Reika siempre hablaba a Anna en mandarín. Como era de Taiwán, no dominaba el dialecto de Shanghai.
—¿Por qué?
—Parece que no lo han arrestado por el asunto de las apuestas ilegales. He hecho mis averiguaciones y me he enterado que tiene que ver con el caso del cadáver descuartizado.
—¿El cadáver descuartizado? —preguntó Anna mientras se deshacía de Jewel, que ladraba a sus pies.
Reika encendió un cigarrillo y dirigió una mirada inquisitiva a Anna.
—¿No estás al día? Hace tres semanas encontraron un cadáver descuartizado en un parque. Se trataba de Yamamoto, el tipo aquel que venía por el Mika.
Anna se quedó pasmada.
—¿Quieres decir el Yamamoto que me perseguía?
—El mismo. Nadie se lo explica.
—No puedo creerlo.
Yamamoto siempre pedía su compañía y no se separaba de ella ni un instante. Cuando se sentaba a su mesa él la cogía de la mano y, si se emborrachaba, incluso intentaba tumbarla en el sofá. Pero lo que más le molestaba a Anna no era tanto su persistencia como la intensa sensación de soledad que transmitía. Si un hombre quería divertirse ella estaba dispuesta a seguirle el juego, pero no soportaba a los que se sentían solos. Por eso, cuando Yamamoto desapareció ella se alegró y lo olvidó rápidamente.
—La policía vendrá a hacerte preguntas —dijo Reika mientras pasaba revista al lujoso apartamento de Anna—. Será mejor que te vayas de aquí.
—¿Y por qué iban a venir?
—Suponen que Satake mató a Yamamoto porque no te dejaba en paz. Y creen que después encargó a la mafia china que lo descuartizara.
—Nunca haría algo así.
—Pero saben que le dio una paliza en el Amusement.
—Ya lo sé, pero no le hizo nada más.
—Ya... —dijo Reika casi en un susurro—. Pero ¿sabías que Satake mató a una mujer?
Anna intentó tragar saliva, pero tenía la boca tan seca que le resultó imposible.
—Al parecer, fue un asesinato horrible. Cuando me lo contaron, no me lo podía creer. Si las chicas llegaran a enterarse dejarían el trabajo.
—¿Qué hizo? —quiso saber Anna recordando la extraña luz que brillaba en el fondo de los ojos de Satake.
—Satake trabajaba para un jefe yakuza que controlaba el negocio de las drogas y la prostitución en el barrio. Él se dedicaba a cobrar deudas y a perseguir a las chicas que querían dejar el negocio. Un día, su jefe se enteró de que una mujer le robaba las chicas y se las llevaba a otro club. Satake la cogió, la encerró en una habitación y la torturó hasta matarla.
—¿Cómo que la torturó? —preguntó Anna, incapaz de controlar su voz temblorosa.
De pronto recordó un viaje que había hecho de pequeña con su familia a Nanking, y los horribles maniquíes que había visto en el Museo de la Guerra. Tal vez lo que se escondía en el fondo de los ojos de Satake era un pasado tan turbio como ése.
—Fue muy fuerte —dijo Reika arqueando sus cejas bien perfiladas—. Por lo que he oído, la desnudó, le pegó y la violó. Entonces, cuando la mujer estaba ya casi inconsciente, empezó a apuñalarla para que volviera en sí y, con el cuerpo ensangrentado, volvió a violarla. Al parecer, el cadáver estaba lleno de hematomas y le faltaban varios dientes. Incluso los yakuza para los que trabajaba quedaron estupefactos y se negaron a volver a tener tratos con él.
Anna soltó un largo gemido. Mientras lloraba, Reika se fue y la dejó sola con su caniche, que se quedó a su lado mirándola extrañado y moviendo la cola.
—Jewel... —dijo con la voz ahogada por los sollozos.
