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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (41 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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Capítulo 62

 

Era 21 de diciembre. Faltaban pocas horas para que el otoño
abandonara las calles de Manhattan y diera paso a los fríos días del
invierno. Ya habían transcurrido casi tres meses desde que Gabriel vio por
última vez a Jessica. Desde aquel entonces no habían mantenido ningún tipo de
contacto. Ni una llamada, ni siquiera un simple mensaje de texto. Así que día a
día la esperanza de volver a verla se fue desvaneciendo hasta el punto de
resignarse a la evidencia y dejar de seguir esperándola.

Gabriel caminaba taciturno hacia
Andrews&Smith
,
degustando con tranquilidad su primer cigarrillo de la mañana. A medio camino
hizo una parada para comprar su ración de café bien cargado en un
 
foodtruck.

—Parece que va a nevar —dijo el joven mientras se frotaba
las manos esperando su dólar cincuenta.

—Sí, eso dicen —añadió Gabriel mirando al cielo y pagando
el café.

El joven le entregó el cambio y después se colocó un gorro
de lana de llamativos colores en la cabeza.

—Que tengas un buen día.

—Gracias, igualmente —le sonrió guardando la moneda en el
bolsillo trasero del pantalón.

Gabriel apagó el cigarrillo y aprovechó para calentarse las
manos con el vaso. Luego siguió su camino, a tan solo un par de manzanas más al
norte, llegaría al edificio para encerrarse en su despacho como venía siendo
habitual, hasta la hora del almuerzo.

Pero aquel día iba a ser diferente. Una llamada telefónica
rompió aquella rutina.

Dio un último sorbo al café mientras acercaba la mano al
aparato para descolgar el auricular. La lucecita le informaba de que se trataba
de la extensión 25. 

Levantó ambas cejas sorprendido.

«
¿Robert? ¿Qué mosca le habrá picado ahora?»

Desde la marcha de Jessica no habían cruzado una sola
palabra.

Dejó el vaso sobre la mesa y salió de su despacho cruzando
el largo pasillo. A medio camino se encontró con Frank.

—Buenos días.

—Buenos días Gabriel, ¿a dónde vas?

—El jefe, que por lo visto quiere verme —sonrió con sorna.

Las cejas de Frank se levantaron ligeramente.

—¿Y no te ha dicho qué es lo que quiere?

—Al parecer no —respondió encogiéndose de hombros.

—Bueno, en ese caso... que tengas suerte —le palmeó la
espalda.

Gabriel empezó a caminar y luego se giró para llamar la
atención de Frank desde la distancia.

—¿Comemos juntos?

—Lo siento, hoy no va a poder ser. Kelly quiere aprovechar
para ir de compras. Ya sabes... cosas de mujeres y la obsesión por tenerlo todo
controlado... Lleva toda la semana nerviosa porque no quiere dejar nada al azar
y olvidarse de algún detalle para la cena de nochebuena.

—Pues en ese caso nos vemos luego.

Tras despedirse, entró en el despacho de Robert. Este
estaba sentado en su sillón de piel negro hablando por teléfono sin dejar de
mirar a través del gran ventanal. Gabriel se acercó tomando asiento en
silencio.

—Sí. Cariño ya sabes que estoy en continuo contacto con el
Doctor Olivier Etmunt. No. Bueno, eso depende...

En ese instante Robert se giró encontrándose con los ojos
de Gabriel.

—Cariño, debo dejarte... tengo visita. Te llamo luego, pero
antes debes prometerme que vas a seguir a pies juntillas la medicación... Sí.
Te quiero. Adiós.

«
¿Medicación?¿Te quiero?...»
, pensó Gabriel para sus
adentros.

Que supiera, Robert no tenía ninguna relación reconocida,
salvo la que había sido de dominio público con... Jessica.

Gabriel abrió los ojos. ¿Cabía la posibilidad de que la
conversación que Robert acababa de mantener fuese con ella? Y de ser así,
significaría que aquel era el número de teléfono de ella. De ser así, debía
conseguirlo como fuese. Jessica desde hacía tres meses no se dignaba a
contestar sus llamadas, de hecho cada vez que lo intentaba se escuchaba la voz
impersonal de una máquina diciendo:
“El número marcado ha dejado de ser
operativo”
.

—Te he citado un lunes a primera hora, porque tengo algo
importante que proponerte —le dijo cruzando las piernas al tiempo que estiraba
la espalda en el asiento.

