Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan
Su carne se había desprendido hasta la subdermis, salvo por unas cuantas manchas de piel calcinada. Una bestia feroz, roja y con manchas negras. Sus ojos rugían con intensidad, con un tono más sangriento que el rojo más encendido. Los gusanos circulaban bajo la superficie ondulada, como nervios crispados, llenos de locura.
Ya está hecho
.
El Amo agarró la cabeza de lobo de la espada de Setrakian antes de que el anciano pudiera reaccionar. La bestia sostuvo la hoja de plata para inspeccionarla del mismo modo en que un hombre manipula una varilla al rojo vivo.
El mundo es mío
.
El Amo, con sus movimientos reducidos casi a una ilusión, recuperó la vaina
de madera que había caído al otro lado de la habitación. Ensambló las dos piezas, hundiendo la cuchilla en la funda del bastón y asegurando la unión con un giro súbito y desgarrador de sus manos.
Luego lo apoyó
en el suelo. Obviamente, aquel bastón tan largo era perfecto para él: había pertenecido a Sardu, al gigante humano en cuyo cuerpo habitaba actualmente el Amo.
El combustible nuclear del núcleo del reactor está comenzando a calentarse y a derretirse. Esta planta fue construida utilizando las más modernas medidas de seguridad. Pese a todas sus garantías en este sentido, los procedimientos de contención automática sólo retrasarán lo inevitable. La conflagración estallará. La fisión nuclear tendrá lugar, contaminando y destruyendo este sitio, lugar de origen del sexto y único miembro restante de mi clan. La acumulación de vapor de agua revertirá en una explosión catastrófica del reactor, que arrojará una nube de lluvia radiactiva
.
El Amo pinchó a Setrakian en las costillas con la punta del bastón, y el anciano escuchó y sintió un chasquido, encogiéndose como un ovillo en el suelo.
Cuando mi sombra descienda sobre ti, Setrakian, también descenderá sobre este planeta. Primero infecté a esta ciudad, y ahora el virus se ha propagado por todo el mundo. No bastaba con que tu mundo estuviera sumergido a medias en la penumbra. ¡Cuánto tiempo he buscado estas tinieblas permanentes y duraderas! Esta roca cálida y verde azulada se estremece a mi tacto, convirtiéndose en una piedra negra y fría, cubierta de escarcha y de putrefacción. El crepúsculo de la humanidad es la aurora de la cosecha de sangre
.
El Amo giró la cabeza unos pocos grados hacia la puerta. No estaba alarmado, ni siquiera molesto, sino más bien extrañado. Setrakian se volvió también, y un ramalazo de esperanza recorrió su espalda. La puerta se abrió y Ángel entró cojeando, con una máscara de nailon plateada brillante con costuras de color negro.
—No... —jadeó Setrakian.
Ángel tenía un arma automática, y al ver a la imponente criatura de casi tres metros de altura encima de Setrakian, atacó al rey vampiro.
La bestia permaneció un momento allí, mirando a su ridículo oponente. Pero mientras las balas volaban, el Amo se convirtió, instintivamente, en una mancha difusa, y las ráfagas se
alojaron en los equipos sensibles que cubrían las paredes de la sala. El Amo se hizo a un lado, sólo visible durante un instante, aunque volvió a moverse cuando Ángel se dio la vuelta para disparar. Los proyectiles se incrustaron en un panel de control, y de la pared brotó una lluvia de chispas.
Setrakian concentró su atención en el suelo, recogiendo frenéticamente sus píldoras.
El vampiro se movió con mayor lentitud, y Ángel pudo verlo. El luchador enmascarado dejó caer el arma grande y arremetió contra la bestia.
El Amo advirtió la fragilidad de la rodilla del luchador, y concluyó que no representaría un problema mayor. El cuerpo del enmascarado ya estaba envejecido, pero tenía un tamaño muy apropiado. Podría habitarlo temporalmente.
Eludió a Ángel. El luchador se giró, pero el Amo volvió a situarse detrás de él. Mientras estudiaba a Ángel, le dio una palmada detrás del cuello, justo donde el dobladillo de su máscara se unía con la piel. El luchador trastabilló aparatosamente una vez más.
Estaban jugando con él, y eso no le gustó nada. Se incorporó rápidamente y se abalanzó con su mano abierta, acertándole al Amo un golpe en la barbilla. El «beso del Ángel».
La cabeza de la criatura retrocedió. Ángel se sorprendió con el éxito de su golpe.
El Amo bajó los ojos y miró al vengador enmascarado con un asomo de rabia, con los gusanos agitándose, ondulantes y veloces bajo la piel cuarteada.
Ángel sonrió con emoción dentro de su máscara.