El perro ladró alegremente. Anna recordó que lo había comprado con la intención de tener algo especial, sólo para ella, por lo que había ido a la tienda de animales y había escogido al perro más bonito que encontró. Quizá los hombres obraban igual: querían a una mujer del mismo modo que ella había querido a su caniche. De ser así, ella no era más importante para Satake de lo que Jewel lo era para ella. Fue en ese instante cuando supo que nunca podría adentrarse en ese lago oscuro y misterioso, y se echó a llorar desconsoladamente.
Cuatro días después de que los periódicos empezaran a ocuparse ampliamente del caso, la policía se presentó en casa de Masako. Ya había respondido a varias preguntas banales durante la visita que la policía había hecho a la fábrica, pero tenía el convencimiento de que tarde o temprano acabarían por acudir a su casa. De hecho, todo el mundo sabía que ella era la mejor amiga que Yayoi tenía en la fábrica; aun así, sabía que nunca descubrirían que el cadáver de Kenji había sido descuartizado en su baño. Si ella misma no sabía la razón por la que había ayudado a Yayoi, ¿cómo iba alguien a sospechar de ella?
—Disculpe que la molestemos. Sabemos que está cansada, pero no le robaremos mucho tiempo —le dijo el policía joven, que según recordaba se llamaba Imai.
Al parecer, era consciente de lo duro que era trabajar en el turno de noche y sabía lo inoportuno de una visita matutina. Masako consultó la hora en su reloj de pulsera. Eran poco más de las nueve.
—Adelante. Ya dormiré luego.
—Gracias —dijo Imai—. Deben de llevar una vida un poco rara, ¿no? ¿No les causa problemas familiares?
Como Masako había sido franca en su respuesta, Imai había optado por saltarse las formalidades. Quizá fuera joven e inexperto, pensó Masako, pero aun así debía ir con cuidado con él.
—Te acabas acostumbrando —respondió.
—Supongo que sí. Pero ¿su marido y su hijo no se preocupan por que pase la noche fuera de casa?
—Pues no lo sé... —dijo Masako mientras guiaba a Imai hasta la sala de estar.
No creía que ni el uno ni el otro se hubieran preocupado nunca por ella.
—Seguro que sí —insistió Imai—. Los hombres somos así. No nos gusta que las mujeres no estén en casa por la noche.
Masako decidió no ofrecerle té y se sentó a la mesa frente a él. Pese a su juventud, tenía unas ideas más bien conservadoras. Vestía un polo blanco y llevaba una chaqueta marrón claro en la mano, que dejó en el respaldo de la silla.
—Señora Katori, cuando decidió trabajar en el turno de noche, ¿lo consultó con su marido?
—¿Consultarlo? No, no exactamente. Sólo me preguntó si estaba segura de lo que hacía.
Era mentira. Yoshiki no se había manifestado sobre su decisión, y Nobuki ni siquiera rompió su silencio.
—¿De veras? —dijo Imai como si le costara creerlo. Abrió su libreta—. De hecho, es el mismo caso que el de la señora Yamamoto. Me extraña que un marido que hace el turno de día no se oponga a que su esposa trabaje de noche.
Masako alzó la vista, sorprendida por las palabras de Imai.
—¿Por qué lo dice?
—Porque el horario es completamente distinto. ¿Cómo se puede mantener una relación familiar si apenas coincides con tu marido y tus hijos? Además, si una mujer pasa toda la noche fuera de casa, es lógico preguntarse qué estará haciendo. Está claro que es mejor tener un empleo con un horario diurno.
Masako inspiró profundamente. Imai sospechaba que Yayoi pudiera tener una relación extramatrimonial. La imaginación de los detectives parecía discurrir siempre en esa dirección.
—Yayoi lo hacía porque ya la habían despedido de varios trabajos por tener hijos. Ella misma me contó que no le quedaba otra opción.
—Eso también nos dijo a nosotros. Aun así, sigo sin ver las ventajas que puede tener trabajar de noche...
