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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (47 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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Capítulo 68

 

Amanda
permanecía sentada en una de las sillas de la unidad de urgencias de 
The
Johns Hopkins Hospital 
mientras que Gabriel deambulaba de arriba abajo
por el largo pasillo. Descamisado, con el pelo enmarañado y con aspecto ojeroso
causado por la falta de sueño, sin parar de maldecir entre dientes, una y otra
vez.

En el tiempo que
llevaba de espera, sin tener noticias en referencia al estado en el que se
encontraba Jessica, ya se había fumado más de un paquete de tabaco rubio. Se
palpó los bolsillos de la cazadora en busca de algún cigarrillo extraviado,
pero no encontró ninguno, salvo un bulto pequeño. Enseguida recordó de qué se
trataba. Sacó la cajita y sin resistirse al impulso de abrirla, contuvo el
aliento y miró la alianza de oro blanco y diamantes que había elegido para
pedirle matrimonio.

Inspiró hondo al
tiempo que leía de nuevo la inscripción que había gravada en su interior:

 

“Quiero ser tu principio y tu fin”

 

De nuevo la rabia
y la indignación se cernió sobre su semblante. Se golpeó la frente para ignorar
aquellos pensamientos que irrumpían como siempre en su mente.

«¡No, no,
no...! Jessica no va a morir... no aún... no mientras haya un ápice de
esperanza, no hasta que se desvanezca su último suspiro... No me rendiré y
jamás permitiré que ella lo haga...»  

De repente, la
puerta de urgencias se abrió de par en par y Gabriel corrió en aquella
dirección como en las anteriores ocasiones. Ansiaba tanto saber sobre su
estado... necesitaba tanto escuchar noticias esperanzadoras.    
 

—¿Familiares de Sarah Newman?

Gabriel pudo presenciar de primera mano como el Doctor
comunicaba a una persona que aquella joven había fallecido sin que nadie
pudiera hacer nada por salvar su vida.

Un desgarrador grito perforó sus tímpanos y varios pares de
ojos se volvieron buscando la dueña de aquellos sollozos.

—¡Nooooo!  ¡Mi hija noooooooooo!

La mujer se derrumbó abalanzándose sobre el cuerpo del
doctor quién esperó tan solo medio minuto para excusarse entrando de nuevo al
box y continuar asistiendo a los demás pacientes.

Al quedarse sola y desamparada, Gabriel no pudo contener el
impulso de ir a su lado y encontrar la manera de consolarla. Se sentó junto a
ella y le ofreció un pañuelo de papel.

Ella alzó la vista y Gabriel pudo ver el dolor reflejado en
aquellos ojos de color miel y en aquel rostro bañado en lágrimas y
apesadumbrado. Se le hizo un nudo en la garganta, así que no trató de buscar
palabras banales porque sabía que las cuales no podrían apaciguar su enorme
sufrimiento. Simplemente se limitó a abrazarla en silencio, permitiéndole así
desahogarse.

Cuando instantes más tarde se abrió de nuevo la puerta
haciendo chirriar las bisagras, Amanda se levantó de la silla tras reconocer a
la doctora con quién horas antes había mantenido una conversación.

Con el corazón encogido en un puño, juntó las manos en
forma de ruego. Cerró los ojos apretando con fuerza los párpados, implorando al
cielo que su única hija aún estuviera con vida.

—¿Familiares de Jessica Orson?

Amanda abrió los ojos y Gabriel tras escuchar su nombre, se
tensó dejando incluso de respirar. Esos previos segundos, y los que
acontecieron después, le parecieron una eternidad.

Dejó de abrazar a aquella madre desolada y se levantó para
acompañar a Amanda.

—¿Son ustedes los familiares de la paciente Jessica Orson?

—Sí, yo soy su madre y él es mi yerno —respondió mostrando
a Gabriel con un orgulloso gesto.

La doctora miró a ambos y luego se ajustó el estetoscopio
alrededor del cuello.

Esperó unos instantes antes de seguir hablando.

—La paciente continúa en observación, hemos tenido que
sedarla, administrarle suero y hacerle una transfusión de sangre. Por
desgracia, su hija está entrando en la fase blástica de la enfermedad. Esto significa
que el número de linfoblastos ha aumentado considerablemente desde el último
informe que redactó el Doctor Etmunt del Bevellue Hospital Center.

La doctora volvió a hacer una pausa, esta vez más larga.
Después miró a Amanda fijamente a los ojos.