—Tú dirás.

—Como bien ya sabes en estas oficinas no vamos sobrados de
personal.

Gabriel asintió.

—Pero se ha presentado una inmejorable oportunidad.

Robert giró la pantalla de su ordenador para que pudiera
mirar en ella mientras le mostraba una fotografía.

—Supongo que estarás al corriente del último proyecto que
desde hace meses andamos detrás.

—Sí, el del puente de Cleveland.

—El mismo.

—Pues no solo se han avanzado las obras sino que necesitan
a alguien allí, para antes de ayer.

—Y has pensado en mí.

—Así es.

«Elegante forma de deshacerte de mí, ¿no Robert?»

Gabriel sonrió solo a medias con sarcasmo y Robert sin
dejar de ocultar su regocijo, respiró victorioso inflando el pecho como si se
tratase de un pavo real.

—¿Eso significaría pasar fuera los próximos dos años?

—Cierto.

—¿Puedo meditarlo o se trata de una decisión definitiva?

—Lo segundo.

Gabriel arrugó el entrecejo.

«¡Serás cabrón!»

No tenía opciones. Eso significaba mudarse: cambio de
apartamento, de ciudad y volver a empezar una nueva vida en otro lugar.

De repente, alguien llamó a la puerta. Era Alexia.

—Perdón.

—¿Sí Alexia?

—La visita de las diez aguarda en la sala de juntas —dijo
con timidez.

—Enseguida voy.

Pero Alexia no se movió del sitio poniendo cara de
circunstancia.

—¿Algo más? —preguntó resoplando por la nariz.

—Me han dicho que disponen únicamente de media hora. Luego
han de tomar un avión a Méjico.

Robert carraspeó y luego se levantó del asiento.

—Seguiremos hablando más tarde, Gabriel.

«Claro, para darme la patada en el culo que ansiabas desde
hace meses»

La estancia quedó vacía en cuestión de segundos. Robert
entró en la sala de juntas, Alexia regresó a recepción y Gabriel tras disimular
que se encerraba en su despacho, volvió a salir para entrar con sigilo en el de
Robert.

Ajustó la puerta tras de sí y sin perder más tiempo, corrió
al escritorio.

—Veamos... —descolgó el teléfono buscando en el menú la
última llamada— ¡qué extraño!

El prefijo que encabezaba la numeración, no era
internacional como esperaba.

Gabriel no lograba entender. ¿No se presumía que Jessica
estaba en Londres? Quizás había malinterpretado la conversación de Robert y tal
vez no había estado hablando con ella. De todos modos, necesitaba salir de
dudas. Así que, sin apenas meditarlo, presionó con decisión el botón de
rellamada: Un tono, dos... tres... y al cuarto una voz femenina dio respuesta:

—¿Robert? ¿Qué te has olvidado decirme esta vez?

Aquella voz sonó débil al otro lado del hilo telefónico.

Gabriel se quedó mudo.

Hacía tres meses que no escuchaba aquella voz. Casi la
había olvidado, al igual que su rostro y sus preciosos ojos azul zafiro.

Notó como un doloroso nudo se le empezaba a formar en la
garganta impidiéndole pronunciar sonido alguno.

—¿Robert? ¿Sigues ahí?

Jessica apretó un poco más el auricular a su oído, pero no
escuchaba nada, salvo lo que le parecía la agitada respiración de alguien.

—Tú no eres Robert... ¿quién eres? —preguntó confundida.

Cuando Gabriel estaba decido a responderle, la puerta del
despacho se abrió de par en par y una mirada glacial lo fulminó desde la
distancia.

—Pero... ¡¿se puede saber qué coño estás haciendo Gabriel?!

Él retiró el auricular de su oreja y reteniéndolo entre su
mano, miró en aquella dirección.

—¡Largo de mi despacho!

Gabriel miró a Robert, luego al auricular y por último a la
pantalla. Disponía de poco tiempo así que trató de memorizar en su cabeza los
números antes de colgar.

—¿Estás sordo?... ¡Largo! —gritó extendiendo el brazo
señalando a la puerta.

Asintiendo a regañadientes, Gabriel cruzó la estancia no
sin antes preguntarle una última cosa a Robert.

—Jessica nunca ha viajado a Londres ¿verdad?