—Quisieras que te revelara mi identidad, ¿no? —dijo desafiante—. El misterio muere conmigo. Mi cara debe permanecer oculta.
Estas palabras eran el lema de las películas del Ángel de Plata, dobladas a muchos idiomas en todo el mundo, palabras que, durante varias décadas, el luchador había esperado que se hicieran realidad. Pero el Amo ya se había cansado de jugar. Golpeó a Ángel con el dorso de su mano descomunal. Fue un golpe devastador. La mandíbula y el pómulo izquierdo reventaron dentro de la máscara, así como el ojo izquierdo del luchador.
Pero Ángel no se dio por vencido. Permaneció de pie tras
un esfuerzo enorme. Estaba temblando, su rodilla le dolía a más no poder, y se atragantaba con su propia sangre..., pero regresó mentalmente a cierto escenario, más joven y feliz.
Se sintió ligero, reconfortado
y lleno de brío, y le dio la sensación de estar
en un plató
cinematográfico. Por supuesto, estaba filmando una película. El monstruo que estaba delante de él no era más que una suma de efectos especiales ingeniosos. Entonces ¿por qué le hacía tanto daño? Su máscara tenía un olor extraño, a pelo sucio y a sudor. Olía como a una cosa sacada de la cámara del olvido. Olía a él.
Una burbuja de sangre subió a su garganta y estalló en un gemido líquido. Con la mandíbula y el lado izquierdo de su rostro pulverizado, la olorosa máscara era lo único que mantenía unida la cara del viejo luchador.
Ángel gruñó y atacó a su oponente. El Amo soltó el bastón para agarrar al gran
luchador con sus dos manos, y lo destrozó en un instante. Setrakian soltó un grito ahogado. Estaba colocando un par de pastillas debajo de su lengua, y dejó de hacerlo cuando el Amo volvió a concentrarse en él.
El vampiro lo agarró del hombro y lo levantó. Setrakian quedó suspendido en el aire frente el Amo, apresado entre las manos ensangrentadas del vampiro. El Amo lo acercó, y Setrakian contempló su espantoso rostro de sanguijuela, surcado por una maldad arcaica.
Creo que, después de todo, siempre quisiste esto, profesor. Me temo que siempre has sentido curiosidad de saber qué hay al otro lado
.
Setrakian no pudo responderle, pues las pastillas se disolvían justo en ese momento bajo su lengua. Pero no necesitó
responderle al Amo verbalmente.
Mi espada suena a plata,
pensó.
Se sintió mareado, la medicina surtía
efecto, nublando sus pensamientos, y ocultándole al Amo sus verdaderas intenciones.
Aprendimos mucho del libro
.
Sabemos que Chernóbil fue un señuelo
... Vio la cara del Amo. Cómo hubiera deseado ver el miedo reflejado en ella.
Tu nombre. Conozco tu verdadero nombre
...
¿Quieres oírlo, Oziriel?
Y entonces la boca del Amo se abrió y disparó su aguijón con furia, rompiendo y perforando el cuello del anciano, desgarrando sus cuerdas vocales y obstruyéndole la carótida. Setrakian se fue quedando sin voz, pero no sintió un dolor punzante, sólo un ramalazo en todo su cuerpo, producto de la succión. El colapso del sistema circulatorio y de los órganos tributarios le produjo un shock.
Los ojos del Amo tenían un viso escarlata, mientras contemplaba el rostro de su presa y bebía de él con una satisfacción inmensa. Setrakian sostuvo la mirada de la bestia, no por desafío, sino esperando reconocer algún síntoma de malestar. Sintió la vibración de los gusanos de sangre retorciéndose por todo su cuerpo, inspeccionándolo e invadiéndolo con avidez.
De repente, el Amo se sacudió como si se estuviera atragantando. Su cabeza se replegó bruscamente hacia atrás y sus párpados nictitantes se entrecerraron. Aun así, se mantuvo firmemente aferrado a él, consumiéndolo tercamente hasta el final. El Amo se separó finalmente —todo el proceso duró
menos de medio minuto—, y replegó su aguijón enrojecido. Miró a Setrakian, leyendo el interés en sus ojos, y luego dio un paso atrás. Su rostro se contrajo, los gusanos de sangre se aquietaron un poco, y su grueso cuello se congestionó.
Lanzó a Setrakian al suelo y se fue hacia atrás, tambaleándose, enfermo por la sangre del anciano. Sintió llamas en la boca de sus entrañas.
Setrakian yacía en el suelo de la sala de control, sangrando por la herida del pinchazo, en medio de una bruma tenue. Relajó su lengua, sintiendo desaparecer la última pastilla alojada en su mandíbula. Había ingerido grandes dosis de nitroglicerina, sustancia que relajaba los vasos sanguíneos, y también de Coumadin, el anticoagulante derivado del veneno para ratas de Fet, y se lo había transferido al Amo.