—Lamento comunicarle que de no encontrar un donante en los
próximos días, ya no será viable un trasplante de médula ósea —afirmó con toda
la profesionalidad que fue capaz.

Gabriel rodeó con sus brazos el menudo y frágil cuerpo de
Amanda, el cual permanecía gélido como un témpano de hielo y su mirada perdida
hacia ninguna parte.

—Si me acompañan, podrán verla.

—Gracias —dijo Gabriel amablemente.

Atravesaron la puerta encontrándose con la sala de
urgencias. Miraras a donde miraras, la escena era sobrecogedora. Enfermos y más
enfermos, víctimas de accidentes de tráfico, drogadictos con el síndrome de
abstinencia... Afortunadamente, pronto llegaron al box número siete aunque la
joven doctora les hizo una advertencia instantes antes de retirar la cortina.

—La paciente está muy debilitada, por lo que les sugiero
que entren de uno en uno para no agotarla —continuó ella— En cuanto esté
preparada la habitación, subirá a planta.

Y dicho esto, les dejó a solas y se marchó por donde había
venido.

Gabriel caballerosamente cedió su turno a Amanda. Ella
asintió agradecida esbozando una tierna sonrisa y luego desapareció entre las
cortinas.

Él mientras tanto, se apoyó en una de las paredes a
esperar. Tratando esta vez de relajarse y dejar la mente en blanco porque lo
único importante era que Jessica aún seguía en sus vidas.

Veinte minutos más tarde, Amanda salió del box.

—¿Cómo está? —preguntó él preocupado.

—Está algo más tranquila.

—¿Conoce el estado en el que se encuentra su enfermedad?

Amanda negó con la cabeza.

—No. Y prefiero que no lo sepa. El tiempo que le quede,
quiero que viva, sin más..., no quiero que ande tachando días en el calendario.

—Estoy de acuerdo contigo.

La mujer le acarició el brazo y le animó a que entrara
porque Jessica le esperaba con ansiedad.

Al entrar, la vio tendida en la cama. Tan frágil como las
alas de una mariposa, pero con un brillo especial en la mirada. Se quitó la
mascarilla de oxígeno que le impedía mostrar sus labios y cuando Gabriel se
acercó a su lado, ella le regaló la sonrisa más bonita que jamás había visto
nunca.

—Gracias, Gabriel.

A Jessica le costaba articular las palabras, estaba
demasiado aturdida por los efectos de los sedantes y la pérdida de sangre.

—Chist... no hables... debes descansar —susurró sentándose
a un lado de la cama.

Ella le volvió a sonreír, pero esta vez con inmensa
tristeza y un par de lágrimas se resbalaron por sus mejillas. Él se las secó
con el pulgar y luego le cogió de la mano para entrelazar los dedos con los
suyos, besando con dulzura los nudillos.

—Todo se arreglará, mi vida... ya lo verás...

   

Al cabo de una hora, la trasladaron a la cuarta planta.
Jessica, entonces, por fin logró conciliar el sueño y pudo dormir más de tres
horas seguidas. Mientras tanto, en ese corto espacio de tiempo, Gabriel y
Amanda pudieron intercambiar pensamientos. Ella le habló de la infancia de su
hija, de sus amigos, de lo terca que era cada vez que algo se le ponía entre
ceja y ceja y no paraba de intentarlo hasta conseguirlo.

Gabriel sonrió. Por lo visto, Jessica ya apuntaba maneras
desde chiquitita.

Pero también le explicó el año en el que su mejor amiga Jud
se partió el fémur y tuvo que ser operada. Como no podía casi moverse, Jessica
se pasó todo el verano haciéndole compañía. Jugaba con ella, le preparaba la
merienda, le leía libros. No la dejó sola ni un solo instante, convirtiéndose
incluso en su propia sombra. Renunciando a salir con otras amigas, a bañarse en
la piscina y en la playa...

—Jessica bajo esa apariencia de: “
me como el mundo

y aunque se niegue a reconocerlo, tiene un corazón bondadoso.

—Es cierto.

Cuando regresaron de su paseo de la máquina expendedora a
la habitación de Jessica, la doctora se interpuso en su camino.

—Señora Orson. Tengo algo importante que explicarles.

—Dígame —expresó con la angustia maquillada en su cara.

La doctora miró a ambos y luego añadió:

—Tenemos un donante anónimo.

