Era más brusco y menos sensible que su hermano, pero aun así estaba encaprichado con Milk. Yayoi llamó a su hijo mayor para que ayudara a su hermano a buscar al gato. Takashi apareció en pijama, con semblante preocupado y triste.
—¿Papá ya se ha ido al trabajo? —preguntó.
Kenji llevaba un tiempo durmiendo en la pequeña habitación de la entrada cuando llegaba tarde del trabajo. Al parecer, Takashi había ido a buscarlo nada más despertarse.
—No. Se habrá quedado a dormir en algún sitio. Ayer no volvió.
—No es verdad —repuso Takashi—. Sí volvió.
Yayoi lo miró horrorizada. Era increíble lo mucho que se parecía a ella cuando la delicada cara del pequeño denotaba inquietud.
—¿A qué hora? —preguntó.
Al oír su voz temblorosa, Yayoi cayó en la cuenta de que ése no era más que el primer asalto de un largo combate para convencer a su hijo.
—No sé la hora —respondió Takashi, adoptando un tono de persona adulta—. Pero le oí llegar.
—¿Le oíste? —preguntó Yayoi aliviada—. Seguro que era mamá que se iba al trabajo. Venga, date prisa. Si no, vamos a llegar tarde.
Takashi empezó a protestar, pero ella no le hizo caso y se dirigió a Yukihiro, que buscaba a Milk debajo del sofá.
—Yo lo buscaré —dijo—. Vosotros tenéis que arreglaros para ir a la escuela.
Yayoi preparó el desayuno con lo que tenía en la cocina y les puso el chubasquero a los niños. Los montó en su bicicleta, uno delante y el otro detrás, y los llevó a la escuela. Cuando los dejó, por fin pudo tranquilizarse. Le entraron ganas de llamar a Masako para saber cómo había ido todo, o incluso de ir a su casa para verlo con sus propios ojos. Sin embargo, Masako le había insistido que esperara a que se pusiera en contacto con ella, de modo que abandonó la idea de llamarla y volvió a casa.
Al llegar al callejón, vio a una vecina que limpiaba el punto de recogida de basura sin dejar de quejarse de la poca educación de los vecinos a la hora de tirar las bolsas.
—Buenos días —la saludó Yayoi a su pesar—. Gracias por ocuparse de la limpieza.
La respuesta de la mujer la cogió por sorpresa.
—¿Ese gato no es tuyo? —dijo señalando un gato blanco que se escondía detrás de un poste de teléfonos.
Era Milk.
—Pues sí—respondió Yayoi—. ¡Milk! ¡Milk! —gritó agitando la mano. El gato arqueó la espalda y aulló—. Te vas a mojar. Ven a casa —dijo, pero Milk salió corriendo en dirección contraria.
—Qué raro —observó la mujer—. ¿Qué le pasa?
Yayoi consiguió controlar sus nervios ante la vecina y siguió llamando al gato. Seguramente no volvería... igual que Kenji. Se quedó con la mirada fija en el lugar en que lo había visto por última vez.
El horario de Yayoi era poco habitual: al volver a casa por la mañana, después de trabajar toda la noche, preparaba el desayuno para Kenji y los niños, llevaba a éstos a la escuela y después se acostaba. Le disgustaba hacer el turno de noche, pero no había muchos empleos que aceptaran a una mujer con dos hijos pequeños ante el temor de que se ausentara del trabajo en cualquier momento. Antes de empezar en la fábrica, había trabajado de cajera en un supermercado, pero como quería librar los domingos y tenía que quedarse en casa con frecuencia para cuidar de sus hijos, no había durado mucho. El turno de noche le pasaba factura, pero el sueldo era mejor que el de cualquier empleo con un horario normal y le permitía acostar a los niños antes de ir a la fábrica. Además, tenía la suerte de contar con compañeras como Masako y Yoshie.
