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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (39 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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“I'm friends with the
monster

(soy amiga del monstruo)

That's under my bed

(que habita bajo mi cama)

Get along with the voices
inside of my head

(me llevo bien con las voces de mi cabeza)

You're trying to save me

(Intentas salvarme)

Stop holding your breath

(te pido, no te
esfuerces)

And you think I'm crazy”

(Y piensa que estoy loca)

(...)

 

Noah que conducía
a través del tránsito de Manhattan en dirección a la casa de Frank se quedó
paralizada escuchando la letra de la canción. Era justamente como ella se
sentía:
 
Un monstruo
.

Tragó saliva
recordando con minucioso detalle cada maldito segundo que había malgastado su
vida junto a su marido, Clive. Y estirando de las mangas de su camisa para
que él no pudiera descubrir las marcas de sus muñecas, trató de concentrarse no
tanto en la letra de la canción y sí en la carretera. 

 

 

 

 

 

 

 

 

(1)
 
Cava: m. Vino espumoso blanco o
rosado, elaborado al estilo del que se fabrica en Champaña.

Capítulo 60

 

Noah siguió las indicaciones que Frank le fue proporcionado
y pronto llegaron al tranquilo Barrio de Greenwich Village, situado en el bajo
Manhattan. Vivía solo en una antigua pero a la vez acogedora casa de tres
plantas, de la cual, se sentía muy orgulloso, porque se había convertido en su
hogar desde hacía varios años.  

La puerta del garaje se elevó y Noah con sumo cuidado
aparcó el Maserati en su interior. 

—Gracias —ladeó la cabeza con una amable sonrisa—, gracias por
convencerme de que nos acompañaras hasta casa, no sé en qué estaría pensando
cuando dudé de tu buena intención.

—No te preocupes. Es muy lícito dudar, no me conoces de
nada y la mayoría de las veces suelo pecar de ser demasiado directa. 

—Bueno, eres clara. Eso me gusta. Mucho...

Noah agachó ligeramente la cabeza desviando la mirada
hacia sus manos. Lo cierto es que llevaba muy mal la parte de los halagos, al
no estar acostumbrada a que la trataran con respeto, tendía a sentirse
demasiado vulnerable. Era lo más parecido a mostrarse desnuda ante la atenta
mirada de aquellos ojos castaños. 

—Se hace tarde... debería irme...

Frank dejó de mirarla y echó un vistazo al asiento trasero,
Charlotte se había quedado dormida a medio camino. Luego volvió a mirar a Noah,
pensativo.  

—¿Quieres subir?

Noah abrió los ojos muy sorprendida. ¿Le estaba proponiendo
pasar la noche juntos? ¿Así, sin más preámbulos? ¡Por el amor de Dios! No
bastaba con que fuera arrebatadamente atractivo, tuviera un cuerpo de infarto y
aquellos labios... que te dejaban sin aliento a la primera de cambio...

¿Cómo se atrevía? y sobretodo ¿por quién le había tomado?

Frunció el ceño enojada y decepcionada a partes
iguales. 

Frank se dio cuenta de su desafortunada pregunta e intentó
arreglarlo, como buenamente pudo: 

—Quiero decir... No me malinterpretes... ha sonado un poco
raro y desde luego no era lo que quería proponerte... —decía de forma
desordenada. Por más que trataba de explicar sus buenas intenciones, más
empeoraba la situación.

Se rascó la nuca de forma nerviosa. 

—Mi intención era asegurarme de que llegabais sanos y
salvos a casa. 

—Y te lo agradezco, por eso quiero que... subas.

—¿Para qué? —preguntó aún sin comprender.

Frank guardó unos segundos de incómodo silencio. 

—Me gusta tu compañía. Me apetecería abrir una botella y
charlar, y a ser posible conocerte un poco más. 

Sin duda su ofrecimiento era muy tentador y quizás en otro
momento, hubiera aceptado. Y sin embargo, seguía teniendo dudas. ¿Podía confiar
en él? El confiar en la persona equivocada, podría proporcionar pistas de su
paradero a su marido y eso no podía ocurrir bajo ningún concepto.

—Una. Una sola copa de vino y te dejaré marchar después. Te
lo prometo.

Noah no entendía por qué le costaba horrores darle un no
por respuesta, rotundo y sin tantas divagaciones. ¿Por qué no abría la puerta y
se largaba de allí, pedía un taxi y se ocultaba en su apartamento de la misma
forma que lo había estado haciendo en los últimos tres meses? Pero, algo la
retenía. ¿Eran acaso sus ojos o su mirada tan transparente?

En ocasiones Noah solía tener un sexto sentido
para conocer a personas sin haberlas tratado con anterioridad. Y aunque se
negara a la evidencia, con Frank había sentido un pálpito un tanto extraño de
confianza.  

—¿Una?

—Una —pronunció fijando los ojos en los suyos con total
convicción.

—En ese caso, acepto.