Amanda empezó a temblar y a llorar emocionada. Gabriel por
el contrario gritó a los cuatro vientos un enérgico «¡¡¡Síííí!!!» y después
besó a la joven en la mejilla y la elevó por los aires.

Ella al volver a pisar el suelo, se ruborizó, entornó los
ojos y tras estirar la bata, les pidió que les acompañara para explicar con
detalle cómo sería la preparación de la paciente para el trasplante.

—Intentaré expresarme lo más coloquialmente posible.

Ambos asintieron a la vez.

—Antes del trasplante, la médula ósea de Jessica será
destruida a través de quimioterapia o por la combinación de quimioterapia y
radioterapia. Esta fase se denomina
régimen de acondicionamiento
, la
cual puede durar entre cinco y diez días. La medicación se le administrará a
través de un catéter flexible implantado quirúrgicamente dentro de una vena
larga en el tórax sobre el corazón. Después de este tratamiento se procederá al
trasplante, Jessica recibirá las células madre por una línea intravenosa (IV),
de igual forma que una transfusión de sangre.

—¿Le dolerá? —inquirió Amanda preocupada.

—No. Además puede estar despierta en todo el proceso el
cual dura entre 1 a 5 horas.

—¿Y cuánto tiempo ha de pasar para asegurarnos de que está
completamente curada? —preguntó Gabriel.

—Se podría decir que pasado el período crítico, que sería
de 2 a 4 semanas, se podría afirmar una recuperación completa pasados 1 ó 2
años después de un trasplante alogénico
(1)
, como sería
este el caso.

La doctora fue aclarando cada una de las dudas que fueron
surgiendo y Amanda insistió encarecidamente en conocer la identidad del
donante, porque necesitaba agradecer personalmente su generosidad y su bondad.
Pero entonces le explicó que no podía hacer eso, puesto que se debía al secreto
profesional. Obviamente, no volvió a insistir.

 

Al anochecer, Gabriel salió a buscar algo ligero para
cenar. Unos bocadillos y agua. Los compró en una cafetería que se encontraba a
un par de manzanas del Hospital. Tenían buena pinta, o por lo menos eso
parecía, aunque tal vez era más poderoso el hambre que tenía a esas horas.

De camino de vuelta, no dejaba de pensar, en lo chocante y
a su vez misterioso que resultaba todo aquello. Aparecer un donante compatible
a estas alturas y que además quisiera permanecer en el anonimato... Gabriel
antes de subir a la cuarta planta, buscó el mostrador de recepción. Tenía una
ligera sospecha de quién podría tratarse.

—¿En qué puedo ayudarle?

—Ehm... —se rascó el mentón pensativo—, Necesitaría conocer
el número de la habitación del señor John Orson.

—Un momento, por favor.

La chica introdujo el nombre en la base de datos y
enseguida obtuvo una respuesta.

—Habitación 112, primera planta.

«¡Te pillé...!»      

Gabriel se echó a reír.

—Puede subir por las escaleras que quedan justo al lado del
ascensor.

—Muy amable —le sonrió y puso rumbo a la primera planta.

Al llegar a la habitación 112, esta permanecía cerrada,
pero eso no le detuvo. Golpeó con los nudillos y tras esperar unos segundos,
entró.

Y allí, leyendo
 
The
New York Times
 
estaba el
padre de Jessica.

—Vaya... menudo descubrimiento...  —dijo Gabriel acercándose
hasta él.

John apartó el periódico a un lado y se levantó de golpe de
la silla.

—¿Qué demonios...?

—Tranquilo John, no pienso desvelar tu secreto. Me basta
con que Jessica viva, lo demás me importa una mierda...

Arrugando el entrecejo John bufó como un toro bravo a punto
de embestir al valiente torero.

—Lo único que no entenderé nunca es por qué esperaste
tanto, sabiendo que eras compatible...

Gabriel lo miró con desprecio infinito y sin esperar
respuesta por su parte, salió de la habitación. Ahora lo único importante, era
estar al lado de Jessica y que su cuerpo no rechazara el trasplante.

 

 

 

 

(1) 
Trasplante alogénico: Las
células provienen de un donante compatible emparentado o no emparentado con
el(la) paciente.

Capítulo 69

 

Tras el trasplante, Jessica regresó junto a Gabriel a la
ciudad de los rascacielos.