—Ninguna —le interrumpió Masako. Imai la estaba poniendo nerviosa, pero se dijo que debía disimularlo—. En todo caso, que la paga es un veinticinco por ciento más alta.
—¿Sólo eso?
—Sí, sólo eso. Pero si piensas que cobras lo mismo trabajando tres horas menos, quizá valga la pena. Es un trabajo muy monótono.
—Ya... —dijo Imai, que seguía sin compartir su punto de vista.
—Supongo que nunca ha trabajado por horas. Si lo hubiera hecho, quizá lo entendería.
—Los hombres no solemos hacer ese tipo de trabajos —dijo muy serio.
—Si lo hicieran, verían la lógica de querer cobrar un poco más por desempeñar el mismo trabajo.
—¿Aunque eso implique vivir al revés de todo el mundo?
—Exacto.
—Así, ¿podría explicarme por qué la señora Yamamoto estaba dispuesta a llevar ese tipo de vida?
—Porque lo necesitaba.
—¿Quiere decir que no tenían suficiente con lo que ganaba su marido?
—No lo sé. Supongo que no.
—¿No era más bien porque su marido era un poco libertino? Es decir, ¿no lo hacía para fastidiarlo y porque no quería verlo?
—No tengo ni idea —respondió Masako decidida—. Nunca hablaba de su marido, y además no creo que pudiera permitirse ese lujo.
—¿Qué lujo?
—El de fastidiarlo. Estaba demasiado entregada a sus hijos y a su trabajo como para querer fastidiar a su marido.
Imai asintió con la cabeza.
—Lo siento. Me he excedido. Sin embargo, hay algo que sí es cierto: su marido se gastó todo el dinero que habían ahorrado.
—¿De veras? —exclamó Masako, como si acabara de enterarse—. ¿Cómo?
—Por lo que sabemos, frecuentaba un club nocturno y jugaba al bacará. Pero bueno, vayamos al grano... Al parecer, usted es la mejor amiga que la señora Yamamoto tiene en la fábrica, y me gustaría que me contara todo lo que sabe sobre su relación con su marido.
—No sé gran cosa. Apenas hablaba de él...
—Pero las mujeres suelen contarse ese tipo de cosas —comentó Imai con una mirada de sospecha.
—Depende de las mujeres —repuso Masako—. Pero ella no es así.
—Ya. Es una esposa admirable. Pero según sus vecinos, a menudo los oían discutir.
—No lo sabía.
De pronto se preguntó si Imai sabía que esa noche había ido en su coche hasta casa de Yayoi, y lo miró nerviosa. Imai le devolvió la mirada serenamente, como si estuviera evaluándola.
—Según hemos podido saber, el señor Yamamoto jugaba mucho y no se llevaba bien con su esposa. Eso al menos es lo que nos han contado sus compañeros de trabajo. Les había dicho que no paraban de discutir y que prefería regresar tarde a casa para no verla. Sin embargo, la señora Yamamoto insiste en que su marido nunca había vuelto tarde a casa hasta esa noche. Es extraño, ¿no le parece? ¿Por qué tendría que mentir sobre algo así? ¿Nunca le contó nada de eso?
—Nunca —dijo Masako negando con la cabeza—. Entonces, ¿cree que Yayoi tiene algo que ver con el asesinato? —preguntó.
—¡En absoluto! —se apresuró a negar Imai—. Sólo intento ponerme en su lugar para imaginar lo que pensaba. Ella trabajando en la fábrica, y su marido gastándose los ahorros por ahí en mujeres y apuestas y volviendo borracho cada noche. Es como intentar achicar agua de un barco que se hunde mientras el otro no deja de llenarlo. Debía de sentirse desesperada. La mayoría de hombres no hubieran permitido que su mujer trabajara de noche, pero el señor Yamamoto incluso parecía contento por la situación. Eso es lo que me inclina a pensar que no se debían de llevar bien.
