¿Dónde están?», pregunta Emily.

—Al aire libre.

«¿Los cuatro?»

—Los cuatro.

«¿A salvo?»

—Todavía en territorio comanche, pero creo que saldremos de ésta. Oiga, ¿qué le ha dicho al malo para que nos deje marchar tan fácilmente?

«Algo que usted mismo aprendió de Palaiopoulos una noche de febrero de 2013», dice Deckard.

—Eh: eso me suena —dice Rick—. Otra cosa: cómo hago para facturar a estos mocosos de vuelta a esa universidad suya.

«Páseme con ellos, quiero ver si han aprendido algo de todo este asunto.»

Cuando Emily corta la comunicación, el profesor Palaiopoulos avanza la mano sobre la cama en busca de la de ella.

Ella avanza el otro medio camino para sujetarle los dedos.

—Gracias —dice Palaio con un hilo de voz.

—No es nada. En realidad yo también he aprendido algo en estos últimos dos días.

—Qué —dice Palaio. Tiene los ojos cerrados.

—Que soy una mujer inteligente, atractiva y millonaria. ¿Quién quiere seguir siendo la zorra de Deckard?

—¿Te vas? —dice Palaiopoulos.

—Tengo un ferry esperando en el puerto.

—Yo también me quiero ir.
Time to die
.

Emily sujeta un poco mejor la mano huesuda, con los dedos torcidos por la artritis.

—¿Está seguro?

Palaiopoulos asiente.

Emily se inclina para besarle la frente. Él le toma una mejilla y da un par de cachetes.

Cuando Emily sale al pasillo y cierra la puerta tras ella tiene una sensación de
déjà vu
.

Exit experience
, dice con voz audible.

—¿Perdón? —dice la ingeniera sanitaria que espera fuera.

—No importa... Creo que el profesor ya está dispuesto para iniciar el protocolo de eutanasia. Haga el favor de confirmarlo y proceder cuanto antes —dice.

Emily le hace gesto a su maleta y echa a andar delante de ella pasando entre Torres y Marsalis.

—Portaos bien con el próximo rector —les dice.

Ambos murmuran un adios tímido, después se miran con cara de interrogarse mutuamente.

Emily se detiene a esperar el ascensor y mientras espera busca en el bolsillo interior de su larga gabardina.

Saca su tarjeta de programación virtual.

La gira para mirarla por ambas caras.

Cuando las puertas se abren, la arroja a la papelera que hay bajo el botón de llamada.

Después entra en el ascensor seguida de su maleta.

Rick y los chicos han tomado uno de los worms turísticos de techo transparente que paran en la Plaza Cataluña.

Se ha hecho de noche.

El worm está abarrotado de turistas y hay pocos asientos libres. Las chicas se han sentado juntas en las filas delanteras. Rick y Marcuse un poco más atrás, también juntos.

Marcuse mira al cielo.

Desde esta latitud se ve una gran extensión de firmamento poco denso en estrellas. Es un espacio oscuro y monótono. No hay estaciones espaciales lo bastante cercanas como para que sus luces sean distinguibles. Un observador entrenado podría distinguir a simple vista a Mars y a Jupiter, pero para un profano pasan desapercibidos. También son visibles Vega, Arturo, Cástor y Pólux y varias constelaciones. Pero las constelaciones no tienen sentido si uno está acostumbrado a mirar el cielo desde una estación espacial. Son sólo un punto de vista, un capricho nemotécnico, una palabra griega o latina que sirve para darle nombre a un college universitario. Desde aquí sólo se distingue bien a Moon en cuarto creciente, pero es mucho más pequeña que vista desde el Anillo Académico. Earth, el más bello cuerpo celeste de todo el sistema, está debajo de sus posaderas, y Sun se oculta completamente por la noche.

—Estoy confuso —dice Marcuse.

—Bienvenido al club —dice Rick.

—¿Por qué cree que Deckard se ha puesto en peligro para salvarnos? Después de todo íbamos a chantajearla...

—Pues ya ves lo equivocados que estabais.

—Pero Deckard representa al sistema, a las normas... Todos queremos rebelarnos contra eso. Usted también. En cierto modo vive como un proscrito.

—El sistema... —dice Rick—. Ir en contra del sistema forma parte del sistema.

Marcuse piensa.

—Yo he pronunciado alguna vez esas palabras, pero en realidad no sé qué significan —dice.

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