Fuera por lo que fuese, a ella no le quedó más remedio que
claudicar y admitir, que no existía otro lugar en el mundo mejor para su lenta
recuperación. Gabriel se encargó concienzudamente de convencerle de ello,
porque la prioridad en cuidarla como se merecía, prevalecía sobre todas las
demás cosas. Por lo que, Jessica se instaló en el apartamento de él. Si se
miraba por la parte práctica, esta era la opción más adecuada. Sin ir más
lejos, la consulta del Doctor Etmunt quedaba a tan solo a varias manzanas.

 

Día a día, Jessica fue recuperando paulatinamente el
apetito y de paso, las ganas de vivir. Por supuesto, Gabriel era en gran
medida, responsable de ello. No la dejaba  ni a sol ni a sombra y ella
simplemente se dejaba mimar.

La noche del 5 de enero, se convertiría en una velada muy
especial.

Gabriel acababa de vestirse en la habitación mientras
Jessica se maquillaba en el cuarto de baño.

—¡Gabriel! —reclamó su ayuda para subir la cremallera de su
vestido, la cual había quedado justo en la mitad de la espalda. Él acudió
enseguida y al cruzar la puerta no pudo evitar sonreír al ver a su chica tan
sumamente sexy y atractiva de igual forma a como la recordaba en sus sueños—.
Vamos ayúdame, por favor. No te quedes ahí plantado como si hubieras visto a un
fantasma...

—Precisamente lo que ven mis ojos no es un fantasma, sino a
un precioso ángel de ojos azules.

Ella negó con la cabeza.

—Serás adulador... estoy convencida de que algo querrás a
cambio —dijo divertida.

—¡Uf! si tú supieras lo que me apetecería hacer en estos
momentos... —comenzó a caminar de forma sensual y provocativamente hacia ella—.
Pero, me temo que por prescripción médica debo contenerme, o mejor dicho,
debemos contenernos...

Le rodeó la cintura con sus brazos y ella aprovechó para
colgarse de sus hombros.

—¿Y ese... medicucho? ¿También nos ha prohibido besarnos?
—preguntó acariciando con la punta de la nariz el cuello de él, quién no tardó
en cerrar los ojos imaginando sus cuerpos desnudos haciendo el amor.

—No. Eso de momento, no lo ha prohibido... —pronunció con
la voz temblorosa a la vez que sumamente ronca.

Ella guardó silencio y enredando sus dedos en el pelo que
cubría parcialmente su nuca, lo acercó a su boca para besarle muy despacio. La
calidez de sus labios, unidos al baile de sus lenguas, aceleró las pulsaciones
de sus corazones. Gabriel la amaba como jamás había amado a ninguna otra mujer,
en cuerpo y alma.

Bajó la cremallera del vestido, dejando al descubierto la
espalda de la joven y poco después deslizó las mangas por sus brazos, cayendo
este al suelo, sobre los pies de ella.

Acto seguido, Gabriel dio unos pasos atrás y se quitó la
ropa ante la atenta mirada de Jessica.

—Por lo que veo, piensas pasarte por el forro las
recomendaciones de Olivier —sonrió.

—Lo que pienso hacer es amarte con mi cuerpo muy
dulcemente...

Ella inspiró hondo sin dejar de admirar la belleza de su
desnudez. En estos tres largos meses, había anhelado tanto sus caricias y sus
besos... que llegados a este punto, hacer el amor con él, sería lo más profundo
y parecido a cuando dos amantes entregan sus cuerpos por primera vez.

—Ven —él le ofreció la mano— te necesito, ahora.

—Yo también.

Jessica alargó su mano y se la entregó.

Gabriel la guió a través del pasillo, hasta la habitación.
Encendió la lámpara de la mesita y colocando un pañuelo de seda encima para
atenuar la luz, se puso frente a ella. La miró intensamente con las pupilas
dilatadas y la respiración entrecortada, abriendo la boca para exhalar el aire
de sus pulmones.

Él le cogió una mano y se la colocó sobre su pecho
izquierdo. Sobre el tatuaje, sobre el aro que atravesaba su pezón y sobre su
corazón.

—¿Lo sientes?

—Sí.

—Late por ti. Sin ti, estaría muerto en vida —susurró
hilando cada una de las palabras como si fuera poesía—. Lo eres todo para mí.
No existe nada más... Te quiero, desde mucho antes de darme cuenta. Creo que te
he querido siempre... y mientras viva, lo seguiré haciendo.

Los ojos de ella se humedecieron sin previo aviso. Jamás
pensó que volvería a sentir su cuerpo estremecerse de aquella manera. Y sí,
ella también amaba a Gabriel, con toda su alma, pero sentía miedo por si al
confesarlo, todo se desvaneciera como una neblina en medio de la oscuridad.