En efecto, el exterminador tenía razón: las criaturas no tenían ningún mecanismo para expulsarlo.
Una vez que ingerían la sustancia, no podían vomitar.
El Amo, consumiéndose por dentro, avanzó dando tumbos por las puertas, apresurándose tras el aviso infernal de las alarmas.
E
l Centro Espacial Johnson quedó en silencio
mientras la estación describía su órbita sombría y pasaba sobre el lado oscuro de la Tierra. Había perdido contacto con Houston.
Poco después sintió los primeros golpes. Eran fragmentos de basura espacial que aporreaban la estación. Eso no era del todo inusual, salvo por la frecuencia de los impactos.
Eran demasiados. Y bastante cerca.
Ella flotó tan despacio como pudo, tratando de calmarse y de pensar. Algo no iba bien.
Se dirigió a la escotilla y divisó la Tierra. Dos puntos de luz muy intensa se veían en el lado nocturno del planeta. Uno de ellos estaba en todo el borde, justo en la cresta del anochecer. Otro estaba más cerca del lado
oriental.
Nunca había presenciado nada semejante, y nada en su formación profesional ni en la extensa literatura que había leído la preparó para aquel espectáculo. Para su ojo experto, no obstante, la intensidad de la luz, su calor evidente —simples puntitos extendiéndose por el globo— eran señal inequívoca de explosiones de gran magnitud.
La estación fue sacudida por otro fuerte impacto. No se trataba del roce habitual de pequeños fragmentos metálicos de los desechos espaciales. No. Un indicador de emergencia se apagó, y las luces amarillas titilaron a un lado de la puerta. Algo había perforado los paneles solares. Era como si la estación espacial se encontrara bajo ataque enemigo. Ahora tendría que ponerse el traje espacial, pero cuando estaba a punto de hacerlo,
¡BAMMM!
El casco recibió un impacto aún más contundente. Se dirigió a la sala de control y no tardó en ver la advertencia de una fuga vertiginosa de oxígeno titilando en uno de los ordenadores. Los tanques habían sido perforados.
Llamó a sus compañeros, mientras se dirigía a la esclusa de aire. El casco recibió otro impacto, más fuerte que el anterior. Thalia se puso el traje tan rápido como pudo, pero la estación ya tenía un boquete. Forcejeó para asegurarse el casco de su traje antes de caer al vacío mortal. Abrió la válvula del oxígeno con las últimas fuerzas que le quedaban. Flotó en la oscuridad y perdió el conocimiento. El último pensamiento que ocupó su mente antes del apagón final no fue su marido
sino su perro, a quien oyó ladrar de algún modo en medio del silencio del vacío celeste.
La Estación Espacial Internacional no tardó en ser uno más de los restos flotantes errando
por el espacio, desviándose gradualmente de su órbita, y flotando inexorablemente hacia la Tierra.
S
etrakian yacía en el suelo de la planta nuclear de Locust Valley. La cabeza le daba vueltas mientras tenía lugar el proceso de conversión. Podía sentirlo. El dolor que le atenazaba la garganta era sólo el comienzo.
Su pecho era un hervidero de actividad. Los gusanos de sangre se habían asentado y secretado su carga útil: el virus se estaba incubando rápidamente dentro de él, saturando sus células. Modificando su información. Intentando rehacerlo. Su cuerpo no podía soportar la transformación. Incluso sin tener en cuenta
el hecho de que sus arterias estuvieran ya muy debilitadas, lo cierto es que ya era demasiado viejo como para sufrir un proceso de tal naturaleza. Era como un girasol de tallo delgado, doblado bajo el peso de una cabeza en crecimiento. O como un feto desarrollándose a partir de cromosomas defectuosos.
Las voces. Él las escuchó. El zumbido de una conciencia mayor. Una coordinación de su ser. Un concierto disonante.
Sintió calor. De su temperatura corporal, que iba en aumento, pero también proveniente del suelo, que ahora temblaba. El sistema de refrigeración, diseñado para evitar que se derritiera el candente combustible nuclear, había fallado. El combustible se había derretido en la base del núcleo del reactor. Cuando llegara a la masa de agua, el subsuelo de la planta entraría en erupción, liberando un vapor letal.
Setrakian
.
La voz del Amo en su cabeza. Alternándose con la suya propia. Tuvo una visión de lo que parecía ser la parte posterior de un camión de la Guardia Nacional que había visto fuera de la planta. La panorámica del pavimento, vaga y monocromática, vista a través de los ojos de un ser con la visión nocturna mejorada más allá de la capacidad humana.