Se preguntó cómo saldría adelante sin el sueldo de Kenji. Aunque lo cierto era que los últimos meses se las había apañado sin ver un solo yen de lo que él ganaba, así que no lo notaría. Ya se le ocurriría algo. Tenía la sensación de que lo sucedido la noche anterior la había fortalecido.
Quería llamar a la oficina de Kenji cuanto antes, pero como no quería precipitarse decidió seguir la misma rutina de cada día: se tomó medio somnífero y se tumbó en el futón. Esta vez le costó conciliar el sueño, y al poco rato de haberse dormido se despertó empapada en un sudor frío: había soñado que estaba tendida junto a Kenji. Se sacudió la imagen de la cabeza, dio media vuelta y siguió durmiendo.
Al cabo de un rato, la despertó el sonido lejano del teléfono. «Debe de ser Masako», pensó, así que se levantó, medio aturdida aún por los efectos del somnífero.
—Me llamo Hirosawa —dijo la voz al otro lado del hilo—. ¿Está su marido en casa?
Le telefoneaban de la pequeña empresa de materiales para la construcción donde trabajaba Kenji. «Ha llegado la hora de la verdad», se dijo Yayoi.
—No... —respondió—. ¿Quiere decir que no está ahí?
—Todavía no ha llegado —explicó Hirosawa.
Yayoi se volvió para mirar el reloj: era más de la una.
—De hecho —dijo—, ayer no volvió a casa. No sé dónde habrá pasado la noche, pero creía que ya estaría en la oficina. Iba a llamar, pero como no le gusta que lo moleste...
—Ya —la cortó el hombre, creyendo que debía mostrar cierta solidaridad con su compañero—. Entiendo que esté preocupada.
—Nunca ha hecho algo así y no sé qué pensar —observó Yayoi—. De hecho, ahora iba a telefonearle —añadió recordando que Hirosawa era el jefe de la sección donde trabajaba Kenji.
Tras imaginar su figura larguirucha y poco atractiva, trató de parecer inquieta y avergonzada a la vez.
—No se preocupe —dijo Hirosawa—. Estará en algún lugar durmiendo la mona... Oh, vaya... No creo que eso la tranquilice mucho... Su marido no ha faltado nunca sin motivo, o sea que tendrá sus razones. Quizá esté estresado y haya decidido tomarse unos días de asueto. Puede pasarle a cualquiera.
—¿Sin llamar a casa? —preguntó Yayoi.
—Bueno... —murmuró Hirosawa, sin saber qué contestar.
—¿Qué debo hacer?
—¿Qué le parece esperar hasta la tarde y, si todavía no se ha puesto en contacto con nadie, denunciar su desaparición?
—¿Y dónde se denuncia? —preguntó—. ¿En la comisaría?
—No creo. Pero no se preocupe: yo mismo haré la consulta —propuso Hirosawa—. Me hago cargo de su situación, pero piense que los hombres somos así. A veces nos da por hacer estas tonterías. Seguro que no ha desaparecido.
Después de colgar, Yayoi echó un vistazo al comedor, donde reinaba un silencio absoluto. Había dejado de llover. De pronto sintió hambre. No había comido nada desde la noche anterior. Se preparó lo que había quedado del desayuno de los niños con un poco de arroz, pero al sentarse a la mesa se le revolvió el estómago. Mientras jugueteaba con los palillos, sonó de nuevo el teléfono.
—Hola, soy Hirosawa.
—¿Ha averiguado algo?
—Lo hemos hablado y hemos decidido esperar hasta mañana. ¿Qué le parece?
—¿Ah, sí? —dijo Yayoi con un suspiro—. Ya entiendo. Supongo que no vale la pena armar jaleo si al final no es nada grave, ¿verdad?
—No, no es eso —explicó Hirosawa—. Hemos creído conveniente esperar un poco. Si mañana por la mañana aún no ha vuelto, cabe pensar en que tal vez le haya pasado algo y nos pondremos en contacto con la policía.
—¿Con la policía?
—Exacto. Hay que llamar al 110.