Selló sus labios con los de él y luego éste la tumbó en la
cama, colocándose encima de su cuerpo, teniendo cuidado de no apoyar todo su
peso en este.

—Nunca me cansaré de mirarte. Eres lo más bonito que he
visto en mi vida... y no solo me refiero a tu rostro, tus ojos, tus labios...
me refiero a tu interior —él sonrió—Me tenías muy asustado... no vuelvas a
hacerlo nunca más... ¿me has oído?

Ella negó con la cabeza y después le respondió:

—No pienso esconderme nunca más y no pienso marcharme nunca
más de tu vida, porque tu vida, también es mi vida...

Permanecieron sosteniéndose la mirada durante varios
segundos, minutos tal vez. Luego, Gabriel acarició con dulzura su rostro y
cerrando los ojos unos instantes, se apoderó de su boca.

Rozó con sus dedos las delicadas curvas y ella clavó con
cuidado las uñas en su espalda.

No dejaron de mirarse en ningún momento. A ambos les
encantaba verse reflejados el uno en el otro mientras Gabriel se hundía en el
interior de ella, moviéndose, poseyéndola, haciéndola suya.

Cuando ella le mostró con la mirada que estaba cerca, él la
penetró con algo más de intensidad y juntos experimentaron la explosión del
orgasmo, dejándose arrastrar por un torbellino repleto de sensaciones.

Al acabar, Gabriel la miró con vehemencia. Sus ojos estaban
llenos de pasión y de ternura.

—No te imaginas cuánto he echado de menos hacerte el amor,
era como si me faltara el aire para respirar... Te quiero...

Jessica le acarició la cara con las yemas de los dedos, sin
dejar de mirarle intensamente a los ojos y luego le besó ávidamente en los
labios, para luego confesarle:

—Yo también te quiero.

El corazón de Gabriel se saltó un latido.

Tanto tiempo anhelando escuchar de su boca esas palabras
que a la hora de la verdad, no supo reaccionar, quedándose completamente mudo.

Ella al ver que no respondía a ningún estímulo le preguntó:

—Gabriel... ¿estás bien?

—Nunca he estado mejor en mi vida... —le respondió con un
suspiro de alivio y luego le sonrió—. He pasado treinta años de mi vida
esperándote, sin saberlo... y ahora que te he encontrado, haré cuanto esté en
mi mano para no perderte...

Ella le devolvió la sonrisa.

—No me vas a perder, te lo prometo.

Ambos se fundieron en un ardoroso beso, capaz de derretir
toda la nieve que había caído los últimos días en las calles de Manhattan.

 

Después de ducharse y vestirse, subieron al BMW X6 de
Jessica.

Gabriel tras esperar a que ella se colocara el cinturón de
seguridad, puso rumbo a un lugar muy especial para él.

—¿No piensas darme ninguna pista sobre el destino?
—preguntó ella con ansiosa curiosidad.

Él negó con la cabeza y sonriéndole con picardía, le tocó
la punta de la nariz con la yema del dedo índice.

—Paciencia, cariño. Muy pronto lo sabrás —volvió la vista a
la carretera y giró a la derecha para entrar a la autopista—. ¿Te has acordado
del gorro, la bufanda y los guantes? Allí donde vamos hace mucho frío.

—Sí, jefe... —se burló—. Todo está previsto según sus
órdenes.

—Así me gusta... Si no me veré obligado a darte unos buenos
azotes en tu bonito culo —le siguió la broma.

—¡Hum...! Pues en ese caso, creo que voy a pasar de tus
órdenes para convertirme en una chica muy traviesa...

Él se echó a reír.

—Si sigues provocándome, no llegaremos a tiempo a la
sorpresa... —le advirtió él con la voz algo más ronca.

Gabriel no tardó en cogerle la mano izquierda y después
colocarla sobre su bragueta.

Ella abrió los ojos, sonriente.

—Señor Gómez... sigue siendo usted muy... pero que muy
ardiente... —añadió acariciando el bulto que crecía apresuradamente apretando
con descaro la tela de sus tejanos.

—La culpa es tuya... me la pones dura con solo estar a mi
lado.

Jessica empezó a frotar con mayor intensidad y Gabriel se
mordió el labio, dejando escapar un gruñido de placer.