La puerta del garaje se cerró y Noah ayudó a Frank a llevar
la mochila de la niña mientras él la cogía en brazos y subían a la planta de
arriba.

Una vez allí, él le propuso que se acomodara mientras
llevaba a Charlotte a su habitación y la acostaba en la cama.

Al quedarse a solas, Noah miró a su alrededor. El salón era
amplio y su mobiliario funcional y al mismo tiempo daba la sensación de ser muy
acogedor, no se observaban excentricidades ni adornos innecesarios. Se acercó a
la chimenea guiada por la curiosidad de unas fotografías. En una de ellas
estaba Frank junto a Charlotte y una mujer joven de unos treinta y tantos años,
morena, de piel blanca y de intensa mirada azul. En las otras dos fotografías
curiosamente solo estaba él y su hija. 

Dejó de mirarlas y seguidamente se sentó en el sofá
rinconera, poco después Frank apareció por la puerta respirando agitadamente
como si hubiese corrido una maratón. Por lo visto había bajado las escaleras
desde la tercera planta a toda prisa. 

—¿Te gusta el tinto o el rosado?

—Tinto mejor.

Frank sonrió y volvió a desaparecer en busca de la botella.
Tenía en mente una que reservaba para una ocasión como aquella. No tardó ni un
minuto en estar de vuelta a su lado. 


Monges reserva
del 2006. Creo que te gustará
—pronunció mientras le ofrecía la copa.

—Estoy convencida de que así será.

Él esperó a que ella primero lo degustara y luego diera su
aprobación. 

—Está delicioso. 

Por lo visto la chica sabía apreciar su buen gusto por un
vino de calidad.  

—Lo correcto hubiese sido dejarlo reposar una media hora
antes de servir para apreciar su total potencial aromático. 

—¿Cómo entiendes tanto de vinos?

—He pasado gran parte de mi vida entre viñedos. Mis padres
tienen tierras. Estas se han ido heredando de generación en generación.

—En mi caso en cambio, el gusto por el vino lo he heredado
de Clive...

Noah calló al instante, había mencionado a su marido, sin
darse cuenta.

Sintió palidecer recordando su último día en Philadelphia
antes de desaparecer para siempre:

 

«Noah cumplía veintiocho años. Llegó a casa como de
costumbre. Dejó sus llaves y buscó a su marido. Él la esperaba en el salón,
impecable, vestido con un traje negro de Armani, camisa blanca y corbata gris
plateada. Le recibió nada más verla cruzar la puerta.

—¿Has tenido buen día mi amor?

—Sí. Aunque estoy algo cansada.

—Eso tiene fácil solución —le respondió cogiendo su bolso y
dejándolo sobre el mueble del recibidor—. Ven. Llevo toda la tarde en la cocina
preparando tu plato favorito.

Ella le sonrió y él separó la silla con caballerosidad.
Luego se sentó despacio acomodándose en ella. Las veces en que su marido se
esmeraba en ser romántico, no había nadie en el mundo que le igualase.

Clive cogió el mando a distancia del equipo de música y
pulsó el botón del
 
play
.
El CD que tenía reservado empezó a sonar. Se trataba del último disco de
 
Demi Lobato
 
que tanto le gustaba a Noah. Ella
inspiró hondo, por lo visto se había acordado de que ese día era su cumpleaños
y como si se tratara de un ritual, cruzó los dedos para que aquella cena de
principio a fin transcurriera sin grandes contratiempos.

Él encendió una a una las cinco velas rojas del candelabro
de bronce. Luego sirvió el vino que llevaba aireándose más de una hora.

—Tu padre me ha comentado que hoy has estado todo el día
con el nuevo residente —pronunció clavando la vista en sus ojos azules al
tiempo que cortaba un trozo de filete con el cuchillo y se lo llevaba a la
boca.

Noah se quedó sin aire al instante y empezó a ponerse muy
nerviosa. Por el tono de su voz, creía intuir por dónde irían los tiros.

—Sí, me he visto obligada a estar a su lado para mostrarle
el funcionamiento del centro —titubeó sin darse cuenta.

Clive negó la cabeza con insistencia. Su rostro había
cambiado radicalmente. Arrugando con intensidad cada una de las facciones de su
cara.

—¿Eso es todo? ¿No te olvidas de algún detalle? —le
preguntó con frialdad.

Noah se removió incómoda en el asiento y dejó los cubiertos
sobre la mesa, sintió como ambas manos le empezaron a temblar. Trató de
mantener la calma, pero sus piernas también bailaban descompasadas.

—Estoy esperando una respuesta —insistió limpiándose la
comisura de los labios con la servilleta— ¡¡¡AHORA!!!

Del grito que pegó, el cuerpo de Noah dio una fuerte
sacudida.

«
No, por favor... Otra vez no, no, no... Por favor...
»,
se repetía una y otra vez con los ojos cerrados, como si se tratase de una
pesadilla de la que fuese capaz de despertarse.