—Ya le entiendo. Pero le aseguro que yo no sabía nada —insistió Masako, pensando que había una cierta ironía en el acierto con que el policía había imaginado la situación.
—O sea que, según usted, la señora Yamamoto es una mujer muy sufrida.
—Exacto.
Imai levantó los ojos de su libreta.
—Señora Katori, si una mujer vive una situación parecida, ¿no intenta buscar a otro hombre?
—Depende. Pero Yayoi no es de ésas.
—Entonces, ¿no mantiene una relación con alguien de la fábrica?
—No —dijo Masako categóricamente—. De eso puedo dar fe.
—¿Y fuera de la fábrica?
—No lo sé.
Imai dudó unos segundos antes de proseguir.
—De hecho, esa noche cinco empleados no acudieron al trabajo —le explicó—. Y me preguntaba si alguno de ellos no sería un amigo especial de la señora Yamamoto —añadió al tiempo que le mostraba una hoja de su libreta.
Al ver el nombre de Kazuo Miyamori al final de la lista, el corazón le dio un vuelco.
—No. Yayoi es una chica muy seria.
—Ya...
—En otras palabras —lo interrumpió Masako—, usted cree que Yayoi tenía un amante y que éste fue quien mató a su marido.
—No, en absoluto —repuso Imai esbozando una sonrisa incómoda—. Eso sería suponer demasiado.
No obstante, para Masako era evidente que había dado en el clavo: Yayoi tenía un cómplice, un amante que la había ayudado a matar a Kenji y a deshacerse de su cadáver.
—Yayoi es una buena madre y una buena esposa. No puedo hablar de ella en otros términos.
Mientras decía eso, Masako se dio cuenta de que verdaderamente lo creía. Y por eso, cuando se enteró de la traición de Kenji perdió la cabeza y lo mató. Si realmente hubiera tenido un amante, no se hubiera producido ese desenlace. La teoría de Imai iba en la dirección equivocada.
—Claro —dijo él sin apartar los ojos de sus notas, como si se resistiera a abandonar su hipótesis.
Masako se dirigió hacia la nevera, sacó una jarra de té de cebada y le sirvió un vaso. Imai lo aceptó y lo bebió de un solo trago. Al ver su nuez subiendo y bajando pensó en Nobuki... y también en Kenji. Después de observarla unos instantes, apartó la vista lentamente.
—Tengo que hacerle unas preguntas por pura formalidad —dijo Imai cuando hubo vaciado el vaso—. ¿Podría explicarme qué hizo desde la noche del martes hasta la tarde del día siguiente?
Dejó el vaso sobre la mesa, se aclaró la voz y miró a Masako.»
—Fui a trabajar como de costumbre. En la fábrica vi a Yayoi y, al terminar el turno, volví a casa a la hora de siempre.
—Pero esa noche llegó al trabajo más tarde de lo habitual —observó tras consultar sus notas.
A Masako le sorprendió que hubieran investigado incluso esos detalles, pero hizo lo posible por ocultar su asombro.
—Sí, así es —admitió—. Había mucho tráfico.
—O sea que va en coche desde aquí hasta Musashi Murayama. ¿Con el Corolla que está aparcado fuera? —preguntó señalando con su bolígrafo hacia la puerta.
—Sí, exacto.
—¿Lo utiliza alguien más aparte de usted?
—Normalmente no.
Se había encargado de limpiar el maletero, pero no le cabía la menor duda de que si se lo proponían encontrarían algo. Masako encendió un cigarrillo para ocultar su nerviosismo. Afortunadamente, no le temblaban las manos.
—¿Qué hizo después del trabajo?
—Regresé a las seis, preparé el desayuno y almorcé con mi marido y mi hijo. Cuando ellos se marcharon, hice la colada, limpié un poco y me acosté a las nueve. Es lo que hago siempre.