—¿En serio no tenemos tiempo? —preguntó ella con voz
sugerente.

Él volvió a sonreír, esta vez con la respiración agitada.

—¡Joder... Jess! —volvió a gruñir cuando ella desabrochó el
botón y luego bajo la cremallera del pantalón, para meter la mano en su bóxer y
acariciar de esta forma su pene erecto—. Déjame hacer unas llamadas...

Gabriel se desvió del camino y tomó la primera salida de la
autopista. Una vez tuvo el coche aparcado en una especie de descampado, realizó
un par de llamadas y luego se giró para mirar a Jessica a los ojos.

—Ahora soy todo tuyo.

—¿Por dónde íbamos? —Le preguntó acercándose peligrosamente
a su boca—. Te deseo Gabriel, ahora y siempre. Y pienso demostrártelo cada día.

Reclinó el asiento hacia atrás y él quedó tumbado.

Jessica acabó de quedar a escasos centímetros de sus
labios y entonces le besó con fervor al tiempo que desabrochaba con destreza
cada uno de los botones de su camisa negra. Después comenzó a dibujar un
sendero de besos cortos y mordisquitos en su cuello.

Gabriel cerró los ojos, disfrutando del momento.

—Siempre me ha encantado como huele tu piel, Gabriel...

Sin dejar de besarle, descendió hacia su torso. Se detuvo
en sus pezones para lamerlos y succionarlos sin descanso.

—Jessica, vas a matarme... —susurró hundiendo sus dedos en
la larga y oscura melena.

—Pero de placer... siempre de placer...

Ella fue descendiendo poco a poco por su cuerpo.

Gabriel se estremecía sin poderlo evitar. Gimoteando.
Respirando entrecortadamente.

Bajó sus tejanos y después el bóxer, liberando así su
enorme pene. Le miró a los ojos antes de acariciar su miembro y comenzar a
lamerlo con pasmosa lentitud.

Al cabo de unos segundos, Gabriel le pidió que se
detuviera.

—Jessica, mírame... —aseveró y ella levantó la cabeza—.
Necesito estar dentro de ti, ahora.

Ella no dudó. Enderezó la espalda y cambió de postura,
sonriendo y mirándole con ardor.

Deslizó el tanga por sus muslos hasta deshacerse de él.
Luego se colocó a horcajadas sobre él y poco a poco sintió como Gabriel la
llenaba plenamente.

—No dejes nunca de mirarme a los ojos... —la abrazó,
acariciando el largo de su espalda y después ella empezó a bailar sobre él.

Hicieron el amor sin prisas, como si no existiera el
mañana. Al acabar, Jessica secó a Gabriel el sudor de su frente y sin salir aún
de él, le dijo:

—Lo peor que he hecho en mi vida ha sido alejarme de ti.
Reconozco que me equivoqué —hizo una pausa y luego prosiguió tras respirar
hondo—: Lo hice porque te quiero, porque deseaba tu felicidad por encima
incluso de la mía. Por fin me he dado cuenta que te quiero en mi vida —hizo una
nueva pausa, esta vez más corta—. Aunque estuviera enferma y moribunda, aunque
me quedara un único suspiro, mi  último deseo sería ver tus ojos por
última vez.

Gabriel se estremeció y luego sujetando su cara entre sus
manos, la besó.

Permanecieron un largo rato abrazados y poco después,
prosiguieron el camino.

 

Jessica enseguida reconoció aquel paraje. Se trataba de
Putnam Valley, el mismo lugar donde hacía tan solo tres meses, Gabriel le había
mostrado como
 
su refugio
.

Pronto llegaron al Oscawana Lake, y tras aparcar el
vehículo cerca de su cabaña, se apearon.

—Bueno, por fin llegamos... —saltó del coche inspirando el
aire fresco y limpio de aquel lugar.

Jessica se frotó los brazos para entrar en calor.

Era de noche y si se alzaba la vista, podía contemplarse un
brillante manto de estrellas pintadas en un oscuro cielo.    

Las montañas que rodeaban el lago estaban cubiertas de
nieve, al igual que los senderos que se perdían en el bosque.

—Te olvidabas del gorro —le regañó colocándoselo en la
cabeza—. Aún estás débil, no deberías enfermar...

—Es cierto —le reconoció—, pero es que me he quedado
hipnotizada por la belleza de este lugar.

Gabriel la abrazó por la espalda.

—No hay nada comparable a tu belleza.

Ella sonrió y él la besó en el cuello.

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