Robert arrugó la frente y sus labios se convirtieron en una
fina línea.

—¿Qué estás insinuando?

—No lo insinúo. Lo creo firmemente.

Gabriel apretó los dientes y luego soltó el aire con
fuerza.

—¿Dónde está Jessica?

—En Londres.

Robert sonrió.

—¿Acaso me tomas por idiota?

Como la respuesta no llegó, Gabriel dio un nuevo paso y lo
miró con un profundo odio, el mismo que Robert sentía hacia él.

—¡¿Qué le pasa a Jessica?! ¡¿Por qué no está en Londres?!
¡¿Por qué no sé nada de ella desde hace tres putos meses?!

Gabriel estaba a punto de perder los estribos. El silencio
de Robert unido a su peculiar chulería estaba consiguiendo que el hervor que
sentía en sus entrañas pronto estallara hacia el exterior.

—¡Habla joder!

Robert se echó a reír.

—¿O qué?

—O te juro que...

Robert se rió esta vez de forma escandalosa.

—¿Me estás amenazando? No me hagas reír —dijo pasando por
su lado ignorándole deliberadamente—. No te olvides de cerrar la puerta al
salir.

Gabriel siguió con la mirada como Robert fue hasta la mesa
y buscó algo en los cajones. Tras encontrarlo, pasó de nuevo por su lado sin
mirarle.

Al ver que Robert no pensaba soltar prenda, Gabriel le
cerró el paso intencionadamente antes de que éste pudiera salir.

—¿Qué coño haces?

—Solo quiero saber dónde está —dijo empuñando la mano.

—Pregúntaselo a ella. ¿Acaso no eras uno de sus amantes?
—se burló.

Gabriel trató de contenerse con todas sus fuerzas, pero su
tono chabacano y hosco acabó por exasperar sus nervios. Avanzó un paso al
frente y volvió a insistir de nuevo:

—Te lo preguntaré por última vez... ¿dónde está Jessica?

—En Londres, ya te lo he dicho —concluyó guaseándose.

Robert enderezó su espalda y se colocó bien la americana y
la corbata.

—Olvídate de ella, porque ella ya lo ha hecho de ti.

Gabriel empezó a resoplar por las fosas nasales y
encolerizado, le agarró del cuello de su camisa de firma para después estampar
su espalda contra la pared.

—¿Dónde-está-Jessica? —se lo preguntó esta vez más despacio
y con mayor énfasis.

—¿Cómo te atreves? ¡Suéltame o estás despedido!

Gabriel al ver que ni por activa ni por pasiva pensaba
confesar. Hizo algo de lo que no se sintió orgulloso pero que sin embargo hacía
mucho tiempo que quería hacer. Empuñó de nuevo la mano y le asestó un gancho de
derecha que le partió el labio en dos.

—Ahora... ya tienes motivos para despedirme...

Robert soltó un gemido de dolor y maldiciendo se llevó
la mano a la nariz tratando de retener la sangre que salía a borbotones de las
fosas nasales. Por lo visto Gabriel se la había partido.

—¡Hijo de puta! —bramó escupiendo sangre por la boca—. Ya
puedes ir buscándote un buen abogado...

Gabriel hizo oídos sordos mientras salía de aquel lugar, masajeando
la mano con la que le había golpeado. Si a él le dolía horrores no quería ni
imaginar cómo había quedado la cara de Robert.

Instantes después, cruzó a grandes zancadas el pasillo
hasta llegar a su despacho, necesitaba coger sus pertenencias y su chaqueta,
asegurándose así de no volver nunca más.

Cuando sus pies pisaron el gris asfalto, cogió el teléfono
móvil y, tratando de recordar cada uno de los números, empezó a marcarlos en la
pantalla táctil.

«Espero haberlos memorizado bien»

Esperó un tono.

«Vamos... Jessica... contesta»

Esperó un segundo tono.

«Necesito escuchar de nuevo tu voz...»

Y al tercero, alguien contestó:

—Casa de los Orson, ¿dígame?

Gabriel cerró los ojos e inspiró hondo, tratando de
relajarse para no asustar a aquella mujer.

—¿Es aquí donde vive Jessica Orson?

—Sí, ¿quién le llama?

—Dígale... —hizo una pausa—. No. Mejor no le diga nada.

Gabriel discurrió algo rápidamente.

—Necesito confirmar su dirección, he de hacer una entrega
urgente...

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