«O sea —pensó Yayoi—, que mañana por la mañana tendré que llamar a la policía, porque es imposible que Kenji haya vuelto.»
—Pero estoy muy preocupada. Llamaré esta tarde.
—¿A la policía?
—Sí. Tal vez le haya pasado algo, no sé, que esté ingresado en algún sitio. Es la primera vez que hace algo así. Estoy muy preocupada.
—Bueno, si así va a quedarse más tranquila... —dijo Hirosawa—. Pero estoy seguro de que aparecerá en cualquier momento. Y bien arrepentido.
«No lo creo», se dijo Yayoi, tras decidir que llamaría a la policía esa misma tarde. Sería lo normal en un caso como ése. Casi sin darse cuenta, Yayoi había empezado a hacer cálculos.
Pasadas las cuatro, mientras se preparaba para ir a recoger a los niños, el teléfono volvió a sonar.
—Soy yo —dijo Masako en voz baja.
—Hola. ¿Cómo ha ido? —preguntó Yayoi temiendo que hubiera pasado algo.
—Ya está, no tienes por qué preocuparte —anunció Masako—. Pero las condiciones han cambiado.
—¿A qué te refieres?
—La Maestra y Kuniko me han ayudado.
Yayoi sabía que Yoshie estaba al corriente de lo sucedido, pero le sorprendió que Kuniko también estuviera implicada, trabajaban juntas en la fábrica, pero no sabía si podía fiarse de ella. De repente se inquietó.
—¿Estás segura de que Kuniko no se lo va a contar a nadie?
—No he podido evitarlo —se justificó Masako—. Ha aparecido sin avisar y lo ha visto todo. Pero, bien pensado, ella sabe que tu marido te había pegado y que lo había perdido todo jugando al bacará. Si se lo hubiera explicado a la policía, las sospechas habrían recaído inmediatamente sobre ti.
Masako tenía razón. Parecía que todo se solucionaba según previsto, que cada nudo acababa por desenredarse. Al contar compañeras lo que había sucedido hacía dos noches, no ni imaginar que acabaría matando a Kenji; pero ya no había vuelta atrás y Masako estaba en lo cierto. Tenía que confiar en ella.
—Lo vio todo y aceptó ayudarnos. Pero tanto ella como Yoshie quieren dinero a cambio. ¿Puedes conseguir quinientos mil yenes?
No esperaba tener que desembolsar dinero, pero estaba dispuesta a hacer lo que le propusiera Masako.
—¿Quinientos mil entre las dos?
—Sí. Cuatrocientos para la Maestra y cien para Kuniko. Lo único que tiene que hacer es deshacerse de las bolsas. Con eso se darán por satisfechas. Creen que, ya que tú lo has matado, tienes que hacerte cargo de él hasta el final.
—De acuerdo. Pediré el dinero a mis padres.
Los padres de Yayoi vivían en la prefectura de Yamanashi y no eran ricos. Su padre era oficinista y estaba a punto de jubilarse. Le desagradaba la idea de pedirles dinero, pero ahora que se había quedado sin ahorros no tenía ni para vivir. De todos modos, tarde o temprano tendría que pedírselo.
—Bien —dijo Masako secamente—. ¿Cómo te ha ido a ti?
—Hace un rato han llamado de su oficina. Querían que esperara a mañana, pero les he dicho que estaba muy preocupada y que iba a telefonear hoy mismo a la policía.
—Me parece perfecto. Así parecerá que no tiene por costumbre desaparecer sin avisar —convino Masako—. Esta noche no irás a la fábrica, ¿verdad?
—No.
—Muy bien. Mañana te llamo —concluyó Masako dispuesta a colgar.
—Masako —la cortó Yayoi.
—¿Qué quieres?
—¿Cómo ha ido?
—Ah. Ha sido un poco complicado, pero al final hemos podido cortarlo a pedacitos. Nos hemos repartido las bolsas y mañana por la mañana nos desharemos de ellas. Los jueves es el día de recogida en muchas calles. Los hemos metido en bolsas superresistentes.