—Sabes que no me gusta que me ocultes cosas, Noah... no lo
soporto...

—Lo si-en-to... —imploró en un débil hilo de voz.

—Te han visto en la cafetería con él... —dijo mientras se
levantaba de la silla—. Te han visto muy a gusto con él...

Clive dio unos pasos hasta quedarse a su lado.

—Solo hemos... desayunado...

Él soltó una fuerte carcajada y luego empuñó la mano
golpeando con fuerza la mesa. Noah se estremeció, apretó con fuerza los ojos y
se abrazó. Estaba tiritando a la vez que trataba con todas sus fuerzas de no
romper a llorar delante de él. Porque eso solía alimentar aún más su ira.

—¿Por qué disfrutas humillándome delante de mi personal?
Dime... ¡¿por qué?! —le volvió a gritar pero esta vez cogió su plato de comida
y lo estrelló contra el suelo. El gran estruendo hizo eco en aquella sala.

Noah no pudo evitar enmascarar por más tiempo su terror y
varias lágrimas salieron disparadas de sus párpados.

—¡Mírame! —le ordenó.

Ella no se atrevía a mirarle a los ojos. Estaba
horrorizada, aterrada y paralizada al mismo tiempo. Ni siquiera su cuerpo era
capaz de responder a sus estímulos más inmediatos.

—¡¡Mírame perra!!

Clive le cogió del pelo, obligándola a levantar la cabeza.
Noah tuvo que mirarle a los ojos, los cuales estaban encharcados en cólera.
Sintiéndose perdida, indefensa, a merced suya.

Una vez más fue partícipe de la abominable transformación
de su marido.

«El Doctor Jekyll y Mister Hyde» 

—Eres una perra consentida... que no sabe apreciar lo que
tiene. Trabajo duro. Te cuido. Te venero —relataba estirando cada vez más
fuerte su pelo—. Pero a la que me despisto... me clavas un puñal por la
espalda.

Noah se llevó la mano a su cabeza, tratando de liberarse de
su amarre pero Clive seguía retorciendo su pelo. Ella gimió gritando de dolor.

—¿Te duele?... Pues esto no es nada comparable a como me
siento yo... —respiraba agitadamente.

—Suéltame por favor... te lo ruego... por favor...

Clive no solo ignoró sus palabras sino que además la
levantó de la silla tirando con fuerza de su pelo hacia arriba, arrancándole
varios mechones a su paso. Noah volvió a gritar balbuceando una nueva súplica,
la cual únicamente resonó en el interior de su cabeza.

—¿Cuándo aprenderás la lección? ¿Cuándo?... —sus dientes rechinaban
a cada sílaba y su aliento con olor a tabaco y a vino chocaba contra sus
labios—. Tengo que domesticar tu mal comportamiento.

Clive miró al suelo, al plato y a la comida que yacían aún
esparcidos en este.

—Ahora vas a recoger ese destrozo... pero antes, vas a
terminarte la cena que tanto esfuerzo y tiempo me ha hecho perder... y todo
para nada...

Dicho esto, la lanzó contra el suelo violentamente. Noah
cayó de rodillas y él se agachó para sujetarle nuevamente de la cabeza y
obligarla a comer del plato. O mejor dicho de los añicos que quedaban de lo que
antes había sido un plato.

—¡Come perra! —Exclamó aplastando su cara contra los trozos
astillados de cerámica y la comida— ¡¡Come!!

Uno de los trozos, se clavaron en su delicada piel y pronto
emanó un hilo de sangre. El cuerpo de Noah seguía temblando, sentía frío, mucho
frío.

Conocía a su marido y sabía que no la dejaría en paz hasta
que hiciera lo que le había ordenado. Así que para acabar con aquel infierno lo
antes posible, cogió con las manos uno de los trozos de carne y se lo llevó a
la boca. Al masticar notó que unido al trozo de carne había pequeños cristales
de cerámica, pero eso no la detuvo. Continuó, aunque de vez en cuando sintiera
arcadas, aunque se cortara en ocasiones con aquellos trozos de cerámica, aunque
se odiara por lo que estaba haciendo.

Clive se sentía muy poderoso. Tenía a su mujer comiendo del
suelo, como él quería. Permaneció allí hasta que casi acabó, no sin antes
propinarle una patada en la barriga que la dejó semiinconsciente retorciéndose
de dolor y limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano, se empezó
a despedir de ella:

—Me largo, pero cuando regrese, quiero ver que todo esto
está de nuevo limpio y ordenado.

Se puso su abrigo largo de paño y su sombrero preferido.

—¡Ah...! por cierto, saludaré de tu parte a tu amiga Clöe.
¿Sabías que es una insaciable en la cama? No como tú, que eres pésima.
Patética. No serías capaz de ponérsela dura a nadie ni siquiera proponiéndotelo
—se rió con crueldad.

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