—Pero ¿dónde pensáis tirarlas?
—Tendremos que dejarlas en los puntos de recogida del barrio. Ya sé que es un poco arriesgado, pero no podemos ir demasiado lejos... Procuraremos que nadie nos vea.
—De acuerdo —dijo Yayoi—. Y gracias.
Al recordar a la vecina que había visto por la mañana limpiando el punto de recogida, rezó para que todo saliera bien.
En cuanto colgó, volvió a coger el auricular y telefoneó a un servicio que no había utilizado antes. De inmediato, respondió una voz masculina.
—Ciento diez. ¿En qué puedo ayudarle?
—Anoche mi marido no volvió a casa... —dijo Yayoi con un tono de voz vacilante.
La reacción de su interlocutor fue sumamente profesional: le preguntó el nombre y la dirección y le dijo que esperara. Al cabo de unos segundos oyó la voz de otro hombre.
—Departamento de Asuntos Familiares. Dice que su marido no ha vuelto a casa. ¿Desde cuándo?
—Desde anoche. Y tampoco ha ido al trabajo.
—¿Últimamente ha tenido algún problema?
—No. Al menos que yo sepa.
—Entonces, espere a mañana y, si aún no ha vuelto, diríjase a nuestra oficina para rellenar un formulario. Deberá presentarse en la comisaría de Musashi Yamato. Sabe dónde está, ¿verdad?
—No podré esperar a mañana.
—Aunque acuda hoy, lo único que podremos hacer por usted será rellenar el formulario —explicó el hombre con benevolencia—. Todavía no podemos dar parte de su desaparición.
—Estoy muy preocupada —dijo Yayoi disimulando—. Nunca me había pasado algo así.
—No se trata de un niño ni de un anciano. Concédase un día más.
—De acuerdo —aceptó Yayoi.
Había hecho lo que debía. Una vez hubo colgado, dio un gran suspiro.
—Mamá, ¿hoy no vas al trabajo? —le preguntó Takashi durante la cena.
—No.
—¿Por qué?
—Porque papá no ha vuelto a casa y estoy preocupada.
—¿De veras? ¿También tú estás preocupada? —dijo Takashi, contento al ver que su madre compartía su inquietud.
Yayoi se dio cuenta de que, pese a su aspecto inocente, los niños entendían perfectamente lo que pasaba entre los adultos. Temía que Takashi se hubiera despertado la noche anterior y hubiera oído lo que sucedía. Si sus sospechas se confirmaban, debía encontrar el modo de que no se fuera de la lengua.
—Mamá —dijo Yukihiro al ver a su madre pensativa—. Milk está en el jardín, pero cuando lo llamo no quiere entrar.
—¡Pues que le zurzan! —exclamó Yayoi furiosa—. ¡No lo soporto!
Era una reacción tan inusual en ella que Yukihiro dejó caer los palillos sobre la mesa. Takashi dirigió la vista hacia otro lado, como si no quisiera ver nada.
Al percatarse de la reacción de los niños, Yayoi se arrepintió de sus palabras y decidió que debía consultar con Masako lo de Takashi y el gato. Sin darse cuenta, lo había dejado todo en manos de su compañera.
Al parecer, había olvidado que esa actitud era la misma que había adoptado con Kenji al principio de su relación.
Masako puso otro trozo de tela encerada sobre la tapa que cubría la bañera y depositó encima las cuarenta y tres bolsas de basura. La tapa se alabeó bajo el peso equivalente al de un hombre.
—No está mal lo que pesa, incluso sin sangre —dijo para sí misma.
—Es increíble —musitó Kuniko negando con la cabeza.
—¿Qué has dicho?
—Que es increíble. No puedo creer que estés tan tranquila —le espetó con un gesto de asco.
—¿Quién dice que esté tranquila? —repuso Masako—. Lo que más me sorprende es que vayas por ahí endeudada hasta las cejas, con un coche de importación y que, encima, tengas el valor y el coraje de pedirme dinero.